Einstein y Gabo:
de genios y gazapos
Columnas selectas sobre
dos íconos de la ciencia y el arte
Publicadas en el portal colombiano El Unicornio
Por Jorge Senior
·
Dos gazapos de García Márquez
o
Publicada
el 6 de marzo de 2022, presenta un doble hallazgo de gazapos y conecta a los
dos genios
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Morir para contarla
o
Publicada
el 22 de junio de 2021
·
Einstein y el dios que juega a los
dados
o
Publicada
el 4 de diciembre de 2022
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Einstein, el sionismo y Palestina
o
Publicada
el 20 de noviembre de 2023
Dos gazapos de García
Márquez
Publicada el 6 de marzo
de 2022
En la Costa Caribe al regalo de
cumpleaños se le dice “la cuelga”. Por
ejemplo, una amiga puede preguntarle a otra, “¿qué me vas a dar de
cuelga?”. La verdad no tengo ni idea de
dónde salió esa folclórica expresión, pues nunca la he escuchado en el interior
de Colombia o en otro país hispanoparlante.
Pues bien, de puro mala gente que
soy, la cuelga que le tengo a Gabriel García Márquez en su cumpleaños 94 es un
par de gazapos que le pillé de casualidad en un escrito juvenil.
El artículo de marras está en el volumen
Textos
costeños, obra periodística 1948-1952.
Se trata de una de esas entretenidas columnas que sobre todo lo divino y
lo humano el joven periodista autodidacta de 25 años publicaba en El Heraldo de Barranquilla con el
título genérico de La Jirafa y bajo el seudónimo Septimus. Cada columna era una pieza magistral, pero el
20 de noviembre de 1952 nuestro autor se metió con un tema cuellón. Ese jueves, en vez de príncipes, piratas o
diablos, el columnista se la dedicó a quien sería declarado 48 años después
como el Personaje del Siglo: Albert
Einstein.
Coincidencialmente, en la primera
Jirafa que publicó en El Heraldo en enero de 1950, Gabo trata el tema del
personaje del medio siglo contrastando la elección de Times, que escogió a
Churchill, con la de la revista colombiana Semana, que escogió a Einstein. El
santo del medio siglo se tituló el breve escrito, en el cual Gabo, como
buen hedonista, se inclina a favor de Churchill y no por Einstein, precisamente
porque de “santo” Winston tenía poco y en cambio el “sabio judío” le parecía un
asceta mitológico, muy alejado del mundo terrenal y humano. Pero
casi tres años después, en la columna novembrina en que descubrí los gazapos,
Gabo no llama a Einstein personaje ni santo, sino “el sabio del medio siglo”. Como nota jocosa, hay otra columna de 1950
donde Gabo acusa al profesor Einstein de “recortar de las revistas la
geométrica figura de Ava Gardner”, mientras que en la de 1952 le atribuye
“decorar sus estudios no con interpretaciones surrealistas de la teoría del
campo unificado sino con fotografías de Lana Turner”. Pues bien, en el mismo párrafo donde se
encuentra esta última frase se halla el par de gazapos.
Esta Jirafa se tituló Einstein
dijo que no, refiriéndose al rechazo rotundo del genio judío a la
oferta de ser presidente del recién inventado estado de Israel. Vale la pena transcribir el párrafo completo
porque es muy divertido y quizás el lector pueda darse también el placer de
gazapear al futuro Nobel.
“Dicen quienes lo conocen que
Einstein participa de las condiciones de nebulosidad que un poco
humorísticamente se le han atribuido a los sabios de todos los tiempos. Y de
las cuales hay numerosos ejemplos en la historia, como aquel famoso de
Arquímedes que salió gritando, desnudo, por las calles de Siracusa, sin que
nadie haya podido entender aún qué papel desempeñaba su desnudez en sus
experimentos. Einstein, desde luego, parece ser un poco más sereno que
Arquímedes. Al menos no hay noticia de que hubiera necesitado estar en cueros
para llegar a la indescifrable conclusión de que el «espacio es infinito pero limitado». Sus entretenimientos parecen
ser de otra clase, como el de maltratar un violín en sus horas de descanso y
decorar sus estudios no con interpretaciones surrealistas de la teoría del
campo unificado, sino con fotografías de Lana Turner. Arquímedes descubrió que
«el volumen de agua desalojada es igual
al del cuerpo sumergido en ella». Einstein, se conforma con bastante menos:
parece haber descubierto que no es necesario sumergir en agua a una artista de
cine, para saber cuál es el volumen de su cuerpo.”
Hasta donde yo recuerdo, según
cuenta la leyenda, Arquímedes salió corriendo desnudo gritando ¡Eureka! porque la idea sobre flotación
de los cuerpos, que después se conocería como “Principio de Arquímedes”, se le
ocurrió mientras flotaba en la bañera meditando sobre la química de la corona
del rey. Eso es tan conocido que no se
entiende que no se entienda –según Gabo- el papel de su desnudez. Pero bueno, eso no es un gazapo. Los dos conejos que saltan a la vista (¿los
pillaron?) son las frases (en negrita) que el cataquero les atribuye a Einstein
y a Arquímedes respectivamente.
La frase correcta de Einstein es
“el espacio es finito pero ilimitado”. Gabo
invirtió los términos y con un doble error de su pluma, o más bien de su tecla,
tornó infinito al universo, pero a la vez limitado. Cayó en la trampa del oxímoron, una figura
literaria que a nuestro escritor siempre le gusta paladear. El 4 de febrero de 1917 Einstein le escribe a
su amigo Ehrenfest y con fino humor le dice que: “he perpetrado algo que me
expone a que me recluyan en un manicomio”.
Se refería a su modelo estático de universo finito pero ilimitado que
expondría el 8 de febrero ante la Academia Prusiana y saldría publicado una
semana después convirtiéndose en el artículo seminal de la cosmología: Consideraciones cosmológicas en la teoría
general de la relatividad.
Por otro lado el principio de
Arquimedes dice que “un cuerpo total o parcialmente sumergido en un fluido en
reposo experimenta un empuje vertical hacia arriba (flotación) igual al peso
del fluido desalojado”. Lo que García
Márquez anota como descubrimiento de Arquimedes es una igualdad previamente
conocida que se refiere al desplazamiento
(volumen desalojado), pero Arquímedes avanzó más allá y propuso su principio
sobre el empuje hidrostático de flotación.
Puedo imaginar al Gabo adolescente en la clase de física del colegio de
Zipaquirá, mientras el profe explicaba el principio de Arquímedes. Escuchó atento la historieta de Siracusa y el
comienzo de la lección, pero su concentración apenas llegó hasta el desplazamiento
del volumen de agua y entonces su imaginación desbordada naufragó en un mar de
ensoñaciones mientras miraba el paisaje neblinoso que se colaba por la ventana.
Morir para contarla
Publicada el 22 de
junio de 2021
Había empezado a leer El
país de las emociones tristes, la obra reciente de Mauricio García
Villegas, cuando en un cruce de caminos se me atravesó un pdf de otro García,
también colombiano, pero no paisa como el primero. Da la causalidad que ambos García nacieron en
el mismo año: 1959, uno en Manizales y el otro en Bogotá (pero con raíz
caribe). Y aunque dedicados a oficios
diferentes, ambos encuentran en las letras la esencia de su trabajo.
En el prefacio, García Villegas
habla mucho de su padre, un liberal escéptico que tomó distancia intelectual de
su devota familia y le abrió a su hijo otras perspectivas. Las emociones tristes a las que hace
referencia el manizalita para diagnosticar a Colombia son las que el judío
Baruch Spinoza estudia en su Ética demostrada
según el orden geométrico: el odio, la venganza, la envidia, la
malevolencia, el desprecio, la animosidad, el resentimiento, la amargura y no
necesariamente la tristeza. Ya habrá
tiempo de comentarlo, cuando termine este texto diletante que intenta
interpretar a nuestro país desde un ángulo poco usual y que me atrajo por su
bibliografía que tiene mucho en común con mis lecturas.
Si yo creyera en el “destino”,
diría que me tenía reservado este encuentro para un fin de semana en el que
-según la publicidad- se celebra “el día del padre” en pleno solsticio. Fue precisamente una promoción de este
festejo comercial el que me apuró a comprar el libro de García Villegas en
rebaja. Y ya lo estaba disfrutando
cuando un fortuito click en el celular me entregó el pdf que me impactó primero
por la velocidad de la pirateada, pues la obra no tiene ni un mes de haber
salido a la luz. Pero el impacto fue
mayor cuando empecé a leerlo. El segundo
apellido del segundo García es Barcha.
Así que infiera el lector de quién es hijo el señor Rodrigo García
Barcha.
Mercedes Barcha murió el 15 de
agosto del año pasado, a la misma edad y en la misma casa en la cual, en 2014,
murió Gabriel García Márquez, su marido durante 56 años y 27 días. El libro de su hijo Rodrigo se titula Gabo
y Mercedes, una despedida. Es la
historia de la agonía y de la muerte del genio que parió a Macondo. Y Mercedes tuvo que morir para que Rodrigo
pudiera contarla. Así lo imponía un
acuerdo que tenían.
Una historia magna no se puede
leer en un vil e indigno pdf. Por tanto
fui a adquirir el libro y lo devoré de un tirón, pero sin prisa, saboreando
cada viñeta. Es una edición de lujo a un
precio muy asequible: pasta dura, papel grueso, fotos a color, aroma
exquisito. Una obra de colección. El texto es corto, pero profundamente
conmovedor. Narra la experiencia íntima
de Rodrigo al rememorar los últimos años y los últimos días de su padre, a
medida que pierde la memoria, la demencia senil evapora su identidad y su yo lo
abandona, hasta que una compasiva enfermedad terminal lo devuelve a la nada. Si yo pensaba paladear emociones tristes por
cuenta de García Villegas, resultó ser García Barcha quién me proveyó de una
sobredosis casi letal en 32 cápsulas compactas, el mismo número de guerras que
peleó el Coronel Aureliano Buendía, todas inevitablemente perdidas, como
inevitable es la derrota de la vida cuando llega la hora de la muerte.
“Mi padre se quejaba de que una
de las cosas que más odiaba de la muerte era el hecho de que sería la única
faceta de su vida sobre la que no podría escribir”. Le correspondió al hijo la
difícil e ingrata tarea y cumplió a cabalidad.
Nos deja una obra con evocaciones y remembranzas, aspectos íntimos y
desconocidos del hombre de familia que la fama no deja ver y un relato
estremecedor del desgarramiento y la agonía de un cerebro maravillosamente
dotado de superpoderes creativos a medida que se desmorona como la casa en que
Aureliano Babilonia lee los pergaminos de Melquíades.
Primero empezó el viento, tibio,
incipiente, lleno de voces del pasado, de murmullos de geranios antiguos, de
suspiros de desengaños anteriores a las nostalgias más tenaces. Luego la peste del olvido se alió con la
potencia ciclónica del tiempo, arrancó los quicios de las puertas y las
ventanas, descuajó el techo de la galería oriental y desarraigó los cimientos
de su mente prodigiosa. Pero en sus
lectores, Macondo sobrevive más allá del pavoroso remolino de polvo y escombros
centrifugado por la cólera del huracán bíblico.
Dice el lema de El
Unicornio que la realidad supera la fantasía. En la sobria narración de Rodrigo no podían
faltar los detalles extraños, un pájaro que se cita con la muerte, un sillón
que se viste de arco iris. Todo
transcurre en la casa familiar en México, el país que los acogió en el exilio y
tan macondiano como el Caribe colombiano.
Enrique Santos Calderón, gran
amigo de Gabo desde los tiempos de la revista Alternativa, estuvo en el funeral
acompañado de su hermanito menor, a la sazón presidente de la república. Cuenta Rodrigo que Santos calificó a Gabo
como “el colombiano más grande que jamás haya existido”. Quizás tenga razón. En la Historia
intelectual del siglo XX, la monumental obra de Peter Watson, el único
colombiano que aparece es Gabo y le dedica cuatro páginas, uno de los acápites
más extensos dedicado a un solo personaje.
Espero que disfruten la tristeza
inmensa de esta lectura que desde la vorágine de la muerte nos reconcilia con
la vida.
Coletilla: como nada es perfecto
en la página 56 me pillo un gazapillo.
Las cuentas de Rodrigo no cuadran cuando dice “El día de su boda,
cincuenta y siete años y veintiocho días antes de este momento…”. El momento es el 17 de abril de 2014, a la
hora de la última inspiración, y la boda fue en Barranquilla, el 21 de marzo de
1958, según la foto que aparece en la última sección.
Einstein y el dios que
juega a los dados
Publicada el 4 de
diciembre de 2022
Hace 96 años, el 4 de diciembre
de 1926, Albert Einstein escribía una de las cartas más famosas de la historia.
Era el momento del boom de la
mecánica cuántica y la carta iba dirigida a su amigo Max Born, el abuelo de la
cantante recientemente fallecida Olivia Newton John, a quien casi todo el mundo
recuerda por su baile con John Travolta.
En esa misiva, el físico judío
nacido en Alemania pero de nacionalidad suiza, escribió:
“La mecánica cuántica es
ciertamente imponente. Pero una voz interior me dice que aún no es la verdadera
solución. La teoría dice mucho, pero apenas nos acerca al secreto del ‘viejo’.
Yo en todo caso estoy convencido de que él no tira los dados”. De aquí salió la atribución a Einstein de la
frase “Dios no juega a los dados”. Es
cierto que al hablar del ‘viejo’, el gran físico está usando una doble metáfora
para referirse coloquialmente a la idea de Dios, pero esta idea es, a su vez,
una manera metafórica de referirse al orden racional del universo.
En efecto, Einstein no era
creyente en lo que se refiere al dios judeocristiano, un dios-persona con
características antropomórficas. Lo dijo
muchísimas veces: “Creo en el dios de Spinoza que se manifiesta en la armonía
de todo lo que existe y no en un dios que se ocupa del destino y los actos del
hombre” (1929). En 1954 escribió: “No
creo en un dios personal, nunca lo he negado y siempre lo he dicho con toda
claridad. Si hay algo en mí que pueda llamarse religioso, es mi admiración sin
límites por la estructura del mundo hasta donde la ciencia nos lo puede
develar”.
Ahí ya está esbozando lo que hoy
denominaríamos una deconstrucción de la religiosidad. En una carta expresa: “No
he podido encontrar mejor término que el de ‘religioso’ para designar aquella
confianza en la naturaleza racional de la realidad en tanto asequible a la
razón humana” (1951). En diversos momentos habla del “sentimiento cósmico
religioso” para referirse al asombro y a la emoción de maravillarse ante la cognoscibilidad del
mundo. ¿Misticismo? ¡Para nada! Lo dice
bien claro en una cita que mencionan Dukas y Hoffmann: “Jamás le he atribuido a
la Naturaleza ningún propósito ni meta, ni nada que pueda parecer
antropomórfico. Lo que veo en ella es una maravillosa estructura que sólo
podemos comprender de modo muy imperfecto y que es capaz de embargar a una
persona pensante de un sentimiento de humildad. Se trata de un genuino
sentimiento religioso que no tiene nada que ver con el misticismo”.
Podemos ratificarlo en otra cita
textual: “Mi punto de vista se aproxima al de Spinoza: admiración por la
belleza y la creencia en la sencillez lógica que subyace al orden y a la
armonía que humilde e imperfectamente alcanzamos a conocer. Creo que debemos contentarnos
con nuestro deficiente conocimiento y comprensión y lidiar con los valores y obligaciones morales como un asunto
estrictamente humano”. Para Einstein la creencia metafísica en una divinidad
que sustente la moralidad, como lo propone la religión, es inaceptable: “No
creo en la inmortalidad del individuo y considero, además, que la ética es un
asunto enteramente humano, desprovisto de toda autoridad sobrehumana que la
respalde” (1955).
De las religiones Einstein
rechaza su contenido mítico, su dogmatismo y autoritarismo, aborrece esa
primitiva idea del premio y el castigo, con su viejo truco de manipular el
miedo, y como vimos, niega la moral sobrehumana, trascendental. Einstein, el
físico, es fiel a Spinoza, el filósofo. El físico apátrida es racionalista,
determinista e inmanentista como el filósofo neerlandés, que identificaba a
“Dios” con la Naturaleza, descartando al dios-persona antropomórfico, por lo
que fue expulsado de la comunidad judía de Amsterdam.
Al adoptar esa visión filosófica
Einstein va estrellarse de frente contra la física cuántica, de la cual él puso
la “primera piedra” en 1905, aprovechando una idea matemática que cinco años
antes había utilizado Max Planck.
Y aquí llegamos al verdadero
sentido de la frase “Dios no juega a los dados”, que nada tiene que ver con
religión, sino con la defensa del racionalismo y el determinismo, en contravía
de su amigo Max Born, de Heisenberg y sobre todo del danés Niels Bohr. Pocos meses después de la carta que
conmemoramos en esta columna, en Bruselas, tendría lugar el inicio del más
profundo debate filosófico de la historia, el pugilato intelectual entre
Einstein y Bohr, un combate entre dos filosofías que sigue sin resolverse, así
algunos digan que los trabajos premiados con el Nobel de Física este año 2022
resolvieron esa disputa (ver columna).
En 1927 Richard Feynman era
apenas un niño, pero sumaría muchas historias en las décadas posteriores. Él
clasificaba a los científicos en dos categorías: los babilonios y los griegos,
aludiendo a ciertas características de las elaboraciones teóricas de estos
pueblos. Él mismo era un ‘babilonio’, al
igual que Bohr, mientras que su compañero y archirrival, Murray Gell-man, era
un ‘griego’, como Einstein. La
diferencia se ilustra en una frase de Bohr en respuesta a la einsteniana “dios
no juega a los dados”. Dijo el danés:
“Einstein: no le digas a dios lo que tiene que hacer”. Es decir, la filosofía de sabor empirista de
los ‘babilonios’ se limita a los datos que nos da la naturaleza. Los ‘griegos’, en cambio, son racionalistas
como Spinoza y Einstein. Irónicamente tienen una fe irracional en el orden
racional del universo. Por ejemplo, creen que la elegancia matemática es una
buena guía para hacer descubrimientos. Y
hoy tenemos a muchos físicos teóricos perdidos en el laberinto de la teoría de
cuerdas.
Einstein nunca aceptó la mecánica
cuántica como una teoría completa. Hoy
tenemos nuevas maneras de entender el determinismo, pero en la versión de
Einstein el determinismo implica el imperio absoluto de la ‘ley de la
causalidad’. Nada escapa a las cadenas
de causas y efectos. Ni siquiera existe el libre albedrío. Las teorías
cuánticas con su fundamento probabilístico parecen decirnos otra cosa.
Poco antes de morir Einstein, su
amigo Max Born fue premiado tardíamente con el Nobel de Física. Al otorgárselo, el comité Nobel se la jugó
por los dados.
Einstein, el sionismo y
Palestina
Publicada el 20 de
noviembre de 2023
El conflicto en el territorio
palestino está en el orden del día de la atención global por un nuevo episodio
de crisis. Una pugna geopolítica y étnico-religiosa que no empezó con la
incursión militar de Hamas el pasado 7 octubre, sino que tiene una larga
historia de décadas, desde la posguerra mundial y más atrás, con antecedentes
desde el siglo XIX y comienzos del siglo XX.
Precisamente, pocos años después
de la finalización de la Gran Guerra en 1918, cuando el Imperio Otomano perdió
los territorios que dominaba en el Medio Oriente y las potencias occidentales
se lo repartieron con un mandato británico y otro francés, Palestina recibió un
extraordinario visitante: nada menos que Albert Einstein, el sabio judío de 43
años que acaba de saltar a la fama internacional. Dicha visita transcurrió del
2 al 14 de febrero de 1923. El 8 de febrero fue proclamado el primer ciudadano
honorario de Tel Aviv. Básicamente Einstein fue a reunirse con la comunidad
judía de Palestina, así como lo haría con comunidades judías de muchos otros
lugares del mundo durante los años 20.
Al cumplirse un siglo en este año
de esa única visita de Einstein a Palestina y en el contexto de un conflicto
agudizado por estos días, vale preguntarse cuál fue la relación de Albert
Einstein con el sionismo a lo largo de su vida.
Einstein nació en 1979 en el
pueblito de Ulm, a la ribera del río Donau, en el Reino de Würtemberg, suroeste
del Imperio Alemán. Hijo mayor de una pareja de judíos asimilados, no
practicantes de la religión hebrea, presuntamente ateos. Su familia pronto se
mudó a Munich. A los 12 años tuvo un período de intensa religiosidad que sólo
duró unos meses, hasta que encontró la geometría de Euclides como nueva pasión.
Su preparación para el Bar Mitzvah no
concluyó y nunca celebró ese rito judío.
Cuando la familia se trasladó a
Italia por razones económicas, el joven Albert se quedó en Munich y con apenas
15 años empieza a tomar decisiones autónomas sobre su vida. Una de ellas fue
salirse del colegio y la otra fue renunciar a la nacionalidad alemana. El
adolescente aborrecía la educación autoritaria, el militarismo alemán y para
nada quería prestar el servicio militar. Durante cinco años fue apátrida, hasta
que obtuvo la nacionalidad suiza en 1901.
En la breve narración anterior se
observan varios rasgos sobresalientes de Einstein: autonomía e independencia de
criterio, enemigo de la autoridad y del nacionalismo, distancia de la religión
(ver aquí),
inagotable pasión por la ciencia. Nada parece presagiar que al final de su vida
llegara a escribir: “mi relación con el pueblo judío ha sido el más fuerte de
mis vínculos humanos”. Una afirmación que hace parte de su carta rechazando la
Presidencia de Israel en 1952.
¿De dónde nace entonces su fuerte identidad judía? Surge de su
vivencia en Berlín, una experiencia que abarca el período 1914 – 1932, es
decir, desde el inicio de la primera guerra mundial hasta la llegada de Hitler
al poder por vía electoral.
Einstein revolucionó la física en
tres campos diferentes en 1905 -el año maravilloso- con apenas 26 años. A
partir de ahí su carrera despega, no sin dificultades, pero cuando llega a
Berlín en 1914 ya es un físico de primer nivel. Y como si fuera poco, en menos
de dos años logra una de las mayores hazañas intelectuales de la historia: una
nueva teoría de la gravedad, la Relatividad General. En Berlín su recuperación
de la nacionalidad alemana es un resultado implícito y un tanto ambiguo de su
contrato, no algo formalizado, mientras que mantiene su nacionalidad y pasaporte
suizo con el cual viaja.
Durante la guerra y a pesar de su
intenso trabajo, Einstein ejerce un activismo sosegado pero firme a favor del
pacifismo y en la posguerra a favor del desarme, siempre en contra del
armamentismo. Terminada la guerra, el antisemitismo empieza a desbordarse en
Alemania. Einstein lo vivió en carne propia. Como judío en situación
privilegiada Einstein siente la necesidad de solidarizarse con “su pueblo”, con
“su tribu”, que la están pasando mal. Pero también le repugna la actitud de
judíos alemanes asimilacionistas, que tratan de mimetizarse en la sociedad
alemana y se creen superiores a los judíos de Europa Oriental que vienen
huyendo de los pogromos, las persecusiones antisemitas. Él considera que eso es
indigno, lo cual no deja de ser curioso si recordamos que sus padres eran ese
tipo de judíos.
La mirada del otro nos determina.
Einstein explica que los judíos se autopercibían como una comunidad religiosa
en el siglo XIX, pero que el antisemitismo genera una identidad étnica, racial,
como un pueblo extranjero, aunque provenga de varias generaciones en Alemania.
La respuesta dialéctica es el ascenso del sionismo, un movimiento identitario
de resistencia surgido a finales del siglo XIX.
En 1919 pasan muchas cosas en la
vida de Einstein. Se divorcia, se vuelve a casar, la predicción de su teoría se
confirma en mediciones de astrónomos ingleses, la prensa de Londres y New York
convierten al físico en una superestrella de fama mundial. Empieza la leyenda
del gran genio. Kurt Blumenfeld, líder del sionismo, logra sonsacar la
colaboración de Einstein para el proyecto de una Universidad Hebrea en
Jerusalem, que el científico acoge con entusiasmo. En 1921 Einstein se embarca
con Chaim Weizmann, otro líder sionista y quien será el primer presidente de
Israel, en un viaje a Estados Unidos a recoger fondos. La recepción es
multitudinaria en las ciudades norteamericanas, un fenómeno de masas sin
precedentes.
Einstein, el pacifista, se vió
impelido a escribir una carta a Roosevelt en 1939 sobre las posibilidades de
una nueva arma con energía nuclear, para ganarle la carrera a los nazis. De
modo similar, Einstein el antinacionalista y humanista, asumió cada vez más la
identidad judía como pueblo, con un sentido moral, pero colaboró con el movimiento
sionista que entendía esa identidad de un modo nacionalista. En octubre de 1919 le escribió al físico Paul
Epstein: “uno puede tener una mentalidad internacionalista sin perder la
preocupación por los miembros de la tribu”.
Einstein nunca perdió su independencia.
En su momento chocó con las visiones militaristas y nacionalistas en el
sionismo: no estaba de acuerdo con un Estado nacional judío. El mismo día del
“bogotazo” en Colombia, 9 abril de 1948, colonos judíos cometieron la masacre
de Deir Yassín; Einstein calificó de “criminales” y “bandas terroristas” a sus
autores. Su visión utópica de hogar judío en Oriente Medio era un acuerdo
árabe-judío por la independencia de Palestina frente al mandato británico, un
Estado pluri-nacional de convivencia entre diversos grupos humanos. Su mayor
temor era que sucediera una guerra intestina entre pueblos hermanos, una
vorágine de violencia. Sin embargo, en 1948, tras los horrores del Holocausto,
terminó aceptando la realidad del nuevo Estado de Israel. Se equivocó en su
ingenuidad, pues sus peores temores se convirtieron en realidad en las
siguientes décadas hasta hoy.
Nota Bene: Considerar a
Einstein como un creyente religioso porque hablaba de “Dios” o “el Viejo” o
considerarlo un sionista recalcitrante con la extremista y violenta connotación
actual, son dos gazapos protuberantes y descontextualizados a la hora de
entender al complejo ser humano. Espero que las dos columnas anteriores brinden
una mejor comprensión de sus ideas.
Adendo
Incluyo de ñapa una breve entrada
que publiqué en el blog La Mirada del Búho bajo el título Las
dudas de Einstein. Para armonizar con la presente recopilación
modifiqué el título.
Los “gazapos” de
Einstein
1.
Expansión del universo: pudo predecirla en 1916,
pero prefirió rechazarla; luego la aceptó en 1931.
2.
Ondas gravitatorias: las predijo en 1916, trató
de negarlas en 1937, luego las retomó.
3.
Ecuaciones de campo de TGR no admiten soluciones
sin materia: porfió que así era en 1916, frente a De Sitter; finalmente terminó
aceptando que sí eran factibles soluciones sin materia y dijo adiós al
principio de Mach.
4.
No hay nada más abajo del radio de Schwarzchild,
es decir, no existen los agujeros negros. Se equivocó, pero su teoría tenía
razón.
5.
Las ecuaciones del campo gravitatorio no pueden
ser plenamente covariantes: tesis sostenida en el Entwurf de 1912 y 1913 (a regañadientes), pero afortunadamente
abandonada en octubre de 1915.
6.
Las ecuaciones de campo permiten un término
cosmológico (constante cosmológica): lo incluyó en 1916 y 1917, para luego
abandonarlo. Sin embargo, científicos
posteriores resucitarían la idea. Es falso que Einstein lo haya considerado “el
mayor error de su vida”. Esta atribución inexacta fue probablemente un invento
de Gamow.
Jorge
Senior
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