Darwin,
Wallace y el orgullo primate
En esta entrada del blog Buhografías del Unicornio
presentamos tres columnas de divulgación científica relacionadas con la teoría
de la evolución, publicadas originalmente en el portal colombiano El
Unicornio en un orden cronológico inverso al que tienen aquí. Primero
celebramos el día del orgullo primate, luego reseñamos un libro colombiano
que hace homenaje a Alfred Russel Wallace y finalmente volvemos a reivindicar
nuestro orgullo primate -nuestra plena animalidad- pero desde la excusa de una
anécdota política sucedida en Colombia.
Por Jorge Senior
Serie Buhografías
Contenido
·
Noviembre
24: día del orgullo primate
o
Publicada
el 24 de noviembre de 2023
·
Bicentenario
de un magnífico desconocido
o
Publicada
el 8 de enero de 2023, bicentenario de Alfred Wallace
·
Sí,
somos simios
o
Publicada
el 28 de septiembre de 2022
Noviembre 24: día del
orgullo primate
Publicada el 24 de
noviembre de 2023
¡Felicitaciones, humano! Hoy es
tu día y el de toda tu parentela del orden de los primates. Esta grata
celebración que se festeja cada 24 de noviembre en algunos países se llama “día
de la evolución”, pero en España y la mayoría de los países latinoamericanos se
conoce como “el día del orgullo primate”.
En Colombia se celebra desde el año 2010 y sirve de ocasión para desplegar toda
clase de dinámicas de divulgación científica alrededor del tema de la evolución
de la biosfera terrestre.
Hay dos razones por las cuales se
escogió esta fecha. Una es que el 24 de noviembre de 1859 salió a la luz la
primera edición de la obra cumbre de Charles Darwin: El origen de las especies.
No exagero si digo que este texto partió en dos la historia de la humanidad,
pues abrió la puerta para el entendimiento de la naturaleza humana y responder
por fín las dos grandes preguntas: ¿qué
somos?.¿de dónde venimos? El título
es equívoco, pues el argumento no se refiere al origen de la especies ni al
surgimiento de la vida, sino a cómo las especies cambian por medio del
mecanismo de selección natural. De todos modos el título completo aclara el
asunto: “Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural” y
el subtítulo agrega “o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por
la vida”.
La segunda razón para la fecha es
que el 24 de noviembre de 1974 el paleontólogo Donald Johanson descubrió en
Etiopía un fósil casi completo (52 huesos) de un homínido hembra, con una
antigüedad de más de 3 millones de años y que tenía locomoción bípeda y un
cerebro de tamaño similar al de un chimpancé. Este descubrimiento zanjó una discusión clave, al dejar en claro que el
andar en dos patas fue un cambio evolutivo anterior al desarrollo de un gran
cerebro. El famoso esqueleto fue llamado Lucy y clasificado como
perteneciente al género Australopithecus, antecesor del género Homo. A la especie se le asignó la etiqueta de Australopithecus Afarensis. Dato
anecdótico: se dice que el nombre de Lucy se debe a la canción de los Beatles, Lucy in the Sky with Diamonds. Segundo
dato anecdótico: se supone que el título de esa canción tiene encriptada la
sigla LSD del ácido lisérgico, una sustancia psicotrópica que puso a viajar a
los hippies de los años 60.
El día del orgullo primate es una
oportunidad para homenajear a la ciencia y contribuir al entendimiento de la
biología evolutiva, corazón de las ciencias de la vida. Por lo que uno lee en
las redes sociales, la enseñanza de la biología anda mal en los colegios y hay
toda clase de tergiversaciones sobre ella, como la creencia de que la teoría es
especulativa y no un hecho ya probado hasta la saciedad e incluso
experimentable en laboratorio. Se siguen repitiendo tonterías como que la
teoría afirma que “el hombre desciende del mono” o que falta un “eslabón
perdido”. Se desconocen los desarrollos posteriores a Darwin que llevaron a la
genética de poblaciones y a la teoría
sintética de la evolución cerca de 1930, entroncando la evolución con la
genética. Y más aún se desconocen las ampliaciones recientes como la genómica,
la epigenética, el enfoque evo-devo. Otra distorsión es la creencia de que la
ciencia afirma que “la evolución es puro azar”, como si no hubiesen leyes
físicas y químicas, ni mecanismos biológicos en el proceso que, desde luego, sí
tiene aspectos contingentes.
¿A qué se debe esa enseñanza deficiente en las escuelas? Mi
percepción es que las Facultades de Educación están fallando en la formación de
maestros. Una de las razones es el auge del fanatismo religioso en el magisterio,
el cual socava la cosmovisión científica
que debería primar. De ahí que la divulgación científica sea una tarea de
primera importancia en la sociedad. Así parece estarlo reconociendo el Ministerio de Ciencias que ha convocado
para la próxima semana un Encuentro
Nacional de Divulgadores Científicos que ellos llaman “el primero”. En
realidad no es el primero, pero sí es muy bueno que se organice esta rama
educativa no formal que permite la apropiación social del conocimiento
científico.
Volvamos a 1859. Poco más de 2
meses antes de la publicación del libro de Darwin, el 12 de septiembre, el
astrónomo francés Urbain Le Verrier radicó en la Academia de Ciencias de su
patria, una carta en la que detallaba un descubrimiento factual incómodo.
Resulta que la precesión del perihelio de la órbita del planeta Mercurio no
concordaba plenamente con la flamante mecánica celeste de Newton. La desviación
era casi insignificante, apenas 40 segundos de arco en un siglo (en realidad 43
segundos según mediciones posteriores). Lo interesante es que ese hecho
inexplicable fue resuelto por Einstein el 18 de noviembre de 1915 y marcó para
él un momento ¡eureka!. Hasta palpitaciones tuvo, según contó a un amigo. Ya
sabiendo que iba por el camino correcto, apenas una semana después, 25 de
noviembre, Einstein obtuvo las ecuaciones de campo de la Relatividad General.
Así que la jornada del “orgullo primate” suele ser complementada o combinada
con la jornada de conmemoración de la Teoría General de la Relatividad al
siguiente día. Todo 24 tiene su 25.
En 1859 se produce otro hecho extraordinario
en Alemania, protagonizado por el físico Gustav Kirchoff. No hay espacio para
contar esa historia. Baste decir que del teorema de Kirchoff surgió un desafío
que llevaría al nacimiento de la mecánica cuántica en 1900 con Max Planck.
1859: septiembre, Le Verrier,
Francia; octubre, Kirchoff, Alemania; noviembre, Darwin, Inglaterra. Si 1905
fue el año maravilloso de Einstein, no hay duda de que 1859 fue otro año
excepcional en la gran aventura del conocimiento que una especie de primates ha
gestado con orgullo sobre la faz de la Tierra.
Coletilla: no olvidemos a Alfred
Wallace, en la siguiente columna celebramos su bicentenario.
Bicentenario de un
magnífico desconocido
Publicada el 8 de enero
de 2023, bicentenario de Alfred Russel Wallace
Todo el mundo conoce a Charles
Darwin como el famoso barbudo que en el siglo XIX se craneó la teoría de la
evolución por selección natural y autor del que para algunos es el libro más
importante de la historia: El origen de
las especies. Pero pocos reconocen a Alfred
Russel Wallace, nacido el 8 de enero
de 1823, quien llegó a ideas similares en forma paralela. Ideas revolucionarias
que se incubaron en Suramérica, pues ambos naturalistas estuvieron explorando
este continente, aunque sólo Wallace estuvo en Colombia.
El épico viaje de Darwin en el
Beagle tuvo lugar en el período que va de finales de 1831 hasta 1836. La mayor
parte de esa exploración ocurrió en Suramérica entre 1832 y 1835, pasando unos
tres años en tierra firme, aunque sin alejarse del litoral. Wallace, en cambio,
sí se adentró en el continente hasta las profundidades de la Amazonia entre
1848 y 1852. Los ejes de su exploración fueron el Río Negro y el Río Vaupés por
el cual ascendió desde Brasil hasta territorio colombiano. Esa aventura terminó
mal, pues en el viaje de regreso al Reino Unido el barco se incendió en altamar,
perdiéndose toda la esforzada colección de especímenes y la mayor parte de sus
escritos en el terreno. Wallace y la tripulación escaparon en un bote y
estuvieron a la deriva 10 días hasta ser rescatados.
Wallace es considerado el padre
de la biogeografía y su trabajo en el Amazonas le permitió escribir sus dos
primeros libros con aportes a ese campo. Sin embargo, su idea equivalente a la
‘selección natural’ de Darwin maduró en su siguiente expedición en el
archipiélago malayo entre 1854 y 1862. Ese archipiélago fue para Wallace como
las Galápagos para Darwin.
La historia de la ciencia
reconoce a Wallace como “codescubridor” de lo que popularmente se conoce como “la
teoría de la evolución”. El 1 de julio de 1858 sendos artículos de Darwin y
Wallace fueron leídos ante la Sociedad Linneana de Londres, fecha que se toma
como partida de nacimiento de la teoría evolutiva. No obstante, Wallace no fue
consecuente con la visión naturalista y tuvo múltiples deslices esotéricos. Desde
1865 cayó en el espiritualismo, considerando a la especie humana como excepción
y a la evolución como algo dirigido a un fin. Tal visión antropocéntrica y
teleológica es anticientífica. Aún así hizo diversos aportes específicos que
complementaron las ideas de Darwin, quien más que un rival fue su amigo y
mentor.
Wallace vivió 90 años, fue un
intenso activista social de ideas progresistas y obtuvo en vida importantes
reconocimientos. Publicó 22 libros, más de 500 artículos en revistas
científicas (191 en Nature) y muchos
escritos en la prensa. Por eso resulta extraño que no tenga la fama que merece.
Aquí en Colombia, la Universidad
de los Andes y Villegas Editores han publicado hace apenas algunos meses un
espectacular libro de lujo titulado En busca del origen. El subtítulo es
más descriptivo: Las exploraciones de
Alfred Russel Wallace en la Amazonia 1848 – 1852. Su autor es el biólogo
colombiano Felipe Guhl, profesor de Uniandes y ganador de diversos premios de
ciencia. Lo más interesante es que Felipe realizó en 2016 -con 67 años de edad-
la Expedición
Wallace, navegando 2175 kilómetros por los ríos Vaupés y Negro, desde
Yuruparí hasta Manaos. “El propósito de la expedición –dice el autor- era
cotejar la información de los diarios de viaje, los mapas y dibujos de Wallace,
con la propia experiencia”. El investigador también escudriñó en Inglaterra los
antiguos archivos de la Sociedad Linneana, el Museo de Historia Natural y la
Real Sociedad Geográfica. El resultado es un volumen riguroso de extraordinario
valor en una época en que la salvación de la selva amazónica es un objetivo de
importancia mundial.
Al final de la presentación dice
Felipe Guhl: “Este libro es una contribución, un homenaje a un científico que
pisó tierra colombiana en varias oportunidades, a un explorador que, con la
formulación de sus teorías, transformó el pensamiento de la cultura
occidental”. De la humanidad entera, precisaría yo.
Nosotros también, desde El Unicornio, hacemos un humilde
homenaje a este magnífico desconocido, a los doscientos años de su nacimiento.
Sí, somos simios
Publicada el 28 de
septiembre de 2022
Estimado lector: usted es un
simio. Se lo digo así, en la cara, de
frente y sin aspavientos, como se deben decir las verdades. Pero se lo digo con mucho cariño y
admiración.Y hasta con orgullo pues yo también soy un simio y cada año celebro
el 24 de noviembre el Día del Orgullo Primate. Esa fecha
fue escogida por dos razones: (1) por la publicación en 1859 de una las obras
cumbres en la historia de la humanidad, El
origen de las especies de Charles Darwin, y (2) por el descubrimiento en
1974 por parte de Donald Johanson del fósil de una hembra de Australopithecus Afarensis que recibió
el nombre de Lucy por una canción de los Beatles dedicada sutilmente al LSD.
Un simio hembra, que al parecer
responde al nombre de Esperanza Castro -aunque no tiene esperanza de ser
castrista- está viviendo su cuarto de hora de fama infame en las redes
sociales, donde es comidilla de todas, todes, todis, todos y todus. Todo porque, en su ignorancia supina de
uribista consagrada, pretendió insultar a la Vicepresidente de la República con
el calificativo de “simio”, sin saber que el calificativo es correcto y no un
insulto, cual era su pretensión marcadamente racista, como evidencian el resto
de declaraciones soeces que emitió y que ahora la tienen en complicada situación
judicial.
En efecto, Francia Márquez es un
simio, como yo, tú, él, ella, nosotros, vosotros y ellos. Todos los autodenominados
Homo Sapiens. No lo digo yo, lo dice la
ciencia, la taxonomía o sistemática actual soportada por la biología evolutiva
y la genética. Y si aceptamos el
concepto popular de “raza” (que no es científico) podemos afirmar que los
negros son simios. También son simios
los blancos. Y los amarillos, sean chinos o japoneses. Y los semitas, sean
árabes o judíos. Y hasta los arawak, los karib y los chibchas. Y también
nosotros, los mestizos de raza cósmica.
Los humanos somos simios porque
pertenecemos al infraorden de los simiformes
(también se escribe con doble i: simiiformes).
Y si quieres conocer más de tu filogenia te invito a mi blog aquí.
A los simios o simiformes anteriormente se les llamaba antropoides y en el
habla popular, aún hoy, “monos”, como también se les llama en Colombia a las
personas rubias de piel “blanca”. Por
ejemplo, si yo menciono a Jorge Hernández Camacho, gran científico colombiano,
pocos compatriotas lo reconocen. Pero sí
digo “el mono” Hernández…. Bueno, tampoco lo reconocen, pero los botánicos sí,
saben que es uno de los suyos, un gigante de la botánica nacional.
En una ocasión alguien me espetó
que yo era un perfecto animal. Le dije:
gracias. Sin duda quiso elogiarme,
porque si hubiese querido insultarme tal vez me habría llamado vegetal, hongo o
quizás protista. Aunque esos son
nuestros hermanos eucariotas, así que tampoco me hubiese parecido un insulto,
al fin y al cabo, nosotros los animales somos como parásitos de los vegetales,
esas maravillas de la naturaleza que atrapan la energía solar y la incorporan a
los circuitos vitales de la biosfera, moviendo así la rueda de la vida. Y todos los eucariotas son de una asombrosa
complejidad. Tanto así que soy de los
que apuestan a favor de la existencia de vida en otros planetas, pero sólo vida
bacteriana, pues la eucariota creo que sólo existe en la Tierra. O bueno, qué se yo, el universo es ancho y
ajeno. ¡Vaya uno a saber!
Así que estimado lector, animal
simiesco, si quieres insultar a alguien compáralo con una bacteria. O con una arquea. Esos procariotas abundan por doquier y no
tienen el esplendor sofisticado de nosotros, los finos eucaria. Aunque pensándolo bien, ¿cómo puede ser un
insulto que lo comparen a uno con su abuelo y abuela? Y además, tenemos que reconocer humildemente
que esos tales procariotas son la forma de vida dominante en la biosfera
terrestre, los determinantes de nuestro destino. Definitivamente, no se puede insultar con
comparaciones biológicas a quien conoce y ama la vida.
Ese es el problema con los
insultos. Casi siempre se refieren a
jerarquías, tratando de arrojar al insultado al fondo de la misma. Pero las jerarquías se basan en la ideología,
no en la ciencia. Por ejemplo, la
creencia en la superioridad y distinción cualitativa de la especie humana con
respecto al resto de animales y seres vivos proviene de ciertas fantasías
religiosas inventadas en sociedades jerarquizadas. Para que el insulto funcione debe haber una
ideología compartida entre el insultador y el insultado.
Por eso me da risa cuando a mí o
a cualquier otro lo intentan descalificar con el epíteto “positivista”, como el
peor de los insultos académicos. ¿Sabrán
de qué están hablando? No soy
positivista, pero ya quisiera tener yo la talla de cualquiera de los miembros
del Círculo de Viena.
En estos días me calificaron de
“cientificista”. ¡Tremendo elogio! Inmediatamente recordé el libro de editorial
Laetoli titulado precisamente Elogio del
cientificismo, un texto muy recomendable que cuenta con una pléyade de
autores.
La falacia “espantapájaro” campea
en todos esos fallidos insultos. Surgen
de la ignorancia y de cierta forma reflejan el fracaso de nuestro sistema
educativo. Varias veces he escrito sobre
el tema en columnas de El Unicornio o
en artículos de revistas académicas. Ya
va siendo hora de volver a profundizar en el asunto en un momento histórico
para Colombia, cuando se cocinan importantes reformas. Pero en el campo de la educación y la cultura
no es una reforma lo que se necesita, sino una revolución. Volveré.
Jorge
Senior
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