lunes, 5 de febrero de 2024

Arte y oficio de la Divulgación Científica

 Arte y oficio de la divulgación científica

En esta entrada del blog Buhografías del Unicornio sobre el ejercicio de la divulgación científica, se recogen cuatro columnas publicadas en el portal colombiano El Unicornio. Homenaje y memoria confluyen en un hilo que enlaza la experiencia del planetario, el pensamiento de Carl Sagan, el estilo de Lawrence Krauss y el Encuentro de los divulgadores colombianos en 2023.

 

Por Jorge Senior

Serie Buhografías

 

Contenido:

·         Locos demenciales y locos geniales

o   Publicada el 25 de mayo de 2020, el día en que el Planetario de Barranquilla (hoy Combarranquilla) cumplía 25 años de haber sido inaugurado. Un pequeño homenaje a esa obra que constituye mi legado a la ciudad de Barranquilla y la Región Caribe.

·         La filosofía humanista de Carl Sagan

o   Publicada el 3 de abril de 2021, en la cual se esboza una síntesis del pensamiento del gran divulgador; es una de las columnas más compartida y sintoniza con el lema Ciencia sin cosmovisión es como café sin cafeína.

·         El electrón cansado o la metáfora en la divulgación científica

o   Publicada el 5 de mayo de 2020; en ella se recrea el estilo literario del divulgador Lawrence Krauss. El lenguaje de la divulgación es el tema.

·         Divulgar ciencia: una vocación que cambia vidas

o   Publicada el 8 de diciembre de 2023 a manera de memoria personal del Encuentro Nacional de Divulgadores Científicos convocado por Minciencias y celebrado una semana antes en Bogotá



Locos demenciales y locos geniales

Publicada el 25 de mayo de 2020

 

“¡Usted es pura teoría y nada de práctica!” me espetó el  extraño sujeto en medio del público que abarrotaba el recién creado Planetario de Barranquilla hace 25 años.  Yo acaba de terminar una charla sobre la vida extraterrestre, apegado por supuesto al rigor científico de la astrobiología.  A renglón seguido el mismo individuo me hizo una invitación, que parecía más bien un desafío: acompañarlo a un encuentro cercano de tercer tipo con seres extraterrestres.  El convite implicaba viajar varias horas en campero 4X4, por territorio paramilitar, hasta una zona rural desconocida por los lados de la depresión momposina.  Sobra decir que me perdí semejante experiencia maravillosa con alienígenas camuflados y probablemente alienados.  Bueno, por algo estoy aquí echando el cuento.  O quizás sí era un fanático de la ufología, un hobby inocuo que enriquece a unos cuantos y entretiene a una minoría de ciudadanos, para quienes, quizás, la vida cotidiana no ofrece demasiados incentivos y sienten un incontenible apetito por lo extraordinario.  Sueñan con ser parte de una aventura hollywoodense y pasear como turistas de negro en el Área 51.

El Planetario de Barranquilla fue inaugurado el 25 de mayo de 1995, así que desde acá aprovecho para cantarle el japiverdi por cumplir ¼ de siglo.  Hoy sigue funcionando y puedo decir con orgullo que es nuestro legado a la ciudad gracias al apoyo infatigable de la Caja de Compensación Combarranquilla.  No es entonces un mal momento para conocer su interesante proceso que puedes leer aquí.  Es parte de la historia cultural de Barranquilla y de la historia de la astronomía en Colombia, pues allí nació la RAC (Red de Astronomía de Colombia) el 18 de agosto de 1997.

Durante los años en que fui su director tuve la oportunidad de escuchar a muchos “locos” -no sé si quitarle las comillas- con las más estrafalarias teorías.  Hubo uno que “demostró” que el número pi no era el irracional 3,14159etc que todos conocemos, sino la raíz cuadrada de 10.  Curiosamente, la Biblia comete un error parecido en 1 Reyes 7:23 con pi = 3 = raíz cuadrada de 9, pero se le perdona por ser antigua y elaborada por escribanos de un pueblo de pastores.  Al desarrollar nuestro amigo su “demostración” había un paso que era en realidad un salto maromero.  Con serenidad y paciencia, Solín, los allí presentes le explicamos el error, pero no hubo poder sobre la Tierra que lo convenciera.  Para él, nosotros y miles de matemáticos, millones de científicos y millardos de Homo Sapiens estábamos equivocados y sólo él había descubierto la verdad de lo que probablemente era un engaño intencional de superpoderosos en las sombras.  No lo convencerían ni siquiera los legisladores de Indiana, en Estados Unidos, que en 1897 trataron de imponer por ley que Pi era 3,2.  Y como suelo decir, al estilo de Estanislao Zuleta, que “la verdad no es democrática”, él astutamente tomaba mis palabras para usarlas a favor de su original descubrimiento.  Después supe que era judoka.

En otra ocasión, un señor de avanzada edad se me presentó con un “libro” de su autoría, que en realidad era un cuaderno de gran formato, cuidadosamente manuscrito y dotado de hermosos dibujos hechos con lápices de colores.  El libro contenía su profunda teoría del universo y resolvía los grandes misterios de la vida.  Usaba un método semejante a ciertos filósofos racionalistas: deducir la verdad a partir de grandes principios irrefutables e indemostrables, pero evidentes según ellos.  Como prueba de la seriedad de su teoría exhibía un certificado que demostraba que una copia de su libro reposaba en la biblioteca del congreso de los Estados Unidos.  De los dibujos recuerdo una mata de plátano.

 En el planetario hacíamos muchas actividades diversas, además de las funciones: concursos literarios, olimpiadas de astronomía, ferias de la ciencia y la creatividad, foros pedagógicos, cursos para niños, salidas de observación, eventos nacionales, muestras itinerantes, periodismo científico.  Pero lo que recuerdo con más cariño eran las tertulias científicas de los jueves, conferencias gratuitas multitudinarias, casi siempre salpicadas con los apuntes y gracejos del neurólogo Jorge Arregocés.  Los barranquilleros llenaban la sala hasta los topes con la mayor parte de la gente de pie, todo un fenómeno inusitado en Curramba la Bella, para que vean que no todo es carnaval. 

En varias ocasiones trajimos científicos colombianos de talla internacional como Sergio Torres Arzayús, quien hizo parte del proyecto COBE de la NASA que descubrió las anisotropías de la radiación cósmica de fondo, lo que mereció un premio Nobel a su director, George Smoot (quien por cierto menciona a Torres en su libro Arrugas en el tiempo donde narra esa hazaña).

Pues bien, uno de esos invitados especiales fue el ingeniero payanés Juan Pablo Negret, sobrino del famoso escultor Edgar Negret, y quien trabajaba en el Fermilab, el superacelerador de partículas subatómicas ubicado en las cercanías de Chicago, por los lados de Batavia.  Negret fue parte del proyecto que llevó al descubrimiento del Quark Top, que completó la base empírica del modelo estándar de la física cuántica.  Cuando estábamos cenando en el restaurante de Combarranquilla, le conté a Negret algunas de mis anécdotas con los “locos” que solían asistir al planetario.  Entonces me dijo unas palabras que quedaron grabadas en mi cerebro: “si esos locos se hubieran criado en otro contexto social, proclive a la ciencia, probablemente serían buenos científicos”.  Medité mucho esa idea. Colombia tiene talentos, pero los desperdicia, los malcría, los frustra, los enloquece. #literal.

En Colombia hay que crear uno, dos, tres, muchos centros de divulgación como este epicentro de la cultura científica que nació en el barrio Boston de La Arenosa, hace 25 años, donde quedaba Carlos Dieppa y compañía en la avenida 20 de Julio.  Para que nuestros locos geniales no se vuelvan locos demenciales, como decía mi primo Rodolfo.  Para que nuestros niños y niñas no crean que el máximo sueño es ser un Pibe Valderrama o una Shakira, y aprendan que también pueden ser un Torres, Negret, Llinás o, ¿por qué no?, una Goodall, un Feynman, Turing o un Einstein tropical.     

 

 

La filosofía humanista de Carl Sagan

Publicada el 3 de abril de 2021

 

Es satisfactorio observar que muchos jóvenes conocen y admiran a Carl Sagan, el gran divulgador científico que falleció en 1996.  Los que tenemos edad suficiente para haber visto Cosmos en los años ochenta no podemos olvidar el impacto que nos causó y cómo luego nos llevó a leer sus libros, entre los cuales se destaca, a mi parecer, El mundo y sus demonios.  En especial esa parte donde narra la historia de “un dragón en el garaje”.  Gente de todas las edades ha visto Contacto, la película protagonizada por Jodie Foster, basada en la novela del mismo nombre.  Una parte del film fue rodada en el Observatorio de Arecibo, tristemente destruido el año pasado por la desidia anticiencia del gobierno Trump.  En la última década se han emitido dos secuelas de Cosmos con Neil DeGrasse Tyson y la producción de Ann Druyan.

Sin duda, Sagan fue un destacado astrónomo y quizás el más importante divulgador de la ciencia en el siglo XX.  ¿Pero podríamos considerarlo un filósofo?  Desde luego que el newyorkino no encaja en las características del típico filósofo profesional.  Sin embargo, como el propio Sagan nos recuerda, “la ciencia es más que un simple conjunto de conocimientos, es una manera de pensar”.  Es difícil exagerar la profundidad y certeza de esta afirmación que debería ser la columna vertebral de la educación.  Y nuestro divulgador estrella se caracterizaba precisamente por enseñar toda una cosmovisión moderna a través de su obra escrita y audiovisual, acorde a la ciencia actual.

La filosofía de Carl Sagan es naturalista, humanista, escéptica y romántica.  Creo que se podría resumir en 6 puntos.

1. Somos una especie exploradora, esa es nuestra naturaleza, producto de la evolución. La ciencia es la forma cumbre de la exploración y junto con la tecnología nos lleva a nuevas fronteras.

2. Somos una especie curiosa. La ciencia es aventura del conocimiento, no debe ser una actividad mercenaria.  Pero la ciencia pura o básica, finalmente puede llegar a ser ciencia aplicada, práctica y útil.

3. Nuestro cerebro, capaz de reconocer patrones, de simular la realidad, de anticipar el futuro, de resolver problemas y de adaptar la naturaleza a la especie, es nuestra arma o herramienta por antonomasia.  El pensamiento científico es pensamiento crítico y se fundamenta en lógica y evidencia.  De aquí se desprende la actitud escéptica bien dosificada y sus conclusiones: no hay dios, sobrenaturaleza, ni padre protector; no hay “más allá”, ni cielo, ni infierno, ni alma, ni espíritu. Todos son "dragones en el garaje".

4. Estamos librados a nuestras propias fuerzas, como adultos (esto guarda similitud con la mayoría de edad de Kant, pues Sagan es también un ilustrado).  El peligro de extinción es real. El equilibrio dinámico del Sistema Tierra es relativamente estable, pero existen amenazas y la más peligrosa es antropogénica (el propio ser humano).  La responsabilidad de nuestra especie para mantener ese equilibrio dinámico de la vida es un imperativo condicional de supervivencia.

5. Es preciso democratizar la ciencia, el conocimiento, el pensamiento crítico, mediante la educación en su más amplio sentido, para poder estar a la altura de tamaña responsabilidad y tomar como humanidad las decisiones correctas.  Educación, ciencia, conocimiento son "una luz en la oscuridad".

6. Principio cosmológico: no somos nada especial en la naturaleza.  El universo es indiferente a las necesidades y deseos humanos.  El cosmos probablemente está pletórico de vida y, por ende, es probable que exista vida inteligente en muchas partes del universo (algunas no lo suficiente para evitar la extinción). Cosmopolitismo cósmico: necesitamos contactar a otras civilizaciones que puedan existir (proyecto SETI).

Por mi parte no soy tan optimista sobre la profusión de vida extraterrestre inteligente, pero coincido con su visión que encaja perfecto en lo que se conoce como humanismo secular.  El humanismo es una sublime filosofía de vida para adultos no infantilizados, apropiada para un universo sin dioses, capaz de fundamentar la moral social en una época de cambio climático, disrupción tecnológica y neoliberalismo implacable.

El humanismo tiene raíces filosóficas profundas pues viene desde la Grecia clásica, el Renacimiento y el siglo de la luces.  El humanismo secular actual es expuesto por Mario Bunge en el primer capítulo de Crisis y reconstrucción de la filosofía y por Steven Pinker en el último capítulo de En defensa de la Ilustración.  La declaración humanista de 1980 puede leerse aquí.

La más reciente declaración humanista resume esta visión en seis tesis. (a) El conocimiento del mundo se deriva de la observación, la experimentación y el análisis racional. (b) Los humanos son una parte integral de la naturaleza, el resultado de un cambio evolutivo no guiado. (c) Los valores éticos se derivan de la necesidad y el interés humano, como se ha comprobado por la experiencia. (d) La realización de la vida surge de la participación individual al servicio de los ideales humanos. (e) Los humanos son sociales por naturaleza y encuentran significado en las relaciones. (f) Trabajar para beneficiar a la sociedad maximiza la felicidad individual.

 

 

El electrón cansado o la metáfora en la divulgación científica

Publicada el 5 de mayo de 2020

 

Una posible manera  de definir lo que significa comprender algo es: “volver familiar lo desconocido”.  Al menos, cuando eso se logra, dá la sensación de que comprendemos, aunque strictu sensu es apenas una aproximación.  Quizás por eso en el lenguaje de la divulgación científica se utiliza mucho la analogía, el simil, la comparación, la metáfora.

Un caso ejemplar es el astrofísico y cosmólogo norteamericano Lawrence Maxwell Krauss, que en su libro Atom del año 2001 (en español Historia de un átomo, Laetoli, 2005) hace un notable uso de ese recurso retórico.

En la página 77 trae un párrafo de ocho renglones que incluye las siguientes palabras, en ese orden: vida, destino, infierno, desesperados, cocción, vacaciones.  ¡Alto! Deténgase aquí y piense por un momento, ¿de qué pueda estar hablando el autor en este párrafo?

Este ejercicio lo ofrecí en varios sitios de facebook, sin mencionar el libro ni el autor, y dio lugar a una serie de respuestas que en el juego de “frío, frío, caliente, caliente” tendrían la apariencia de un témpano.  Todo el mundo helado.

El tema era el Big Bang, quién lo creyera.  Y en el párrafo había otras palabras como: protones, neutrones, partículas, átomo, oxígeno, universo, nuclear, minutos, segundos, período.  A diferencia de la primera lista, aquí podemos reconocer conceptos científicos precisos.

La “vida” a que hacía referencia es la “vida del universo” y el “destino” se refiere a la evolución del universo. El “infierno” es el propio Big Bang por su alta temperatura. La “cocción” atañe a las reacciones nucleares y las “vacaciones” a un período más calmado o menos energético que sobrevino después de los “desesperados” primeros minutos.  Se construye así una narración que combina lo familiar y cotidiano con una terminología científica para describir de una manera atractiva un proceso en curso.  Sin embargo, en este caso no hay una analogía general del fenómeno a la manera de una imagen metafórica, sino una serie de pequeñas metáforas que salpican el texto con su condimento.

Para no dejarlos con la curiosidad y que puedan apreciar la sazón literaria de Krauss, éste es el párrafo:

“Fueran protones o neutrones en sus inicios, hoy podemos identificar las 16 partículas de nuestro átomo de oxígeno con partículas concretas, sin relación entre ellas, existentes en el universo cuando éste tenía unos pocos minutos de vida y a las que sólo el destino conectó más adelante.  Dado el intenso infierno de los primeros segundos, seguidos de los desesperados minutos de cocción nuclear, de la que se salvaron algunas partículas mientras otras se perdían para siempre, el período que siguió podría parecer unas vacaciones increíblemente largas.”

Por cierto, esas “vacaciones increíblemente largas” se abordan en el siguiente capítulo, titulado Cien millones de años de soledad.  ¿Les suena?

El párrafo en mención y todo el libro está narrado como una historia de aventuras donde el protagonista es un átomo individual de oxígeno y los 16 hadrones que constituyen su núcleo.  Primo Levi, el famoso escritor judío superviviente del holocausto, hizo un ejercicio parecido con un átomo de carbono en su libro El sistema periódico publicado en 1975. 

Toda la obra se basa en una idea ontológica equivocada: suponer que las partículas, sean subatómicas o átomos, tienen identidad, algo que no es consistente con la física cuántica.  Pero podemos suponer que es una licencia literaria para desarrollar el truco mayor: hacer una exposición de tipo narrativo y no descripciones analíticas que pueden resultar aburridas o muy abstractas a muchos lectores del gran público.  Es un truco que tiene un fundamento psicológico si lo que se quiere es llegar a una vasta audiencia.

En las páginas 230 y 231 hay otro párrafo que contiene las siguientes palabras: violenta, despreocupada, valioso, acompañantes, niños, madre, esclavizados, campos de trabajo, cuerda de presos, bombean, aguijonean, parientes.  Y en el siguiente aparecen expresiones como “trabajador explotado” e “inmigrantes”.   Y otra vez, ¿de qué estará hablando?

Pues bien, los niños separados de su madre, esclavizados en campos de trabajo y moviéndose en una hilera de presos son… ¡los electrones!  Son ellos los que aguijonean a sus parientes, que no son otros que… los protones.  Y el trabajador explotado e inmigrante es… el átomo de oxígeno.  La despreocupada y violenta es una señora reacción química y el valioso es el doctor hidrógeno.  El tema, entonces, no es una historia de la antigua Roma sino la fotosíntesis.  ¿Quo vadis, oxígeno?

Cuando Krauss asegura que “la respiración es cosa de expertos” se refiere a las bacterias no a los yoguis y para mostrar el estado químico de reducción en que se encontraba la Tierra hace más de dos mil millones de años, anuncia que “el planeta entero pedía a gritos ser oxidado”.  El sistema solar se formó en un disco de acreción acumulativo que lleva a nuestro autor a sentenciar: “Los ricos se enriquecen y los pobres se empobrecen, lo mismo en los cielos que en la Tierra”.  La pluma del astrofísico se deleita contando uno de los acontecimientos más poderosos del universo, el estallido de una supernova: “la mayor parte del resto de la estrella permanece felizmente ignorante de lo que ha ocurrido; al igual que el coyote, el personaje de dibujos animados que permanece suspendido en el aire después de andar o saltar un acantilado, el resto de la estrella todavía no sabe que tiene que derrumbarse.  Y lo cierto es que nunca lo sabrá.”

El estilo de Krauss me recuerda una frase del gran bioquímico húngaro Albert Szent-Gyorgy  que cita Nick Lane en La cuestión vital: “la vida no es más que un electrón buscando dónde descansar”.  Por cierto, tal frase fue utilizada por el poeta mexicano Edgar Artaud Jarry (pseudónimo del más prosaico Edgar Altamirano) para titular uno de sus libros de poesía de la corriente infrarrealista.  ¡Vaya! He aquí a la flamante poesía copiando a la humilde ciencia.  Por eso les digo a mis amigos poetas: ¡que no te cojan con el electrón cansado!

Concluyo señalando que la divulgación científica o popularización de la ciencia es un puente con un pilar en la vida cotidiana y su lengua coloquial y el otro pie en el terreno riguroso de la ciencia.  Constituye, sin duda, un legítimo “juego de lenguaje” en el sentido del filósofo e ingeniero austríaco Ludwig Wittgenstein y un exquisito género literario que los ministerios y burócratas de la cultura desconocen por completo.

No puedo despedir esta columna sin agradecer a mi amigo Hugo González que un día, antes de abandonar para siempre al espacio-tiempo, la materia y la energía, compró el libro de Lawrence Krauss en una librería de Barranquilla sin imaginar que yo habría de heredarlo para viajar al espacio en una cuarentena e hilvanar una columna en el año de la peste.

 

 

Divulgar ciencia: una vocación que cambia vidas

Publicada el 8 de diciembre de 2023

 

Imagínese que usted es un niño campesino y andando por la vereda encuentra unas piedras extrañas que se convierten en su juguete preferido, hasta que un buen día descubre que son los juguetes más valiosos del mundo: nada menos que fósiles marinos del período devónico. Estamos hablando de 400 millones de años atrás. La vida, con sus avatares, termina convirtiéndolo en líder de un proyecto fantástico: convertir a su pequeño municipio en patrimonio de la humanidad y espectacular destino de turismo ecológico y cultural, gracias a la riqueza del territorio en fósiles, restos arqueológicos precolombinos, paisajes, gastronomía, artesanías, flora, fauna y hasta meteoritos. Esa es la historia de Don Luis Becerra, que en Floresta, Boyacá, construyó el Museo de la Vida, epicentro de muchas dinámicas de divulgación científica, festivales, muralismo, producción artesanal. Ahora la propuesta es hacer un ecogeoparque para llevar la economía turística al siguiente nivel y brindar lo mejor al visitante. Yo no sé usted, estimado lector, pero yo sí pienso ir a conocerlo algún día.

Historias de vida como la de Don Luis hay muchas en Colombia y tuve oportunidad de admirar algunas la semana pasada gracias a la invitación del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación para asistir al Encuentro Nacional de Divulgadores Científicos, primero de una serie que ya tiene programado el Gobierno del Cambio. Elisa Chaparro y su equipo de Minciencias fueron los exquisitos anfitriones.

Por ejemplo, conocí una ingeniera que enseña robótica a niños especiales en Pasto, un profesor que no enseña sino que aprende astronomía con niños indígenas en Leticia, una chica que promueve “ciencia pa’l pueblo” (ese es su lema) desde el Guaviare hasta el Catatumbo, un “cerebrote” que a través de Youtube enseña a miles de sus colegas docentes a usar herramientas informáticas, un loco que obtuvo más visualizaciones que la NASA con sus videos de experimentos porque un día se le ocurrió elevar un globo con cámara a la estratósfera para fotografiar la curva del globo terráqueo. He ahí la creatividad del colombiano en todo su esplendor.

Decía Carl Sagan que cuando uno está enamorado quiere contárselo a todo el mundo. Para señalar enseguida que tal es la pasión del divulgador científico, enamorado de la ciencia: compartir con todos la emoción de asombrarse ante las maravillas del universo y atisbar la hazaña mayor que es la gran aventura del conocimiento humano.

De Tumaco hasta La Guajira, desde el Chocó hasta Barrancabermeja, de la Tatacoa hasta la tierra de la Titanoboa y el Perijasaurus, de Cali a Barranquilla, es increíble la cantidad de personas y colectivos organizados que hacen (hacemos, porque debo incluirme) divulgación de la física y la astronomía, la educación ambiental y la biología, la paleontología y la geología y así toda la gama de las ciencias naturales y sociales. Ni las matemáticas ni las neurociencias se salvan. Y en mi caso, meto hasta la filosofía, porque ciencia sin cosmovisión es como café sin cafeína.

Unos hacen su trabajo de popularización de la ciencia en las comunidades, directo con la gente, en los territorios. Otros colonizan las redes sociales o lanzan podcasts para llegarle al público hispanoparlante global, ya sea desde la identidad regional o en lengua universal. Y aunque llegan a todas las edades, no hay duda que los niños son el público preferido.

Algunas universidades como Eafit, CES, El Bosque, la Nacho, los Andes, la Gran Colombia (que fue sede del evento), hacen comunicación pública de la ciencia, difundiendo sus resultados de investigación no sólo a pares sino al público abierto. Es una lástima que Aupec de mi querida Univalle ya no exista.

Y están también los que hacen periodismo científico en medios de comunicación. Por ejemplo, Ximena Serrano, actual directora de la ACPC, que es la Asociación Colombiana de Periodismo Científico, estuvo presente en un panel junto a Ángela Bonilla, de larga trayectoria en Colciencias impulsando Publindex, la base de datos de las revistas científicas colombianas.

Además de planetarios, zoológicos y jardines botánicos, Colombia tiene también importantes centros de divulgación científica como Maloka en Bogotá, el Parque Explora en Medellín y el que se está construyendo en Cali bajo la administración de Jorge Iván Ospina. Barranquilla, que es puro cemento, por ahora tiene que conformarse con el Planetario privado que un grupo de ciudadanos fundamos hace 28 años con el apoyo clave de una caja de compensación.

Entre las muchas iniciativas que se despliegan en todos los departamentos, además de las ya mencionadas, están las siguientes: La mecedora de Darwin, Encefalina, Entrespecies, Geófila, Divulga Colombia, fundación Stellam, Ciencia Sumercé, Aurora, Ciencia Tropical, Fractales, ScienCES, El Microscopio podcast, Cinde. Muchos jóvenes entusiastas y algunos veteranos como Germán Puerta o el suscrito que llevamos décadas en esta gesta persistente. Y por supuesto, debo mencionar a mis cómplices de la astronomía: Apolinauta, Astrofanáticos, ACDA, Asasac, Asafi, Rato Astronómico, Astro-Sagan, Urania-Skorpius, Mitote y decenas de grupos que pertenecemos a la Red de Astronomía de Colombia (RAC) que nació junto al mar, en Solinilla-Salgar-Puerto Colombia, el 18 de agosto de 1997.

Siguiendo los pasos de la RAC y de Divulga Colombia, ahora estamos en el proceso de enredarnos, es decir, crear la red de divulgadores que le imprima sinergia y escale nuestro accionar comunicativo para democratizar la ciencia en el país de la belleza y potenciar la cultura científica. Ya nos reconocemos y conectamos. Coincidimos en que la experiencia más hermosa es cuando nos encontramos con alguien que nos recuerda que alguna vez impactamos en su ser y transformamos su proyecto de vida. Así es esta maravillosa labor que, a veces, raya en lo quijotesco y enfrenta en el día a día el duro reto de la sostenibilidad.

Enhorabuena por Minciencias que en buena hora convocó a estas iniciativas variopintas para la apropiación social de la ciencia. Ojalá RTVC se ponga en sintonía con el ministerio para que Colombia sea potencia mundial de la vida y del conocimiento.

 

 Jorge Senior

 

 

 

 

 

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