jueves, 18 de enero de 2024

El choque biológico y cultural entre el Nuevo Mundo y el Viejo Mundo

 

El Nuevo Mundo y el Viejo Mundo: un choque biológico y cultural

Columnas selectas sobre la historia humana alrededor de 1492: desde los tiempos precolombinos hasta la invasión conquistadora europea, publicadas en el portal colombiano El Unicornio en 2020 y 2021.

 

Por Jorge Senior

De la serie Buhografías

 

En esta entrada del blog se recopilan cuatro columnas que coinciden con la época de la pandemia y del estallido social en Colombia. En otra entrada recopilaremos las columnas referentes a los denominados “saberes ancestrales” y también al “pensamiento decolonial”. Es claro que hay una conexión entre ambos temas.

Abordo la temática desde el enfoque científico y el pensamiento crítico en el marco de la Gran Historia o Big History. Esto implica priorizar la verdad objetiva sobre cualquier narrativa identitaria y tomar distancia frente al subjetivismo que se refleja en forma de romantizaciones o idealizaciones, así como de maniqueísmos y anacronismos.

Contenido de esta entrada:

·         Elogio de Cristóbal Colón (octubre 10/ 2020)

·         Ni leyenda rosa ni leyenda negra (julio 21/ 2021)

·         ¿Por qué fue tan débil la resistencia indígena? (octubre 12 de 2021 y 2022)

·         Historia milenaria en territorio colombiana (septiembre 13/ 2021)

 


Elogio de Cristóbal Colón

Publicado el 10 de octubre de 2020

 

El descubrimiento de América se produjo a finales de la edad de hielo, cuando pueblos del noreste asiático atravesaron Bering y se instalaron en Alaska sin perder contacto con su continente de origen.  Con el cambio climático pasaron dos cosas: quedaron aislados de Asia y se facilitó el paso de los obstáculos montañosos para avanzar hacia el sur.  Como sucedió en otros lugares, la llegada del Homo Sapiens coincidió con la extinción de la megafauna, motivo para una sospecha que no hemos podido probar: nuestra responsabilidad en tales extinciones.   

Desde hace unos 14 mil años la humanidad quedó partida en dos: el Viejo Mundo y el Nuevo Mundo.  La cultura humana evolucionó en forma paralela durante milenios en un extraordinario experimento natural. Asombra la similitud: de ambos lados surgieron grandes civilizaciones agrarias, se desarrollaron el comercio, la guerra y la esclavitud, se domesticaron animales y se contruyeron ciudades con edificaciones y calles.  También se organizaron sistemas hidráulicos, se aprendió el manejo de metales, matemática y astronomía de posición, se erigieron pirámides, se inventó la escritura, progresó la navegación y se forjaron grandes imperios.  Una diferencia fue la rueda, que en América sólo se usó en juguetes.  Hubo también desastres ambientales, epidemias, sacrificios humanos, canibalismo, homicidios, violaciones, división en clases sociales, dominación, chamanismo y creación de fantásticas narrativas imaginarias, mitologías religiosas. 

Era inevitable que los dos mundos se encontraran cuando la expansión del comercio llevara a un potente desarrollo de la navegación.  Hace tres mil años pueblos del sureste asiático lograron colonizar las islas del Pacífico sur, una hazaña de navegación asombrosa.  Y por esa misma época el Mediterráneo y el Índico ya empezaban a ser traficados por barcos comerciantes o guerreros.  No sorprende entonces que hace mil años los vikingos llegaran a América y se produjera el primer encuentro de los dos mundos.  En esas primeras escaramuzas los del viejo mundo perdieron y el intento abortó.  Fue cuestión de logística y medio ambiente. No había ímpetu comercial en juego.

A fines del siglo XV del calendario cristiano el encuentro sería a otro precio.  En los siglos inmediatamente anteriores la ruta de la seda se había convertido en el eje vertebral de un gran sistema comercial que abarcaba Eurasia de extremo a extremo y también incluía al norte y oriente de África.  El comercio alcanzaba máximos históricos y las técnicas de navegación se innovaban con múltiples tipos de embarcaciones y velámenes.  La selección natural había hecho su trabajo por medio de la peste bubónica.  Repúblicas urbanas, como Venecia, eran epicentro de un incipiente capitalismo comercial y bancario.

Portugal se lanzó a la exploración de la costa occidental africana desde 1430 y medio siglo después ya había llegado al Asia Oriental circunnavegando África y atravesando el Índico. Navegantes portugueses también intentaron la ruta occidental, pero fracasaron.  España se insinuaba como potencia al unificar sus reinos, expulsar a los moros, incursionar en el sur de Italia y norte de África.  Ambos países ibéricos tenían momentum económico, político y militar para la expansión.  Con Colón o sin Colón, la exploración de la mar Océana había comenzado con Las Canarias y otras islas y era indetenible. Sólo era cuestión de tiempo que se realizaran nuevas intentonas de exploración del globo hacia occidente, en cuyo caso, aunque ellos no lo supieran, el tropezón con ese continente desconocido en la mitad del camino era inevitable.

Colón no descubrió la redondez del mundo, ni fue el primero en pensar o intentar la ruta occidental.  No inventó el comercio de esclavos africanos (ya existía desde antes por desierto y por mar, con comerciantes africanos en primera instancia) ni visionó descubrir un nuevo mundo.  La historia no es el producto de individuos superdotados sino de procesos sociales colectivos.  El genovés no fue la causa de la exploración y la consiguiente invasión del nuevo mundo.  Su hazaña no fue la originalidad de la idea sino ser el primero, como líder expedicionario, en tener éxito en el reencuentro inevitable de dos mundos.  Un logro de dimensiones colosales que fue producto múltiples talentos y, como siempre en el contexto humano, del azar. 

Cristóbal Colón era un hombre de su época, con la mentalidad, las creencias y la cosmovisión de la sociedad que lo parió y lo crió.  Los que abordan el estudio del pasado con gafas ideológicas, politizando y moralizando la investigación histórica, hacen mala historia y mala política.  Y hacen pseudociencia.  La política y la moral son inseparables del contexto, no sobrevuelan por encima de la historia de manera anacrónica. Los juicios retroactivos carecen de sentido, sólo sirven para la manipulación de las pasiones.

No caemos en la hipérbole si decimos que el 12 de octubre de 1492 la historia de la humanidad se partió en dos, cuando lo que estaba partido en dos durante 14 milenios volvió a unificarse.  Esa reunificación de la especie humana fue trágica, dolorosa, ya lo sabemos, y también tremendamente dinamizadora del progreso humano.  Si conocemos la historia milenaria del Homo Sapiens no debe extrañarnos lo que sucedió en el siglo XVI.  Fue más de lo mismo, pero a mayor escala.  De ahí surgió el mundo moderno actual.  Y nosotros, los mestizos, no existiríamos sin ese crisol de pueblos.  Hace 528 años aconteció el hecho más importante de la historia humana que podamos fechar con total precisión.  ¿Podremos acaso olvidar a su protagonista principal?  Nuestro país honra su nombre y tú lo celebras en cada gol de la selección.

 


 

Ni leyenda rosa ni leyenda negra

Publicada el 21 de julio de 2021

 

El Paro Nacional ha dejado muchas experiencias y es importante que toda la ciudadanía que ha participado o apoyado la protesta desarrolle ejercicios colectivos de reflexión y evaluación, para que, como sociedad civil, avancemos en aprendizaje y organización.  Hace unos días me puse en esa tarea y esta columna surge de ese ejercicio. 

Unos de los acontecimientos producidos en el marco de la movilización social fue la destrucción de la centenaria estatua de Cristóbal Colón en Barranquilla, una ciudad comercial, portuaria y cosmopolita,  totalmente diferente a las ciudades coloniales, como Popayán –por ejemplo- cuya historia está ligada a la servidumbre y el esclavismo.  Este monumento era una obra artística en mármol de carrara, donada por inmigrantes en el siglo XIX y hacía parte de la ruta cultural del MAMB. 

Como escribí en este mismo espacio de El Unicornio, Barranquilla vive un boom del cemento, pero una debacle en la cultura bajo responsabilidad del gobierno local.  Así que este columnista mal podría apoyar la destrucción del patrimonio cultural de la ciudad en que nací y con la cual tengo un fuerte sentido de pertenencia.  Durante 130 años esta obra de arte fue parte del amoblamiento urbano sin que se desatara polémica alguna sobre su existencia o ubicación.  Su destrucción fue un acto impositivo de un pequeño grupo de jóvenes activistas que, como suele suceder, imitan las actuaciones que se ponen de moda en otras partes del mundo, sin cuestionarse las particularidades de cada caso.

En la consiguiente polémica que se desató después de los hechos, y no antes como ha debido ser, muchos tildaron de vándalos a los muchachos, sin mayor análisis ni investigación.  Por mi parte, a pesar de que el grupo no sacó ni siquiera un comunicado explicativo o justificatorio, considero con fundamento que fue un acto político –así fuese erróneo- alimentado por un discurso ideológico que viene circulando en la academia y en la izquierda.  Es decir, detrás del hecho hay ideas.  Y las ideas hay que debatirlas y confrontarlas con argumentos.  Una vez más invoco el llamado de Kant al uso público de la razón, médula de la democracia.  

En ese sano espíritu desafié a los muchachos a un debate público y lo llevamos a cabo justo en el lugar donde estaba la estatua, rodeados de atentos policías.  Mi objetivo era doble: por un lado escuchar de viva voz el pensamiento que cierto activismo juvenil viene interiorizando y, por el otro, sembrar la inquietud de un punto de vista diferente al que ellos viven cotidianamente expuestos dentro de su burbuja.  Hago la salvedad de que mi punto de vista histórico–crítico también sintoniza con la izquierda, pero con una visión progresista, no antimoderna ni decolonial.

De los argumentos que los activistas sustentaron hice una apretada síntesis que puede leerse aquí, pero ahora quiero concentrarme en la idea central que enfrenta a la leyenda rosa con la leyenda negra, un doble error garrafal.

La leyenda rosa cuenta la invasión como un “descubrimiento” que permitió llevar la civilización y la salvación cristiana a unos salvajes con taparrabo.  Pero esa historia acrítica, edulcorada, eurocéntrica y altamente ideologizada fue superada hace décadas por la historiografía científica desarrollada sobre todo en la segunda mitad del siglo XX.  En Colombia, por ejemplo, la Nueva Historia surgió con fuerza desde los años 70, generó abundante bibliografía sobre el pasado de nuestro país y el continente e impactó hasta los manuales escolares.  Se pasó de una historia de héroes y acontecimientos idealizados a una historia de procesos sociales objetivos con los pueblos de protagonistas.  Esto llevó al periódico El Tiempo a sacar un editorial sobre el “adoctrinamiento marxista” en el magisterio y en las escuelas.  Pero la Nueva Historia, que llegó hasta la producción bibliográfica de Colcultura y el Banco de la República, continúa su profundización hasta el día de hoy.  Lejos de ser un asunto parroquial, sindical o político, ese cambio refleja el desarrollo de la historia como ciencia en el mundo. 

El primer gran error, entonces, es creer que la leyenda rosa sigue vigente o es la versión oficial.  Creer tal cosa es desconocer e irrespetar el trabajo de los historiadores (y de otras ciencias sociales).  El segundo error, aún más grave, es oponerle una leyenda negra no menos mentirosa.  En esta versión de telenovela los indígenas son ángeles sabios que vivían en un paraíso, absolutamente idealizados, y los españoles son demonios, cuyas acciones atroces son producto de la pura  maldad, no de fuerzas sociales objetivas. Es una visión moralista y maniquea que oculta la realidad prehispánica del Nuevo Mundo, que era asombrosamente parecida a la de Eurasia, con todas las características de la especie humana.  También oculta el hecho de que muchos pueblos indígenas se aliaron con los invasores para combatir a los imperios, como el mexica o el inca, que los oprimían.  Y olvida que la mayor mortandad se produjo por los gérmenes traídos por los invasores. O se pasa por alto que en la luchas por la independencia, ya en el siglo XIX, los indígenas en el sur de la Nueva Granada pelearon del lado español.  He ahí una pequeña muestra de que la historia de esa invasión que partió en dos la historia de la humanidad (ver aquí por qué), si bien fue violenta y trágica, es mucho más compleja que la leyenda negra.  Y la mayoría de nosotros, los colombianos mestizos, somos su producto, sus descendientes.    

Se estudia la historia para comprender el pasado, no para justificarlo o hacer juicios morales extemporáneos insuflados de indignación virtuosa.  Aplicar la moral de hoy, los valores actuales o las categorías jurídicas actuales a las actuaciones humanas del siglo XV o XVI es caer en un grave error de anacronismo, un sesgo que impide entender el pasado, pero que es usado por algunos para encender pasiones con fines políticos.  Por muy nobles que sean esos fines, eso es manipulación demagógica.  ¿Será que el fin justifica los medios?


 

¿Por qué fue débil la resistencia indígena?

Publicada el 12 de octubre de 2021 y 2022

 

La historia del contacto en aquel lejano octubre entre los pueblos de lado y lado del Atlántico ha hecho correr tantos ríos de tinta como sangre irrigó las tierras del Nuevo Mundo hace cinco centurias.  Y aún hoy, desde las ideologías del presente, se mitifica el pasado, se idealizan o demonizan protagonistas, se distorsiona la historia, se inventan cifras y se fabrican relatos revisados a la luz de los pasionales intereses del momento en todo el espectro político y en los grupos de presión organizados.  Cambiar la verdad por la leyenda en aras de la justicia es una inconsecuencia total.  Y peor aún si se trata de una lente moral maniquea y anacrónica que convierte la historia en fábula.

Afortunadamente desde hace varias décadas, la historia como ciencia social ha madurado de manera acelerada con el apoyo de la arqueología, las ciencias naturales y las poderosas tecnologías que permiten conocer el pasado con una profundidad y un detalle inimaginable hace medio siglo.  Clima, flora, fauna, enfermedades, técnicas, agricultura, metalurgia, orfebrería y en general la cultura material, revelan desde el nivel molecular sus secretos ocultos durante siglos.  Los métodos y técnicas de investigación se han ampliado y perfeccionado.  Ya no se depende sólo de archivos para hacer investigación histórica.       

El resultado es que podemos conocer con rigor científico aspectos fundamentales del pasado anterior y posterior a 1492 basados en evidencias, arrinconando la especulación y limitando la interpretación subjetiva a los simples detalles.  A medida que avanza el conocimiento se va dilucidando el misterio de la enorme facilidad con que los invasores se impusieron en el continente que atraviesa el hemisferio occidental en forma vertical, casi de polo a polo.

La hipótesis tradicional se enfocaba en la superioridad militar: armas de fuego, espadas y armaduras de acero, caballos y perros mastines, barcos de velas y tácticas fogueadas en mil guerras.  Sin embargo, tal idea resultaba verdaderamente increíble dada la inmensa superioridad numérica de los indígenas que hace 530 años superaban los 50 millones según estimaciones conservadoras, mientras que las coronas europeas enviaron apenas unas cuantas decenas de miles de marinos y aventureros de las que podríamos llamar clases “medias y bajas” de la época. 

Cuando las proporciones rondan mil contra uno, no hay arma de fuego que valga.  Por cierto, esas armas eran primitivas todavía, engorrosas de recargar, vulnerables a la humedad, por lo que su mayor efecto fue psicológico, al comienzo.  Los españoles, por ejemplo, pronto abandonaron las incómodas armaduras en el calor del trópico y prefirieron pecheras gruesas de algodón para protegerse de flechas y lanzas. 

Sin duda, el arma principal de los ibéricos fue la política.  Explotaron a fondo la desunión, las pugnas y las contradicciones entre los pueblos dominantes y los oprimidos.  Y no sólo eso, también explotaron las rivalidades al interior de cada imperio dominante, caso de los incas y los mexicas.  De ahí que en las batallas, el grueso de las tropas que comandaban los jefes invasores estaban conformadas por miles y miles de indígenas aliados.  Los imperios centralizados de mesoamérica y los Andes no fueron atacados por sorpresa, pero se derrumbaron como un castillo de naipes, gracias a una táctica de gran audacia que los españoles supieron aprovechar: capturar la cabeza.  El centralismo los hizo vulnerables.  En contraste, pueblos menos organizados ofrecieron más resistencia –como los Karib- y eran más temidos por los españoles.  

No obstante, la política tampoco es suficiente para explicar el repetido patrón de colapso.  Y en el plano cultural no es que hubiese una clara superioridad europea, todavía premoderna, excepto quizás en la escala, en el cosmopolitismo, que les permitía entender mejor el hecho histórico que estaba aconteciendo.

Aquí es donde entra en escena la investigación científica para resolver el enigma.  Por ejemplo, con el seminal trabajo de Henry F. Dobyns publicado en 1963 con el título An Outline of Andean Epidemic History to 1720, fue posible empezar a dimensionar el brutal choque biológico del contacto entre dos mundos que estuvieron separados por más de 14.000 años y que inevitablemente tendrían que reencontrarse cuando las condiciones tecnológicas y socioeconómicas estuvieran dadas.  Esta línea de investigación iniciada por Dobyns ha sido ampliada y reforzada por numerosas investigaciones posteriores que muestran la inédita catástrofe epidemiológica que significó el contacto, en un patrón que se repite desde la Patagonia hasta Terranova.

A lo largo del siglo XVI la población indígena disminuyó vertiginosamente.  La viruela fue el principal asesino, pero no el único. Cuando Cortés y Pizarro llegaron al territorio de las civilizaciones mexica e inca, ya la viruela les había antecedido.  Luego, el Tahuantinsuyo tuvo epidemia de tifus en 1546, gripe en 1558 y segunda oleada de viruela, difteria en 1614, sarampión en 1618.  El 90% de la población fue arrasada en un siglo, ya sea por los gérmenes o por la hambruna y la crisis social que conlleva la peste. No hay civilización que resista esa mortandad.  La ofensiva político militar de los invasores tuvo a su favor una devastadora fuerza biológica que unos y otros interpretaban desde el pensamiento mágico religioso, un bucle sobrenatural que realimentaba el triunfalismo y el derrotismo en cada hueste.

Los españoles fueron más violentos que los ingleses que tenían otro modelo de asentamiento, pero el exterminio en Norteamérica fue mayor. ¿Por qué? Pues porque al sur del río Grande hubo más mestizaje, el cual brindó a la población la defensa inmunológica contra los gérmenes traídos del Viejo Mundo. 

La asimetría inmunológica es producto de la historia diferenciada de los dos sectores de la humanidad.  Se explica por diferencias en diversidad genética e interacción con animales domésticos, densidad demográfica, urbanización y epidemias.  Choques culturales, guerras y conquistas ha habido muchas, pero la colisión biológica de 1492 es un evento único en la historia de la especie humana. 


Una historia milenaria en el territorio colombiano

Publicada el 13 de septiembre de 2021

 

El antropólogo y arqueólogo bogotano, Carl Henrik Langebaek, acaba de publicar un extraordinario libro titulado Antes de Colombia: los primeros 14.000 años.  Es tal vez el único texto que intenta hacer una síntesis del conocimiento actual sobre la larga historia del Homo Sapiens en el territorio de lo que hoy es Colombia. 

A finales de la edad de hielo una corriente migratoria procedente de Asia nororiental ingresó al continente que hoy llamamos América y, tras el cambio climático que marca el fin del Pleistoceno y el inicio del Holoceno, quedó aislada del resto de la humanidad.  Fueron los primeros humanos en pisar este continente y venían acompañados de perros, descendientes de lobos que fueron domesticados en Asia hace más de 28.000 años. 

En los siguientes siglos, en forma relativamente rápida, se expandieron de Norte a Sur, se dispersaron y diversificaron, generando múltiples etnias, lenguas y culturas.  Este fenómeno coincide con la extinción de la megafauna en el Nuevo Mundo, pero no se sabe hasta dónde incidieron los humanos en ello.

Investigar la historia del poblamiento milenario del territorio colombiano es más difícil que hacerlo en Mesoamérica o en los Andes centrales, donde existieron grandes civilizaciones.  Primero, porque aquí no hubo ciudades ni poderosos Estados o Imperios con alta densidad demográfica y megaconstrucciones en piedra, al estilo de las pirámides mayas o mexicas, o las ciudades incas.  Lo más notorio fueron las estatuas de San Agustín en el Alto Magdalena, las terrazas y caminos de los Tayronas, los hipogeos de Tierradentro, los camellones de La Mojana y otras zonas, el observatorio solar de El Infiernito, el arte rupestre en La Lindosa y Chiribiquete.  Y segundo, porque el trópico rompe los paradigmas de la evolución social en el Viejo Mundo.  Las sociedades del norte de Suramérica se insertaron en un medio natural muy diferente a Eurasia y también distinto al de otras zonas de nuestro continente ubicadas fuera de la zona intertropical.

El conocimiento del pasado milenario del territorio sigue siendo bastante precario a pesar de los avances recientes.  Desde el holoceno temprano los pequeños grupos de cazadores – recolectores lograron ocupar la mayor parte del territorio pero con niveles bajos de densidad.  El trabajo antropológico con indígenas actuales nos muestra tres grandes familias lingüísticas: Karib, Arawak y Chibcha.  Por cierto, al parecer los chibchas no son de origen andino, sino centromericano, y los Karib no vienen del Caribe sino de los Llanos de la Orinoquia. Pero lo interesante es que el estudio lingüístico y genético muestra que los pueblos originarios ocuparon parches de territorios entremezclados, formando un complejo mosaico y no grandes zonas homogéneas.  Por tanto descubrir un pasado bajo tierra regado por todo el territorio es un reto gigantesco.  Y cuando se encuentran restos arqueológicos, se trata de muestras tan pequeñas y fragmentarias que sobre ellas no es posible hacer inferencias que nos brinden una síntesis generalizadora.

Langebaek es crítico de las interpretaciones simplistas de algunos colegas suyos, como la visión lineal del progreso y las explicaciones basadas de manera casi exclusiva en variaciones ambientales.  También evalúa negativamente la mirada anacrónica de sus colegas incapaces de quitarse las gafas modernas para entender a las sociedades diversas en sus propios términos.  Sin embargo, el panorama de 14.000 años sí nos muestra progreso, pero en rutas insospechadas y sin desembocar en el tipo de sociedad que llamamos “civilización”.

Las sociedades de cazadores – recolectores avanzaron en el conocimiento de centenares de plantas propias de un medio megadiverso y cambiante.  En contraste, los procesos civilizatorios “clásicos” en otras partes del mundo se concentraron en cada vez menos plantas y a veces en el monocultivo. En el holoceno medio, múltiples grupos intervinieron los bosques, transportando semillas y frutos, favoreciendo la multiplicación de ciertas plantas, luego domesticando algunas.  El territorio de lo que hoy es Colombia y Venezuela fue uno de los puntos del planeta donde se inventó la agricultura de manera autónoma, por ejemplo con la mandioca, pero fue un proceso lento, gradual, no lineal.  El maíz traído de Mesoamérica fue transformado y adaptado a los entornos andinos, amazónicos y del litoral norte.  Asimismo, la papa llegó del sur.  Algunos grupos llegarían a intensificar la agricultura y sedentarizarse relativamente en aldeas en los últimos tres mil años, pero nunca hubo una revolución agraria ni urbana.  Sin embargo, las enfermedades infecciosas –como la tuberculosis- se vieron favorecidas. La cerámica también apareció en el holoceno medio, quizás empezando en la Costa Norte y se diversificó por el territorio.

Este lento proceso de cultura agraria pero sin ganadería llevó en algunos pueblos a una mayor diferenciación social en el holoceno tardío, en contraste con las sociedades más igualitarias de los cazadores – recolectores.  Sin embargo, la jerarquización de las sociedades agrarias era más una cuestión simbólica que de acumulación de riquezas o apropiación de excedentes producidos por otros.  La lógica de acumulación y concentración de riqueza material y de tributación no se desarrolló en este territorio, ni siquiera en los cacicazgos, según Langebaek.  La circulación de objetos, ofrendas y alimentos obedecía a una lógica distinta al cálculo económico y tenía que ver más bien con costumbres y rituales propios de las cosmovisiones indígenas.  Esto incluye la metalurgia que también se desarrolla en el holoceno tardío. 

Todo esto era incomprensible para los españoles que en sus crónicas muestran perplejidad o equívocos en la interpretación de lo que veían.  Lo mismo aplica para fenómenos como violencia, esclavitud, sacrificios humanos, canibalismo, festividades y división sexual del trabajo. 

El contacto intercontinental hace poco más de 500 años fue un choque cultural inevitable, aun a pesar de que a ambos lados del océano predominaba el pensamiento mágico.  Los conquistadores no era modernos, eran europeos pobres que fueron lanzados como carne de cañón por una maquinaria de acumulación que ya se había consolidado culturalmente en Europa y que llevaría a un nuevo tipo de sociedad: el capitalismo.           

Jorge Senior

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