domingo, 4 de febrero de 2024

Divulgación científica: Cuatro historias de la ciencia

 Cuatro historias de la ciencia

En esta entrada del blog Buhografías del Unicornio presentamos cuatro ejemplos de divulgación científica publicados originalmente en el portal colombiano El Unicornio. Desde la medicina hasta la física de partículas y la astronomía recorremos la ciencia de los siglos XX y XXI, mostrando aspectos asombrosos de su gesta. Y no sólo la ciencia; también el arte y la tecnología hacen presencia desde una mirada crítica sobre los mitos que se crean en el mundo hiperconectado en que vivimos. Colombia no podía estar ausente.

 

Por Jorge Senior

Serie Buhografías

 

Contenido:

·         La increíble historia de Henrietta Lacks

o   Publicada el 12 de agosto de 2020; estábamos en pandemia y la historia de la medicina era muy pertinente. Este artículo ha sido utilizado como lectura en Facultades de Ciencia de la Salud.

·         Diez años del bosón de Higgs

o   Publicada el 4 de julio de 2022, justo al cumplirse 10 años del anuncio público del descubrimiento; con este homenaje celebramos el aniversario.

·         Tesla, Frida, Hawking: tres personajes sobrevalorados

o   Publicada el 9 de enero de 2022 y de nuevo en enero de 2024; una mirada crítica al despliegue mediático y en redes de estos tres personajes, al tiempo que se esboza un hipótesis que explicaría sus mitificaciones. Es una de las columnas más polemizada y más veces compartida.

·         Homenaje sin flores para Adriana Ocampo

o   Publicada el 8 de marzo de 2022, día internacional de la mujer; homenaje a una mujer científica colombiana de trayectoria mundial.

 

La increíble historia de Henrietta Lacks

Publicada el 12 de agosto de 2020

 

En este anómalo agosto, Henrietta Lacks cumplió 100 años.  Como el gato de Schrödinger, ella está viva y muerta.  Una parte de ella murió en 1951.  Otra parte de ella es inmortal y pesa actualmente varias toneladas.  Su yo inmortal fue el asesino de su yo mortal.  Hela ahí: ese yo inmortal y asesino es un hito de la medicina y hoy ayuda a salvar vidas.  Su yo mortal nunca imaginó el final de esta increíble historia.  Ni el más imaginativo de los escritores pudo vislumbrar semejante destino para un simple mortal.

Todo comenzó en febrero de 1951 cuando a Loretta Pleasant, una joven de 30 años, le diagnosticaron cáncer cervical en el hospital John Hopkins en Baltimore.  Era una mujer pobre, de raza negra, con 5 hijos, el último de los cuales había nacido pocos meses antes en ese mismo hospital.  Cuando se casó con su primo David Lacks nueve años antes, tomó su apellido, pero ni siquiera sus descendientes saben cómo o por qué cambió su nombre a Henrietta. 

El médico Howard Jones decidió hacer una biopsia, tomó muestras de células del tumor para diagnosticarlo y les pasó algunas a investigadores del mismo instituto. Uno de ellos era el ginécologo Richard TeLinde, quien investigaba sobre cáncer cervical, y los otros dos eran una pareja casada, George y Margaret Gey, quienes llevaban años trabajando en cultivos celulares in vitro, intentando que células humanas perduraran largo tiempo fuera del cuerpo de origen.  En su laboratorio el matrimonio Gey creó las condiciones para la reproducción por mitosis de las células tumorosas de Henrietta, quien no tenía la menor idea del asunto, pues en aquella época el consentimiento informado no era práctica habitual, ni había un protocolo bioético que obligara a dar tal información al paciente.  Para sorpresa de los investigadores estas células resultaron dotadas de un superpoder: reproducirse indefinidamente, más allá del límite de Hayflick que marca la muerte programada por apoptosis a las celulas ordinarias del ser humano y de muchas otras especies. ¡Las agresivas células cancerosas de Henrietta eran inmortales! 

Pero Henrietta nunca lo supo.  Ella no era inmortal.  El 4 de octubre de 1951 falleció por causa de ese tumor inmortal.  Sólo 20 años después, casi de casualidad, su familia se enteró de que una parte de Henrietta, precisamente la que causó su muerte, aún vívía.  Y no sólo eso, la reproducción de esas células, llamadas HeLa por el nombre de la paciente fallecida, había escalado a niveles industriales, distribuyéndose por innumerables laboratorios de todo el mundo debido a sus propiedades especiales y su inmensa utilidad para la investigación biomédica.  Las células HeLa, por ejemplo, contribuyeron a la investigación de Jonas Salk que llevó a la exitosísima vacuna contra la poliomelitis.  Muchos descubrimientos médicos, y hasta algunos premios Nobel, se han derivado de investigaciones realizadas con esas células letales y maravillosas.  Es el caso de Elizabeth Blackburn, Carol Greider y Jack Szostak que en 2009 ganaron el Nobel por su trabajo sobre la enzima telomerasa, que repara los telómeros de los cromosomas y es clave en la juventud eterna de las células HeLa.  Se calcula que se han realizado unos 74.000 experimentos con las células descendientes de Henrietta, que algunos clasifican como no humanas, pues son mutantes con 80 cromosomas.  Aquí en Colombia también se utilizan.

Dos temáticas se abren a partir de esta historia.  Una es la deliberación bioética que se derivó de este caso y el perfeccionamiento consecuente de los protocolos.  Sin embargo, no se puede desconocer que los inmensos beneficios para la humanidad obtenidos de las investigaciones con esta línea celular inmortal, superan cualquier derecho individual de corte liberal.  El Bien común prima sobre el interés particular.  Por ello, actualmente en muchos países todos somos donantes por defecto, mientras no digamos lo contrario.  En Colombia, la ley 1805 de 2016 establece en su artículo 3 que “se presume que se es donante cuando una persona durante su vida se ha abstenido de ejercer el derecho que tiene a oponerse a que de su cuerpo se extraigan órganos, tejidos o componentes anatómicos después de su fallecirniento”.

El otro tema, de mayor importancia, es el renacimiento del milenario sueño de la especie humana de alcanzar la inmortalidad, ya no por magia sino por ciencia y tecnología.  Entiéndase por inmortalidad, en este contexto biológico, la detención del envejecimiento, no la indestructibilidad.  Durante el 80% de los 4 mil millones de años de historia de la vida, la muerte por envejecimiento o muerte programada no existía.  Este “invento” reciente de la evolución es concomitante con otra novedad: la reproducción sexual de organismos pluricelulares.  Sexo y muerte son dos caras de la misma moneda evolutiva.  Sin embargo, hay especies animales que no tienen ese mecanismo llamado “muerte” en su ciclo vital, como la hydra, por ejemplo. ¿Podremos los seres humanos prescindir de la muerte senil algún día?  La respuesta parece ser afirmativa y no muy lejana.  Una posibilidad sería con células madres y epigenética para lograr la regeneración de tejidos y órganos. 

Si el siglo XX fue el siglo de la física, ahora estamos en el de la biología y la medicina se encuentra al borde de una revolución científica.

 

 

10 años del bosón de Higgs

Publicada el 4 de julio de 2022

 

El 4 de julio de 2012 se produjo un anuncio que fue noticia de primera plana en los principales medios informativos del mundo: el tan esperado hallazgo del bosón de Higgs se había producido.  Esta hazaña, que costó miles de millones de dólares y el esfuerzo de un gigantesco ejército de ingenieros y físicos, culminó con éxito una búsqueda que duró casi medio siglo, desde su predicción teórica.  En esta columna trataré de contar a grandes rasgos la historia de esta aventura.

De niño solía salir al patio de tierra detrás de la casa armado con un pequeño imán.  Procedía a frotar el imán contra la tierra para que se le pegaran limaduras de hierro que luego depositaba en una hoja de papel blanco.  Moviendo el imán debajo de la hoja observaba extasiado como se movían mágicamente las limaduras formando diversas figuras. 

Casi siglo y medio antes, con un truco similar el autodidacta Michael Faraday había descubierto lo que llamó “líneas de fuerza” y con ese fundamento observable elaboró un concepto intuitivo de “campo” que luego Maxwell matematizó.  Hoy por hoy, si usted, amable lector, le pregunta a un físico de qué está hecho el mundo, la respuesta ya no es “de átomos”. No, señor.  El científico le dirá: “el universo está hecho de campos”.  Pero estos campos fundamentales no son aquellos de tipo clásico del siglo XIX, sino que son campos cuánticos.

En efecto, de acuerdo a nuestro actual conocimiento teórico y experimental, la realidad física -la única que existe- está constituída por 37 campos cuánticos y un solo campo clásico (el espacio-tiempo).  Sin embargo, sabemos que a escala cosmológica hay fenómenos físicos que quedan por fuera de nuestro conocimiento actual, por lo que hay dos frentes de investigación que podrían llevar a una nueva física: el de la materia oscura y el de la energía oscura, temas para otra ocasión.     

La física cuántica es el área de la ciencia que nos da, entonces, la explicación más profunda y exacta sobre los constituyentes básicos de la realidad que nos rodea, si dejamos aparte el espacio y el tiempo que por ahora son explicados por la Teoría General de la Relatividad de Einstein.  En esta década se cumplen varios centenarios de los hitos que sentaron los pilares de la mecánica cuántica en los fabulosos años 20 del siglo pasado. 

Posteriormente, durante los años cuarenta, se desarrolló la electrodinámica cuántica (EDC), una teoría cuántica de campos  que es la más exacta que ha producido la mente humana.  Servía para entender los fenómenos electromagnéticos y fue clave para el desarrollo de la industria electrónica. Con ella los físicos comprendieron que la simetría es el principio explicativo de las leyes de conservación que juegan un papel central en la teorización de la naturaleza, tal y como ya había cimentado en un teorema la matemática Emmy Noether en 1918.

Por esa época los físicos ya habían partido el núcleo atómico y el proyecto Manhattan había inaugurado la Era Nuclear creando el arma más poderosa jamás desarrollada por la especie humana.  Pero el núcleo atómico resultó ser un objeto complejo que no se comprendía a fondo.  Por ejemplo, los protones y neutrones que integraban los núcleos no eran partículas elementales y encerraban un misterio.  Los físicos intentaron replicar el éxito de la EDC y armados de sofisticadas matemáticas buscaron una teoría cuántica de campos que diera cuenta de las interacciones nucleares (que son de dos tipos: fuerte y débil).  Al mismo tiempo la física experimental en los aceleradores de partículas y en los rayos cósmicos venía encontrando una asombrosa diversidad de partículas, una fauna difícil de explicar.

Durante la segunda mitad del siglo XX se resolvió el gran misterio (o casi) hasta llegar a la síntesis que se conoce como Modelo Estándar y sus pruebas experimentales. Primero se postularon los quarks como partículas elementales que integraban a ciertas partículas compuestas, como por ejemplo los protones y neutrones.  Por esa vía se desarrolló la cromodinámica cuántica (CDC), una teoría cuántica de campos que permitía explicar las interacciones nucleares fuertes.  Con la interacción nuclear débil sucedió algo aún más maravilloso: su solución a través de la teoría electrodébil (TED) unificó dicha interacción con la electromagnética en un mismo marco explicativo.

El llamado Modelo Estándar de la física de partículas viene a ser como una síntesis de la EDC, la TED y la CDC, las tres teorías cuánticas de campos ya mencionadas.  Al fin y al cabo, una partícula elemental no es más que una manifestación particular de un campo cuántico. En términos de partículas elementales, éstas se clasifican en fermiones y bosones.  Los bosones son los que juegan el papel de intermediarios en las interacciones fundamentales: los fotones en las interacciones electromagnéticas, los bosones W y Z en las interacciones nucleares débiles y los gluones en las interacciones nucleares fuertes. 

Pero este modelo tenía una pata coja: hacía falta explicar la masa como propiedad de ciertas partículas elementales.  Es ahí donde se postula un mecanismo que brinda una solución a través de un nuevo campo cuántico: el campo de Higgs o bosón de Higgs. Un nombre un poco injusto ya que Peter Higgs no fue el único autor, pues fue un aporte colectivo.  El propio Peter a veces habla del “mecanismo ABEGHHK’tH”, una sigla que recoge las iniciales de los principales aportantes al perfeccionamiento de la hipótesis. 

En los últimos 20 años del siglo XX se logró la confirmación experimental del Modelo Estándar. Un científico colombiano, Juan Pablo Negret, hizo parte de esos desarrollos, concretamente en el descubrimiento del quark Top en el Fermi Lab de Chicago.  Lo único que faltaba por probar era la existencia del bosón de Higgs, algo sólo posible en el LHC, una supermáquina subterránea ubicada en Suiza para acelerar protones hasta casi la velocidad de la luz y hacerlos chocar.  La expectativa era inmensa.  El anuncio de hace 10 años significaba que la mesa ya no tenía la pata coja: ¡la magnífica teoría se había salvado!     

 

 

 

Tesla, Frida y Hawking: tres personajes sobrevalorados

Publicada el 9 de enero de 2022 y de nuevo en enero de 2024

 

Podría usar una lista más larga, pero he escogido estos tres personajes del título para mostrar un punto sobre idolatrías mediáticas y modas.  Sin duda, Nikola Tesla, Frida Kahlo y Stephen Hawking fueron tres talentosos individuos.  En vida tuvieron múltiples reconocimientos: Tesla ganó la Medalla Edison en 1916 y durante décadas fue el showman favorito de los periódicos de la época con sus espectáculos; Frida fue una pintora mexicana que trascendió fronteras hasta el punto de exponer primero en Norteamérica y Europa que en México; y Hawking fue un bestseller con sus libros de divulgación que lo convirtieron en el científico más famoso del momento en la vuelta de siglo y milenio. Los tres se han convertido en íconos en la era de las redes sociales y, de hecho, son auténticos memes que se viralizan en las mentes juveniles.  Los adolescentes y estudiantes de carreras técnicas adoran a Tesla, las feministas adoran a Frida y los nerds adoran a Hawking. 

Se podría pensar que si de ídolos juveniles se trata, más vale que lo sean un inventor, una verdadera artista y un científico teórico, en vez de los reguetoneros, futbolistas e influencers que cautivan a las masas en niveles aún mayores.  Al menos aquellos estimulan talentos en ingeniería, arte y ciencia, mientras que estos lo que incentivan es la alienación.  El problema es que la idolatría es siempre una lente que distorsiona la realidad.  Y los ídolos suelen tener pies de barro. 

Sostengo que Frida Kahlo dista mucho de ser una Van Gogh o una Leonarda da Vinci en la historia del arte; que Stephen Hawking no le da ni por los tobillos a Einstein o a Newton, quienes protagonizaron asombrosas revoluciones científicas; y que Nikola Tesla no inventó ni la mitad de las cosas que se le atribuyen y no es ni la sombra de la leyenda urbana en que se ha convertido a punta de memes y videos de YouTube fabricados por teslalovers. 

Afirmar las tres tesis anteriores no implica desconocer el talento y realizaciones de cada uno, sino simplemente ponerlos en el lugar merecido, ponderar con la máxima objetividad posible su talla histórica, y desmitificar al ser humano sin el deslumbramiento de las falsas aureolas.  Mejor si se levantan chispas ante tamaño atrevimiento.

No es casualidad que los tres hayan tenido películas comerciales o se hayan convertido en marcas de grandes ventas, desde artesanías y libros hasta carros eléctricos.  Monumentos y atractivos turísticos hacen gravitar a sus admiradores por miles. Los tres mitos cohabitan en el reino del merchandising.

Exceptuando a Hawking, los otros dos han sido instrumentalizados políticamente por grupos interesados, como si Frida hubiese sido un modelo de heroína feminista o Tesla un paladín anticapitalista.  Nada más lejos de la realidad.  Dudo que la patética relación de Frida y Diego sea consistente con ideales feministas por más que Salma Hayek endulce la píldora.  Que Tesla, aliado de magnates como Westinghouse y Morgan, haya sido un soñador estrafalario y mal negociante no lo convierte en socialista, ni mucho menos en un lúcido líder político que nunca fue ni de cerca.   

No obstante, que estas tres figuras hayan sido infladas más allá de su talento y mérito real no es mero artificio de medios y redes.  Y aquí viene mi hipótesis: hay una razón psicológica que atrae en estos tres personajes y se puede palpar en sus biografías.  Los tres están marcados por el sufrimiento y la tragedia, sus vidas se salen de lo ordinario, bordean la locura, la enfermedad y la muerte.  En últimas son tres héroes trágicos, que no encajan en la sociedad, enfrentados a un mundo que trata de aplastarlos y que finalmente los derrota, pero no sin antes dejar la semilla del mito sembrada para que sus fans del siglo XXI la cosechen.

En Frida es muy clara la inseparabilidad de vida y obra.  Su pintura no resalta por sus cualidades técnicas ni su virtuosidad pictórica sino por la intensidad y fuerza del dolor auténtico que en ella se expresa.  Su obra se alimenta enteramente de su emocionante biografía y como en el ideal romántico rousseauniano expresa el verdadero ser interior.  Si se examina la secuencia de precios de sus cuadros se observa una progresión geométrica, una valoración que crece exponencialmente desde los años 90 en correspondencia con su construcción ascendente como ícono.  Tal revaloración estratosférica no deja de ser una ironía post-mortem para la defensora del arte popular.

Stephen Hawking es un científico como muchos otros, pero su enfermedad lo catapultó a la fama y la supo aprovechar.  Jacob Beckenstein tiene méritos similares a Hawking, pero, ¿quién lo conoce? Cuando murió, el 3-14 de 2018, lo compararon sin más con gigantes del panteón científico que dejaron huellas mucho más profundas en la historia de la ciencia.  En ese momento escribí un obituario en contravía en un diario de mi ciudad (ver aquí), pero creo que me quedé corto.  Convertido en estrella, la marca Hawking empezó a producir superventas editoriales de divulgación científica, libros que brindan una imagen distorsionada de la ciencia y que denigran de la filosofía, poniendo a su autor en ridículo ante sus pares. Sus entrevistas y pronunciamientos desafortunados sobre lo divino y lo humano reforzaron a sus críticos, como el astrofísico y filósofo Gustavo Romero, quien ha acusado a Hawking de convertir la cosmología en un circo (ver aquí).

Nikola Tesla (ver biografía) tenía una mente prodigiosa pero padecía desde joven un trastorno obsesivo compulsivo.  Su ingenio inventivo predominó en su juventud y obtuvo cientos de patentes, aunque pocas aplicaciones rentables.  Pero en la segunda mitad de sus 87 años de vida, desvarió, su mente se descarriló.  Proyectos descabellados lo llevaron a la ruina, perdió la confianza de los inversionistas, y se hundió en ideas especulativas y locuras esotéricas. Nunca entendió las maravillosas revoluciones de la física que sucedieron en su época: la relatividad y la cuántica.  Al final, el balance es paradójico: fue un gran inventor, pero pésimo científico.

Como rezan los memes antidevotos: ¡se tenía que decir y se dijo!

 

 

 

Un homenaje sin flores para Adriana Ocampo

Publicada el 8 de marzo de 2022


En agosto de 1910 se desarrolló en Copenhague la segunda conferencia de la Internacional de Mujeres Socialistas con el liderazgo de Clara Zetkin.  En los años 70 la ONU aprobó el 8 de marzo como “día internacional de la mujer”, retomando la iniciativa que Zetkin y sus compañeras aprobaron en ese evento de 1910 para conmemorar cada 8 de marzo el Día Internacional de la Mujer Trabajadora.

Más allá de las contradicciones en torno a la historia concreta del incendio de una fábrica con saldo trágico de obreras fallecidas, lo cierto es que la fecha surge de las luchas sindicales, democráticas y socialistas de comienzos del siglo XX.  Es un día de lucha reivindicativa, pero se ha convertido en las oficinas de las empresas e instituciones en un día banal de felicitaciones y flores, una especie de ‘día de la secretaria’ ampliado a otros oficios.

Un tanto menos banal es la nueva costumbre de utilizar la fecha para premiar a mujeres que se han destacado en algún campo.  Actualmente hay premios a tutiplén y uno de ellos se lo inventó hace poco el canal gringo de televisión Lifetime, quienes crearon el “Latin America Lifetime Awards” (LALA).  El premio en sí me tiene sin cuidado, pero al menos debo reconocer que acertaron al otorgar el LALA 2022 a la barranquillera Adriana Ocampo, probablemente la colombiana más destacada de la NASA.  Para ella éste es simplemente un premio más para su colección.

Adriana nació en el Caribe colombiano en 1955, pero muy pronto sus padres se trasladaron a Argentina, de ahí que su acento al hablar español sea rioplatense.  Ya en la adolescencia migraron a California y casi enseguida Adriana se puso a hacer prácticas en el JPL (Jet Propulsion Laboratory).  El JPL es un famoso instituto de investigación y desarrollo gestionado por Caltech y adscrito y financiado por la NASA, dedicado a la exploración robótica del Sistema Solar, con tanto éxito que actualmente tiene en curso 40 misiones interplanetarias. No sorprende entonces que Adriana terminara estudiando geología planetaria o planetología, una de las cinco grandes ramas de la astronomía (las otras 4 son: cosmología, astrofísica, mecánica celeste y astrometría). Pregrado y maestría los hizo en California State University (CSU) y el doctorado en la Universidad de Amsterdam.

Con ciudadanía estadounidense desde 1980, la barranquillera se vinculó de lleno al JPL donde ha desarrollado casi toda su carrera.  Ha trabajado en posiciones de liderazgo en muchas misiones históricas de la NASA: Voyager (desde que era apenas una novata), Viking (Marte y sus lunas), la malograda Mars Observer, las exitosas Galileo y Juno (Júpiter y sus lunas), Venus Express (misión conjunta con la Agencia Espacial Europea ESA), New Horizon (Plutón), Osiris-Rex (llegó al asteroide Bennu y regresará a la Tierra en septiembre de 2023 con muestras) y la misión Lucy que partió hace poco, en octubre de 2021, a estudiar los asteroides troyanos de Júpiter.  Actualmente es la Science Program Manager de la NASA, nada menos que la líder ejecutiva del programa científico.

Adriana Ocampo ha explorado buena parte del Sistema Solar pero, como si eso fuera poco, tiene importantes logros en el estudio del planeta Tierra, especialmente en lo relacionado con los cráteres de impacto producidos por grandes meteoritos.  Su investigación más importante ha sido la del cráter Chicxulub (descubierto por una exploración petrolera en 1981) ubicado en la península de Yucatán.  Fueron ella y su exmarido Kevin Pope, quienes descubrieron que ese cráter era el causado por el meteorito que llevó a la extinción de los dinosaurios hace 66 millones de años, corroborando así la tesis de Luis y Walter Álvarez.  Primero identificaron unos cenotes en imágenes satelitales que asociaron al cráter y luego realizaron seis expediciones a México y Belize en los años 90 para estudiar sobre el terreno los rastros de las eyecciones del impacto.  Este trabajo le sirvió para tesis, artículo en Nature (1991), edición de libro y muchas publicaciones más, catapultándola a la fama. 

Semejante descubrimiento le otorga a Adriana Ocampo un sitio en la historia de la ciencia, algo mucho más importante que un premio. Notable aporte para lo que se ha llamado Big History, que no es otra cosa sino la historia del universo narrada por la ciencia actual y que constituye la cosmovisión científica de la naturaleza, un saber que increiblemente no se enseña en los colegios y universidades de Latinoamérica.   

Adriana también participó en el descubrimiento de otro cráter de impacto en Chad, África, producido hace 360 millones de años por un meteorito no tan grande como el de Yucatán.  Y falta lo mejor: ¡un descubrimiento en Colombia! 

En el mundo hay 190 cráteres de impacto confirmados (a fecha 2017), pero apenas 9 son en el continente suramericano (recuérdese que Norteamérica es otro continente cuando la perspectiva es de millones de años).  Pues bien, en 2017 Adriana y otros científicos (entre ellos tres colombianos, uno de los cuales –A.García- era profesor de la Universidad Libre y del grupo de astronomía Antares de Cali) publicaron en Lunar and Planetary Science (XLVIII) un artículo sobre un importante hallazgo.  Habían identificado un gigantesco cráter de impacto en el Valle del río Cauca con 36 kilómetros de diámetro máximo y más de tres millones de años de antigüedad.

El centro del cráter está cerca a Puerto Tejada, hacia el norte alcanza a llegar a Candelaria y de este a oeste se localiza entre Jamundí y Miranda, mientras que hacia el sur no alcanza a llegar hasta Santander de Quilichao.  No toca a Cali pero quedó reseñado como “el cráter de Cali”.  Espectacular hallazgo que le permitió a Adriana retribuir con ciencia a su país de origen, como lo ha hecho también en divulgación.  En 1996 la contactamos por primera vez desde el Planetario de Barranquilla, con la intención de invitarla.  Pero como vimos, en esos años estaba bien sumergida en la investigación de Chicxulub y la tesis. No fue sino hasta el siglo XXI que Adriana regresó a su tierra y pudo conocer su ciudad natal.  Grande, Adriana.

 

Jorge Senior

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Wokismo y trumpismo: la ciencia bajo ataque en USA

  Wokismo y trumpismo: la ciencia bajo ataque en USA En esta entrada del blog Buhografías del Unicornio presentamos tres columnas de an...