viernes, 16 de febrero de 2024

Darwin, Wallace y nuestro orgullo primate

 

Darwin, Wallace y el orgullo primate

En esta entrada del blog Buhografías del Unicornio presentamos tres columnas de divulgación científica relacionadas con la teoría de la evolución, publicadas originalmente en el portal colombiano El Unicornio en un orden cronológico inverso al que tienen aquí. Primero celebramos el día del orgullo primate, luego reseñamos un libro colombiano que hace homenaje a Alfred Russel Wallace y finalmente volvemos a reivindicar nuestro orgullo primate -nuestra plena animalidad- pero desde la excusa de una anécdota política sucedida en Colombia.

 

Por Jorge Senior

Serie Buhografías

 

 

Contenido

·         Noviembre 24: día del orgullo primate

o   Publicada el 24 de noviembre de 2023 

·         Bicentenario de un magnífico desconocido

o   Publicada el 8 de enero de 2023, bicentenario de Alfred Wallace

·         Sí, somos simios

o   Publicada el 28 de septiembre de 2022

 

Noviembre 24: día del orgullo primate

Publicada el 24 de noviembre de 2023

 

¡Felicitaciones, humano! Hoy es tu día y el de toda tu parentela del orden de los primates. Esta grata celebración que se festeja cada 24 de noviembre en algunos países se llama “día de la evolución”, pero en España y la mayoría de los países latinoamericanos se conoce como “el día del orgullo primate”. En Colombia se celebra desde el año 2010 y sirve de ocasión para desplegar toda clase de dinámicas de divulgación científica alrededor del tema de la evolución de la biosfera terrestre.

Hay dos razones por las cuales se escogió esta fecha. Una es que el 24 de noviembre de 1859 salió a la luz la primera edición de la obra cumbre de Charles Darwin: El origen de las especies. No exagero si digo que este texto partió en dos la historia de la humanidad, pues abrió la puerta para el entendimiento de la naturaleza humana y responder por fín las dos grandes preguntas: ¿qué somos?.¿de dónde venimos?  El título es equívoco, pues el argumento no se refiere al origen de la especies ni al surgimiento de la vida, sino a cómo las especies cambian por medio del mecanismo de selección natural. De todos modos el título completo aclara el asunto: “Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural” y el subtítulo agrega “o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida”.

La segunda razón para la fecha es que el 24 de noviembre de 1974 el paleontólogo Donald Johanson descubrió en Etiopía un fósil casi completo (52 huesos) de un homínido hembra, con una antigüedad de más de 3 millones de años y que tenía locomoción bípeda y un cerebro de tamaño similar al de un chimpancé. Este descubrimiento zanjó una discusión clave, al dejar en claro que el andar en dos patas fue un cambio evolutivo anterior al desarrollo de un gran cerebro. El famoso esqueleto fue llamado Lucy y clasificado como perteneciente al género Australopithecus, antecesor del género Homo.  A la especie se le asignó la etiqueta de Australopithecus Afarensis. Dato anecdótico: se dice que el nombre de Lucy se debe a la canción de los Beatles, Lucy in the Sky with Diamonds. Segundo dato anecdótico: se supone que el título de esa canción tiene encriptada la sigla LSD del ácido lisérgico, una sustancia psicotrópica que puso a viajar a los hippies de los años 60.

El día del orgullo primate es una oportunidad para homenajear a la ciencia y contribuir al entendimiento de la biología evolutiva, corazón de las ciencias de la vida. Por lo que uno lee en las redes sociales, la enseñanza de la biología anda mal en los colegios y hay toda clase de tergiversaciones sobre ella, como la creencia de que la teoría es especulativa y no un hecho ya probado hasta la saciedad e incluso experimentable en laboratorio. Se siguen repitiendo tonterías como que la teoría afirma que “el hombre desciende del mono” o que falta un “eslabón perdido”. Se desconocen los desarrollos posteriores a Darwin que llevaron a la genética de poblaciones y a la teoría sintética de la evolución cerca de 1930, entroncando la evolución con la genética. Y más aún se desconocen las ampliaciones recientes como la genómica, la epigenética, el enfoque evo-devo. Otra distorsión es la creencia de que la ciencia afirma que “la evolución es puro azar”, como si no hubiesen leyes físicas y químicas, ni mecanismos biológicos en el proceso que, desde luego, sí tiene aspectos contingentes.

¿A qué se debe esa enseñanza deficiente en las escuelas? Mi percepción es que las Facultades de Educación están fallando en la formación de maestros. Una de las razones es el auge del fanatismo religioso en el magisterio, el cual socava la cosmovisión científica que debería primar. De ahí que la divulgación científica sea una tarea de primera importancia en la sociedad. Así parece estarlo reconociendo el Ministerio de Ciencias que ha convocado para la próxima semana un Encuentro Nacional de Divulgadores Científicos que ellos llaman “el primero”. En realidad no es el primero, pero sí es muy bueno que se organice esta rama educativa no formal que permite la apropiación social del conocimiento científico.

Volvamos a 1859. Poco más de 2 meses antes de la publicación del libro de Darwin, el 12 de septiembre, el astrónomo francés Urbain Le Verrier radicó en la Academia de Ciencias de su patria, una carta en la que detallaba un descubrimiento factual incómodo. Resulta que la precesión del perihelio de la órbita del planeta Mercurio no concordaba plenamente con la flamante mecánica celeste de Newton. La desviación era casi insignificante, apenas 40 segundos de arco en un siglo (en realidad 43 segundos según mediciones posteriores). Lo interesante es que ese hecho inexplicable fue resuelto por Einstein el 18 de noviembre de 1915 y marcó para él un momento ¡eureka!. Hasta palpitaciones tuvo, según contó a un amigo. Ya sabiendo que iba por el camino correcto, apenas una semana después, 25 de noviembre, Einstein obtuvo las ecuaciones de campo de la Relatividad General. Así que la jornada del “orgullo primate” suele ser complementada o combinada con la jornada de conmemoración de la Teoría General de la Relatividad al siguiente día. Todo 24 tiene su 25.

En 1859 se produce otro hecho extraordinario en Alemania, protagonizado por el físico Gustav Kirchoff. No hay espacio para contar esa historia. Baste decir que del teorema de Kirchoff surgió un desafío que llevaría al nacimiento de la mecánica cuántica en 1900 con Max Planck.

1859: septiembre, Le Verrier, Francia; octubre, Kirchoff, Alemania; noviembre, Darwin, Inglaterra. Si 1905 fue el año maravilloso de Einstein, no hay duda de que 1859 fue otro año excepcional en la gran aventura del conocimiento que una especie de primates ha gestado con orgullo sobre la faz de la Tierra.

Coletilla: no olvidemos a Alfred Wallace, en la siguiente columna celebramos su bicentenario.

 

 

Bicentenario de un magnífico desconocido

Publicada el 8 de enero de 2023, bicentenario de Alfred Russel Wallace

 

Todo el mundo conoce a Charles Darwin como el famoso barbudo que en el siglo XIX se craneó la teoría de la evolución por selección natural y autor del que para algunos es el libro más importante de la historia: El origen de las especies. Pero pocos reconocen a Alfred Russel Wallace, nacido el 8 de enero de 1823, quien llegó a ideas similares en forma paralela. Ideas revolucionarias que se incubaron en Suramérica, pues ambos naturalistas estuvieron explorando este continente, aunque sólo Wallace estuvo en Colombia.

El épico viaje de Darwin en el Beagle tuvo lugar en el período que va de finales de 1831 hasta 1836. La mayor parte de esa exploración ocurrió en Suramérica entre 1832 y 1835, pasando unos tres años en tierra firme, aunque sin alejarse del litoral. Wallace, en cambio, sí se adentró en el continente hasta las profundidades de la Amazonia entre 1848 y 1852. Los ejes de su exploración fueron el Río Negro y el Río Vaupés por el cual ascendió desde Brasil hasta territorio colombiano. Esa aventura terminó mal, pues en el viaje de regreso al Reino Unido el barco se incendió en altamar, perdiéndose toda la esforzada colección de especímenes y la mayor parte de sus escritos en el terreno. Wallace y la tripulación escaparon en un bote y estuvieron a la deriva 10 días hasta ser rescatados.

Wallace es considerado el padre de la biogeografía y su trabajo en el Amazonas le permitió escribir sus dos primeros libros con aportes a ese campo. Sin embargo, su idea equivalente a la ‘selección natural’ de Darwin maduró en su siguiente expedición en el archipiélago malayo entre 1854 y 1862. Ese archipiélago fue para Wallace como las Galápagos para Darwin.

La historia de la ciencia reconoce a Wallace como “codescubridor” de lo que popularmente se conoce como “la teoría de la evolución”. El 1 de julio de 1858 sendos artículos de Darwin y Wallace fueron leídos ante la Sociedad Linneana de Londres, fecha que se toma como partida de nacimiento de la teoría evolutiva. No obstante, Wallace no fue consecuente con la visión naturalista y tuvo múltiples deslices esotéricos. Desde 1865 cayó en el espiritualismo, considerando a la especie humana como excepción y a la evolución como algo dirigido a un fin. Tal visión antropocéntrica y teleológica es anticientífica. Aún así hizo diversos aportes específicos que complementaron las ideas de Darwin, quien más que un rival fue su amigo y mentor.

Wallace vivió 90 años, fue un intenso activista social de ideas progresistas y obtuvo en vida importantes reconocimientos. Publicó 22 libros, más de 500 artículos en revistas científicas (191 en Nature) y muchos escritos en la prensa. Por eso resulta extraño que no tenga la fama que merece.

Aquí en Colombia, la Universidad de los Andes y Villegas Editores han publicado hace apenas algunos meses un espectacular libro de lujo titulado En busca del origen. El subtítulo es más descriptivo: Las exploraciones de Alfred Russel Wallace en la Amazonia 1848 – 1852. Su autor es el biólogo colombiano Felipe Guhl, profesor de Uniandes y ganador de diversos premios de ciencia. Lo más interesante es que Felipe realizó en 2016 -con 67 años de edad- la Expedición Wallace, navegando 2175 kilómetros por los ríos Vaupés y Negro, desde Yuruparí hasta Manaos. “El propósito de la expedición –dice el autor- era cotejar la información de los diarios de viaje, los mapas y dibujos de Wallace, con la propia experiencia”. El investigador también escudriñó en Inglaterra los antiguos archivos de la Sociedad Linneana, el Museo de Historia Natural y la Real Sociedad Geográfica. El resultado es un volumen riguroso de extraordinario valor en una época en que la salvación de la selva amazónica es un objetivo de importancia mundial.

Al final de la presentación dice Felipe Guhl: “Este libro es una contribución, un homenaje a un científico que pisó tierra colombiana en varias oportunidades, a un explorador que, con la formulación de sus teorías, transformó el pensamiento de la cultura occidental”. De la humanidad entera, precisaría yo.

Nosotros también, desde El Unicornio, hacemos un humilde homenaje a este magnífico desconocido, a los doscientos años de su nacimiento.

 

 

Sí, somos simios

Publicada el 28 de septiembre de 2022

 

Estimado lector: usted es un simio.  Se lo digo así, en la cara, de frente y sin aspavientos, como se deben decir las verdades.  Pero se lo digo con mucho cariño y admiración.Y hasta con orgullo pues yo también soy un simio y cada año celebro el 24 de noviembre el Día del Orgullo Primate. Esa fecha fue escogida por dos razones: (1) por la publicación en 1859 de una las obras cumbres en la historia de la humanidad, El origen de las especies de Charles Darwin, y (2) por el descubrimiento en 1974 por parte de Donald Johanson del fósil de una hembra de Australopithecus Afarensis que recibió el nombre de Lucy por una canción de los Beatles dedicada sutilmente al LSD.

Un simio hembra, que al parecer responde al nombre de Esperanza Castro -aunque no tiene esperanza de ser castrista- está viviendo su cuarto de hora de fama infame en las redes sociales, donde es comidilla de todas, todes, todis, todos y todus.  Todo porque, en su ignorancia supina de uribista consagrada, pretendió insultar a la Vicepresidente de la República con el calificativo de “simio”, sin saber que el calificativo es correcto y no un insulto, cual era su pretensión marcadamente racista, como evidencian el resto de declaraciones soeces que emitió y que ahora la tienen en complicada situación judicial. 

En efecto, Francia Márquez es un simio, como yo, tú, él, ella, nosotros, vosotros y ellos. Todos los autodenominados Homo Sapiens.  No lo digo yo, lo dice la ciencia, la taxonomía o sistemática actual soportada por la biología evolutiva y la genética.  Y si aceptamos el concepto popular de “raza” (que no es científico) podemos afirmar que los negros son simios.  También son simios los blancos. Y los amarillos, sean chinos o japoneses. Y los semitas, sean árabes o judíos. Y hasta los arawak, los karib y los chibchas. Y también nosotros, los mestizos de raza cósmica.

Los humanos somos simios porque pertenecemos al infraorden de los simiformes (también se escribe con doble i: simiiformes).  Y si quieres conocer más de tu filogenia te invito a mi blog aquí. A los simios o simiformes anteriormente se les llamaba antropoides y en el habla popular, aún hoy, “monos”, como también se les llama en Colombia a las personas rubias de piel “blanca”.  Por ejemplo, si yo menciono a Jorge Hernández Camacho, gran científico colombiano, pocos compatriotas lo reconocen.  Pero sí digo “el mono” Hernández…. Bueno, tampoco lo reconocen, pero los botánicos sí, saben que es uno de los suyos, un gigante de la botánica nacional.

En una ocasión alguien me espetó que yo era un perfecto animal.  Le dije: gracias.  Sin duda quiso elogiarme, porque si hubiese querido insultarme tal vez me habría llamado vegetal, hongo o quizás protista.  Aunque esos son nuestros hermanos eucariotas, así que tampoco me hubiese parecido un insulto, al fin y al cabo, nosotros los animales somos como parásitos de los vegetales, esas maravillas de la naturaleza que atrapan la energía solar y la incorporan a los circuitos vitales de la biosfera, moviendo así la rueda de la vida.  Y todos los eucariotas son de una asombrosa complejidad.  Tanto así que soy de los que apuestan a favor de la existencia de vida en otros planetas, pero sólo vida bacteriana, pues la eucariota creo que sólo existe en la Tierra.  O bueno, qué se yo, el universo es ancho y ajeno. ¡Vaya uno a saber!

Así que estimado lector, animal simiesco, si quieres insultar a alguien compáralo con una bacteria.  O con una arquea.  Esos procariotas abundan por doquier y no tienen el esplendor sofisticado de nosotros, los finos eucaria.  Aunque pensándolo bien, ¿cómo puede ser un insulto que lo comparen a uno con su abuelo y abuela?  Y además, tenemos que reconocer humildemente que esos tales procariotas son la forma de vida dominante en la biosfera terrestre, los determinantes de nuestro destino.  Definitivamente, no se puede insultar con comparaciones biológicas a quien conoce y ama la vida.

Ese es el problema con los insultos.  Casi siempre se refieren a jerarquías, tratando de arrojar al insultado al fondo de la misma.  Pero las jerarquías se basan en la ideología, no en la ciencia.  Por ejemplo, la creencia en la superioridad y distinción cualitativa de la especie humana con respecto al resto de animales y seres vivos proviene de ciertas fantasías religiosas inventadas en sociedades jerarquizadas.  Para que el insulto funcione debe haber una ideología compartida entre el insultador y el insultado. 

Por eso me da risa cuando a mí o a cualquier otro lo intentan descalificar con el epíteto “positivista”, como el peor de los insultos académicos.  ¿Sabrán de qué están hablando?  No soy positivista, pero ya quisiera tener yo la talla de cualquiera de los miembros del Círculo de Viena.

En estos días me calificaron de “cientificista”.  ¡Tremendo elogio!  Inmediatamente recordé el libro de editorial Laetoli titulado precisamente Elogio del cientificismo, un texto muy recomendable que cuenta con una pléyade de autores. 

La falacia “espantapájaro” campea en todos esos fallidos insultos.  Surgen de la ignorancia y de cierta forma reflejan el fracaso de nuestro sistema educativo.  Varias veces he escrito sobre el tema en columnas de El Unicornio o en artículos de revistas académicas.  Ya va siendo hora de volver a profundizar en el asunto en un momento histórico para Colombia, cuando se cocinan importantes reformas.  Pero en el campo de la educación y la cultura no es una reforma lo que se necesita, sino una revolución.  Volveré.

Jorge Senior

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