domingo, 18 de febrero de 2024

Wokismo y trumpismo: la ciencia bajo ataque en USA

 

Wokismo y trumpismo: la ciencia bajo ataque en USA

En esta entrada del blog Buhografías del Unicornio presentamos tres columnas de análisis sobre el auge de ideologías anticiencia en Estados Unidos, tanto en la izquierda liberal radical como en la derecha, publicadas originalmente en el portal colombiano El Unicornio. No están organizadas en orden cronológico, sino político, pues abordamos primero un lado del espectro donde abundan los movimientos identitarios, la ideología woke, el correccionismo político y la cultura de la cancelación, para luego examinar en el otro lado el fanatismo religioso fundamentalista, el racismo y las pseudoteorías conspiranoicas.

 

Por Jorge Senior

Serie Buhografías

 

Contenido:

·        La nueva fractura del pensamiento liberal

o   Publicada el 23 de julio de 2020, a propósito del Manifiesto Harper

·        La ciencia bajo fuego ideológico

o   Publicada el 13 de julio de 2023, a propósito de un artículo del Skeptical Inquiry

·        Trump, enemigo de la ciencia

o   Publicada el 18 de septiembre de 2020, previo a elecciones, a propósito de un editorial de Scientific American

 

 

La nueva fractura del pensamiento liberal

Publicada el 23 de julio de 2020

 

El pasado 7 de julio apareció una trascendental declaración en el magazín Harper de los Estados Unidos con el título A Letter on Justice and Open Debate, firmada por 150 intelectuales de reconocida trayectoria.  Entre estos escritores, periodistas, historiadores y profesores están Noam Chomsky, Steven Pinker, Francis Fukuyama, Garry Kasparov, J.K. Rowling, Salman Rushdie, Jenifer Senior y muchos otros de diversas nacionalidades y profesiones.  Esta carta pública la puede usted leer en su original en inglés y en su versión en español.

La médula del pronunciamiento es el rechazo a “la disyuntiva falaz entre justicia y libertad, que no pueden existir la una sin la otra”.  Esta tesis en defensa de la libertad de expresión y pensamiento responde a una situación en la cual, según los firmantes, “resulta demasiado común escuchar los llamamientos a los castigos rápidos y severos en respuesta a lo que se percibe como transgresiones del habla y el pensamiento”. Y agregan: “Más preocupante aún, los responsables de instituciones, en una actitud de pánico y control de riesgos, están aplicando castigos raudos y desproporcionados en lugar de reformas pensadas. Hay editores despedidos por publicar piezas controvertidas; libros retirados por supuesta poca autenticidad; periodistas vetados para escribir sobre ciertos asuntos; profesores investigados por citar determinados trabajos de literatura; investigadores despedidos por difundir un estudio académico revisado por otros profesionales; jefes de organizaciones expulsados por lo que a veces son simples torpezas. Cualesquiera que sean los argumentos que rodean a cada incidente en particular, el resultado ha consistido en estrechar constantemente los límites de lo que se puede decir sin amenaza de represalias”.

El 19 de julio fue publicada La Carta Española de apoyo al Manifiesto Harper’s, firmada por más de cien intelectuales, explícitamente enfocada contra la cultura de la cancelación, como resalta su subtítulo (ver aquí).  Entre los firmantes se encuentran los filósofos Adela Cortina, Anna Estany, Antonio Diéguez, Fernando Savater y Félix Ovejero, el psiquiatra Pablo Malo, el historiador argentino Ariel Petrucelli, el escritor peruano Mario Vargas Llosa y una pléyade de académicos, médicos, periodistas y artistas.

Los hispanoparlantes dejan en claro “que nos sumamos a los movimientos que luchan no solo en Estados Unidos sino globalmente contra lacras de la sociedad como son el sexismo, el racismo o el menosprecio al inmigrante, pero manifestamos asimismo nuestra preocupación por el uso perverso de causas justas para estigmatizar a personas que no son sexistas o xenófobas o, más en general, para introducir la censura, la cancelación y el rechazo del pensamiento libre, independiente, y ajeno a una corrección política intransigente”. Y agregan: “Desafortunadamente, en la última década hemos asistido a la irrupción de unas corrientes ideológicas, supuestamente progresistas, que se caracterizan por una radicalidad, y que apela a tales causas para justificar actitudes y comportamientos que consideramos inaceptables”.

Estas expresiones no son anecdóticas.  Lo que ambas publicaciones reflejan es un fenómeno cultural profundo que está desarrollándose en las democracias occidentales: el despliegue de una ideología de la “corrección política” que ha desatado un nuevo macartismo que, a diferencia del original, se ubica en la izquierda del espectro político, en el liberalismo radical identitario imbuido de supremacía moral y victimismo. Se trata de linchamientos virtuales, persecusiones y censuras moralistas que atentan contra la libertad de expresión, pues no responden a acciones, hechos o delitos sino a opiniones, escritos, trinos o intervenciones orales, ya sea en foros públicos, lugares de trabajo o en simples conversaciones.  Los casos que más han trascendido y han alborotado los medios se refieren a personajes famosos, pero igual viene sucediendo con cualquier profesor, columnista o ciudadano común que opina.  La libertad de cátedra, la libertad de prensa, el uso público de la razón, son boicoteados por grupos de presión que dicen luchar contra la opresión y defender causas de justicia. He ahí la novedad.

Hemos estado acostumbrados a las persecusiones y los intentos de censura por parte de la extrema derecha conservadora.  Eso nada tiene de extraño.  Pero este nuevo fenómeno desatado en el siglo XXI se origina en activismos de izquierda y va dirigido contra figuras progresistas en una especie de espectáculo caníbal que la derecha observa con una sonrisa de placer.  ¡Bien que amerita un análisis! 

Desde su surgimiento, el pensamiento liberal ha tenido múltiples derivaciones y tensiones internas.  La principal escisión, que ha perdurado durante dos siglos, ha sido entre un liberalismo político progresista que aboga por la ampliación de derechos sociales y libertades públicas, y un liberalismo económico que se centra en la libertad de mercado y minimización de la regulación estatal.  A esta última rama se le llamó liberalismo manchesteriano, en la versión clásica del siglo XIX, pero con el desarrollo de la teoría económica neoclásica, en el siglo XX dio origen al neoliberalismo a partir de la Mont Pélerin Society y las ideas de Friedrich Hayek y Ludwig von Mises.  Esta línea neoliberal fue absorbida por la derecha conservadora y en su forma más radical, por los Libertarian, seguidores de las incoherentes ideas de Ayn Rand. Desde 1980 el neoliberalismo se ha vuelto casi hegemónico, agudizando la desigualdad, desmantelando el estado de bienestar y convirtiéndose en sentido común.

Al mismo tiempo la izquierda en confusión sufría la orfandad de teoría derivada de la decadencia del marxismo, agudizada por el oscurantismo posmodernista.  La clase obrera, mitificada en la visión decimonónica de Carlos Marx como el sujeto social y político en cuyos hombros se levantaba el futuro, fue languideciendo como resultado del desarrollo de las fuerzas productivas, debido al avance de la ciencia y la tecnología.  Y a pesar del aumento de la desigualdad y la concentración de riqueza e ingreso, las reivindicaciones socioeconómicas pasaron a segundo plano, desplazadas por reivindicaciones identitarias relativas a la discriminación racial, el machismo, la diversidad en materia de sexualidad, entre otros. Temas liberales como el aborto, la eutanasia, el matrimonio gay, la dosis personal acapararon la atención. La contradicción capital / trabajo perdió el lugar central.  La izquierda derivó entonces del marxismo al liberalismo radical identitario, de los movimientos obreros y campesinos a los movimientos sociales de minorías étnicas (inmigrantes en el caso de Europa), LGTBI, grupos feministas, de la lucha social y económica a la lucha identitaria por el reconocimiento.  Los partidos de izquierda pasaron de la pretensión de ser los intérpretes de las mayorías trabajadoras a convertirse en los voceros de una amalgama de minorías, un archipiélago variopinto de grupos de presión.  El enemigo a derrotar ya no era la clase burguesa o la oligarquía, sino el varón blanco heterosexual, encarnación del opresor por antonomasia, aunque no tenga un peso en el bolsillo.  Las masas trabajadoras, en algunos países, fueron cooptadas por la derecha con discursos populistas.  Y al revés de lo que planteó Marx, la mentalidad progresista se asentó en estratos sociales relativamente altos y con mejor nivel educativo, mientras la mentalidad conservadora se arraigó en sectores populares. De la lucha de clases se pasó a las denominadas “guerras culturales”.

La vieja fractura entre liberalismo político y liberalismo económico había sido, en la segunda mitad del siglo XX, la partición ideológica de las sociedades desarrolladas occidentales. A la izquierda el estado social y a la derecha el neoliberalismo, que en realidad es un neoconservatismo, como el de Tatcher y Reagan.  El espectro de los partidos políticos así lo reflejaba.  Desde la posguerra hasta los años 80 el marxismo disputó al liberalismo social progresista (keynesianismo, socialdemocracia en algunos países) el espacio político de izquierda.  Tras la caída del muro Fukuyama proclamó la definitiva victoria de la democracia liberal.  Pero en ese nuevo orden internacional lo que se impuso fue el “consenso de Washington”.  En ese contexto y dentro del espacio de la “resistencia” se produce la nueva fractura del pensamiento liberal progresista, como producto de radicalizaciones de sectores de los movimientos sociales identitarios, con una nueva concepción de justicia social, moralista y emocional.  Se trata de un fenómeno político, cultural, moral y filosófico, cuya complejidad apenas empezamos a desbrozar. 

Nota: en esta columna he intentado una rápida aproximación histórica en el aspecto político.  Si le interesa el aspecto filosófico puede leer en el blog.  Y un abordaje muy interesante del fenómeno como cultura moral es el de Bradley Campbell esta semana en Quillette. Campbell es coautor del libro The rise of Victimhood Culture.   

 

 

La ciencia bajo fuego ideológico

Publicada el 13 de julio de 2023

 

La ciencia siempre ha estado sometida a amenazas y presiones ideológicas. Así se forjó desde sus inicios en los siglos XVI y XVII, en lucha contra la religión. Giordano Bruno y Galileo son ejemplos muy conocidos, aunque Bruno no fuera propiamente un científico, pero sí explorador de una visión no geocéntrica contraria al dogma de la iglesia. Esa lucha con la ideología religiosa tenía lugar incluso en el interior de los cerebros de los proto-científicos de la época, casi todos creyentes.

La religión siguió ofreciendo resistencia en los siglos subsiguientes. Un caso emblemático fue la evolución biológica, negada por fanáticos fundamentalistas bíblicos hasta el presente, sobre todo en ciertas zonas conservadoras y atrasadas de Estados Unidos. Los soviéticos tuvieron también un caso emblemático en la figura de Lysenko, un tardío lamarckiano apoyado por Stalin. La ciencia biológica se vió perjudicada en la URSS por esta intrusión política y terminó afectando negativamente a la agricultura.

El eurocentrismo fue otro obstáculo ideológico para la razón científica en el propio siglo de las luces. Aunque difusa, esa cosmovisión perjudicó el progreso científico en el estudio de las sociedades humanas y de nuestra naturaleza como especie animal. Tal sesgo era fácilmente normalizado debido a la supremacía europea de facto, particularmente notoria en el poderío económico y militar.

El nacionalismo fue una barrera dentro de la misma Europa para integrar las comunidades científicas y universalizar los estilos de investigación. Y asimismo el racismo, que con los nazis escaló a niveles genocidas. Es increíble que la Relatividad de Einstein fuese rechazada por científicos de alto nivel por ser “ciencia judía”. También el machismo de aquellos siglos obstaculizó la participación de las mujeres en la investigación científica, de ahí que las científicas que lograron destacarse fueron auténticas heroínas.  En contraste, hoy las mujeres son mayoría en las universidades de casi todo el mundo.

En fin, la ciencia como institución no la ha tenido fácil en su esfuerzo de mantener la objetividad como ideal regulador, lo cual exige máximo rigor lógico y experimental. Las ideologías, aunque difieren entre sí, no tienen ese compromiso con la verdad objetiva. Son más bien, expresiones subjetivas colectivas que movilizan a sectores de la población por diferentes motivos y que van cambiando a tono con el “espíritu de la época”, eso que los alemanes llaman el Zeitgeist, que viene a ser como la atmósfera cultural.

Entonces, ¿cuál es la novedad en estos tiempos?

Lo nuevo es que tradicionalmente el ataque ideológico a la ciencia provenía de fuerzas conservadoras, pero ahora también proviene de lo que se supone son fuerzas “progresistas”, es decir, del otro lado del espectro político. Un “progresismo anticiencia” es un oxímoron, de ahí que toca escribirlo entre comillas. En América Latina hay cada vez más sectores de izquierda anticiencia, sectores oscurantistas influídos por el posmodernismo, el construccionismo social y el denominado “pensamiento decolonial”, que se incrustan en los movimientos identitarios cuyas luchas están más marcadas por el reconocimiento que por las reivindicaciones socioeconómicas.

Este fenómeno es importado, pues tiene su epicentro en Estados Unidos, un país cuya izquierda es de ideología liberal. En esa nación el progresismo liberal, que se enfrenta a una derecha también radicalizada y fuerte, está dividido entre un liberalismo democrático y tolerante y lo que podríamos llamar la “ideología del correccionismo político”, un nuevo radicalismo identitario que ataca la libertad de expresión con lo que se ha dado en llamar “cultura de la cancelación”. Precisamente, La nueva fractura del pensamiento liberal fue el título de una columna donde analicé el tema hace tres años y que sigue vigente (ver aquí).

La prestigiosa revista defensora de la razón y la ciencia, Skeptical Inquirer, trae como tema de portada este mes el siguiente título: The Ideological Subversion of Science (La subversión ideológica de la ciencia). Sin embargo, el artículo principal se refiere específicamente al caso de la biología, donde el asunto está más candente por aquello de la “ideología de género”, y fue escrito por los biólogos Jerry Coyne y Luana Maroja. El artículo, que ha causado tremendo revuelo, ya fue traducido al español y publicado en la revista Pensar. Puede leerse aquí.

El texto tiene dos niveles: uno que muestra el aspecto de la cultura de la cancelación, una persecusión ideológica que recuerda al macartismo, y otro que entra en el análisis de seis ejemplos de penetración ideológica en la ciencia biológica.

Esos seis ejemplos se resumen en las siguientes tesis criticadas por los autores:

1.       El sexo en humanos no es una distribución discreta y binaria de machos y hembras sino un espectro. (Sexo fluído).

2.       Todas las diferencias psicológicas y de comportamiento entre hombres y mujeres se deben a la socialización. (Reduccionismo o construccionismo sociocultural).

3.       La psicología evolucionista es un campo falso basado en suposiciones falsas.

4.       Debemos evitar estudiar las diferencias genéticas en el comportamiento de individuos. (Límites a la genética del comportamiento).

5.       “La raza y la etnia son construcciones sociales, sin significado científico o biológico” (cita directa de los editores del Journal of the American Medical Association).

6.       Las “formas de conocimiento” indígenas son equivalentes a la ciencia moderna y deben ser respetadas y enseñadas como tales. (El famoso tema de los “saberes ancestrales”).

Como se puede ver las seis tesis apuntan a no salirse del redil de lo “políticamente correcto”. El sello ideológico es evidente. Pero lo interesante es -dejando la ideología a un lado- lo que tiene que decir la biología como ciencia acerca de unos puntos de discusión que involucran también a otras disciplinas. Ese debate interno a la ciencia debe propiciarse, no reprimirse. La psicología evolucionista y la genética del comportamiento pueden criticarse, pero no vetarse. La epidemiología y las ciencias forenses necesitan los análisis biológicos diferenciales de grupos humanos (clusters). En fin, los seis puntos deben discutirse con argumentos y evidencias, no con dogmas o imposiciones.

En Colombia el punto 6 que niega la universalidad y objetividad de toda la ciencia desde un cuestionable relativismo es el que más se ha posicionado a nivel oficial, tanto en la administración Duque como en la de Petro, como se puede ver en los enlaces.  (ver entrada anterior en este blog: Minciencias y la polémica de los "saberes ancestrales")

 

 

Trump: enemigo de la ciencia

Publicada el 18 de septiembre de 2020

 

Por primera vez en sus 175 años de historia, la prestigiosa revista Scientific American decidió apoyar a un candidato en el peculiar sistema bipartidista de EEUU (tan peculiar que en 2000 y 2016 ganó el que sacó menos votos).  El hecho es tan insólito que ha repercutido mucho más allá de sus siete millones de lectores.  Puede analizarse en el marco de la coyuntura electoral, pero su carácter extraordinario invita a una lectura más profunda del acontecimiento.

Scientific American, cuya edición en español se titula Investigación y Ciencia, no es cualquier revista.  Se trata de la publicación científica para público amplio más importante del mundo.  Es la cumbre del periodismo científico y en ella han escrito los científicos más brillantes de los últimos dos siglos. Actualmente pertenece a Springer Nature.

El pronunciamiento aparece en el editorial de octubre de 2020 divulgado esta semana y está firmado por los editores en pleno.  En él se evalúa a Trump y su gestión en relación con la pandemia, el sistema de salud, el cambio climático y la transición energética.  Asimismo se evalúa el programa de Joe Biden del Partido Demócrata en los mismos ítems.

Arranca diciendo que “la evidencia y la ciencia muestran que Donald Trump ha perjudicado gravemente a Estados Unidos y a su pueblo debido a su rechazo de la evidencia y la ciencia.  El ejemplo más desvastador es su respuesta inepta y deshonesta a la pandemia de Covid-19 que, para mediados de septiembre, ha costado la vida a más de 190.000 estadounidenses.  También ha atacado a las protecciones ambientales, al sistema de salud, a los investigadores y agencias públicas de ciencia que ayudan a este país a prepararse para sus mayores desafíos”.

El editorial abunda en ejemplos del manejo “catastrófico” de la pandemia por parte de Trump, incluyendo sus mentiras.  Frente a algo tan sencillo y básico como la utilización de mascarillas, el presidente activamente estimuló su no uso.   Su actitud de subestimar la pandemia en vez de controlarla y de ignorar el consejo de los expertos conllevó al rebrote con graves consecuencias económicas y sociales, como el desempleo. Trump mintió al público sobre la letalidad del virus propiciando riesgosos comportamientos de la ciudadanía y dividiendo al pueblo entre los que se toman en serio la amenaza y aquellos que se creen las falsedades del mandatario.  Más allá del virus, Trump ha tratado de eliminar la Ley de Asistencia Asequible y Protección al Paciente sin ofrecer alternativas, ha propuesto recortes multimillonarios a los institutos nacionales de salud, la Fundación Nacional para la Ciencia y los centros de control y prevención de enfermedades.  Así como ataca al sistema de salud ha presionado para eliminar las regulaciones de salud de la Agencia de Protección Ambiental para mayor riesgo de la gente y ha reemplazado a científicos con representantes de la industria en las juntas asesoras de la agencia.  Con su negacionismo del cambio climático Trump ha obstaculizado todo lo que apunte a su mitigación.

En contraste con las duras criticas al aspirante a repetir período, el editorial analiza positivamente el programa de Biden.  Dice que el candidato demócrata, que derrotó a Bernie Sanders en las primarias, “viene preparado con planes para controlar el Covid-19, mejorar el sistema público de salud, reducir las emisiones de carbono y restaurar el rol de la auténtica ciencia en la gestación de políticas públicas”.  Las propuestas de Biden se fundamentan en el conocimiento de expertos, como David Kessler, quien fue director de la FDA, Rebecca Katz, especialista en inmunología de la Universidad de Georgetown University y Ezekiel Emanuel, bioeticista de la Universidad de Pennsylvania. No incluye a médicos que creen en extraterrestres o en falsas terapias desenmascaradas por la ciencia y que Trump tanto elogia.

Los editorialistas de la revista destacan diversos aspectos de las propuestas de Biden en salud, política social y medio ambiente.  En este último tema vale la pena detenerse, pues tiene implicaciones para el resto del planeta.

Biden, dice la revista, planea planea invertir dos billones de dólares en el sector energético libre de emisiones, construir estructuras y vehículos con uso eficiente de energía, impulsar la energía solar y eólica, establecer agencias de investigación para desarrollar la energía nuclear segura y tecnologías de captura de carbono, entre otras acciones.  La inversión generará dos millones de empleos y el plan se financiará –en parte- eliminando los recortes de impuestos con que la administración Trump benefició a las corporaciones.  El 40% de estos desarrollos de infraestructura y energía beneficiarán a comunidades historicamente desfavorecidas.  El editorial reconoce que la implementación de algunos de estos programas del candidato demócrata dependerán de sortear el camino legislativo.

Finalmente el editorial advierte que “Trump y sus aliados” (nótese que se cuida de no mencionar al Partido Republicano como tal) han tratado de crear obstáculos para la votación de noviembre, por lo que invita a los ciudadanos a superar esas trabas y votar.  Y remata: “Es tiempo de sacar a Trump y elegir a Biden, quien tiene una trayectoria de respeto a los datos y a la ciencia”.

Este texto muestra a una sociedad polarizada entre la ciencia y la anticiencia, un fenómeno que de manera menos aguda se manifiesta también en Europa y América Latina.  Lo vemos en Bolsonaro en Brasil y en el anterior gobierno del PP en España.  Pero también en otros partidos y gobiernos, incluso en algunos de izquierda.  Derechas como la trumpista, la uribista o la de Bolsonaro se nutren de oscurantismos religiosos, conspiranoicos y pseudocientíficos.  Pero otros oscurantismos han infiltrado a las izquierdas a partir del posmodernismo, por ejemplo, el construccionismo social y el decolonialismo antioccidental.  Y nunca faltan los que se creen de izquierda pero tragan entero las “teorías conspirativas”, las supersticiones “ancestrales” y las pseudociencias que posan de alternativas al gran capital.

Coletilla: la lección para nosotros es que la educación para la democracia y la educación científica de calidad son una sola.  Con esa premisa debemos repensar una reforma educativa en Colombia.

Jorge Senior

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