Cuatro historias de la ciencia
En esta entrada del blog Buhografías del Unicornio
presentamos cuatro ejemplos de divulgación científica publicados originalmente
en el portal colombiano El Unicornio. Desde la medicina
hasta la física de partículas y la astronomía recorremos la ciencia de los
siglos XX y XXI, mostrando aspectos asombrosos de su gesta. Y no sólo la
ciencia; también el arte y la tecnología hacen presencia desde una mirada
crítica sobre los mitos que se crean en el mundo hiperconectado en que vivimos.
Colombia no podía estar ausente.
Por Jorge Senior
Serie Buhografías
Contenido:
·
La
increíble historia de Henrietta Lacks
o
Publicada
el 12 de agosto de 2020; estábamos en pandemia y la historia de la medicina era
muy pertinente. Este artículo ha sido utilizado como lectura en Facultades de
Ciencia de la Salud.
·
Diez
años del bosón de Higgs
o
Publicada
el 4 de julio de 2022, justo al cumplirse 10 años del anuncio público del
descubrimiento; con este homenaje celebramos el aniversario.
·
Tesla,
Frida, Hawking: tres personajes sobrevalorados
o
Publicada
el 9 de enero de 2022 y de nuevo en enero de 2024; una mirada crítica al
despliegue mediático y en redes de estos tres personajes, al tiempo que se esboza
un hipótesis que explicaría sus mitificaciones. Es una de las columnas más polemizada
y más veces compartida.
·
Homenaje
sin flores para Adriana Ocampo
o
Publicada
el 8 de marzo de 2022, día internacional de la mujer; homenaje a una mujer
científica colombiana de trayectoria mundial.
La increíble historia
de Henrietta Lacks
Publicada el 12 de
agosto de 2020
En este anómalo agosto, Henrietta
Lacks cumplió 100 años. Como el gato de
Schrödinger, ella está viva y muerta.
Una parte de ella murió en 1951.
Otra parte de ella es inmortal y pesa actualmente varias toneladas. Su yo inmortal fue el asesino de su yo
mortal. Hela ahí: ese yo inmortal y
asesino es un hito de la medicina y hoy ayuda a salvar vidas. Su yo mortal nunca imaginó el final de esta
increíble historia. Ni el más
imaginativo de los escritores pudo vislumbrar semejante destino para un simple
mortal.
Todo comenzó en febrero de 1951
cuando a Loretta Pleasant, una joven de 30 años, le diagnosticaron cáncer
cervical en el hospital John Hopkins en Baltimore. Era una mujer pobre, de raza negra, con 5
hijos, el último de los cuales había nacido pocos meses antes en ese mismo
hospital. Cuando se casó con su primo
David Lacks nueve años antes, tomó su apellido, pero ni siquiera sus
descendientes saben cómo o por qué cambió su nombre a Henrietta.
El médico Howard Jones decidió
hacer una biopsia, tomó muestras de células del tumor para diagnosticarlo y les
pasó algunas a investigadores del mismo instituto. Uno de ellos era el
ginécologo Richard TeLinde, quien investigaba sobre cáncer cervical, y los
otros dos eran una pareja casada, George y Margaret Gey, quienes llevaban años
trabajando en cultivos celulares in vitro,
intentando que células humanas perduraran largo tiempo fuera del cuerpo de
origen. En su laboratorio el matrimonio
Gey creó las condiciones para la reproducción por mitosis de las células
tumorosas de Henrietta, quien no tenía la menor idea del asunto, pues en
aquella época el consentimiento informado no era práctica habitual, ni había un
protocolo bioético que obligara a dar tal información al paciente. Para sorpresa de los investigadores estas
células resultaron dotadas de un superpoder: reproducirse indefinidamente, más
allá del límite de Hayflick que marca la muerte programada por apoptosis a las
celulas ordinarias del ser humano y de muchas otras especies. ¡Las agresivas
células cancerosas de Henrietta eran inmortales!
Pero Henrietta nunca lo
supo. Ella no era inmortal. El 4 de octubre de 1951 falleció por causa de
ese tumor inmortal. Sólo 20 años después,
casi de casualidad, su familia se enteró de que una parte de Henrietta,
precisamente la que causó su muerte, aún vívía.
Y no sólo eso, la reproducción de esas células, llamadas HeLa por el
nombre de la paciente fallecida, había escalado a niveles industriales,
distribuyéndose por innumerables laboratorios de todo el mundo debido a sus
propiedades especiales y su inmensa utilidad para la investigación
biomédica. Las células HeLa, por
ejemplo, contribuyeron a la investigación de Jonas Salk que llevó a la
exitosísima vacuna contra la poliomelitis.
Muchos descubrimientos médicos, y hasta algunos premios Nobel, se han
derivado de investigaciones realizadas con esas células letales y maravillosas.
Es el caso de Elizabeth Blackburn, Carol
Greider y Jack Szostak que en 2009 ganaron el Nobel por su trabajo sobre la
enzima telomerasa, que repara los telómeros de los cromosomas y es clave en la
juventud eterna de las células HeLa. Se
calcula que se han realizado unos 74.000 experimentos con las células
descendientes de Henrietta, que algunos clasifican como no humanas, pues son
mutantes con 80 cromosomas. Aquí en
Colombia también se utilizan.
Dos temáticas se abren a partir
de esta historia. Una es la deliberación
bioética que se derivó de este caso y el perfeccionamiento consecuente de los
protocolos. Sin embargo, no se puede
desconocer que los inmensos beneficios para la humanidad obtenidos de las
investigaciones con esta línea celular inmortal, superan cualquier derecho
individual de corte liberal. El Bien
común prima sobre el interés particular.
Por ello, actualmente en muchos países todos somos donantes por defecto,
mientras no digamos lo contrario. En
Colombia, la ley 1805 de 2016 establece en su artículo 3 que “se presume que se
es donante cuando una persona durante su vida se ha abstenido de ejercer el
derecho que tiene a oponerse a que de su cuerpo se extraigan órganos, tejidos o
componentes anatómicos después de su fallecirniento”.
El otro tema, de mayor
importancia, es el renacimiento del milenario sueño de la especie humana de
alcanzar la inmortalidad, ya no por magia sino por ciencia y tecnología. Entiéndase por inmortalidad, en este contexto
biológico, la detención del envejecimiento, no la indestructibilidad. Durante el 80% de los 4 mil millones de años
de historia de la vida, la muerte por envejecimiento o muerte programada no
existía. Este “invento” reciente de la
evolución es concomitante con otra novedad: la reproducción sexual de
organismos pluricelulares. Sexo y muerte
son dos caras de la misma moneda evolutiva.
Sin embargo, hay especies animales
que no tienen ese mecanismo llamado “muerte” en su ciclo vital, como la
hydra, por ejemplo. ¿Podremos los seres humanos prescindir de la muerte senil
algún día? La respuesta parece ser
afirmativa y no muy lejana. Una
posibilidad sería con células madres y epigenética para lograr la regeneración
de tejidos y órganos.
Si el siglo XX fue el siglo de la
física, ahora estamos en el de la biología y la medicina se encuentra al borde
de una revolución científica.
10 años del bosón de
Higgs
Publicada el 4 de julio
de 2022
El 4 de julio de 2012 se produjo
un anuncio que fue noticia de primera plana en los principales medios
informativos del mundo: el tan esperado hallazgo del bosón de Higgs se había
producido. Esta hazaña, que costó miles
de millones de dólares y el esfuerzo de un gigantesco ejército de ingenieros y
físicos, culminó con éxito una búsqueda que duró casi medio siglo, desde su
predicción teórica. En esta columna
trataré de contar a grandes rasgos la historia de esta aventura.
De niño solía salir al patio de
tierra detrás de la casa armado con un pequeño imán. Procedía a frotar el imán contra la tierra
para que se le pegaran limaduras de hierro que luego depositaba en una hoja de
papel blanco. Moviendo el imán debajo de
la hoja observaba extasiado como se movían mágicamente las limaduras formando
diversas figuras.
Casi siglo y medio antes, con un
truco similar el autodidacta Michael Faraday había descubierto lo que llamó
“líneas de fuerza” y con ese fundamento observable elaboró un concepto
intuitivo de “campo” que luego Maxwell matematizó. Hoy por hoy, si usted, amable lector, le
pregunta a un físico de qué está hecho el mundo, la respuesta ya no es “de
átomos”. No, señor. El científico le dirá:
“el universo está hecho de campos”. Pero estos campos fundamentales no son
aquellos de tipo clásico del siglo XIX, sino que son campos cuánticos.
En efecto, de acuerdo a nuestro
actual conocimiento teórico y experimental, la realidad física -la única que
existe- está constituída por 37 campos cuánticos y un solo campo clásico (el
espacio-tiempo). Sin embargo, sabemos
que a escala cosmológica hay fenómenos físicos que quedan por fuera de nuestro
conocimiento actual, por lo que hay dos frentes de investigación que podrían
llevar a una nueva física: el de la materia oscura y el de la energía oscura,
temas para otra ocasión.
La física cuántica es el área de
la ciencia que nos da, entonces, la explicación más profunda y exacta sobre los
constituyentes básicos de la realidad que nos rodea, si dejamos aparte el
espacio y el tiempo que por ahora son explicados por la Teoría General de la Relatividad de Einstein. En esta década se cumplen varios centenarios
de los hitos que sentaron los pilares de la mecánica cuántica en los fabulosos
años 20 del siglo pasado.
Posteriormente, durante los años
cuarenta, se desarrolló la electrodinámica
cuántica (EDC), una teoría
cuántica de campos que es la más exacta
que ha producido la mente humana. Servía
para entender los fenómenos electromagnéticos y fue clave para el desarrollo de
la industria electrónica. Con ella los físicos comprendieron que la simetría es
el principio explicativo de las leyes de conservación que juegan un papel
central en la teorización de la naturaleza, tal y como ya había cimentado en un
teorema la matemática Emmy Noether
en 1918.
Por esa época los físicos ya
habían partido el núcleo atómico y el proyecto Manhattan había inaugurado la
Era Nuclear creando el arma más poderosa jamás desarrollada por la especie
humana. Pero el núcleo atómico resultó
ser un objeto complejo que no se comprendía a fondo. Por ejemplo, los protones y neutrones que
integraban los núcleos no eran partículas elementales y encerraban un
misterio. Los físicos intentaron
replicar el éxito de la EDC y armados de sofisticadas matemáticas buscaron una
teoría cuántica de campos que diera cuenta de las interacciones nucleares (que
son de dos tipos: fuerte y débil). Al
mismo tiempo la física experimental en los aceleradores de partículas y en los
rayos cósmicos venía encontrando una asombrosa diversidad de partículas, una
fauna difícil de explicar.
Durante la segunda mitad del
siglo XX se resolvió el gran misterio (o casi) hasta llegar a la síntesis que
se conoce como Modelo Estándar y sus
pruebas experimentales. Primero se postularon los quarks como partículas
elementales que integraban a ciertas partículas compuestas, como por ejemplo
los protones y neutrones. Por esa vía se
desarrolló la cromodinámica cuántica
(CDC), una teoría cuántica de campos
que permitía explicar las interacciones nucleares fuertes. Con la interacción nuclear débil sucedió algo
aún más maravilloso: su solución a través de la teoría electrodébil (TED)
unificó dicha interacción con la electromagnética en un mismo marco
explicativo.
El llamado Modelo Estándar de la
física de partículas viene a ser como una síntesis de la EDC, la TED y la CDC,
las tres teorías cuánticas de campos ya mencionadas. Al fin y al cabo, una partícula elemental no
es más que una manifestación particular de un campo cuántico. En términos de
partículas elementales, éstas se clasifican en fermiones y bosones. Los bosones son los que juegan el papel de
intermediarios en las interacciones fundamentales: los fotones en las
interacciones electromagnéticas, los bosones W y Z en las interacciones
nucleares débiles y los gluones en las interacciones nucleares fuertes.
Pero este modelo tenía una pata coja: hacía falta explicar la masa como propiedad de ciertas
partículas elementales. Es ahí donde se
postula un mecanismo que brinda una solución a través de un nuevo campo
cuántico: el campo de Higgs o bosón de Higgs. Un nombre un poco injusto ya que Peter Higgs no fue el único autor, pues
fue un aporte colectivo. El propio Peter
a veces habla del “mecanismo ABEGHHK’tH”, una sigla que recoge las iniciales de
los principales aportantes al perfeccionamiento de la hipótesis.
En los últimos 20 años del siglo
XX se logró la confirmación experimental del Modelo Estándar. Un científico
colombiano, Juan Pablo Negret, hizo
parte de esos desarrollos, concretamente en el descubrimiento del quark Top en
el Fermi Lab de Chicago. Lo único que
faltaba por probar era la existencia del bosón de Higgs, algo sólo posible en
el LHC, una supermáquina subterránea ubicada en Suiza para acelerar protones
hasta casi la velocidad de la luz y hacerlos chocar. La expectativa era inmensa. El anuncio de hace 10 años significaba que la
mesa ya no tenía la pata coja: ¡la magnífica teoría se había salvado!
Tesla, Frida y Hawking:
tres personajes sobrevalorados
Publicada el 9 de enero
de 2022 y de nuevo en enero de 2024
Podría usar una lista más larga,
pero he escogido estos tres personajes del título para mostrar un punto sobre
idolatrías mediáticas y modas. Sin duda,
Nikola Tesla, Frida Kahlo y Stephen Hawking fueron tres talentosos
individuos. En vida tuvieron múltiples
reconocimientos: Tesla ganó la Medalla Edison en 1916 y durante décadas fue el showman favorito de los periódicos de la
época con sus espectáculos; Frida fue una pintora mexicana que trascendió
fronteras hasta el punto de exponer primero en Norteamérica y Europa que en
México; y Hawking fue un bestseller
con sus libros de divulgación que lo convirtieron en el científico más famoso
del momento en la vuelta de siglo y milenio. Los tres se han convertido en
íconos en la era de las redes sociales y, de hecho, son auténticos memes que se
viralizan en las mentes juveniles. Los
adolescentes y estudiantes de carreras técnicas adoran a Tesla, las feministas
adoran a Frida y los nerds adoran a
Hawking.
Se podría pensar que si de ídolos
juveniles se trata, más vale que lo sean un inventor, una verdadera artista y
un científico teórico, en vez de los reguetoneros, futbolistas e influencers que cautivan a las masas en
niveles aún mayores. Al menos aquellos
estimulan talentos en ingeniería, arte y ciencia, mientras que estos lo que
incentivan es la alienación. El problema
es que la idolatría es siempre una lente que distorsiona la realidad. Y los ídolos suelen tener pies de barro.
Sostengo que Frida Kahlo dista
mucho de ser una Van Gogh o una Leonarda da Vinci en la historia del arte; que
Stephen Hawking no le da ni por los tobillos a Einstein o a Newton, quienes
protagonizaron asombrosas revoluciones científicas; y que Nikola Tesla no inventó
ni la mitad de las cosas que se le atribuyen y no es ni la sombra de la leyenda
urbana en que se ha convertido a punta de memes y videos de YouTube fabricados
por teslalovers.
Afirmar las tres tesis anteriores
no implica desconocer el talento y realizaciones de cada uno, sino simplemente
ponerlos en el lugar merecido, ponderar con la máxima objetividad posible su
talla histórica, y desmitificar al ser humano sin el deslumbramiento de las
falsas aureolas. Mejor si se levantan
chispas ante tamaño atrevimiento.
No es casualidad que los tres
hayan tenido películas comerciales o se hayan convertido en marcas de grandes
ventas, desde artesanías y libros hasta carros eléctricos. Monumentos y atractivos turísticos hacen
gravitar a sus admiradores por miles. Los tres mitos cohabitan en el reino del merchandising.
Exceptuando a Hawking, los otros
dos han sido instrumentalizados políticamente por grupos interesados, como si
Frida hubiese sido un modelo de heroína feminista o Tesla un paladín
anticapitalista. Nada más lejos de la
realidad. Dudo que la patética relación
de Frida y Diego sea consistente con ideales feministas por más que Salma Hayek
endulce la píldora. Que Tesla, aliado de
magnates como Westinghouse y Morgan, haya sido un soñador estrafalario y mal
negociante no lo convierte en socialista, ni mucho menos en un lúcido líder
político que nunca fue ni de cerca.
No obstante, que estas tres
figuras hayan sido infladas más allá de su talento y mérito real no es mero
artificio de medios y redes. Y aquí
viene mi hipótesis: hay una razón psicológica que atrae en estos tres
personajes y se puede palpar en sus biografías.
Los tres están marcados por el sufrimiento y la tragedia, sus vidas se
salen de lo ordinario, bordean la locura, la enfermedad y la muerte. En últimas son tres héroes trágicos, que no
encajan en la sociedad, enfrentados a un mundo que trata de aplastarlos y que
finalmente los derrota, pero no sin antes dejar la semilla del mito sembrada para
que sus fans del siglo XXI la cosechen.
En Frida es muy clara la
inseparabilidad de vida y obra. Su
pintura no resalta por sus cualidades técnicas ni su virtuosidad pictórica sino
por la intensidad y fuerza del dolor auténtico que en ella se expresa. Su obra se alimenta enteramente de su
emocionante biografía y como en el ideal romántico rousseauniano expresa el
verdadero ser interior. Si se examina la
secuencia de precios de sus cuadros se observa una progresión geométrica, una
valoración que crece exponencialmente desde los años 90 en correspondencia con
su construcción ascendente como ícono.
Tal revaloración estratosférica no deja de ser una ironía post-mortem para la defensora del arte
popular.
Stephen Hawking es un científico
como muchos otros, pero su enfermedad lo catapultó a la fama y la supo
aprovechar. Jacob Beckenstein tiene
méritos similares a Hawking, pero, ¿quién lo conoce? Cuando murió, el 3-14 de
2018, lo compararon sin más con gigantes del panteón científico que dejaron
huellas mucho más profundas en la historia de la ciencia. En ese momento escribí un obituario en
contravía en un diario de mi ciudad (ver aquí),
pero creo que me quedé corto. Convertido
en estrella, la marca Hawking empezó a producir superventas editoriales de
divulgación científica, libros que brindan una imagen distorsionada de la
ciencia y que denigran de la filosofía, poniendo a su autor en ridículo ante
sus pares. Sus entrevistas y pronunciamientos desafortunados sobre lo divino y
lo humano reforzaron a sus críticos, como el astrofísico y filósofo Gustavo
Romero, quien ha acusado a Hawking de convertir la cosmología en un circo (ver aquí).
Nikola Tesla (ver biografía) tenía una
mente prodigiosa pero padecía desde joven un trastorno obsesivo
compulsivo. Su ingenio inventivo
predominó en su juventud y obtuvo cientos de patentes, aunque pocas
aplicaciones rentables. Pero en la
segunda mitad de sus 87 años de vida, desvarió, su mente se descarriló. Proyectos descabellados lo llevaron a la
ruina, perdió la confianza de los inversionistas, y se hundió en ideas
especulativas y locuras esotéricas. Nunca entendió las maravillosas
revoluciones de la física que sucedieron en su época: la relatividad y la
cuántica. Al final, el balance es
paradójico: fue un gran inventor, pero pésimo científico.
Como rezan los memes antidevotos:
¡se tenía que decir y se dijo!
Un homenaje sin flores
para Adriana Ocampo
Publicada el 8 de marzo de 2022
En agosto de 1910 se desarrolló
en Copenhague la segunda conferencia de la Internacional de Mujeres Socialistas
con el liderazgo de Clara Zetkin. En los
años 70 la ONU aprobó el 8 de marzo como “día internacional de la mujer”,
retomando la iniciativa que Zetkin y sus compañeras aprobaron en ese evento de
1910 para conmemorar cada 8 de marzo el Día Internacional de la Mujer
Trabajadora.
Más allá de las contradicciones
en torno a la historia concreta del incendio de una fábrica con saldo trágico
de obreras fallecidas, lo cierto es que la fecha surge de las luchas
sindicales, democráticas y socialistas de comienzos del siglo XX. Es un día de lucha reivindicativa, pero se ha
convertido en las oficinas de las empresas e instituciones en un día banal de
felicitaciones y flores, una especie de ‘día de la secretaria’ ampliado a otros
oficios.
Un tanto menos banal es la nueva
costumbre de utilizar la fecha para premiar a mujeres que se han destacado en
algún campo. Actualmente hay premios a
tutiplén y uno de ellos se lo inventó hace poco el canal gringo de televisión
Lifetime, quienes crearon el “Latin America Lifetime Awards” (LALA). El premio en sí me tiene sin cuidado, pero al
menos debo reconocer que acertaron al otorgar el LALA 2022 a la barranquillera
Adriana Ocampo, probablemente la colombiana más destacada de la NASA. Para ella éste es simplemente un premio más
para su colección.
Adriana nació en el Caribe
colombiano en 1955, pero muy pronto sus padres se trasladaron a Argentina, de
ahí que su acento al hablar español sea rioplatense. Ya en la adolescencia migraron a California y
casi enseguida Adriana se puso a hacer prácticas en el JPL (Jet Propulsion
Laboratory). El JPL es un famoso
instituto de investigación y desarrollo gestionado por Caltech y adscrito y
financiado por la NASA, dedicado a la exploración robótica del Sistema Solar, con
tanto éxito que actualmente tiene en curso 40 misiones interplanetarias. No
sorprende entonces que Adriana terminara estudiando geología planetaria o
planetología, una de las cinco grandes ramas de la astronomía (las otras 4 son:
cosmología, astrofísica, mecánica celeste y astrometría). Pregrado y maestría
los hizo en California State University (CSU) y el doctorado en la Universidad
de Amsterdam.
Con ciudadanía estadounidense
desde 1980, la barranquillera se vinculó de lleno al JPL donde ha desarrollado casi
toda su carrera. Ha trabajado en posiciones
de liderazgo en muchas misiones históricas de la NASA: Voyager (desde que era
apenas una novata), Viking (Marte y sus lunas), la malograda Mars Observer, las
exitosas Galileo y Juno (Júpiter y sus lunas), Venus
Express (misión conjunta con la Agencia Espacial Europea ESA), New
Horizon (Plutón), Osiris-Rex (llegó al asteroide Bennu
y regresará a la Tierra en septiembre de 2023 con muestras) y la misión Lucy
que partió hace poco, en octubre de 2021, a estudiar los asteroides troyanos de
Júpiter. Actualmente es la Science
Program Manager de la NASA, nada menos que la líder ejecutiva del
programa científico.
Adriana Ocampo ha explorado buena
parte del Sistema Solar pero, como si eso fuera poco, tiene importantes logros
en el estudio del planeta Tierra, especialmente en lo relacionado con los
cráteres de impacto producidos por grandes meteoritos. Su investigación más importante ha sido la
del cráter Chicxulub (descubierto por una exploración petrolera en 1981) ubicado
en la península de Yucatán. Fueron ella
y su exmarido Kevin Pope, quienes descubrieron que ese cráter era el causado
por el meteorito que llevó a la extinción de los dinosaurios hace 66 millones
de años, corroborando así la tesis de Luis y Walter Álvarez. Primero identificaron unos cenotes en
imágenes satelitales que asociaron al cráter y luego realizaron seis
expediciones a México y Belize en los años 90 para estudiar sobre el terreno
los rastros de las eyecciones del impacto.
Este trabajo le sirvió para tesis, artículo en Nature (1991), edición de
libro y muchas publicaciones más, catapultándola a la fama.
Semejante descubrimiento le
otorga a Adriana Ocampo un sitio en la historia de la ciencia, algo mucho más
importante que un premio. Notable aporte para lo que se ha llamado Big
History, que no es otra cosa
sino la historia del universo narrada por la ciencia actual y que constituye la
cosmovisión científica de la naturaleza, un saber que increiblemente no se
enseña en los colegios y universidades de Latinoamérica.
Adriana también participó en el
descubrimiento de otro cráter de impacto en Chad, África, producido hace 360
millones de años por un meteorito no tan grande como el de Yucatán. Y falta lo mejor: ¡un descubrimiento en
Colombia!
En el mundo hay 190 cráteres de
impacto confirmados (a fecha 2017), pero apenas 9 son en el continente
suramericano (recuérdese que Norteamérica es otro continente cuando la
perspectiva es de millones de años). Pues
bien, en 2017 Adriana y otros científicos (entre ellos tres colombianos, uno de
los cuales –A.García- era profesor de la Universidad Libre y del grupo de
astronomía Antares de Cali) publicaron en Lunar and Planetary Science (XLVIII)
un artículo sobre un importante hallazgo.
Habían identificado un gigantesco cráter de impacto en el Valle del río
Cauca con 36 kilómetros de diámetro máximo y más de tres millones de años de
antigüedad.
El centro del cráter está cerca a
Puerto Tejada, hacia el norte alcanza a llegar a Candelaria y de este a oeste
se localiza entre Jamundí y Miranda, mientras que hacia el sur no alcanza a
llegar hasta Santander de Quilichao. No
toca a Cali pero quedó reseñado como “el cráter de Cali”. Espectacular hallazgo que le permitió a
Adriana retribuir con ciencia a su país de origen, como lo ha hecho también en
divulgación. En 1996 la contactamos por
primera vez desde el Planetario de Barranquilla, con la intención de
invitarla. Pero como vimos, en esos años
estaba bien sumergida en la investigación de Chicxulub y la tesis. No fue sino
hasta el siglo XXI que Adriana regresó a su tierra y pudo conocer su ciudad
natal. Grande, Adriana.
Jorge
Senior
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