Wokismo
y trumpismo: la ciencia bajo ataque en USA
En esta entrada del blog Buhografías del Unicornio
presentamos tres columnas de análisis sobre el auge de ideologías anticiencia
en Estados Unidos, tanto en la izquierda liberal radical como en la derecha,
publicadas originalmente en el portal colombiano El Unicornio. No están organizadas
en orden cronológico, sino político, pues abordamos primero un lado del
espectro donde abundan los movimientos identitarios, la ideología woke, el correccionismo
político y la cultura de la cancelación, para luego examinar en el otro lado el
fanatismo religioso fundamentalista, el racismo y las pseudoteorías
conspiranoicas.
Por Jorge Senior
Serie Buhografías
Contenido:
·
La nueva fractura del pensamiento
liberal
o
Publicada
el 23 de julio de 2020, a propósito del Manifiesto Harper
·
La ciencia bajo fuego ideológico
o
Publicada
el 13 de julio de 2023, a propósito de un artículo del Skeptical Inquiry
·
Trump, enemigo de la ciencia
o
Publicada
el 18 de septiembre de 2020, previo a elecciones, a propósito de un editorial
de Scientific American
La nueva fractura del
pensamiento liberal
Publicada el 23 de
julio de 2020
El pasado 7 de julio apareció una
trascendental declaración en el magazín Harper de los Estados Unidos con el
título A Letter on Justice and Open Debate, firmada por 150 intelectuales
de reconocida trayectoria. Entre estos
escritores, periodistas, historiadores y profesores están Noam Chomsky, Steven
Pinker, Francis Fukuyama, Garry Kasparov, J.K. Rowling, Salman Rushdie, Jenifer
Senior y muchos otros de diversas nacionalidades y profesiones. Esta carta pública la puede usted leer en su
original en inglés
y en su versión en español.
La médula del pronunciamiento es
el rechazo a “la disyuntiva falaz entre justicia y libertad, que no pueden
existir la una sin la otra”. Esta tesis en
defensa de la libertad de expresión y pensamiento responde a una situación en
la cual, según los firmantes, “resulta demasiado común escuchar los
llamamientos a los castigos rápidos y severos en respuesta a lo que se percibe
como transgresiones del habla y el pensamiento”. Y agregan: “Más preocupante
aún, los responsables de instituciones, en una actitud de pánico y control de
riesgos, están aplicando castigos raudos y desproporcionados en lugar de
reformas pensadas. Hay editores despedidos por publicar piezas controvertidas;
libros retirados por supuesta poca autenticidad; periodistas vetados para
escribir sobre ciertos asuntos; profesores investigados por citar determinados
trabajos de literatura; investigadores despedidos por difundir un estudio
académico revisado por otros profesionales; jefes de organizaciones expulsados
por lo que a veces son simples torpezas. Cualesquiera que sean los argumentos
que rodean a cada incidente en particular, el resultado ha consistido en
estrechar constantemente los límites de lo que se puede decir sin amenaza de
represalias”.
El 19 de julio fue publicada La
Carta Española de apoyo al Manifiesto Harper’s, firmada por más de cien
intelectuales, explícitamente enfocada contra la cultura de la cancelación,
como resalta su subtítulo (ver
aquí). Entre los firmantes se
encuentran los filósofos Adela Cortina, Anna Estany, Antonio Diéguez, Fernando
Savater y Félix Ovejero, el psiquiatra Pablo Malo, el historiador argentino
Ariel Petrucelli, el escritor peruano Mario Vargas Llosa y una pléyade de
académicos, médicos, periodistas y artistas.
Los hispanoparlantes dejan en
claro “que nos sumamos a los movimientos que luchan no solo en Estados Unidos
sino globalmente contra lacras de la sociedad como son el sexismo, el racismo o
el menosprecio al inmigrante, pero manifestamos asimismo nuestra preocupación
por el uso perverso de causas justas para estigmatizar a personas que no son
sexistas o xenófobas o, más en general, para introducir la censura, la
cancelación y el rechazo del pensamiento libre, independiente, y ajeno a una
corrección política intransigente”. Y agregan: “Desafortunadamente, en la
última década hemos asistido a la irrupción de unas corrientes ideológicas,
supuestamente progresistas, que se caracterizan por una radicalidad, y que
apela a tales causas para justificar actitudes y comportamientos que
consideramos inaceptables”.
Estas expresiones no son
anecdóticas. Lo que ambas publicaciones
reflejan es un fenómeno cultural profundo que está desarrollándose en las
democracias occidentales: el despliegue de una ideología de la “corrección
política” que ha desatado un nuevo macartismo que, a diferencia del original,
se ubica en la izquierda del espectro político, en el liberalismo radical
identitario imbuido de supremacía moral y victimismo. Se trata de linchamientos
virtuales, persecusiones y censuras moralistas que atentan contra la libertad
de expresión, pues no responden a acciones, hechos o delitos sino a opiniones,
escritos, trinos o intervenciones orales, ya sea en foros públicos, lugares de
trabajo o en simples conversaciones. Los
casos que más han trascendido y han alborotado los medios se refieren a
personajes famosos, pero igual viene sucediendo con cualquier profesor,
columnista o ciudadano común que opina.
La libertad de cátedra, la libertad de prensa, el uso público de la
razón, son boicoteados por grupos de presión que dicen luchar contra la
opresión y defender causas de justicia. He ahí la novedad.
Hemos estado acostumbrados a las
persecusiones y los intentos de censura por parte de la extrema derecha
conservadora. Eso nada tiene de
extraño. Pero este nuevo fenómeno
desatado en el siglo XXI se origina en activismos de izquierda y va dirigido
contra figuras progresistas en una especie de espectáculo caníbal que la
derecha observa con una sonrisa de placer.
¡Bien que amerita un análisis!
Desde su surgimiento, el
pensamiento liberal ha tenido múltiples derivaciones y tensiones internas. La principal escisión, que ha perdurado
durante dos siglos, ha sido entre un liberalismo
político progresista que aboga por la ampliación de derechos sociales y
libertades públicas, y un liberalismo
económico que se centra en la libertad de mercado y minimización de la regulación
estatal. A esta última rama se le llamó
liberalismo manchesteriano, en la versión clásica del siglo XIX, pero con el
desarrollo de la teoría económica neoclásica, en el siglo XX dio origen al neoliberalismo
a partir de la Mont Pélerin Society y
las ideas de Friedrich Hayek y Ludwig von Mises. Esta línea neoliberal fue absorbida por la
derecha conservadora y en su forma más radical, por los Libertarian, seguidores de las incoherentes ideas de Ayn Rand. Desde
1980 el
neoliberalismo se ha vuelto casi hegemónico, agudizando la desigualdad,
desmantelando el estado de bienestar y convirtiéndose en sentido común.
Al mismo tiempo la izquierda en
confusión sufría la orfandad de teoría derivada de la decadencia del marxismo,
agudizada por el oscurantismo posmodernista.
La clase obrera, mitificada en la visión decimonónica de Carlos Marx
como el sujeto social y político en cuyos hombros se levantaba el futuro, fue
languideciendo como resultado del desarrollo de las fuerzas productivas, debido
al avance de la ciencia y la tecnología.
Y a pesar del aumento de la desigualdad y la concentración de riqueza e
ingreso, las reivindicaciones socioeconómicas pasaron a segundo plano,
desplazadas por reivindicaciones identitarias relativas a la discriminación
racial, el machismo, la diversidad en materia de sexualidad, entre otros. Temas
liberales como el aborto, la eutanasia, el matrimonio gay, la dosis personal
acapararon la atención. La contradicción capital / trabajo perdió el lugar
central. La izquierda derivó entonces
del marxismo al liberalismo radical identitario, de los movimientos obreros y
campesinos a los movimientos sociales de minorías étnicas (inmigrantes en el
caso de Europa), LGTBI, grupos feministas, de la lucha social y económica a la
lucha identitaria por el reconocimiento.
Los partidos de izquierda pasaron de la pretensión de ser los
intérpretes de las mayorías trabajadoras a convertirse en los voceros de una amalgama
de minorías, un archipiélago variopinto de grupos de presión. El enemigo a derrotar ya no era la clase
burguesa o la oligarquía, sino el varón blanco heterosexual, encarnación del
opresor por antonomasia, aunque no tenga un peso en el bolsillo. Las masas trabajadoras, en algunos países,
fueron cooptadas por la derecha con discursos populistas. Y al revés de lo que planteó Marx, la
mentalidad progresista se asentó en estratos sociales relativamente altos y con
mejor nivel educativo, mientras la mentalidad conservadora se arraigó en
sectores populares. De la lucha de clases se pasó a las denominadas “guerras
culturales”.
La vieja fractura entre
liberalismo político y liberalismo económico había sido, en la segunda mitad
del siglo XX, la partición ideológica de las sociedades desarrolladas occidentales.
A la izquierda el estado social y a la derecha el neoliberalismo, que en
realidad es un neoconservatismo, como el de Tatcher y Reagan. El espectro de los partidos políticos así lo
reflejaba. Desde la posguerra hasta los
años 80 el marxismo disputó al liberalismo social progresista (keynesianismo,
socialdemocracia en algunos países) el espacio político de izquierda. Tras la caída del muro Fukuyama proclamó la definitiva
victoria de la democracia liberal. Pero
en ese nuevo orden internacional lo que se impuso fue el “consenso de
Washington”. En ese contexto y dentro
del espacio de la “resistencia” se produce la nueva fractura del pensamiento
liberal progresista, como producto de radicalizaciones de sectores de los
movimientos sociales identitarios, con una nueva concepción de justicia social,
moralista y emocional. Se trata de un
fenómeno político, cultural, moral y filosófico, cuya complejidad apenas
empezamos a desbrozar.
Nota: en esta columna he
intentado una rápida aproximación histórica en el aspecto político. Si le interesa el aspecto filosófico puede
leer en el blog. Y un abordaje muy interesante del fenómeno
como cultura moral es el de Bradley Campbell esta semana en Quillette.
Campbell es coautor del libro The rise of Victimhood Culture.
La ciencia bajo fuego
ideológico
Publicada el 13 de
julio de 2023
La ciencia siempre ha estado
sometida a amenazas y presiones ideológicas. Así se forjó desde sus inicios en
los siglos XVI y XVII, en lucha contra la religión. Giordano Bruno y Galileo
son ejemplos muy conocidos, aunque Bruno no fuera propiamente un científico,
pero sí explorador de una visión no geocéntrica contraria al dogma de la
iglesia. Esa lucha con la ideología religiosa tenía lugar incluso en el
interior de los cerebros de los proto-científicos de la época, casi todos
creyentes.
La religión siguió ofreciendo
resistencia en los siglos subsiguientes. Un caso emblemático fue la evolución
biológica, negada por fanáticos fundamentalistas bíblicos hasta el presente,
sobre todo en ciertas zonas conservadoras y atrasadas de Estados Unidos. Los
soviéticos tuvieron también un caso emblemático en la figura de Lysenko, un
tardío lamarckiano apoyado por Stalin. La ciencia biológica se vió perjudicada
en la URSS por esta intrusión política y terminó afectando negativamente a la
agricultura.
El eurocentrismo fue otro
obstáculo ideológico para la razón científica en el propio siglo de las luces.
Aunque difusa, esa cosmovisión perjudicó el progreso científico en el estudio
de las sociedades humanas y de nuestra naturaleza como especie animal. Tal
sesgo era fácilmente normalizado debido a la supremacía europea de facto,
particularmente notoria en el poderío económico y militar.
El nacionalismo fue una barrera
dentro de la misma Europa para integrar las comunidades científicas y universalizar
los estilos de investigación. Y asimismo el racismo, que con los nazis escaló a
niveles genocidas. Es increíble que la Relatividad de Einstein fuese rechazada
por científicos de alto nivel por ser “ciencia judía”. También el machismo de
aquellos siglos obstaculizó la participación de las mujeres en la investigación
científica, de ahí que las científicas que lograron destacarse fueron
auténticas heroínas. En contraste, hoy
las mujeres son mayoría en las universidades de casi todo el mundo.
En fin, la ciencia como
institución no la ha tenido fácil en su esfuerzo de mantener la objetividad
como ideal regulador, lo cual exige máximo rigor lógico y experimental. Las
ideologías, aunque difieren entre sí, no tienen ese compromiso con la verdad
objetiva. Son más bien, expresiones subjetivas colectivas que movilizan a
sectores de la población por diferentes motivos y que van cambiando a tono con
el “espíritu de la época”, eso que los alemanes llaman el Zeitgeist, que viene a ser como la atmósfera cultural.
Entonces, ¿cuál es la novedad en estos tiempos?
Lo nuevo es que tradicionalmente
el ataque ideológico a la ciencia provenía de fuerzas conservadoras, pero ahora
también proviene de lo que se supone son fuerzas “progresistas”, es decir, del
otro lado del espectro político. Un “progresismo anticiencia” es un oxímoron,
de ahí que toca escribirlo entre comillas. En América Latina hay cada vez más
sectores de izquierda anticiencia, sectores oscurantistas influídos por el
posmodernismo, el construccionismo social y el denominado “pensamiento
decolonial”, que se incrustan en los movimientos identitarios cuyas luchas
están más marcadas por el reconocimiento que por las reivindicaciones socioeconómicas.
Este fenómeno es importado, pues
tiene su epicentro en Estados Unidos, un país cuya izquierda es de ideología
liberal. En esa nación el progresismo liberal, que se enfrenta a una derecha
también radicalizada y fuerte, está dividido entre un liberalismo democrático y
tolerante y lo que podríamos llamar la “ideología del correccionismo político”,
un nuevo radicalismo identitario que ataca la libertad de expresión con lo que
se ha dado en llamar “cultura de la cancelación”. Precisamente, La
nueva fractura del pensamiento liberal fue el título de una columna
donde analicé el tema hace tres años y que sigue vigente (ver aquí).
La prestigiosa revista defensora
de la razón y la ciencia, Skeptical Inquirer, trae como tema
de portada este mes el siguiente título: The
Ideological Subversion of Science (La subversión ideológica de la ciencia).
Sin embargo, el artículo principal se refiere específicamente al caso de la biología, donde el asunto está más
candente por aquello de la “ideología de género”, y fue escrito por los
biólogos Jerry Coyne y Luana Maroja. El artículo, que ha causado tremendo
revuelo, ya fue traducido al español y publicado en la revista Pensar. Puede leerse
aquí.
El texto tiene dos niveles: uno
que muestra el aspecto de la cultura de la cancelación, una persecusión
ideológica que recuerda al macartismo, y otro que entra en el análisis de seis
ejemplos de penetración ideológica en la ciencia biológica.
Esos seis ejemplos se resumen en
las siguientes tesis criticadas por los autores:
1.
El sexo en humanos no es una distribución
discreta y binaria de machos y hembras sino un espectro. (Sexo fluído).
2.
Todas las diferencias psicológicas y de
comportamiento entre hombres y mujeres se deben a la socialización.
(Reduccionismo o construccionismo sociocultural).
3.
La psicología evolucionista es un campo falso
basado en suposiciones falsas.
4.
Debemos evitar estudiar las diferencias
genéticas en el comportamiento de individuos. (Límites a la genética del
comportamiento).
5.
“La raza y la etnia son construcciones sociales,
sin significado científico o biológico” (cita directa de los editores del Journal of the American Medical Association).
6.
Las “formas de conocimiento” indígenas son
equivalentes a la ciencia moderna y deben ser respetadas y enseñadas como
tales. (El famoso tema de los “saberes ancestrales”).
Como se puede ver las seis tesis apuntan
a no salirse del redil de lo “políticamente correcto”. El sello ideológico es
evidente. Pero lo interesante es -dejando la ideología a un lado- lo que tiene
que decir la biología como ciencia acerca de unos puntos de discusión que
involucran también a otras disciplinas. Ese debate interno a la ciencia debe
propiciarse, no reprimirse. La psicología evolucionista y la genética del
comportamiento pueden criticarse, pero no vetarse. La epidemiología y las
ciencias forenses necesitan los análisis biológicos diferenciales de grupos
humanos (clusters). En fin, los seis puntos deben discutirse con argumentos y
evidencias, no con dogmas o imposiciones.
En Colombia el punto 6 que niega
la universalidad y objetividad de toda la ciencia desde un cuestionable
relativismo es el que más se ha posicionado a nivel oficial, tanto en la
administración Duque
como en la de Petro,
como se puede ver en los enlaces. (ver entrada anterior en este blog: Minciencias y la polémica de los "saberes ancestrales")
Trump: enemigo de la
ciencia
Publicada el 18 de septiembre
de 2020
Por primera vez en sus 175 años
de historia, la prestigiosa revista Scientific
American decidió apoyar
a un candidato en el peculiar sistema bipartidista de EEUU (tan peculiar
que en 2000 y 2016 ganó el que sacó menos votos). El hecho es tan insólito que ha repercutido
mucho más allá de sus siete millones de lectores. Puede analizarse en el marco de la coyuntura
electoral, pero su carácter extraordinario invita a una lectura más profunda
del acontecimiento.
Scientific American, cuya edición en español se titula Investigación y Ciencia, no es cualquier revista. Se trata de la publicación científica para
público amplio más importante del mundo.
Es la cumbre del periodismo científico y en ella han escrito los
científicos más brillantes de los últimos dos siglos. Actualmente pertenece a Springer Nature.
El pronunciamiento aparece en el editorial
de octubre de 2020 divulgado esta semana y está firmado por los editores en
pleno. En él se evalúa a Trump y su
gestión en relación con la pandemia, el sistema de salud, el cambio climático y
la transición energética. Asimismo se
evalúa el programa de Joe Biden del Partido Demócrata en los mismos ítems.
Arranca diciendo que “la
evidencia y la ciencia muestran que Donald Trump ha perjudicado gravemente a
Estados Unidos y a su pueblo debido a su rechazo de la evidencia y la ciencia. El ejemplo más desvastador es su respuesta
inepta y deshonesta a la pandemia de Covid-19 que, para mediados de septiembre,
ha costado la vida a más de 190.000 estadounidenses. También ha atacado a las protecciones
ambientales, al sistema de salud, a los investigadores y agencias públicas de
ciencia que ayudan a este país a prepararse para sus mayores desafíos”.
El editorial abunda en ejemplos
del manejo “catastrófico” de la pandemia por parte de Trump, incluyendo sus
mentiras. Frente a algo tan sencillo y
básico como la utilización de mascarillas, el presidente activamente estimuló
su no uso. Su actitud de subestimar la pandemia en vez de
controlarla y de ignorar el consejo de los expertos conllevó al rebrote con
graves consecuencias económicas y sociales, como el desempleo. Trump mintió al
público sobre la letalidad del virus propiciando riesgosos comportamientos de
la ciudadanía y dividiendo al pueblo entre los que se toman en serio la amenaza
y aquellos que se creen las falsedades del mandatario. Más allá del virus, Trump ha tratado de
eliminar la Ley de Asistencia Asequible y Protección al Paciente sin ofrecer
alternativas, ha propuesto recortes multimillonarios a los institutos
nacionales de salud, la Fundación Nacional para la Ciencia y los centros de
control y prevención de enfermedades. Así
como ataca al sistema de salud ha presionado para eliminar las regulaciones de
salud de la Agencia de Protección Ambiental para mayor riesgo de la gente y ha
reemplazado a científicos con representantes de la industria en las juntas
asesoras de la agencia. Con su
negacionismo del cambio climático Trump ha obstaculizado todo lo que apunte a
su mitigación.
En contraste con las duras
criticas al aspirante a repetir período, el editorial analiza positivamente el
programa de Biden. Dice que el candidato
demócrata, que derrotó a Bernie Sanders en las primarias, “viene preparado con
planes para controlar el Covid-19, mejorar el sistema público de salud, reducir
las emisiones de carbono y restaurar el rol de la auténtica ciencia en la
gestación de políticas públicas”. Las
propuestas de Biden se fundamentan en el conocimiento de expertos, como David
Kessler, quien fue director de la FDA, Rebecca Katz, especialista en
inmunología de la Universidad de Georgetown University y Ezekiel Emanuel,
bioeticista de la Universidad de Pennsylvania. No incluye a médicos que creen
en extraterrestres o en falsas terapias desenmascaradas por la ciencia y que
Trump tanto elogia.
Los editorialistas de la revista
destacan diversos aspectos de las propuestas de Biden en salud, política social
y medio ambiente. En este último tema
vale la pena detenerse, pues tiene implicaciones para el resto del planeta.
Biden, dice la revista, planea
planea invertir dos billones de dólares en el sector energético libre de
emisiones, construir estructuras y vehículos con uso eficiente de energía,
impulsar la energía solar y eólica, establecer agencias de investigación para
desarrollar la energía nuclear segura y tecnologías de captura de carbono,
entre otras acciones. La inversión
generará dos millones de empleos y el plan se financiará –en parte- eliminando
los recortes de impuestos con que la administración Trump benefició a las
corporaciones. El 40% de estos
desarrollos de infraestructura y energía beneficiarán a comunidades historicamente
desfavorecidas. El editorial reconoce
que la implementación de algunos de estos programas del candidato demócrata
dependerán de sortear el camino legislativo.
Finalmente el editorial advierte
que “Trump y sus aliados” (nótese que se cuida de no mencionar al Partido
Republicano como tal) han tratado de crear obstáculos para la votación de
noviembre, por lo que invita a los ciudadanos a superar esas trabas y
votar. Y remata: “Es tiempo de sacar a
Trump y elegir a Biden, quien tiene una trayectoria de respeto a los datos y a
la ciencia”.
Este texto muestra a una sociedad
polarizada entre la ciencia y la anticiencia, un fenómeno que de manera menos
aguda se manifiesta también en Europa y América Latina. Lo vemos en Bolsonaro en Brasil y en el
anterior gobierno del PP en España. Pero
también en otros partidos y gobiernos, incluso en algunos de izquierda. Derechas como la trumpista, la uribista o la
de Bolsonaro se nutren de oscurantismos religiosos, conspiranoicos
y pseudocientíficos. Pero otros
oscurantismos han infiltrado a las izquierdas a partir del posmodernismo, por
ejemplo, el construccionismo social y el decolonialismo antioccidental. Y nunca faltan los que se creen de izquierda
pero tragan entero las “teorías conspirativas”, las supersticiones “ancestrales”
y las pseudociencias que posan de alternativas al gran capital.
Coletilla: la lección para
nosotros es que la educación para la democracia y la educación científica de
calidad son una sola. Con esa premisa
debemos repensar una reforma educativa en Colombia.
Jorge
Senior