El Nuevo Mundo y el Viejo
Mundo: un choque biológico y cultural
Columnas selectas sobre la historia humana alrededor
de 1492: desde los tiempos precolombinos hasta la invasión conquistadora
europea, publicadas en el portal colombiano El
Unicornio en 2020 y 2021.
Por Jorge Senior
De la serie Buhografías
En esta entrada del blog se recopilan cuatro columnas que
coinciden con la época de la pandemia y del estallido social en Colombia. En
otra entrada recopilaremos las columnas referentes a los denominados “saberes
ancestrales” y también al “pensamiento decolonial”. Es claro que hay una
conexión entre ambos temas.
Abordo la temática desde el enfoque científico y el
pensamiento crítico en el marco de la Gran Historia o Big History. Esto implica priorizar la verdad objetiva sobre
cualquier narrativa identitaria y tomar distancia frente al subjetivismo que se
refleja en forma de romantizaciones o idealizaciones, así como de maniqueísmos
y anacronismos.
Contenido de esta entrada:
·
Elogio
de Cristóbal Colón (octubre 10/ 2020)
·
Ni
leyenda rosa ni leyenda negra (julio 21/ 2021)
·
¿Por
qué fue tan débil la resistencia indígena? (octubre 12 de 2021 y 2022)
·
Historia
milenaria en territorio colombiana (septiembre 13/ 2021)
Elogio de Cristóbal
Colón
Publicado el 10 de
octubre de 2020
El descubrimiento de América se
produjo a finales de la edad de hielo, cuando pueblos del noreste asiático
atravesaron Bering y se instalaron en Alaska sin perder contacto con su
continente de origen. Con el cambio
climático pasaron dos cosas: quedaron aislados de Asia y se facilitó el paso de
los obstáculos montañosos para avanzar hacia el sur. Como sucedió en otros lugares, la llegada del
Homo Sapiens coincidió con la extinción de la megafauna, motivo para una
sospecha que no hemos podido probar: nuestra responsabilidad en tales
extinciones.
Desde hace unos 14 mil años la
humanidad quedó partida en dos: el Viejo Mundo y el Nuevo Mundo. La cultura humana evolucionó en forma
paralela durante milenios en un extraordinario experimento natural. Asombra la
similitud: de ambos lados surgieron grandes civilizaciones agrarias, se
desarrollaron el comercio, la guerra y la esclavitud, se domesticaron animales
y se contruyeron ciudades con edificaciones y calles. También se organizaron sistemas hidráulicos, se
aprendió el manejo de metales, matemática y astronomía de posición, se
erigieron pirámides, se inventó la escritura, progresó la navegación y se
forjaron grandes imperios. Una
diferencia fue la rueda, que en América sólo se usó en juguetes. Hubo también desastres ambientales, epidemias,
sacrificios humanos, canibalismo, homicidios, violaciones, división en clases
sociales, dominación, chamanismo y creación de fantásticas narrativas
imaginarias, mitologías religiosas.
Era inevitable que los dos mundos
se encontraran cuando la expansión del comercio llevara a un potente desarrollo
de la navegación. Hace tres mil años
pueblos del sureste asiático lograron colonizar las islas del Pacífico sur, una
hazaña de navegación asombrosa. Y por
esa misma época el Mediterráneo y el Índico ya empezaban a ser traficados por
barcos comerciantes o guerreros. No
sorprende entonces que hace mil años los vikingos llegaran a América y se
produjera el primer encuentro de los dos mundos. En esas primeras escaramuzas los del viejo
mundo perdieron y el intento abortó. Fue
cuestión de logística y medio ambiente. No había ímpetu comercial en juego.
A fines del siglo XV del
calendario cristiano el encuentro sería a otro precio. En los siglos inmediatamente anteriores la
ruta de la seda se había convertido en el eje vertebral de un gran sistema
comercial que abarcaba Eurasia de extremo a extremo y también incluía al norte
y oriente de África. El comercio
alcanzaba máximos históricos y las técnicas de navegación se innovaban con
múltiples tipos de embarcaciones y velámenes.
La selección natural había hecho su trabajo por medio de la peste
bubónica. Repúblicas urbanas, como
Venecia, eran epicentro de un incipiente capitalismo comercial y bancario.
Portugal se lanzó a la
exploración de la costa occidental africana desde 1430 y medio siglo después ya
había llegado al Asia Oriental circunnavegando África y atravesando el Índico.
Navegantes portugueses también intentaron la ruta occidental, pero fracasaron. España se insinuaba como potencia al unificar
sus reinos, expulsar a los moros, incursionar en el sur de Italia y norte de
África. Ambos países ibéricos tenían momentum económico, político y militar
para la expansión. Con Colón o sin Colón,
la exploración de la mar Océana había comenzado con Las Canarias y otras islas
y era indetenible. Sólo era cuestión de tiempo que se realizaran nuevas
intentonas de exploración del globo hacia occidente, en cuyo caso, aunque ellos
no lo supieran, el tropezón con ese continente desconocido en la mitad del
camino era inevitable.
Colón no descubrió la redondez
del mundo, ni fue el primero en pensar o intentar la ruta occidental. No inventó el comercio de esclavos africanos
(ya existía desde antes por desierto y por mar, con comerciantes africanos en
primera instancia) ni visionó descubrir un nuevo mundo. La historia no es el producto de individuos
superdotados sino de procesos sociales colectivos. El genovés no fue la causa de la exploración
y la consiguiente invasión del nuevo mundo.
Su hazaña no fue la originalidad de la idea sino ser el primero, como
líder expedicionario, en tener éxito en el reencuentro inevitable de dos
mundos. Un logro de dimensiones
colosales que fue producto múltiples talentos y, como siempre en el contexto
humano, del azar.
Cristóbal Colón era un hombre de
su época, con la mentalidad, las creencias y la cosmovisión de la sociedad que
lo parió y lo crió. Los que abordan el
estudio del pasado con gafas ideológicas, politizando y moralizando la
investigación histórica, hacen mala historia y mala política. Y hacen pseudociencia. La política y la moral son inseparables del
contexto, no sobrevuelan por encima de la historia de manera anacrónica. Los
juicios retroactivos carecen de sentido, sólo sirven para la manipulación de
las pasiones.
No caemos en la hipérbole si
decimos que el 12 de octubre de 1492 la historia de la humanidad se partió en
dos, cuando lo que estaba partido en dos durante 14 milenios volvió a unificarse.
Esa reunificación de la especie humana fue
trágica, dolorosa, ya lo sabemos, y también tremendamente dinamizadora del
progreso humano. Si conocemos la
historia milenaria del Homo Sapiens no debe extrañarnos lo que sucedió en el
siglo XVI. Fue más de lo mismo, pero a
mayor escala. De ahí surgió el mundo
moderno actual. Y nosotros, los
mestizos, no existiríamos sin ese crisol de pueblos. Hace 528 años aconteció el hecho más
importante de la historia humana que podamos fechar con total precisión. ¿Podremos acaso olvidar a su protagonista
principal? Nuestro país honra su nombre
y tú lo celebras en cada gol de la selección.
Ni leyenda rosa ni
leyenda negra
Publicada el 21 de
julio de 2021
El Paro Nacional ha dejado muchas
experiencias y es importante que toda la ciudadanía que ha participado o
apoyado la protesta desarrolle ejercicios colectivos de reflexión y evaluación,
para que, como sociedad civil, avancemos en aprendizaje y organización. Hace unos días me puse en esa tarea y esta
columna surge de ese ejercicio.
Unos de los acontecimientos
producidos en el marco de la movilización social fue la destrucción de la
centenaria estatua de Cristóbal Colón en Barranquilla, una ciudad comercial,
portuaria y cosmopolita, totalmente diferente
a las ciudades coloniales, como Popayán –por ejemplo- cuya historia está ligada
a la servidumbre y el esclavismo. Este
monumento era una obra artística en mármol de carrara, donada por inmigrantes
en el siglo XIX y hacía parte de la ruta cultural del MAMB.
Como escribí en este
mismo espacio de El Unicornio,
Barranquilla vive un boom del cemento, pero una debacle en la cultura bajo
responsabilidad del gobierno local. Así
que este columnista mal podría apoyar la destrucción del patrimonio cultural de
la ciudad en que nací y con la cual tengo un fuerte sentido de
pertenencia. Durante 130 años esta obra
de arte fue parte del amoblamiento urbano sin que se desatara polémica alguna
sobre su existencia o ubicación. Su
destrucción fue un acto impositivo de un pequeño grupo de jóvenes activistas
que, como suele suceder, imitan las actuaciones que se ponen de moda en otras
partes del mundo, sin cuestionarse las particularidades de cada caso.
En la consiguiente polémica que
se desató después de los hechos, y no antes como ha debido ser, muchos tildaron
de vándalos a los muchachos, sin mayor análisis ni investigación. Por mi parte, a pesar de que el grupo no sacó
ni siquiera un comunicado explicativo o justificatorio, considero con
fundamento que fue un acto político –así fuese erróneo- alimentado por un
discurso ideológico que viene circulando en la academia y en la izquierda. Es decir, detrás del hecho hay ideas. Y las ideas hay que debatirlas y
confrontarlas con argumentos. Una vez
más invoco el llamado de Kant al uso público de la razón, médula de la
democracia.
En ese sano espíritu desafié a
los muchachos a un debate público y lo llevamos a cabo justo en el lugar donde
estaba la estatua, rodeados de atentos policías. Mi objetivo era doble: por un lado escuchar
de viva voz el pensamiento que cierto activismo juvenil viene interiorizando y,
por el otro, sembrar la inquietud de un punto de vista diferente al que ellos
viven cotidianamente expuestos dentro de su burbuja. Hago la salvedad de que mi punto de vista
histórico–crítico también sintoniza con la izquierda, pero con una visión
progresista, no antimoderna ni decolonial.
De los argumentos que los
activistas sustentaron hice una apretada síntesis que puede leerse aquí,
pero ahora quiero concentrarme en la idea central que enfrenta a la leyenda rosa con la leyenda negra, un doble error garrafal.
La leyenda rosa cuenta la
invasión como un “descubrimiento” que permitió llevar la civilización y la
salvación cristiana a unos salvajes con taparrabo. Pero esa historia acrítica, edulcorada,
eurocéntrica y altamente ideologizada fue superada hace décadas por la
historiografía científica desarrollada sobre todo en la segunda mitad del siglo
XX. En Colombia, por ejemplo, la Nueva
Historia surgió con fuerza desde los años 70, generó abundante bibliografía
sobre el pasado de nuestro país y el continente e impactó hasta los manuales
escolares. Se pasó de una historia de
héroes y acontecimientos idealizados a una historia de procesos sociales
objetivos con los pueblos de protagonistas.
Esto llevó al periódico El Tiempo a sacar un editorial sobre el
“adoctrinamiento marxista” en el magisterio y en las escuelas. Pero la Nueva Historia, que llegó hasta la
producción bibliográfica de Colcultura y el Banco de la República, continúa su
profundización hasta el día de hoy.
Lejos de ser un asunto parroquial, sindical o político, ese cambio
refleja el desarrollo de la historia como ciencia en el mundo.
El primer gran error, entonces,
es creer que la leyenda rosa sigue vigente o es la versión oficial. Creer tal cosa es desconocer e irrespetar el
trabajo de los historiadores (y de otras ciencias sociales). El segundo error, aún más grave, es oponerle
una leyenda negra no menos mentirosa. En
esta versión de telenovela los indígenas son ángeles sabios que vivían en un
paraíso, absolutamente idealizados, y los españoles son demonios, cuyas
acciones atroces son producto de la pura
maldad, no de fuerzas sociales objetivas. Es una visión moralista y maniquea que oculta la realidad prehispánica del Nuevo Mundo, que
era asombrosamente parecida a la de Eurasia, con todas las características de
la especie humana. También oculta el
hecho de que muchos pueblos indígenas se aliaron con los invasores para
combatir a los imperios, como el mexica o el inca, que los oprimían. Y olvida que la mayor mortandad se produjo
por los gérmenes traídos por los invasores. O se pasa por alto que en la luchas
por la independencia, ya en el siglo XIX, los indígenas en el sur de la Nueva
Granada pelearon del lado español. He
ahí una pequeña muestra de que la historia de esa invasión que partió en dos la
historia de la humanidad (ver aquí por qué),
si bien fue violenta y trágica, es mucho más compleja que la leyenda
negra. Y la mayoría de nosotros, los
colombianos mestizos, somos su producto, sus descendientes.
Se estudia la historia para
comprender el pasado, no para justificarlo o hacer juicios morales
extemporáneos insuflados de indignación virtuosa. Aplicar la moral de hoy, los valores actuales
o las categorías jurídicas actuales a las actuaciones humanas del siglo XV o
XVI es caer en un grave error de anacronismo,
un sesgo que impide entender el pasado, pero que es usado por algunos para
encender pasiones con fines políticos.
Por muy nobles que sean esos fines, eso es manipulación demagógica. ¿Será que el fin justifica los medios?
¿Por qué fue débil la
resistencia indígena?
Publicada el 12 de
octubre de 2021 y 2022
La historia del contacto en aquel
lejano octubre entre los pueblos de lado y lado del Atlántico ha hecho correr
tantos ríos de tinta como sangre irrigó las tierras del Nuevo Mundo hace cinco
centurias. Y aún hoy, desde las
ideologías del presente, se mitifica el pasado, se idealizan o demonizan
protagonistas, se distorsiona la historia, se inventan cifras y se fabrican
relatos revisados a la luz de los pasionales intereses del momento en todo el
espectro político y en los grupos de presión organizados. Cambiar la verdad por la leyenda en aras de
la justicia es una inconsecuencia total.
Y peor aún si se trata de una lente moral maniquea y anacrónica que
convierte la historia en fábula.
Afortunadamente desde hace varias
décadas, la historia como ciencia social ha madurado de manera acelerada con el
apoyo de la arqueología, las ciencias naturales y las poderosas tecnologías que
permiten conocer el pasado con una profundidad y un detalle inimaginable hace
medio siglo. Clima, flora, fauna,
enfermedades, técnicas, agricultura, metalurgia, orfebrería y en general la
cultura material, revelan desde el nivel molecular sus secretos ocultos durante
siglos. Los métodos y técnicas de
investigación se han ampliado y perfeccionado.
Ya no se depende sólo de archivos para hacer investigación
histórica.
El resultado es que podemos
conocer con rigor científico aspectos fundamentales del pasado anterior y
posterior a 1492 basados en evidencias, arrinconando la especulación y
limitando la interpretación subjetiva a los simples detalles. A medida que avanza el conocimiento se va
dilucidando el misterio de la enorme facilidad con que los invasores se
impusieron en el continente que atraviesa el hemisferio occidental en forma vertical,
casi de polo a polo.
La hipótesis tradicional se
enfocaba en la superioridad militar: armas de fuego, espadas y armaduras de
acero, caballos y perros mastines, barcos de velas y tácticas fogueadas en mil
guerras. Sin embargo, tal idea resultaba
verdaderamente increíble dada la inmensa superioridad numérica de los indígenas
que hace 530 años superaban los 50 millones según estimaciones conservadoras,
mientras que las coronas europeas enviaron apenas unas cuantas decenas de miles
de marinos y aventureros de las que podríamos llamar clases “medias y bajas” de
la época.
Cuando las proporciones rondan
mil contra uno, no hay arma de fuego que valga.
Por cierto, esas armas eran primitivas todavía, engorrosas de recargar,
vulnerables a la humedad, por lo que su mayor efecto fue psicológico, al
comienzo. Los españoles, por ejemplo,
pronto abandonaron las incómodas armaduras en el calor del trópico y
prefirieron pecheras gruesas de algodón para protegerse de flechas y
lanzas.
Sin duda, el arma principal de
los ibéricos fue la política. Explotaron a fondo la desunión, las pugnas y
las contradicciones entre los pueblos dominantes y los oprimidos. Y no sólo eso, también explotaron las
rivalidades al interior de cada imperio dominante, caso de los incas y los
mexicas. De ahí que en las batallas, el
grueso de las tropas que comandaban los jefes invasores estaban conformadas por
miles y miles de indígenas aliados. Los
imperios centralizados de mesoamérica y los Andes no fueron atacados por
sorpresa, pero se derrumbaron como un castillo de naipes, gracias a una táctica
de gran audacia que los españoles supieron aprovechar: capturar la cabeza. El centralismo los hizo vulnerables. En contraste, pueblos menos organizados
ofrecieron más resistencia –como los Karib- y eran más temidos por los
españoles.
No obstante, la política tampoco
es suficiente para explicar el repetido patrón de colapso. Y en el plano cultural no es que hubiese una
clara superioridad europea, todavía premoderna, excepto quizás en la escala, en
el cosmopolitismo, que les permitía entender mejor el hecho histórico que
estaba aconteciendo.
Aquí es donde entra en escena la
investigación científica para resolver el enigma. Por ejemplo, con el seminal trabajo de Henry
F. Dobyns publicado en 1963 con el título An
Outline of Andean Epidemic History to 1720, fue posible empezar a
dimensionar el brutal choque biológico del contacto entre dos mundos que
estuvieron separados por más de 14.000 años y que inevitablemente tendrían que
reencontrarse cuando las condiciones tecnológicas y socioeconómicas estuvieran
dadas. Esta línea de investigación
iniciada por Dobyns ha sido ampliada y reforzada por numerosas investigaciones
posteriores que muestran la inédita catástrofe epidemiológica que significó el
contacto, en un patrón que se repite desde la Patagonia hasta Terranova.
A lo largo del siglo XVI la
población indígena disminuyó vertiginosamente.
La viruela fue el principal asesino, pero no el único. Cuando Cortés y
Pizarro llegaron al territorio de las civilizaciones mexica e inca, ya la
viruela les había antecedido. Luego, el
Tahuantinsuyo tuvo epidemia de tifus en 1546, gripe en 1558 y segunda oleada de
viruela, difteria en 1614, sarampión en 1618.
El 90% de la población fue arrasada en un siglo, ya sea por los gérmenes
o por la hambruna y la crisis social que conlleva la peste. No hay civilización
que resista esa mortandad. La ofensiva
político militar de los invasores tuvo a su favor una devastadora fuerza biológica
que unos y otros interpretaban desde el pensamiento mágico religioso, un bucle
sobrenatural que realimentaba el triunfalismo y el derrotismo en cada hueste.
Los españoles fueron más
violentos que los ingleses que tenían otro modelo de asentamiento, pero el
exterminio en Norteamérica fue mayor. ¿Por qué? Pues porque al sur del río
Grande hubo más mestizaje, el cual brindó a la población la defensa
inmunológica contra los gérmenes traídos del Viejo Mundo.
La asimetría inmunológica es
producto de la historia diferenciada de los dos sectores de la humanidad. Se explica por diferencias en diversidad
genética e interacción con animales domésticos, densidad demográfica,
urbanización y epidemias. Choques
culturales, guerras y conquistas ha habido muchas, pero la colisión biológica
de 1492 es un evento único en la historia de la especie humana.
Una historia milenaria
en el territorio colombiano
Publicada el 13 de
septiembre de 2021
El antropólogo y arqueólogo
bogotano, Carl Henrik Langebaek, acaba de publicar un extraordinario libro
titulado Antes de Colombia: los primeros 14.000 años. Es tal vez el único texto que intenta hacer
una síntesis del conocimiento actual sobre la larga historia del Homo Sapiens en el territorio de lo que
hoy es Colombia.
A finales de la edad de hielo una
corriente migratoria procedente de Asia nororiental ingresó al continente que
hoy llamamos América y, tras el cambio climático que marca el fin del
Pleistoceno y el inicio del Holoceno, quedó aislada del resto de la
humanidad. Fueron los primeros humanos
en pisar este continente y venían acompañados de perros, descendientes de lobos
que fueron domesticados en Asia hace más de 28.000 años.
En los siguientes siglos, en
forma relativamente rápida, se expandieron de Norte a Sur, se dispersaron y
diversificaron, generando múltiples etnias, lenguas y culturas. Este fenómeno coincide con la extinción de la
megafauna en el Nuevo Mundo, pero no se sabe hasta dónde incidieron los humanos
en ello.
Investigar la historia del
poblamiento milenario del territorio colombiano es más difícil que hacerlo en
Mesoamérica o en los Andes centrales, donde existieron grandes
civilizaciones. Primero, porque aquí no
hubo ciudades ni poderosos Estados o Imperios con alta densidad demográfica y
megaconstrucciones en piedra, al estilo de las pirámides mayas o mexicas, o las
ciudades incas. Lo más notorio fueron
las estatuas de San Agustín en el Alto Magdalena, las terrazas y caminos de los
Tayronas, los hipogeos de Tierradentro, los camellones de La Mojana y otras
zonas, el observatorio solar de El Infiernito, el arte rupestre en La Lindosa y
Chiribiquete. Y segundo, porque el
trópico rompe los paradigmas de la evolución social en el Viejo Mundo. Las sociedades del norte de Suramérica se
insertaron en un medio natural muy diferente a Eurasia y también distinto al de
otras zonas de nuestro continente ubicadas fuera de la zona intertropical.
El conocimiento del pasado
milenario del territorio sigue siendo bastante precario a pesar de los avances
recientes. Desde el holoceno temprano
los pequeños grupos de cazadores – recolectores lograron ocupar la mayor parte
del territorio pero con niveles bajos de densidad. El trabajo antropológico con indígenas
actuales nos muestra tres grandes familias lingüísticas: Karib, Arawak y
Chibcha. Por cierto, al parecer los
chibchas no son de origen andino, sino centromericano, y los Karib no vienen
del Caribe sino de los Llanos de la Orinoquia. Pero lo interesante es que el
estudio lingüístico y genético muestra que los pueblos originarios ocuparon
parches de territorios entremezclados, formando un complejo mosaico y no
grandes zonas homogéneas. Por tanto
descubrir un pasado bajo tierra regado por todo el territorio es un reto
gigantesco. Y cuando se encuentran
restos arqueológicos, se trata de muestras tan pequeñas y fragmentarias que
sobre ellas no es posible hacer inferencias que nos brinden una síntesis
generalizadora.
Langebaek es crítico de las
interpretaciones simplistas de algunos colegas suyos, como la visión lineal del
progreso y las explicaciones basadas de manera casi exclusiva en variaciones
ambientales. También evalúa
negativamente la mirada anacrónica de sus colegas incapaces de quitarse las
gafas modernas para entender a las sociedades diversas en sus propios
términos. Sin embargo, el panorama de
14.000 años sí nos muestra progreso, pero en rutas insospechadas y sin
desembocar en el tipo de sociedad que llamamos “civilización”.
Las sociedades de cazadores –
recolectores avanzaron en el conocimiento de centenares de plantas propias de
un medio megadiverso y cambiante. En
contraste, los procesos civilizatorios “clásicos” en otras partes del mundo se
concentraron en cada vez menos plantas y a veces en el monocultivo. En el
holoceno medio, múltiples grupos intervinieron los bosques, transportando
semillas y frutos, favoreciendo la multiplicación de ciertas plantas, luego
domesticando algunas. El territorio de
lo que hoy es Colombia y Venezuela fue uno de los puntos del planeta donde se
inventó la agricultura de manera autónoma, por ejemplo con la mandioca, pero
fue un proceso lento, gradual, no lineal.
El maíz traído de Mesoamérica fue transformado y adaptado a los entornos
andinos, amazónicos y del litoral norte.
Asimismo, la papa llegó del sur.
Algunos grupos llegarían a intensificar la agricultura y sedentarizarse
relativamente en aldeas en los últimos tres mil años, pero nunca hubo una
revolución agraria ni urbana. Sin
embargo, las enfermedades infecciosas –como la tuberculosis- se vieron
favorecidas. La cerámica también apareció en el holoceno medio, quizás
empezando en la Costa Norte y se diversificó por el territorio.
Este lento proceso de cultura
agraria pero sin ganadería llevó en algunos pueblos a una mayor diferenciación
social en el holoceno tardío, en contraste con las sociedades más igualitarias
de los cazadores – recolectores. Sin
embargo, la jerarquización de las sociedades agrarias era más una cuestión
simbólica que de acumulación de riquezas o apropiación de excedentes producidos
por otros. La lógica de acumulación y
concentración de riqueza material y de tributación no se desarrolló en este
territorio, ni siquiera en los cacicazgos, según Langebaek. La circulación de objetos, ofrendas y
alimentos obedecía a una lógica distinta al cálculo económico y tenía que ver
más bien con costumbres y rituales propios de las cosmovisiones indígenas. Esto incluye la metalurgia que también se
desarrolla en el holoceno tardío.
Todo esto era incomprensible para
los españoles que en sus crónicas muestran perplejidad o equívocos en la
interpretación de lo que veían. Lo mismo
aplica para fenómenos como violencia, esclavitud, sacrificios humanos,
canibalismo, festividades y división sexual del trabajo.
El contacto intercontinental hace
poco más de 500 años fue un choque cultural inevitable, aun a pesar de que a
ambos lados del océano predominaba el pensamiento mágico. Los conquistadores no era modernos, eran
europeos pobres que fueron lanzados como carne de cañón por una maquinaria de
acumulación que ya se había consolidado culturalmente en Europa y que llevaría
a un nuevo tipo de sociedad: el capitalismo.
Jorge
Senior
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