domingo, 18 de febrero de 2024

Wokismo y trumpismo: la ciencia bajo ataque en USA

 

Wokismo y trumpismo: la ciencia bajo ataque en USA

En esta entrada del blog Buhografías del Unicornio presentamos tres columnas de análisis sobre el auge de ideologías anticiencia en Estados Unidos, tanto en la izquierda liberal radical como en la derecha, publicadas originalmente en el portal colombiano El Unicornio. No están organizadas en orden cronológico, sino político, pues abordamos primero un lado del espectro donde abundan los movimientos identitarios, la ideología woke, el correccionismo político y la cultura de la cancelación, para luego examinar en el otro lado el fanatismo religioso fundamentalista, el racismo y las pseudoteorías conspiranoicas.

 

Por Jorge Senior

Serie Buhografías

 

Contenido:

·        La nueva fractura del pensamiento liberal

o   Publicada el 23 de julio de 2020, a propósito del Manifiesto Harper

·        La ciencia bajo fuego ideológico

o   Publicada el 13 de julio de 2023, a propósito de un artículo del Skeptical Inquiry

·        Trump, enemigo de la ciencia

o   Publicada el 18 de septiembre de 2020, previo a elecciones, a propósito de un editorial de Scientific American

 

 

La nueva fractura del pensamiento liberal

Publicada el 23 de julio de 2020

 

El pasado 7 de julio apareció una trascendental declaración en el magazín Harper de los Estados Unidos con el título A Letter on Justice and Open Debate, firmada por 150 intelectuales de reconocida trayectoria.  Entre estos escritores, periodistas, historiadores y profesores están Noam Chomsky, Steven Pinker, Francis Fukuyama, Garry Kasparov, J.K. Rowling, Salman Rushdie, Jenifer Senior y muchos otros de diversas nacionalidades y profesiones.  Esta carta pública la puede usted leer en su original en inglés y en su versión en español.

La médula del pronunciamiento es el rechazo a “la disyuntiva falaz entre justicia y libertad, que no pueden existir la una sin la otra”.  Esta tesis en defensa de la libertad de expresión y pensamiento responde a una situación en la cual, según los firmantes, “resulta demasiado común escuchar los llamamientos a los castigos rápidos y severos en respuesta a lo que se percibe como transgresiones del habla y el pensamiento”. Y agregan: “Más preocupante aún, los responsables de instituciones, en una actitud de pánico y control de riesgos, están aplicando castigos raudos y desproporcionados en lugar de reformas pensadas. Hay editores despedidos por publicar piezas controvertidas; libros retirados por supuesta poca autenticidad; periodistas vetados para escribir sobre ciertos asuntos; profesores investigados por citar determinados trabajos de literatura; investigadores despedidos por difundir un estudio académico revisado por otros profesionales; jefes de organizaciones expulsados por lo que a veces son simples torpezas. Cualesquiera que sean los argumentos que rodean a cada incidente en particular, el resultado ha consistido en estrechar constantemente los límites de lo que se puede decir sin amenaza de represalias”.

El 19 de julio fue publicada La Carta Española de apoyo al Manifiesto Harper’s, firmada por más de cien intelectuales, explícitamente enfocada contra la cultura de la cancelación, como resalta su subtítulo (ver aquí).  Entre los firmantes se encuentran los filósofos Adela Cortina, Anna Estany, Antonio Diéguez, Fernando Savater y Félix Ovejero, el psiquiatra Pablo Malo, el historiador argentino Ariel Petrucelli, el escritor peruano Mario Vargas Llosa y una pléyade de académicos, médicos, periodistas y artistas.

Los hispanoparlantes dejan en claro “que nos sumamos a los movimientos que luchan no solo en Estados Unidos sino globalmente contra lacras de la sociedad como son el sexismo, el racismo o el menosprecio al inmigrante, pero manifestamos asimismo nuestra preocupación por el uso perverso de causas justas para estigmatizar a personas que no son sexistas o xenófobas o, más en general, para introducir la censura, la cancelación y el rechazo del pensamiento libre, independiente, y ajeno a una corrección política intransigente”. Y agregan: “Desafortunadamente, en la última década hemos asistido a la irrupción de unas corrientes ideológicas, supuestamente progresistas, que se caracterizan por una radicalidad, y que apela a tales causas para justificar actitudes y comportamientos que consideramos inaceptables”.

Estas expresiones no son anecdóticas.  Lo que ambas publicaciones reflejan es un fenómeno cultural profundo que está desarrollándose en las democracias occidentales: el despliegue de una ideología de la “corrección política” que ha desatado un nuevo macartismo que, a diferencia del original, se ubica en la izquierda del espectro político, en el liberalismo radical identitario imbuido de supremacía moral y victimismo. Se trata de linchamientos virtuales, persecusiones y censuras moralistas que atentan contra la libertad de expresión, pues no responden a acciones, hechos o delitos sino a opiniones, escritos, trinos o intervenciones orales, ya sea en foros públicos, lugares de trabajo o en simples conversaciones.  Los casos que más han trascendido y han alborotado los medios se refieren a personajes famosos, pero igual viene sucediendo con cualquier profesor, columnista o ciudadano común que opina.  La libertad de cátedra, la libertad de prensa, el uso público de la razón, son boicoteados por grupos de presión que dicen luchar contra la opresión y defender causas de justicia. He ahí la novedad.

Hemos estado acostumbrados a las persecusiones y los intentos de censura por parte de la extrema derecha conservadora.  Eso nada tiene de extraño.  Pero este nuevo fenómeno desatado en el siglo XXI se origina en activismos de izquierda y va dirigido contra figuras progresistas en una especie de espectáculo caníbal que la derecha observa con una sonrisa de placer.  ¡Bien que amerita un análisis! 

Desde su surgimiento, el pensamiento liberal ha tenido múltiples derivaciones y tensiones internas.  La principal escisión, que ha perdurado durante dos siglos, ha sido entre un liberalismo político progresista que aboga por la ampliación de derechos sociales y libertades públicas, y un liberalismo económico que se centra en la libertad de mercado y minimización de la regulación estatal.  A esta última rama se le llamó liberalismo manchesteriano, en la versión clásica del siglo XIX, pero con el desarrollo de la teoría económica neoclásica, en el siglo XX dio origen al neoliberalismo a partir de la Mont Pélerin Society y las ideas de Friedrich Hayek y Ludwig von Mises.  Esta línea neoliberal fue absorbida por la derecha conservadora y en su forma más radical, por los Libertarian, seguidores de las incoherentes ideas de Ayn Rand. Desde 1980 el neoliberalismo se ha vuelto casi hegemónico, agudizando la desigualdad, desmantelando el estado de bienestar y convirtiéndose en sentido común.

Al mismo tiempo la izquierda en confusión sufría la orfandad de teoría derivada de la decadencia del marxismo, agudizada por el oscurantismo posmodernista.  La clase obrera, mitificada en la visión decimonónica de Carlos Marx como el sujeto social y político en cuyos hombros se levantaba el futuro, fue languideciendo como resultado del desarrollo de las fuerzas productivas, debido al avance de la ciencia y la tecnología.  Y a pesar del aumento de la desigualdad y la concentración de riqueza e ingreso, las reivindicaciones socioeconómicas pasaron a segundo plano, desplazadas por reivindicaciones identitarias relativas a la discriminación racial, el machismo, la diversidad en materia de sexualidad, entre otros. Temas liberales como el aborto, la eutanasia, el matrimonio gay, la dosis personal acapararon la atención. La contradicción capital / trabajo perdió el lugar central.  La izquierda derivó entonces del marxismo al liberalismo radical identitario, de los movimientos obreros y campesinos a los movimientos sociales de minorías étnicas (inmigrantes en el caso de Europa), LGTBI, grupos feministas, de la lucha social y económica a la lucha identitaria por el reconocimiento.  Los partidos de izquierda pasaron de la pretensión de ser los intérpretes de las mayorías trabajadoras a convertirse en los voceros de una amalgama de minorías, un archipiélago variopinto de grupos de presión.  El enemigo a derrotar ya no era la clase burguesa o la oligarquía, sino el varón blanco heterosexual, encarnación del opresor por antonomasia, aunque no tenga un peso en el bolsillo.  Las masas trabajadoras, en algunos países, fueron cooptadas por la derecha con discursos populistas.  Y al revés de lo que planteó Marx, la mentalidad progresista se asentó en estratos sociales relativamente altos y con mejor nivel educativo, mientras la mentalidad conservadora se arraigó en sectores populares. De la lucha de clases se pasó a las denominadas “guerras culturales”.

La vieja fractura entre liberalismo político y liberalismo económico había sido, en la segunda mitad del siglo XX, la partición ideológica de las sociedades desarrolladas occidentales. A la izquierda el estado social y a la derecha el neoliberalismo, que en realidad es un neoconservatismo, como el de Tatcher y Reagan.  El espectro de los partidos políticos así lo reflejaba.  Desde la posguerra hasta los años 80 el marxismo disputó al liberalismo social progresista (keynesianismo, socialdemocracia en algunos países) el espacio político de izquierda.  Tras la caída del muro Fukuyama proclamó la definitiva victoria de la democracia liberal.  Pero en ese nuevo orden internacional lo que se impuso fue el “consenso de Washington”.  En ese contexto y dentro del espacio de la “resistencia” se produce la nueva fractura del pensamiento liberal progresista, como producto de radicalizaciones de sectores de los movimientos sociales identitarios, con una nueva concepción de justicia social, moralista y emocional.  Se trata de un fenómeno político, cultural, moral y filosófico, cuya complejidad apenas empezamos a desbrozar. 

Nota: en esta columna he intentado una rápida aproximación histórica en el aspecto político.  Si le interesa el aspecto filosófico puede leer en el blog.  Y un abordaje muy interesante del fenómeno como cultura moral es el de Bradley Campbell esta semana en Quillette. Campbell es coautor del libro The rise of Victimhood Culture.   

 

 

La ciencia bajo fuego ideológico

Publicada el 13 de julio de 2023

 

La ciencia siempre ha estado sometida a amenazas y presiones ideológicas. Así se forjó desde sus inicios en los siglos XVI y XVII, en lucha contra la religión. Giordano Bruno y Galileo son ejemplos muy conocidos, aunque Bruno no fuera propiamente un científico, pero sí explorador de una visión no geocéntrica contraria al dogma de la iglesia. Esa lucha con la ideología religiosa tenía lugar incluso en el interior de los cerebros de los proto-científicos de la época, casi todos creyentes.

La religión siguió ofreciendo resistencia en los siglos subsiguientes. Un caso emblemático fue la evolución biológica, negada por fanáticos fundamentalistas bíblicos hasta el presente, sobre todo en ciertas zonas conservadoras y atrasadas de Estados Unidos. Los soviéticos tuvieron también un caso emblemático en la figura de Lysenko, un tardío lamarckiano apoyado por Stalin. La ciencia biológica se vió perjudicada en la URSS por esta intrusión política y terminó afectando negativamente a la agricultura.

El eurocentrismo fue otro obstáculo ideológico para la razón científica en el propio siglo de las luces. Aunque difusa, esa cosmovisión perjudicó el progreso científico en el estudio de las sociedades humanas y de nuestra naturaleza como especie animal. Tal sesgo era fácilmente normalizado debido a la supremacía europea de facto, particularmente notoria en el poderío económico y militar.

El nacionalismo fue una barrera dentro de la misma Europa para integrar las comunidades científicas y universalizar los estilos de investigación. Y asimismo el racismo, que con los nazis escaló a niveles genocidas. Es increíble que la Relatividad de Einstein fuese rechazada por científicos de alto nivel por ser “ciencia judía”. También el machismo de aquellos siglos obstaculizó la participación de las mujeres en la investigación científica, de ahí que las científicas que lograron destacarse fueron auténticas heroínas.  En contraste, hoy las mujeres son mayoría en las universidades de casi todo el mundo.

En fin, la ciencia como institución no la ha tenido fácil en su esfuerzo de mantener la objetividad como ideal regulador, lo cual exige máximo rigor lógico y experimental. Las ideologías, aunque difieren entre sí, no tienen ese compromiso con la verdad objetiva. Son más bien, expresiones subjetivas colectivas que movilizan a sectores de la población por diferentes motivos y que van cambiando a tono con el “espíritu de la época”, eso que los alemanes llaman el Zeitgeist, que viene a ser como la atmósfera cultural.

Entonces, ¿cuál es la novedad en estos tiempos?

Lo nuevo es que tradicionalmente el ataque ideológico a la ciencia provenía de fuerzas conservadoras, pero ahora también proviene de lo que se supone son fuerzas “progresistas”, es decir, del otro lado del espectro político. Un “progresismo anticiencia” es un oxímoron, de ahí que toca escribirlo entre comillas. En América Latina hay cada vez más sectores de izquierda anticiencia, sectores oscurantistas influídos por el posmodernismo, el construccionismo social y el denominado “pensamiento decolonial”, que se incrustan en los movimientos identitarios cuyas luchas están más marcadas por el reconocimiento que por las reivindicaciones socioeconómicas.

Este fenómeno es importado, pues tiene su epicentro en Estados Unidos, un país cuya izquierda es de ideología liberal. En esa nación el progresismo liberal, que se enfrenta a una derecha también radicalizada y fuerte, está dividido entre un liberalismo democrático y tolerante y lo que podríamos llamar la “ideología del correccionismo político”, un nuevo radicalismo identitario que ataca la libertad de expresión con lo que se ha dado en llamar “cultura de la cancelación”. Precisamente, La nueva fractura del pensamiento liberal fue el título de una columna donde analicé el tema hace tres años y que sigue vigente (ver aquí).

La prestigiosa revista defensora de la razón y la ciencia, Skeptical Inquirer, trae como tema de portada este mes el siguiente título: The Ideological Subversion of Science (La subversión ideológica de la ciencia). Sin embargo, el artículo principal se refiere específicamente al caso de la biología, donde el asunto está más candente por aquello de la “ideología de género”, y fue escrito por los biólogos Jerry Coyne y Luana Maroja. El artículo, que ha causado tremendo revuelo, ya fue traducido al español y publicado en la revista Pensar. Puede leerse aquí.

El texto tiene dos niveles: uno que muestra el aspecto de la cultura de la cancelación, una persecusión ideológica que recuerda al macartismo, y otro que entra en el análisis de seis ejemplos de penetración ideológica en la ciencia biológica.

Esos seis ejemplos se resumen en las siguientes tesis criticadas por los autores:

1.       El sexo en humanos no es una distribución discreta y binaria de machos y hembras sino un espectro. (Sexo fluído).

2.       Todas las diferencias psicológicas y de comportamiento entre hombres y mujeres se deben a la socialización. (Reduccionismo o construccionismo sociocultural).

3.       La psicología evolucionista es un campo falso basado en suposiciones falsas.

4.       Debemos evitar estudiar las diferencias genéticas en el comportamiento de individuos. (Límites a la genética del comportamiento).

5.       “La raza y la etnia son construcciones sociales, sin significado científico o biológico” (cita directa de los editores del Journal of the American Medical Association).

6.       Las “formas de conocimiento” indígenas son equivalentes a la ciencia moderna y deben ser respetadas y enseñadas como tales. (El famoso tema de los “saberes ancestrales”).

Como se puede ver las seis tesis apuntan a no salirse del redil de lo “políticamente correcto”. El sello ideológico es evidente. Pero lo interesante es -dejando la ideología a un lado- lo que tiene que decir la biología como ciencia acerca de unos puntos de discusión que involucran también a otras disciplinas. Ese debate interno a la ciencia debe propiciarse, no reprimirse. La psicología evolucionista y la genética del comportamiento pueden criticarse, pero no vetarse. La epidemiología y las ciencias forenses necesitan los análisis biológicos diferenciales de grupos humanos (clusters). En fin, los seis puntos deben discutirse con argumentos y evidencias, no con dogmas o imposiciones.

En Colombia el punto 6 que niega la universalidad y objetividad de toda la ciencia desde un cuestionable relativismo es el que más se ha posicionado a nivel oficial, tanto en la administración Duque como en la de Petro, como se puede ver en los enlaces.  (ver entrada anterior en este blog: Minciencias y la polémica de los "saberes ancestrales")

 

 

Trump: enemigo de la ciencia

Publicada el 18 de septiembre de 2020

 

Por primera vez en sus 175 años de historia, la prestigiosa revista Scientific American decidió apoyar a un candidato en el peculiar sistema bipartidista de EEUU (tan peculiar que en 2000 y 2016 ganó el que sacó menos votos).  El hecho es tan insólito que ha repercutido mucho más allá de sus siete millones de lectores.  Puede analizarse en el marco de la coyuntura electoral, pero su carácter extraordinario invita a una lectura más profunda del acontecimiento.

Scientific American, cuya edición en español se titula Investigación y Ciencia, no es cualquier revista.  Se trata de la publicación científica para público amplio más importante del mundo.  Es la cumbre del periodismo científico y en ella han escrito los científicos más brillantes de los últimos dos siglos. Actualmente pertenece a Springer Nature.

El pronunciamiento aparece en el editorial de octubre de 2020 divulgado esta semana y está firmado por los editores en pleno.  En él se evalúa a Trump y su gestión en relación con la pandemia, el sistema de salud, el cambio climático y la transición energética.  Asimismo se evalúa el programa de Joe Biden del Partido Demócrata en los mismos ítems.

Arranca diciendo que “la evidencia y la ciencia muestran que Donald Trump ha perjudicado gravemente a Estados Unidos y a su pueblo debido a su rechazo de la evidencia y la ciencia.  El ejemplo más desvastador es su respuesta inepta y deshonesta a la pandemia de Covid-19 que, para mediados de septiembre, ha costado la vida a más de 190.000 estadounidenses.  También ha atacado a las protecciones ambientales, al sistema de salud, a los investigadores y agencias públicas de ciencia que ayudan a este país a prepararse para sus mayores desafíos”.

El editorial abunda en ejemplos del manejo “catastrófico” de la pandemia por parte de Trump, incluyendo sus mentiras.  Frente a algo tan sencillo y básico como la utilización de mascarillas, el presidente activamente estimuló su no uso.   Su actitud de subestimar la pandemia en vez de controlarla y de ignorar el consejo de los expertos conllevó al rebrote con graves consecuencias económicas y sociales, como el desempleo. Trump mintió al público sobre la letalidad del virus propiciando riesgosos comportamientos de la ciudadanía y dividiendo al pueblo entre los que se toman en serio la amenaza y aquellos que se creen las falsedades del mandatario.  Más allá del virus, Trump ha tratado de eliminar la Ley de Asistencia Asequible y Protección al Paciente sin ofrecer alternativas, ha propuesto recortes multimillonarios a los institutos nacionales de salud, la Fundación Nacional para la Ciencia y los centros de control y prevención de enfermedades.  Así como ataca al sistema de salud ha presionado para eliminar las regulaciones de salud de la Agencia de Protección Ambiental para mayor riesgo de la gente y ha reemplazado a científicos con representantes de la industria en las juntas asesoras de la agencia.  Con su negacionismo del cambio climático Trump ha obstaculizado todo lo que apunte a su mitigación.

En contraste con las duras criticas al aspirante a repetir período, el editorial analiza positivamente el programa de Biden.  Dice que el candidato demócrata, que derrotó a Bernie Sanders en las primarias, “viene preparado con planes para controlar el Covid-19, mejorar el sistema público de salud, reducir las emisiones de carbono y restaurar el rol de la auténtica ciencia en la gestación de políticas públicas”.  Las propuestas de Biden se fundamentan en el conocimiento de expertos, como David Kessler, quien fue director de la FDA, Rebecca Katz, especialista en inmunología de la Universidad de Georgetown University y Ezekiel Emanuel, bioeticista de la Universidad de Pennsylvania. No incluye a médicos que creen en extraterrestres o en falsas terapias desenmascaradas por la ciencia y que Trump tanto elogia.

Los editorialistas de la revista destacan diversos aspectos de las propuestas de Biden en salud, política social y medio ambiente.  En este último tema vale la pena detenerse, pues tiene implicaciones para el resto del planeta.

Biden, dice la revista, planea planea invertir dos billones de dólares en el sector energético libre de emisiones, construir estructuras y vehículos con uso eficiente de energía, impulsar la energía solar y eólica, establecer agencias de investigación para desarrollar la energía nuclear segura y tecnologías de captura de carbono, entre otras acciones.  La inversión generará dos millones de empleos y el plan se financiará –en parte- eliminando los recortes de impuestos con que la administración Trump benefició a las corporaciones.  El 40% de estos desarrollos de infraestructura y energía beneficiarán a comunidades historicamente desfavorecidas.  El editorial reconoce que la implementación de algunos de estos programas del candidato demócrata dependerán de sortear el camino legislativo.

Finalmente el editorial advierte que “Trump y sus aliados” (nótese que se cuida de no mencionar al Partido Republicano como tal) han tratado de crear obstáculos para la votación de noviembre, por lo que invita a los ciudadanos a superar esas trabas y votar.  Y remata: “Es tiempo de sacar a Trump y elegir a Biden, quien tiene una trayectoria de respeto a los datos y a la ciencia”.

Este texto muestra a una sociedad polarizada entre la ciencia y la anticiencia, un fenómeno que de manera menos aguda se manifiesta también en Europa y América Latina.  Lo vemos en Bolsonaro en Brasil y en el anterior gobierno del PP en España.  Pero también en otros partidos y gobiernos, incluso en algunos de izquierda.  Derechas como la trumpista, la uribista o la de Bolsonaro se nutren de oscurantismos religiosos, conspiranoicos y pseudocientíficos.  Pero otros oscurantismos han infiltrado a las izquierdas a partir del posmodernismo, por ejemplo, el construccionismo social y el decolonialismo antioccidental.  Y nunca faltan los que se creen de izquierda pero tragan entero las “teorías conspirativas”, las supersticiones “ancestrales” y las pseudociencias que posan de alternativas al gran capital.

Coletilla: la lección para nosotros es que la educación para la democracia y la educación científica de calidad son una sola.  Con esa premisa debemos repensar una reforma educativa en Colombia.

Jorge Senior

sábado, 17 de febrero de 2024

Dos escándalos epistemológicos: Minciencias y la polémica de los "saberes ancestrales"

 Minciencias y la polémica de los “saberes ancestrales”

En esta entrada del blog Buhografías del Unicornio presentamos cuatro columnas de opinión publicadas en el portal colombiano El Unicornio y referidas a dos polémicas que se agitaron en Colombia en enero de 2020 y julio de 2022 sobre los denominados “saberes ancestrales” en el contexto de situaciones relacionadas con el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación. En la primera coyuntura, el escándalo tenía como protagonista a Mabel Torres del gobierno Duque, y sobre el asunto publiqué tres columnas en seguidilla, al tiempo que se pronunciaban las academias científicas en el mismo sentido. La ministra -que inauguraba ese ministerio- permaneció aferrada al cargo. En la segunda coyuntura la protagonista fue Irene Vélez, quien sonaba para asumir el ministerio (Petro no se había posesionado aún), pero terminaría siendo nombrada en otro. Al igual que en el caso anterior hubo pronunciamientos desde el estamento científico. De mi parte aporté una columna. El tema de qué son los “saberes ancestrales” y cuál es su validez es una cuestión epistemológica. Merece un debate en profundidad. Estas columnas, gestadas alrededor de las políticas científicas de dos gobiernos opuestos, son apenas un abrebocas, una aproximación, y aunque son de opinión constituyen ejercicios de periodismo científico.

 

Por Jorge Senior

Serie Buhografías

 

Contenido:

·         La ministra que decepcionó (enero 12 de 2020)

·         Respuesta a la ministra de “ciencia occidental y saberes ancestrales” (enero 20)

·         El tibio silencio de la izquierda (febrero 7)

·         Saberes ancestrales y ciencia en el nuevo gobierno (julio 16 de 2022)

 

*Nota provisional: los hipervínculos están en construcción

 

La ministra que decepcionó

Publicada el 16 de enero de 2020

 

El gobierno del exfuncionario del BID, Iván Duque Márquez, no se ha caracterizado por hacer buenos nombramientos.  Por ejemplo, no ha sido de buen recibo reciclar al señor de los bonos de agua en minhacienda, ascender a militares involucrados en falsos positivos, poner como minvivienda a alguien acusado de plagio, y así podríamos seguir por embajadas y consulados enmermelados, centros de memoria, institutos y viceministerios con liderazgos defectuosos.  Sin embargo, en el mes de diciembre el presidente Duque sorprendió con un nombramiento inusitado, muy diferente a los anteriores….  aparentemente. 

Resulta que desde finales de los años 90 sectores del sistema nacional de ciencia, tecnología e innovación impulsamos la idea de convertir a Colciencias en Ministerio para darle visibilidad e importancia al factor más determinante de la evolución de las sociedades humanas: el conocimiento científico. En la campaña presidencial de 2018, por ejemplo, esta propuesta fue sustentada por Humberto De la Calle.  Finalmente, al hacerse realidad en el Congreso de la República en 2019, fue Duque el encargado de inaugurar este nuevo ministerio, que en los países del primer mundo suele ser de extraordinaria relevancia, pero que en Colombia ha sido tradicionalmente un asunto secundario.

Pues bien, Duque se anotó un hit al nombrar a Mabel Torres, bióloga de Univalle, investigadora con doctorado en ciencias biológicas, dotada de sensibilidad frente a la problemática ambiental y proveniente de uno de los departamentos más marginados del país, el Chocó.  Mujer, afro, ambientalista, con doctorado y de la periferia, mejor dicho, todo un perfil alternativo que parecía más propio de un gobierno progresista que del actual gobierno de extrema derecha.  Recientemente el gobierno la había incluído en la llamada “Misión de Sabios”, una comisión que imitaba la que se hizo en el gobierno de Ernesto Samper Pizano, y cuyos frutos reales aún están por verse (ya por lo menos salió el documento final).

Para el mundo de la investigación, o de la “I+D+i”, como se acostumbra a decir en la jerga académica, el nombramiento de un investigador resultaba estimulante y fue recibido con beneplácito.  Muy pronto nos encontramos con pronunciamientos de la ministra, que ni siquiera se había posesionado, contra el fracking y el glifosato, arrancando aplausos de los sectores conscientes de la sociedad colombiana, comprometidos con el medio ambiente y la sostenibilidad, al mismo tiempo que levantaba críticas ardidas de ilustres miembros del partido “Centro Democrático”   https://www.semana.com/nacion/articulo/uribistas-critican-fuertemente-a-la-nueva-minciencia/647204 .  Así que muchos nos ilusionamos con la perspectiva de una valiosa gestión en el nuevo y flamante ministerio que reemplazó a Colciencias.

Pero un artículo del periodista científico Pablo Correa https://www.elespectador.com/noticias/ciencia/la-ministra-de-ciencia-y-su-dudosa-promesa-contra-el-cancer-articulo-899370    publicado el 11 de enero en El Espectador nos cayó como la gota fría.  Correa, que es un periodista serio y autor de un excelente libro biográfico sobre Rodolfo Llinás, mostró cómo la docente investigadora Torres se había “volado las escuadras” en su proceso de investigación de varios años sobre el hongo Ganoderma que, según algunas tradiciones asiáticas, tiene propiedades casi milagrosas para una gran cantidad de afecciones.  Una entrevista en el mismo medio acabó de hundir más a la ahora ministra, pues se enredó en sus respuestas y no fue capaz de justificar su proceder contrario a las buenas prácticas científicas que exigen rigor metodológico y ético, especialmente en ciencias de la salud.  Las buenas intenciones no constituyen justificación de un mal proceder. Ni la invocación de la etiqueta “saberes ancestrales” otorga privilegios o exime de cumplir las normas y las exigencias que precisamente existen para garantizar las buenas prácticas, la calidad del conocimiento y salvaguardar la salud de los pacientes.

Algo que de por sí hubiese sido un problema corregible de mala ciencia en la academia, se convierte en un asunto sumamente grave si la persona involucrada es nada menos que la máxima autoridad del sistema nacional de ciencia, tecnología e innovación.  Como investigadora su error podría ser quizás enmendable si se retoma la línea de investigación con el rigor debido, se hacen las pruebas experimentales y ensayos clínicos necesarios, se somete todo el proceso a la evaluación ética correspondiente y se llega a un resultado fundamentado que luego podría pasar a  la fase de emprendimiento y comercialización.  Pero como ministra actual el asunto es irremediable, pues a todas luces hay una incompatibilidad profunda entre el rol de líder ejemplar propio de la dignidad del cargo y la gravedad de su mala práctica científica en el caso mencionado.  Creo que no le queda otro camino que renunciar… si tiene integridad. 

Ya la Asociación Colombiana de Facultades de Medicina (Ascofame) se pronunció  https://eldiariodesalud.com/nacional/facultades-de-medicina-lamentan-que-el-derrotero-de-como-hacer-ciencia-quede-en-manos-de indicando que “no puede menos que lamentar que el derrotero de cómo hacer ciencia en nuestro país haya quedado en manos de la pseudociencia, entendida como aquella creencia o práctica que es presentada como científica y fáctica pero es incompatible con el método científico”.

Así que, una vez más, la administración Duque se “descachó” al hacer un nombramiento ministerial.  Pero detrás del sesgo sistemático que caracteriza al gobierno del “Centro Democrático”, en el caso de Mabel Torres se trasluce un problema filosófico de fondo que anida en la educación colombiana y de otros países latinoamericanos en todos los niveles, de primaria a doctorado, y es la nula formación en cosmovisión científica y pensamiento crítico.  De hecho, el asunto que motivó esta columna se asemeja mucho a lo que está pasando en México bajo un gobierno de izquierda y la nueva orientación del Conacyt, un caso que refleja como durante las últimas décadas sectores de las izquierdas dejaron de ser ilustrados para convertirse en oscurantistas   https://conectadosconelbuho.blogspot.com/2019/08/los-desafios-de-la-izquierda-segunda.html   , pero ese será tema para otra ocasión.          

 

Respuesta a la ministra de “ciencia occidental y saberes ancestrales”

Publicada el 20 de enero de 2020

 

Una semana después del artículo de Pablo Correa en El Espectador  https://www.elespectador.com/noticias/ciencia/la-ministra-de-ciencia-y-su-dudosa-promesa-contra-el-cancer-articulo-899370  y de múltiples pronunciamientos de asociaciones médicas, sociedades científicas y columnistas de El Espectador, El Tiempo, El Unicornio  http://www.elunicornio.co/la-ministra-que-decepciono/  , El Heraldo y El País de España, la ministra Mabel Torres decidió emitir un escueto comunicado  https://minciencias.gov.co/sala_de_prensa/declaracion-mabel-gisela-torres-torres-ministra-ciencia-tecnologia-e-innovacion  . 

El problema es que su contenido se contradice con las afirmaciones anteriores de la ministra publicadas por Los Informantes y El Espectador, entre otros.  Lo bueno es que abre el debate sobre un tema de fondo que resulta vital para la política científica: el control de calidad del conocimiento y los llamados “saberes ancestrales”.

Es pertinente separar dos niveles en la argumentación.  Uno es el caso individual de la idoneidad de la investigadora Torres para ejercer el máximo cargo de la institucionalidad científica del país y otro es el debate epistemológico sobre la validación y la calidad del conocimiento generado por investigaciones en el marco del SNCTI (Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación).

Sobre el primer punto lo apropiado sería que una comisión seleccionada por Comités de Ética de la Investigación evaluara el caso de Mabel Torres para determinar si en su trayectoria hubo o no faltas al rigor de las buenas prácticas de la investigación científica.  Creo que todos estamos de acuerdo en que el cargo de ministro de ciencia no puede ser ejercido por persona alguna que haya incurrido en malas prácticas, aunque “errar es humano”, pues socavaría la autoridad moral del ministerio para ser exigente en la calidad de la I+D+i.  Por otro lado, el hecho de que Torres haya publicado pocos artículos o tenga un índice H bajo, no constituye mayor problema para un cargo de gestión que lo que necesita es conocer la actividad científica por dentro y tener experiencia administrativa en proyectos, líneas y centros de CTI.  El debate crítico está en el rigor y no en la cienciometría.

El segundo punto es más interesante.  El comunicado de la ministra habla de “ciencia occidental”, “saberes ancestrales” y “multiplicidad de epistemologías”, sin aclarar ninguno de tales conceptos de dudosa validez.  Semejante vocabulario es propio del denominado “pensamiento decolonial”, una corriente intelectual radical, derivada del posmodernismo académico y de viejas luchas anticoloniales que dice ser subversiva, anticapitalista y antisistémica.  Esta corriente niega la universalidad y objetividad de la ciencia y cae en la vieja filosofía relativista.  Así que el adjetivo “occidental” aplicado a la ciencia no es inane, tiene veneno.  Es una manera de atacar y limitar retóricamente la validez de la ciencia.

El concepto de “saberes ancestrales” es tan laxo que no es posible debatirlo si no se le define.  Nadie niega que hay conocimientos que sin ser científicos son válidos y útiles.  A ese tipo de conocimientos se les llama “empíricos” y han sido la clave para que la especie humana esté en la actual posición de dominio del Sistema Tierra.  Sin ir más lejos, la revolución industrial se hizo principalmente sobre conocimiento empírico y asimismo el inicio de la aviación hace poco más de un siglo.  La ciencia es heredera directa del conocimiento empírico, pues parte de él y lo lleva a un nivel más riguroso y potente cuando es posible.  Pero si hacemos un barrido por la infinidad de creencias que han existido en pueblos y culturas a lo largo y ancho del planeta y su historia, encontraremos que hay innumerables creencias falsas, así como puede haber muchas verdaderas, al menos parcialmente.  La antigüedad de una creencia no es garantía de validez, la única manera de corroborarlo es poniéndola a prueba.  Hay creencias falsas que perduran por milenios y se extienden ampliamente.  De hecho, aún en las sociedades modernas predomina el pensamiento mágico religioso como muestra Steven Pinker, en su libro de 2018 “En defensa de la Ilustración”, con abundantes datos. 

El vago concepto de “saber ancestral” asume como “saber” lo que en realidad es una creencia tradicional, un truco retórico que pretende evitar el cuestionamiento, la crítica, la puesta a prueba.  Es una manera de darle estatus a una creencia apoyándose en la moda de la “corrección política” y los movimientos políticos y sociales identitarios.  Pero la buena ciencia no come de presión política.

En conclusión, los “saberes ancestrales” -en realidad creencias tradicionales- pueden contener conocimiento empírico y también falsedades.  La investigación científica puede partir de ellos y hacer las pruebas experimentales necesarias para destilar el contenido de verdad que puedan tener y optimizar su aplicación mediante desarrollo e innovación.  Todo ello dentro del rigor ético y metodológico que exigen las buenas prácticas de I+D+i (punto central de la crítica a Torres).  De aquí surge otro tipo de debate que tiene que ver con los derechos de propiedad intelectual, asunto complejo que no es factible tocar aquí sin extenderse en demasía.

Finalmente, si la ministra habla de “multiplicidad de epistemologías” debe precisar de qué está hablando exactamente.  Para los no familiarizados con esta palabreja digamos que se refiere, nada menos, que al control de calidad del conocimiento.  Si la investigación científica (o que pretende ser científica) no tiene un buen fundamento epistemológico el producto resultante será de mala calidad, probablemente engañoso.  En vez de nuevo conocimiento lo que tendremos será confusa ignorancia o incluso peligrosas estafas, especialmente cuando se trata de temas de salud.  ¿Estará la ministra defendiendo la epistemología del “todo vale” del filósofo Paul Feyerabend? ¿o está sustentando las difusas “epistemologías del sur” de Boaventura de Sousa Santos?  Estos autores y otros de similares posiciones han sido fuertemente criticados desde la filosofía científica y desde ella estamos listos para el debate argumentado. (Ver http://conectadosconelbuho.blogspot.com/2019/10/apuntes-para-una-critica-al.html )

Sería magnífico que se amplificara mediáticamente la deliberación pública sobre este tema filosófico, ahora que está en el centro de la coyuntura generada por un nombramiento del gobierno que no consultó a la Academia Colombiana de Ciencias como había propuesto el senador  Iván Agudelo, ponente del proyecto de ley de creación del Minciencia.  “No hay mal que por bien no venga” dice la sabiduría ancestral.

Coda: la ministra menciona la “crisis actual”. ¿A cuál crisis se refiere? Al actual gobierno no le hemos escuchado reconocer una crisis.     

 

 

El tibio silencio de la Izquierda

Publicada el 7 de febrero de 2020

 

Debo confesar que el silencio al que aludo en el título no me produce extrañeza ni sorpresa.  Aún así es un silencio extraño porque no debería darse.  En tiempos de redes sociales y ráfagas de trinos, el silencio de los voceros de la oposición con cierto prestigio y liderazgo ante un “papayazo” del gobierno uribista resulta tan ruidoso como un alarido.  Cuando no son las “metidas de guayo” de Duque, zarandeando el buque como inexperto piloto sin brújula, entonces son las “embarradas” de sus subalternos: Arango, Acevedo, Ramírez, Carrasquilla, Holmes, Pachito, Blum, Botero, Zapateiro, etc, etc, uno tras otro alimentan diariamente burlas, críticas y memes.  Contratar ingenieros por dos horas como si fuesen un motel, elogiar al difunto Popeye, pedir a Guaidó que extradite a Merlano, inventar conspiraciones ridículas de rusos y foros de Sao Paulo, negar el pasado en el centro de memoria y “olvidar” responder una carta clave, banalizar los asesinatos de líderes sociales como líos de faldas, nombrar fiscal de bolsillo, atentar contra la independencia de las ramas del poder público, mentir descaradamente en Davos y así ad infinitum (¿o debo decir ad nauseam?).  Y apenas me he referido a los dimes y diretes distractores y no he tocado los verdaderos casos de corrupción o de políticas insanas.

Con semejante comidilla diaria las críticas llueven desde todos los ángulos sobre un gobierno cada vez más desprestigiado e impopular.  Hay que admitir que dichas críticas no necesariamente se hacen desde la izquierda democrática representada en Colombia Humana, lo que queda del Polo Democrático y el ala progresista de Alianza Verde.  La mayoría vienen de columnistas y periodistas serios, medios independientes, la academia, las ONGs, organizaciones sociales e incluso de algunos políticos de los partidos tradicionales, y por supuesto de lo más valioso del ágora caótica de las redes sociales.  Pero, sin duda, voces como las de Gustavo Petro, Gustavo Bolívar, Iván Cepeda, Germán Navas, Alexander López, Clara López, Aida Avella, David Racero, María José Pizarro, Inti Asprilla, Ángela Robledo, Hollman Morris, son algunas de las más caracterizadas al margen del periodismo crítico, pues al fin y al cabo son los líderes de la oposición. Entre todos ellos producen más de 100 trinos al día.  Pero hete aquí que sobre el caso que ha conmocionado al mundo científico colombiano, las “metidas de pata” de la recién estrenada ministra de ciencia, la izquierda democrática ha guardado un curioso silencio.  Los que tanto critican a “los tibios” se han quedado mudos, impertérritos en la posición “nini”, ni a favor ni en contra de la ministra. ¿Será que se ha fajardizado Gustavo Petro? 

Ese silencio es sospechoso cuando está en juego el principal factor de progreso de la sociedad moderna: la ciencia y la tecnología.  ¿No tiene la izquierda nada que decir al respecto?  Unos dicen que es por ignorancia de la dirigencia.  Ese podría ser el caso a nivel individual, pero no a nivel de la izquierda como un todo.  ¿O acaso los dirigentes no tienen asesores?  En mi concepto es indicador de un problema grave que atraviesa a las izquierdas de Colombia y el mundo, síntoma de una crisis profunda. 

Hace 40 años la izquierda humanista tenía un horizonte de futuro, un proyecto utópico, una visión del progreso de la civilización.  Claro, padecía de dogmatismo y otros vicios, pero era una izquierda ilustrada, comprometida con la razón, la ciencia y el progreso.  Alrededor de 1980 todo cambió: el capitalismo dio un viraje pasando del estado de bienestar al auge neoliberal, la geopolítica de la guerra fría entró en barrena, el marxismo agonizó dejando en orfandad de teoría a los intelectuales progresistas y a las ciencias sociales, y el sujeto político por excelencia, la clase obrera industrial, se fue por el desagüe ante el empuje de la tercera revolución industrial que por entonces empezaba.  La izquierda desconcertada y sin rumbo fue infiltrada por corrientes intelectuales oscurantistas, enemigas de la razón, de la ciencia y el progreso.  Un movimiento denominado “posmodernismo” penetró como quinta columna y empezó a hacer trabajo de zapa.  Otras corrientes derivaron de ella: el construccionismo social que desconoce la biología hizo estragos en el feminismo y movimientos étnicos, teorías conspiranoicas surgieron por doquier como leyendas urbanas y luego fueron exacerbadas por internet y las redes.  Ahora último, en América Latina, el llamado “pensamiento decolonial” hace demagogia indigenista que desorienta a la izquierda sin brújula.

En México, en el gobierno de AMLO, se ha desatado un debate similar al que se desarrolla actualmente en Colombia alrededor de la política de ciencia, tecnología e innovación, los llamados “saberes ancestrales” y el discurso descrestador de “las epistemologías del sur”.  Un discurso que unifica a la ministra mexicana del gobierno de izquierda y la ministra colombiana del gobierno de derecha: ambas hablan de “la ciencia occidental”, negando su universalidad, y sobrevaloran lo que vagamente llaman “saberes ancestrales”, siguiendo la moda identitaria y el discurso de dizque “resistencia”.  En ambos casos es un disparate que puede ser un autogolazo para estos países latinoamericanos que pugnan por la apropiación social del conocimiento científico en pro del bienestar de sus sociedades. 

La izquierda colombiana carece de partidos serios, organizados, por eso sobrevive a punta de personalismos.  Los cascarones existentes carecen de escuelas de formación política (excepto para cositerías electorales), no tiene tanques de pensamiento ni producción teórica.  Simplemente anda al garete.  Siendo el 2020 un año no electoral, en vez de especular sobre candidaturas, la izquierda democrática debería aprovechar y desarrollar foros ideológicos, organizar centros de pensamiento que investiguen y generen programas de gobierno bien fundamentados, en vez de los programas improvisados tradicionales.  Y mirar más allá de la política doméstica y las coyunturas electorales, pues la especie humana se enfrenta en esta generación a una encrucijada planetaria que exige una política antropocénica basada en el conocimiento científico.  ¿O de qué progresismo estamos hablando?

 

 

Saberes ancestrales y ciencia en el nuevo gobierno

Publicada el 16 de julio de 2022

 

No hay peor escenario para debatir con argumentos que Twitter.  No obstante esa plataforma se ha convertido en el ágora digital dónde se delibera la coyuntura política. Esta semana estalló un debate sobre la política pública de ciencia, tecnología e innovación (CTI) en el nuevo gobierno próximo a iniciar, mientras la comisión de empalme de Minciencias avanza en su tarea a puerta cerrada. 

El florero de Llorente fue un documento titulado “Sistema Nacional de CTI para el buen vivir, el vivir sabroso y el ejercicio efectivo de una democracia multicolor”, una propuesta firmada por ocho personas, entre ellas la aspirante a ministra de ciencias, Irene Vélez y su padre Hildebrando Vélez, ambos integrantes de comisiones de empalme.  Los firmantes se presentan como “Grupo gestor en SNCTI del Pacto Histórico” y pertenecen al sector “Soy porque somos” que lidera la Vicepresidenta electa, Francia Márquez.

Al igual que sucedió con Mabel Torres, primera ministra de CTI nombrada por Duque, quien a nombre de los “saberes ancestrales” violó los criterios básicos de la investigación clínica, en esta ocasión los indefinidos “saberes ancestrales” volvieron a ser epicentro de la discusión. (Nota: respecto al caso de Mabel Torres y los “saberes ancestrales” escribí seguidilla de tres columnas en enero de 2020, la primera de las cuales se puede leer aquí).  Así pues, se desató una oleada de críticas contra el documento provenientes de la comunidad científica colombiana que ya se encuentra en alerta.  Quizás la más notoria fue la columna de Moisés Wasserman en El Tiempo, titulada ‘Ciencia hegemónica’ y ‘justicia epistémica’ (recomiendo leerla aquí), donde crítica esos dos conceptos muy discutibles.  Sin embargo, Wasserman se equivoca al considerar que el documento representa una política oficial del Pacto Histórico, cuando en realidad sólo es la propuesta de un sector. Independientemente de que Wasserman sea opositor al nuevo gobierno, su crítica está fundamentada y eso toca reconocerlo. Por tanto trataré de no repetir sus argumentos, sino añadir otros.

El documento no parte de hacer un diagnóstico serio del estado de la ciencia, la tecnología y la innovación en Colombia y de sus políticas públicas.  Es desde esa evaluación analítica que se puede examinar lo que se debe corregir, mejorar, cambiar o incluso eliminar si fuese el caso. Hay una especie de “adanismo” en el escrito, como si se estuviera descubriendo el diálogo de saberes, el enfoque de género, el criterio de respetar el contexto cultural y el entorno ambiental, la crítica al eurocentrismo, los cuales no son novedad, pues ya se vienen manejando, aunque puedan ser susceptibles de críticas constructivas para mejorar.  Curiosamente no hay una crítica a la visión neoliberal que ha predominado en nuestro Sistema Nacional de CTI desde 1995, con excepción del período 2002-2004 cuando el enfoque CTS (ciencia, tecnología y sociedad) promovido por la OEI tuvo su auge en Colciencias.  Soy partidario de retomar el enfoque CTS+i, pero eso sería tema para otra columna.

El documento pretende enmarcarse en el programa y la visión del nuevo gobierno del Presidente electo, Gustavo Petro, lo cual es pertinente, pero se regodea en algunos aspectos, como los “saberes ancestrales”  y olvida o relega otros. Cierto es que hay una deuda histórica, social y ambiental que el nuevo gobierno intentará reparar, incorporando a sectores marginados a las posibilidades del desarrollo sostenible, a través de la presencia integral del Estado en la Colombia profunda y posibilitando el protagonismo de los sectores excluídos.  Ese es un criterio transversal a todos los ministerios, por tanto hay que precisar la división del trabajo y no echar toda la carga sobre el Ministerio de CTI que hasta ahora ha tenido un presupuesto raquítico. Por cierto, aspiramos a que en este nuevo gobierno alcancemos la anhelada meta parcial del 1% del PIB en gasto e inversión públicas en CTI (aparte de la inversión privada).

Ahora bien, el gobierno progresista de Petro también se propone potenciar el capitalismo moderno, productivo e innovador, lo que implica priorizar y financiar enfáticamente la I+D+i que incremente la productividad y la competitividad de nuestro aparato productivo.  Los viejos anhelos redistributivos de la izquierda son plenamente legítimos, pero sólo son factibles sobre la base de generar valor e incrementar la riqueza. La diferencia con el neoliberalismo es que el Estado en la visión progresista debe jugar un papel regulador bajo el concepto de que la creación de riqueza no es mérito exclusivo del capital, lo que implica un reconocimiento del trabajo como creador de riqueza. Cómo lograr la mejor sinergia Capital –Trabajo es punto clave del Acuerdo Nacional. Pues bien, esta visión está ausente del documento de marras.    

El problema de fondo del documento es que está profundamente sesgado por ciertas ideologías de moda en el mundillo académico estadounidense, europeo y latinoamericano, especialmente dentro de las ciencias sociales.  Al estudiarlo se nota la influencia del posmodernismo, el denominado “pensamiento decolonial” y otras corrientes que permean los movimientos identitarios.  A tal vertiente de la “izquierda” la califico de oscurantista por sus veleidades anticiencia.  Ideas que, a la postre, resultan ser más neoconservadoras que progresistas. 

Lo más grave es que estas corrientes tienen una visión equivocada sobre el conocimiento científico y cómo se determina su validez, un asunto filosófico con poderosas implicaciones prácticas. Desconocen el rigor cuando insinúan que es el poder político, económico y militar el que define qué es válido como conocimiento. Confunden la ciencia como institución con la ciencia como saber y también confunden ciencia con tecnología.  Al hacerlo niegan la verdad objetiva, desconocen la universalidad de la ciencia, consideran que la verdad es siempre relativa al contexto.  Eso puede ser cierto en algunos casos de las ciencias sociales, pero está muy lejos de serlo para la generalidad de las ciencias.  El discurso sobre “saberes ancestrales” vagamente definidos, aprovecha un buen criterio político -la inclusión de los marginados del desarrollo- para meter un gol ideológico: la desvalorización de la ciencia.  El resultado sería un desastroso autogol para Colombia, un país que necesita más ciencia y tecnología rigurosa y de calidad si queremos salir del subdesarrollo.  Ahí está el Este Asiático como evidencia.   

 

Jorge Senior

viernes, 16 de febrero de 2024

Darwin, Wallace y nuestro orgullo primate

 

Darwin, Wallace y el orgullo primate

En esta entrada del blog Buhografías del Unicornio presentamos tres columnas de divulgación científica relacionadas con la teoría de la evolución, publicadas originalmente en el portal colombiano El Unicornio en un orden cronológico inverso al que tienen aquí. Primero celebramos el día del orgullo primate, luego reseñamos un libro colombiano que hace homenaje a Alfred Russel Wallace y finalmente volvemos a reivindicar nuestro orgullo primate -nuestra plena animalidad- pero desde la excusa de una anécdota política sucedida en Colombia.

 

Por Jorge Senior

Serie Buhografías

 

 

Contenido

·         Noviembre 24: día del orgullo primate

o   Publicada el 24 de noviembre de 2023 

·         Bicentenario de un magnífico desconocido

o   Publicada el 8 de enero de 2023, bicentenario de Alfred Wallace

·         Sí, somos simios

o   Publicada el 28 de septiembre de 2022

 

Noviembre 24: día del orgullo primate

Publicada el 24 de noviembre de 2023

 

¡Felicitaciones, humano! Hoy es tu día y el de toda tu parentela del orden de los primates. Esta grata celebración que se festeja cada 24 de noviembre en algunos países se llama “día de la evolución”, pero en España y la mayoría de los países latinoamericanos se conoce como “el día del orgullo primate”. En Colombia se celebra desde el año 2010 y sirve de ocasión para desplegar toda clase de dinámicas de divulgación científica alrededor del tema de la evolución de la biosfera terrestre.

Hay dos razones por las cuales se escogió esta fecha. Una es que el 24 de noviembre de 1859 salió a la luz la primera edición de la obra cumbre de Charles Darwin: El origen de las especies. No exagero si digo que este texto partió en dos la historia de la humanidad, pues abrió la puerta para el entendimiento de la naturaleza humana y responder por fín las dos grandes preguntas: ¿qué somos?.¿de dónde venimos?  El título es equívoco, pues el argumento no se refiere al origen de la especies ni al surgimiento de la vida, sino a cómo las especies cambian por medio del mecanismo de selección natural. De todos modos el título completo aclara el asunto: “Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural” y el subtítulo agrega “o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida”.

La segunda razón para la fecha es que el 24 de noviembre de 1974 el paleontólogo Donald Johanson descubrió en Etiopía un fósil casi completo (52 huesos) de un homínido hembra, con una antigüedad de más de 3 millones de años y que tenía locomoción bípeda y un cerebro de tamaño similar al de un chimpancé. Este descubrimiento zanjó una discusión clave, al dejar en claro que el andar en dos patas fue un cambio evolutivo anterior al desarrollo de un gran cerebro. El famoso esqueleto fue llamado Lucy y clasificado como perteneciente al género Australopithecus, antecesor del género Homo.  A la especie se le asignó la etiqueta de Australopithecus Afarensis. Dato anecdótico: se dice que el nombre de Lucy se debe a la canción de los Beatles, Lucy in the Sky with Diamonds. Segundo dato anecdótico: se supone que el título de esa canción tiene encriptada la sigla LSD del ácido lisérgico, una sustancia psicotrópica que puso a viajar a los hippies de los años 60.

El día del orgullo primate es una oportunidad para homenajear a la ciencia y contribuir al entendimiento de la biología evolutiva, corazón de las ciencias de la vida. Por lo que uno lee en las redes sociales, la enseñanza de la biología anda mal en los colegios y hay toda clase de tergiversaciones sobre ella, como la creencia de que la teoría es especulativa y no un hecho ya probado hasta la saciedad e incluso experimentable en laboratorio. Se siguen repitiendo tonterías como que la teoría afirma que “el hombre desciende del mono” o que falta un “eslabón perdido”. Se desconocen los desarrollos posteriores a Darwin que llevaron a la genética de poblaciones y a la teoría sintética de la evolución cerca de 1930, entroncando la evolución con la genética. Y más aún se desconocen las ampliaciones recientes como la genómica, la epigenética, el enfoque evo-devo. Otra distorsión es la creencia de que la ciencia afirma que “la evolución es puro azar”, como si no hubiesen leyes físicas y químicas, ni mecanismos biológicos en el proceso que, desde luego, sí tiene aspectos contingentes.

¿A qué se debe esa enseñanza deficiente en las escuelas? Mi percepción es que las Facultades de Educación están fallando en la formación de maestros. Una de las razones es el auge del fanatismo religioso en el magisterio, el cual socava la cosmovisión científica que debería primar. De ahí que la divulgación científica sea una tarea de primera importancia en la sociedad. Así parece estarlo reconociendo el Ministerio de Ciencias que ha convocado para la próxima semana un Encuentro Nacional de Divulgadores Científicos que ellos llaman “el primero”. En realidad no es el primero, pero sí es muy bueno que se organice esta rama educativa no formal que permite la apropiación social del conocimiento científico.

Volvamos a 1859. Poco más de 2 meses antes de la publicación del libro de Darwin, el 12 de septiembre, el astrónomo francés Urbain Le Verrier radicó en la Academia de Ciencias de su patria, una carta en la que detallaba un descubrimiento factual incómodo. Resulta que la precesión del perihelio de la órbita del planeta Mercurio no concordaba plenamente con la flamante mecánica celeste de Newton. La desviación era casi insignificante, apenas 40 segundos de arco en un siglo (en realidad 43 segundos según mediciones posteriores). Lo interesante es que ese hecho inexplicable fue resuelto por Einstein el 18 de noviembre de 1915 y marcó para él un momento ¡eureka!. Hasta palpitaciones tuvo, según contó a un amigo. Ya sabiendo que iba por el camino correcto, apenas una semana después, 25 de noviembre, Einstein obtuvo las ecuaciones de campo de la Relatividad General. Así que la jornada del “orgullo primate” suele ser complementada o combinada con la jornada de conmemoración de la Teoría General de la Relatividad al siguiente día. Todo 24 tiene su 25.

En 1859 se produce otro hecho extraordinario en Alemania, protagonizado por el físico Gustav Kirchoff. No hay espacio para contar esa historia. Baste decir que del teorema de Kirchoff surgió un desafío que llevaría al nacimiento de la mecánica cuántica en 1900 con Max Planck.

1859: septiembre, Le Verrier, Francia; octubre, Kirchoff, Alemania; noviembre, Darwin, Inglaterra. Si 1905 fue el año maravilloso de Einstein, no hay duda de que 1859 fue otro año excepcional en la gran aventura del conocimiento que una especie de primates ha gestado con orgullo sobre la faz de la Tierra.

Coletilla: no olvidemos a Alfred Wallace, en la siguiente columna celebramos su bicentenario.

 

 

Bicentenario de un magnífico desconocido

Publicada el 8 de enero de 2023, bicentenario de Alfred Russel Wallace

 

Todo el mundo conoce a Charles Darwin como el famoso barbudo que en el siglo XIX se craneó la teoría de la evolución por selección natural y autor del que para algunos es el libro más importante de la historia: El origen de las especies. Pero pocos reconocen a Alfred Russel Wallace, nacido el 8 de enero de 1823, quien llegó a ideas similares en forma paralela. Ideas revolucionarias que se incubaron en Suramérica, pues ambos naturalistas estuvieron explorando este continente, aunque sólo Wallace estuvo en Colombia.

El épico viaje de Darwin en el Beagle tuvo lugar en el período que va de finales de 1831 hasta 1836. La mayor parte de esa exploración ocurrió en Suramérica entre 1832 y 1835, pasando unos tres años en tierra firme, aunque sin alejarse del litoral. Wallace, en cambio, sí se adentró en el continente hasta las profundidades de la Amazonia entre 1848 y 1852. Los ejes de su exploración fueron el Río Negro y el Río Vaupés por el cual ascendió desde Brasil hasta territorio colombiano. Esa aventura terminó mal, pues en el viaje de regreso al Reino Unido el barco se incendió en altamar, perdiéndose toda la esforzada colección de especímenes y la mayor parte de sus escritos en el terreno. Wallace y la tripulación escaparon en un bote y estuvieron a la deriva 10 días hasta ser rescatados.

Wallace es considerado el padre de la biogeografía y su trabajo en el Amazonas le permitió escribir sus dos primeros libros con aportes a ese campo. Sin embargo, su idea equivalente a la ‘selección natural’ de Darwin maduró en su siguiente expedición en el archipiélago malayo entre 1854 y 1862. Ese archipiélago fue para Wallace como las Galápagos para Darwin.

La historia de la ciencia reconoce a Wallace como “codescubridor” de lo que popularmente se conoce como “la teoría de la evolución”. El 1 de julio de 1858 sendos artículos de Darwin y Wallace fueron leídos ante la Sociedad Linneana de Londres, fecha que se toma como partida de nacimiento de la teoría evolutiva. No obstante, Wallace no fue consecuente con la visión naturalista y tuvo múltiples deslices esotéricos. Desde 1865 cayó en el espiritualismo, considerando a la especie humana como excepción y a la evolución como algo dirigido a un fin. Tal visión antropocéntrica y teleológica es anticientífica. Aún así hizo diversos aportes específicos que complementaron las ideas de Darwin, quien más que un rival fue su amigo y mentor.

Wallace vivió 90 años, fue un intenso activista social de ideas progresistas y obtuvo en vida importantes reconocimientos. Publicó 22 libros, más de 500 artículos en revistas científicas (191 en Nature) y muchos escritos en la prensa. Por eso resulta extraño que no tenga la fama que merece.

Aquí en Colombia, la Universidad de los Andes y Villegas Editores han publicado hace apenas algunos meses un espectacular libro de lujo titulado En busca del origen. El subtítulo es más descriptivo: Las exploraciones de Alfred Russel Wallace en la Amazonia 1848 – 1852. Su autor es el biólogo colombiano Felipe Guhl, profesor de Uniandes y ganador de diversos premios de ciencia. Lo más interesante es que Felipe realizó en 2016 -con 67 años de edad- la Expedición Wallace, navegando 2175 kilómetros por los ríos Vaupés y Negro, desde Yuruparí hasta Manaos. “El propósito de la expedición –dice el autor- era cotejar la información de los diarios de viaje, los mapas y dibujos de Wallace, con la propia experiencia”. El investigador también escudriñó en Inglaterra los antiguos archivos de la Sociedad Linneana, el Museo de Historia Natural y la Real Sociedad Geográfica. El resultado es un volumen riguroso de extraordinario valor en una época en que la salvación de la selva amazónica es un objetivo de importancia mundial.

Al final de la presentación dice Felipe Guhl: “Este libro es una contribución, un homenaje a un científico que pisó tierra colombiana en varias oportunidades, a un explorador que, con la formulación de sus teorías, transformó el pensamiento de la cultura occidental”. De la humanidad entera, precisaría yo.

Nosotros también, desde El Unicornio, hacemos un humilde homenaje a este magnífico desconocido, a los doscientos años de su nacimiento.

 

 

Sí, somos simios

Publicada el 28 de septiembre de 2022

 

Estimado lector: usted es un simio.  Se lo digo así, en la cara, de frente y sin aspavientos, como se deben decir las verdades.  Pero se lo digo con mucho cariño y admiración.Y hasta con orgullo pues yo también soy un simio y cada año celebro el 24 de noviembre el Día del Orgullo Primate. Esa fecha fue escogida por dos razones: (1) por la publicación en 1859 de una las obras cumbres en la historia de la humanidad, El origen de las especies de Charles Darwin, y (2) por el descubrimiento en 1974 por parte de Donald Johanson del fósil de una hembra de Australopithecus Afarensis que recibió el nombre de Lucy por una canción de los Beatles dedicada sutilmente al LSD.

Un simio hembra, que al parecer responde al nombre de Esperanza Castro -aunque no tiene esperanza de ser castrista- está viviendo su cuarto de hora de fama infame en las redes sociales, donde es comidilla de todas, todes, todis, todos y todus.  Todo porque, en su ignorancia supina de uribista consagrada, pretendió insultar a la Vicepresidente de la República con el calificativo de “simio”, sin saber que el calificativo es correcto y no un insulto, cual era su pretensión marcadamente racista, como evidencian el resto de declaraciones soeces que emitió y que ahora la tienen en complicada situación judicial. 

En efecto, Francia Márquez es un simio, como yo, tú, él, ella, nosotros, vosotros y ellos. Todos los autodenominados Homo Sapiens.  No lo digo yo, lo dice la ciencia, la taxonomía o sistemática actual soportada por la biología evolutiva y la genética.  Y si aceptamos el concepto popular de “raza” (que no es científico) podemos afirmar que los negros son simios.  También son simios los blancos. Y los amarillos, sean chinos o japoneses. Y los semitas, sean árabes o judíos. Y hasta los arawak, los karib y los chibchas. Y también nosotros, los mestizos de raza cósmica.

Los humanos somos simios porque pertenecemos al infraorden de los simiformes (también se escribe con doble i: simiiformes).  Y si quieres conocer más de tu filogenia te invito a mi blog aquí. A los simios o simiformes anteriormente se les llamaba antropoides y en el habla popular, aún hoy, “monos”, como también se les llama en Colombia a las personas rubias de piel “blanca”.  Por ejemplo, si yo menciono a Jorge Hernández Camacho, gran científico colombiano, pocos compatriotas lo reconocen.  Pero sí digo “el mono” Hernández…. Bueno, tampoco lo reconocen, pero los botánicos sí, saben que es uno de los suyos, un gigante de la botánica nacional.

En una ocasión alguien me espetó que yo era un perfecto animal.  Le dije: gracias.  Sin duda quiso elogiarme, porque si hubiese querido insultarme tal vez me habría llamado vegetal, hongo o quizás protista.  Aunque esos son nuestros hermanos eucariotas, así que tampoco me hubiese parecido un insulto, al fin y al cabo, nosotros los animales somos como parásitos de los vegetales, esas maravillas de la naturaleza que atrapan la energía solar y la incorporan a los circuitos vitales de la biosfera, moviendo así la rueda de la vida.  Y todos los eucariotas son de una asombrosa complejidad.  Tanto así que soy de los que apuestan a favor de la existencia de vida en otros planetas, pero sólo vida bacteriana, pues la eucariota creo que sólo existe en la Tierra.  O bueno, qué se yo, el universo es ancho y ajeno. ¡Vaya uno a saber!

Así que estimado lector, animal simiesco, si quieres insultar a alguien compáralo con una bacteria.  O con una arquea.  Esos procariotas abundan por doquier y no tienen el esplendor sofisticado de nosotros, los finos eucaria.  Aunque pensándolo bien, ¿cómo puede ser un insulto que lo comparen a uno con su abuelo y abuela?  Y además, tenemos que reconocer humildemente que esos tales procariotas son la forma de vida dominante en la biosfera terrestre, los determinantes de nuestro destino.  Definitivamente, no se puede insultar con comparaciones biológicas a quien conoce y ama la vida.

Ese es el problema con los insultos.  Casi siempre se refieren a jerarquías, tratando de arrojar al insultado al fondo de la misma.  Pero las jerarquías se basan en la ideología, no en la ciencia.  Por ejemplo, la creencia en la superioridad y distinción cualitativa de la especie humana con respecto al resto de animales y seres vivos proviene de ciertas fantasías religiosas inventadas en sociedades jerarquizadas.  Para que el insulto funcione debe haber una ideología compartida entre el insultador y el insultado. 

Por eso me da risa cuando a mí o a cualquier otro lo intentan descalificar con el epíteto “positivista”, como el peor de los insultos académicos.  ¿Sabrán de qué están hablando?  No soy positivista, pero ya quisiera tener yo la talla de cualquiera de los miembros del Círculo de Viena.

En estos días me calificaron de “cientificista”.  ¡Tremendo elogio!  Inmediatamente recordé el libro de editorial Laetoli titulado precisamente Elogio del cientificismo, un texto muy recomendable que cuenta con una pléyade de autores. 

La falacia “espantapájaro” campea en todos esos fallidos insultos.  Surgen de la ignorancia y de cierta forma reflejan el fracaso de nuestro sistema educativo.  Varias veces he escrito sobre el tema en columnas de El Unicornio o en artículos de revistas académicas.  Ya va siendo hora de volver a profundizar en el asunto en un momento histórico para Colombia, cuando se cocinan importantes reformas.  Pero en el campo de la educación y la cultura no es una reforma lo que se necesita, sino una revolución.  Volveré.

Jorge Senior

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