Minciencias y la polémica de los “saberes ancestrales”
En esta entrada del blog Buhografías del Unicornio
presentamos cuatro columnas de opinión publicadas en el portal colombiano El
Unicornio y referidas a dos polémicas que se agitaron en Colombia en
enero de 2020 y julio de 2022 sobre los denominados “saberes ancestrales” en el
contexto de situaciones relacionadas con el Ministerio de Ciencia, Tecnología e
Innovación. En la primera coyuntura, el escándalo tenía como protagonista a
Mabel Torres del gobierno Duque, y sobre el asunto publiqué tres columnas en
seguidilla, al tiempo que se pronunciaban las academias científicas en el mismo
sentido. La ministra -que inauguraba ese ministerio- permaneció aferrada al
cargo. En la segunda coyuntura la protagonista fue Irene Vélez, quien sonaba para
asumir el ministerio (Petro no se había posesionado aún), pero terminaría
siendo nombrada en otro. Al igual que en el caso anterior hubo pronunciamientos
desde el estamento científico. De mi parte aporté una columna. El
tema de qué son los “saberes ancestrales” y cuál es su validez es una cuestión
epistemológica. Merece un debate en profundidad. Estas columnas, gestadas
alrededor de las políticas científicas de dos gobiernos opuestos, son apenas un
abrebocas, una aproximación, y aunque son de opinión constituyen ejercicios de
periodismo científico.
Por Jorge Senior
Serie Buhografías
Contenido:
·
La
ministra que decepcionó (enero 12 de 2020)
·
Respuesta
a la ministra de “ciencia occidental y saberes ancestrales” (enero 20)
·
El
tibio silencio de la izquierda (febrero 7)
·
Saberes
ancestrales y ciencia en el nuevo gobierno (julio 16 de 2022)
*Nota provisional: los hipervínculos están en construcción
La ministra que
decepcionó
Publicada el 16 de
enero de 2020
El gobierno del exfuncionario del
BID, Iván Duque Márquez, no se ha caracterizado por hacer buenos
nombramientos. Por ejemplo, no ha sido
de buen recibo reciclar al señor de los bonos de agua en minhacienda, ascender
a militares involucrados en falsos positivos, poner como minvivienda a alguien
acusado de plagio, y así podríamos seguir por embajadas y consulados
enmermelados, centros de memoria, institutos y viceministerios con liderazgos
defectuosos. Sin embargo, en el mes de
diciembre el presidente Duque sorprendió con un nombramiento inusitado, muy
diferente a los anteriores….
aparentemente.
Resulta que desde finales de los
años 90 sectores del sistema nacional de ciencia, tecnología e innovación
impulsamos la idea de convertir a Colciencias en Ministerio para darle
visibilidad e importancia al factor más determinante de la evolución de las
sociedades humanas: el conocimiento científico. En la campaña presidencial de
2018, por ejemplo, esta propuesta fue sustentada por Humberto De la Calle. Finalmente, al hacerse realidad en el
Congreso de la República en 2019, fue Duque el encargado de inaugurar este
nuevo ministerio, que en los países del primer mundo suele ser de
extraordinaria relevancia, pero que en Colombia ha sido tradicionalmente un
asunto secundario.
Pues bien, Duque se anotó un hit
al nombrar a Mabel Torres, bióloga de Univalle, investigadora con doctorado en
ciencias biológicas, dotada de sensibilidad frente a la problemática ambiental
y proveniente de uno de los departamentos más marginados del país, el Chocó. Mujer, afro, ambientalista, con doctorado y
de la periferia, mejor dicho, todo un perfil alternativo que parecía más propio
de un gobierno progresista que del actual gobierno de extrema derecha. Recientemente el gobierno la había incluído
en la llamada “Misión de Sabios”, una comisión que imitaba la que se hizo en el
gobierno de Ernesto Samper Pizano, y cuyos frutos reales aún están por verse
(ya por lo menos salió el documento final).
Para el mundo de la
investigación, o de la “I+D+i”, como se acostumbra a decir en la jerga
académica, el nombramiento de un investigador resultaba estimulante y fue
recibido con beneplácito. Muy pronto nos
encontramos con pronunciamientos de la ministra, que ni siquiera se había
posesionado, contra el fracking y el glifosato, arrancando aplausos de los
sectores conscientes de la sociedad colombiana, comprometidos con el medio
ambiente y la sostenibilidad, al mismo tiempo que levantaba críticas ardidas de
ilustres miembros del partido “Centro Democrático” https://www.semana.com/nacion/articulo/uribistas-critican-fuertemente-a-la-nueva-minciencia/647204
. Así que muchos nos ilusionamos con la
perspectiva de una valiosa gestión en el nuevo y flamante ministerio que
reemplazó a Colciencias.
Pero un artículo del periodista
científico Pablo Correa https://www.elespectador.com/noticias/ciencia/la-ministra-de-ciencia-y-su-dudosa-promesa-contra-el-cancer-articulo-899370 publicado el 11 de enero en El Espectador nos
cayó como la gota fría. Correa, que es
un periodista serio y autor de un excelente libro biográfico sobre Rodolfo
Llinás, mostró cómo la docente investigadora Torres se había “volado las
escuadras” en su proceso de investigación de varios años sobre el hongo
Ganoderma que, según algunas tradiciones asiáticas, tiene propiedades casi
milagrosas para una gran cantidad de afecciones. Una entrevista en el mismo medio acabó de
hundir más a la ahora ministra, pues se enredó en sus respuestas y no fue capaz
de justificar su proceder contrario a las buenas prácticas científicas que
exigen rigor metodológico y ético, especialmente en ciencias de la salud. Las buenas intenciones no constituyen
justificación de un mal proceder. Ni la invocación de la etiqueta “saberes
ancestrales” otorga privilegios o exime de cumplir las normas y las exigencias
que precisamente existen para garantizar las buenas prácticas, la calidad del
conocimiento y salvaguardar la salud de los pacientes.
Algo que de por sí hubiese sido
un problema corregible de mala ciencia en la academia, se convierte en un
asunto sumamente grave si la persona involucrada es nada menos que la máxima
autoridad del sistema nacional de ciencia, tecnología e innovación. Como investigadora su error podría ser quizás
enmendable si se retoma la línea de investigación con el rigor debido, se hacen
las pruebas experimentales y ensayos clínicos necesarios, se somete todo el
proceso a la evaluación ética correspondiente y se llega a un resultado
fundamentado que luego podría pasar a la
fase de emprendimiento y comercialización.
Pero como ministra actual el asunto es irremediable, pues a todas luces
hay una incompatibilidad profunda entre el rol de líder ejemplar propio de la
dignidad del cargo y la gravedad de su mala práctica científica en el caso
mencionado. Creo que no le queda otro
camino que renunciar… si tiene integridad.
Ya la Asociación Colombiana de
Facultades de Medicina (Ascofame) se pronunció https://eldiariodesalud.com/nacional/facultades-de-medicina-lamentan-que-el-derrotero-de-como-hacer-ciencia-quede-en-manos-de
indicando que “no puede menos que lamentar que el derrotero de cómo hacer
ciencia en nuestro país haya quedado en manos de la pseudociencia, entendida
como aquella creencia o práctica que es presentada como científica y fáctica
pero es incompatible con el método científico”.
Así que, una vez más, la
administración Duque se “descachó” al hacer un nombramiento ministerial. Pero detrás del sesgo sistemático que
caracteriza al gobierno del “Centro Democrático”, en el caso de Mabel Torres se
trasluce un problema filosófico de fondo que anida en la educación colombiana y
de otros países latinoamericanos en todos los niveles, de primaria a doctorado,
y es la nula formación en cosmovisión
científica y pensamiento crítico. De
hecho, el asunto que motivó esta columna se asemeja mucho a lo que está pasando
en México bajo un gobierno de izquierda y la nueva orientación del Conacyt, un
caso que refleja como durante las últimas décadas sectores de las izquierdas
dejaron de ser ilustrados para convertirse en oscurantistas https://conectadosconelbuho.blogspot.com/2019/08/los-desafios-de-la-izquierda-segunda.html , pero ese será tema para otra ocasión.
Respuesta a la ministra
de “ciencia occidental y saberes ancestrales”
Publicada el 20 de
enero de 2020
Una semana después del artículo de Pablo Correa en El
Espectador https://www.elespectador.com/noticias/ciencia/la-ministra-de-ciencia-y-su-dudosa-promesa-contra-el-cancer-articulo-899370 y de múltiples pronunciamientos de
asociaciones médicas, sociedades científicas y columnistas de El Espectador, El
Tiempo, El Unicornio http://www.elunicornio.co/la-ministra-que-decepciono/ , El Heraldo y El País de España, la ministra
Mabel Torres decidió emitir un escueto comunicado https://minciencias.gov.co/sala_de_prensa/declaracion-mabel-gisela-torres-torres-ministra-ciencia-tecnologia-e-innovacion .
El problema es que su contenido se
contradice con las afirmaciones anteriores de la ministra publicadas por Los
Informantes y El Espectador, entre otros.
Lo bueno es que abre el debate sobre un tema de fondo que resulta vital
para la política científica: el control de calidad del conocimiento y los
llamados “saberes ancestrales”.
Es pertinente separar dos niveles
en la argumentación. Uno es el caso
individual de la idoneidad de la investigadora Torres para ejercer el máximo
cargo de la institucionalidad científica del país y otro es el debate
epistemológico sobre la validación y la calidad del conocimiento generado por
investigaciones en el marco del SNCTI (Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología
e Innovación).
Sobre el primer punto lo
apropiado sería que una comisión seleccionada por Comités de Ética de la
Investigación evaluara el caso de Mabel Torres para determinar si en su
trayectoria hubo o no faltas al rigor de las buenas prácticas de la
investigación científica. Creo que todos
estamos de acuerdo en que el cargo de ministro de ciencia no puede ser ejercido
por persona alguna que haya incurrido en malas prácticas, aunque “errar es
humano”, pues socavaría la autoridad moral del ministerio para ser exigente en
la calidad de la I+D+i. Por otro lado,
el hecho de que Torres haya publicado pocos artículos o tenga un índice H bajo,
no constituye mayor problema para un cargo de gestión que lo que necesita es
conocer la actividad científica por dentro y tener experiencia administrativa
en proyectos, líneas y centros de CTI.
El debate crítico está en el rigor y no en la cienciometría.
El segundo punto es más
interesante. El comunicado de la ministra
habla de “ciencia occidental”, “saberes ancestrales” y “multiplicidad de
epistemologías”, sin aclarar ninguno de tales conceptos de dudosa validez. Semejante vocabulario es propio del
denominado “pensamiento decolonial”, una corriente intelectual radical, derivada
del posmodernismo académico y de viejas luchas anticoloniales que dice ser
subversiva, anticapitalista y antisistémica.
Esta corriente niega la universalidad y objetividad de la ciencia y cae
en la vieja filosofía relativista. Así
que el adjetivo “occidental” aplicado a la ciencia no es inane, tiene
veneno. Es una manera de atacar y
limitar retóricamente la validez de la ciencia.
El concepto de “saberes
ancestrales” es tan laxo que no es posible debatirlo si no se le define. Nadie niega que hay conocimientos que sin ser
científicos son válidos y útiles. A ese
tipo de conocimientos se les llama “empíricos” y han sido la clave para que la
especie humana esté en la actual posición de dominio del Sistema Tierra. Sin ir más lejos, la revolución industrial se
hizo principalmente sobre conocimiento empírico y asimismo el inicio de la
aviación hace poco más de un siglo. La
ciencia es heredera directa del conocimiento empírico, pues parte de él y lo
lleva a un nivel más riguroso y potente cuando es posible. Pero si hacemos un barrido por la infinidad
de creencias que han existido en pueblos y culturas a lo largo y ancho del
planeta y su historia, encontraremos que hay innumerables creencias falsas, así
como puede haber muchas verdaderas, al menos parcialmente. La antigüedad de una creencia no es garantía
de validez, la única manera de corroborarlo es poniéndola a prueba. Hay creencias falsas que perduran por
milenios y se extienden ampliamente. De
hecho, aún en las sociedades modernas predomina el pensamiento mágico religioso
como muestra Steven Pinker, en su libro de 2018 “En defensa de la Ilustración”,
con abundantes datos.
El vago concepto de “saber
ancestral” asume como “saber” lo que en realidad es una creencia tradicional, un
truco retórico que pretende evitar el cuestionamiento, la crítica, la puesta a
prueba. Es una manera de darle estatus a
una creencia apoyándose en la moda de la “corrección política” y los
movimientos políticos y sociales identitarios.
Pero la buena ciencia no come de presión política.
En conclusión, los “saberes
ancestrales” -en realidad creencias tradicionales- pueden contener conocimiento
empírico y también falsedades. La
investigación científica puede partir de ellos y hacer las pruebas
experimentales necesarias para destilar el contenido de verdad que puedan tener
y optimizar su aplicación mediante desarrollo e innovación. Todo ello dentro del rigor ético y
metodológico que exigen las buenas prácticas de I+D+i (punto central de la
crítica a Torres). De aquí surge otro
tipo de debate que tiene que ver con los derechos de propiedad intelectual,
asunto complejo que no es factible tocar aquí sin extenderse en demasía.
Finalmente, si la ministra habla
de “multiplicidad de epistemologías” debe precisar de qué está hablando
exactamente. Para los no familiarizados
con esta palabreja digamos que se refiere, nada menos, que al control de
calidad del conocimiento. Si la
investigación científica (o que pretende ser científica) no tiene un buen
fundamento epistemológico el producto resultante será de mala calidad,
probablemente engañoso. En vez de nuevo
conocimiento lo que tendremos será confusa ignorancia o incluso peligrosas
estafas, especialmente cuando se trata de temas de salud. ¿Estará la ministra defendiendo la epistemología
del “todo vale” del filósofo Paul Feyerabend? ¿o está sustentando las difusas
“epistemologías del sur” de Boaventura de Sousa Santos? Estos autores y otros de similares posiciones
han sido fuertemente criticados desde la filosofía científica y desde ella
estamos listos para el debate argumentado. (Ver http://conectadosconelbuho.blogspot.com/2019/10/apuntes-para-una-critica-al.html
)
Sería magnífico que se
amplificara mediáticamente la deliberación pública sobre este tema filosófico,
ahora que está en el centro de la coyuntura generada por un nombramiento del
gobierno que no consultó a la Academia Colombiana de Ciencias como había propuesto
el senador Iván Agudelo, ponente del
proyecto de ley de creación del Minciencia.
“No hay mal que por bien no venga” dice la sabiduría ancestral.
Coda: la ministra menciona la
“crisis actual”. ¿A cuál crisis se refiere? Al actual gobierno no le hemos
escuchado reconocer una crisis.
El tibio silencio de la
Izquierda
Publicada el 7 de
febrero de 2020
Debo confesar que el silencio al
que aludo en el título no me produce extrañeza ni sorpresa. Aún así es un silencio extraño porque no
debería darse. En tiempos de redes
sociales y ráfagas de trinos, el silencio de los voceros de la oposición con
cierto prestigio y liderazgo ante un “papayazo” del gobierno uribista resulta
tan ruidoso como un alarido. Cuando no
son las “metidas de guayo” de Duque, zarandeando el buque como inexperto piloto
sin brújula, entonces son las “embarradas” de sus subalternos: Arango, Acevedo,
Ramírez, Carrasquilla, Holmes, Pachito, Blum, Botero, Zapateiro, etc, etc, uno
tras otro alimentan diariamente burlas, críticas y memes. Contratar ingenieros por dos horas como si
fuesen un motel, elogiar al difunto Popeye, pedir a Guaidó que extradite a
Merlano, inventar conspiraciones ridículas de rusos y foros de Sao Paulo, negar
el pasado en el centro de memoria y “olvidar” responder una carta clave,
banalizar los asesinatos de líderes sociales como líos de faldas, nombrar
fiscal de bolsillo, atentar contra la independencia de las ramas del poder
público, mentir descaradamente en Davos y así ad infinitum (¿o debo decir ad
nauseam?). Y apenas me he referido a
los dimes y diretes distractores y no he tocado los verdaderos casos de
corrupción o de políticas insanas.
Con semejante comidilla diaria
las críticas llueven desde todos los ángulos sobre un gobierno cada vez más desprestigiado
e impopular. Hay que admitir que dichas
críticas no necesariamente se hacen desde la izquierda democrática representada
en Colombia Humana, lo que queda del Polo Democrático y el ala progresista de
Alianza Verde. La mayoría vienen de
columnistas y periodistas serios, medios independientes, la academia, las ONGs,
organizaciones sociales e incluso de algunos políticos de los partidos
tradicionales, y por supuesto de lo más valioso del ágora caótica de las redes
sociales. Pero, sin duda, voces como las
de Gustavo Petro, Gustavo Bolívar, Iván Cepeda, Germán Navas, Alexander López, Clara
López, Aida Avella, David Racero, María José Pizarro, Inti Asprilla, Ángela
Robledo, Hollman Morris, son algunas de las más caracterizadas al margen del
periodismo crítico, pues al fin y al cabo son los líderes de la oposición. Entre
todos ellos producen más de 100 trinos al día.
Pero hete aquí que sobre el caso que ha conmocionado al mundo científico
colombiano, las “metidas de pata” de la recién estrenada ministra de ciencia,
la izquierda democrática ha guardado un curioso silencio. Los
que tanto critican a “los tibios” se han quedado mudos, impertérritos en la
posición “nini”, ni a favor ni en contra de la ministra. ¿Será que se ha
fajardizado Gustavo Petro?
Ese silencio es sospechoso cuando
está en juego el principal factor de progreso de la sociedad moderna: la
ciencia y la tecnología. ¿No tiene la
izquierda nada que decir al respecto? Unos
dicen que es por ignorancia de la dirigencia.
Ese podría ser el caso a nivel individual, pero no a nivel de la
izquierda como un todo. ¿O acaso los
dirigentes no tienen asesores? En mi
concepto es indicador de un problema grave que atraviesa a las izquierdas de
Colombia y el mundo, síntoma de una crisis profunda.
Hace 40 años la izquierda
humanista tenía un horizonte de futuro, un proyecto utópico, una visión del
progreso de la civilización. Claro,
padecía de dogmatismo y otros vicios, pero era una izquierda ilustrada,
comprometida con la razón, la ciencia y el progreso. Alrededor de 1980 todo cambió: el capitalismo
dio un viraje pasando del estado de bienestar al auge neoliberal, la
geopolítica de la guerra fría entró en barrena, el marxismo agonizó dejando en
orfandad de teoría a los intelectuales progresistas y a las ciencias sociales,
y el sujeto político por excelencia, la clase obrera industrial, se fue por el
desagüe ante el empuje de la tercera revolución industrial que por entonces
empezaba. La izquierda desconcertada y
sin rumbo fue infiltrada por corrientes intelectuales oscurantistas, enemigas
de la razón, de la ciencia y el progreso.
Un movimiento denominado “posmodernismo” penetró como quinta columna y
empezó a hacer trabajo de zapa. Otras
corrientes derivaron de ella: el construccionismo social que desconoce la
biología hizo estragos en el feminismo y movimientos étnicos, teorías conspiranoicas
surgieron por doquier como leyendas urbanas y luego fueron exacerbadas por
internet y las redes. Ahora último, en
América Latina, el llamado “pensamiento decolonial” hace demagogia indigenista
que desorienta a la izquierda sin brújula.
En México, en el gobierno de
AMLO, se ha desatado un debate similar al que se desarrolla actualmente en
Colombia alrededor de la política de ciencia, tecnología e innovación, los
llamados “saberes ancestrales” y el discurso descrestador de “las
epistemologías del sur”. Un discurso que
unifica a la ministra mexicana del gobierno de izquierda y la ministra
colombiana del gobierno de derecha: ambas hablan de “la ciencia occidental”,
negando su universalidad, y sobrevaloran lo que vagamente llaman “saberes
ancestrales”, siguiendo la moda identitaria y el discurso de dizque
“resistencia”. En ambos casos es un
disparate que puede ser un autogolazo para estos países latinoamericanos que
pugnan por la apropiación social del conocimiento científico en pro del
bienestar de sus sociedades.
La izquierda colombiana carece de
partidos serios, organizados, por eso sobrevive a punta de personalismos. Los cascarones existentes carecen de escuelas
de formación política (excepto para cositerías electorales), no tiene tanques
de pensamiento ni producción teórica.
Simplemente anda al garete.
Siendo el 2020 un año no electoral, en vez de especular sobre
candidaturas, la izquierda democrática debería aprovechar y desarrollar foros
ideológicos, organizar centros de pensamiento que investiguen y generen
programas de gobierno bien fundamentados, en vez de los programas improvisados
tradicionales. Y mirar más allá de la
política doméstica y las coyunturas electorales, pues la especie humana se
enfrenta en esta generación a una encrucijada planetaria que exige una política
antropocénica basada en el conocimiento científico. ¿O de qué progresismo estamos hablando?
Saberes ancestrales y
ciencia en el nuevo gobierno
Publicada el 16 de
julio de 2022
No hay peor escenario para
debatir con argumentos que Twitter. No
obstante esa plataforma se ha convertido en el ágora digital dónde se delibera
la coyuntura política. Esta semana estalló un debate sobre la política pública
de ciencia, tecnología e innovación (CTI) en el nuevo gobierno próximo a
iniciar, mientras la comisión de empalme de Minciencias avanza en su tarea a
puerta cerrada.
El florero de Llorente fue un
documento titulado “Sistema Nacional de CTI para el buen vivir, el vivir
sabroso y el ejercicio efectivo de una democracia multicolor”, una propuesta
firmada por ocho personas, entre ellas la aspirante a ministra de ciencias,
Irene Vélez y su padre Hildebrando Vélez, ambos integrantes de comisiones de
empalme. Los firmantes se presentan como
“Grupo gestor en SNCTI del Pacto Histórico” y pertenecen al sector “Soy porque
somos” que lidera la Vicepresidenta electa, Francia Márquez.
Al igual que sucedió con Mabel
Torres, primera ministra de CTI nombrada por Duque, quien a nombre de los
“saberes ancestrales” violó los criterios básicos de la investigación clínica,
en esta ocasión los indefinidos “saberes ancestrales” volvieron a ser epicentro
de la discusión. (Nota: respecto al caso de Mabel Torres y los “saberes
ancestrales” escribí seguidilla de tres columnas en enero de 2020, la primera
de las cuales se puede leer aquí). Así pues, se desató una oleada de críticas
contra el documento provenientes de la comunidad científica colombiana que ya
se encuentra en alerta. Quizás la más
notoria fue la columna de Moisés Wasserman en El Tiempo, titulada ‘Ciencia hegemónica’ y ‘justicia epistémica’
(recomiendo leerla aquí), donde crítica
esos dos conceptos muy discutibles. Sin
embargo, Wasserman se equivoca al considerar que el documento representa una
política oficial del Pacto Histórico, cuando en realidad sólo es la propuesta
de un sector. Independientemente de que Wasserman sea opositor al nuevo
gobierno, su crítica está fundamentada y eso toca reconocerlo. Por tanto
trataré de no repetir sus argumentos, sino añadir otros.
El documento no parte de hacer un
diagnóstico serio del estado de la ciencia, la tecnología y la innovación en
Colombia y de sus políticas públicas. Es
desde esa evaluación analítica que se puede examinar lo que se debe corregir,
mejorar, cambiar o incluso eliminar si fuese el caso. Hay una especie de
“adanismo” en el escrito, como si se estuviera descubriendo el diálogo de
saberes, el enfoque de género, el criterio de respetar el contexto cultural y
el entorno ambiental, la crítica al eurocentrismo, los cuales no son novedad,
pues ya se vienen manejando, aunque puedan ser susceptibles de críticas
constructivas para mejorar. Curiosamente
no hay una crítica a la visión neoliberal
que ha predominado en nuestro Sistema Nacional de CTI desde 1995, con
excepción del período 2002-2004 cuando el enfoque
CTS (ciencia, tecnología y sociedad) promovido por la OEI tuvo su auge en
Colciencias. Soy partidario de retomar
el enfoque CTS+i, pero eso sería tema para otra columna.
El documento pretende enmarcarse
en el programa y la visión del nuevo gobierno del Presidente electo, Gustavo
Petro, lo cual es pertinente, pero se regodea en algunos aspectos, como los
“saberes ancestrales” y olvida o relega
otros. Cierto es que hay una deuda histórica, social y ambiental que el nuevo
gobierno intentará reparar, incorporando a sectores marginados a las
posibilidades del desarrollo sostenible, a través de la presencia integral del
Estado en la Colombia profunda y posibilitando el protagonismo de los sectores
excluídos. Ese es un criterio
transversal a todos los ministerios, por tanto hay que precisar la división del
trabajo y no echar toda la carga sobre el Ministerio de CTI que hasta ahora ha
tenido un presupuesto raquítico. Por cierto, aspiramos a que en este nuevo
gobierno alcancemos la anhelada meta parcial del 1% del PIB en gasto e
inversión públicas en CTI (aparte de la inversión privada).
Ahora bien, el gobierno
progresista de Petro también se propone potenciar el capitalismo moderno,
productivo e innovador, lo que implica priorizar y financiar enfáticamente la
I+D+i que incremente la productividad y la competitividad de nuestro aparato
productivo. Los viejos anhelos
redistributivos de la izquierda son plenamente legítimos, pero sólo son
factibles sobre la base de generar valor e incrementar la riqueza. La
diferencia con el neoliberalismo es que el Estado en la visión progresista debe
jugar un papel regulador bajo el concepto de que la creación de riqueza no es
mérito exclusivo del capital, lo que implica un reconocimiento del trabajo como
creador de riqueza. Cómo lograr la mejor
sinergia Capital –Trabajo es punto clave del Acuerdo Nacional. Pues bien,
esta visión está ausente del documento de marras.
El problema de fondo del documento
es que está profundamente sesgado por ciertas ideologías de moda en el mundillo
académico estadounidense, europeo y latinoamericano, especialmente dentro de
las ciencias sociales. Al estudiarlo se
nota la influencia del posmodernismo, el denominado “pensamiento decolonial” y
otras corrientes que permean los movimientos identitarios. A tal vertiente de la “izquierda” la califico
de oscurantista por sus veleidades anticiencia. Ideas que, a la postre, resultan ser más
neoconservadoras que progresistas.
Lo más grave es que estas
corrientes tienen una visión equivocada sobre el conocimiento científico y cómo
se determina su validez, un asunto filosófico con poderosas implicaciones
prácticas. Desconocen el rigor cuando insinúan que es el poder político,
económico y militar el que define qué es válido como conocimiento. Confunden la
ciencia como institución con la ciencia como saber y también confunden ciencia
con tecnología. Al hacerlo niegan la
verdad objetiva, desconocen la universalidad de la ciencia, consideran que la
verdad es siempre relativa al contexto.
Eso puede ser cierto en algunos casos de las ciencias sociales, pero
está muy lejos de serlo para la generalidad de las ciencias. El
discurso sobre “saberes ancestrales” vagamente definidos, aprovecha un buen criterio
político -la inclusión de los marginados del desarrollo- para meter un gol
ideológico: la desvalorización de la ciencia. El resultado sería un desastroso autogol para
Colombia, un país que necesita más ciencia y tecnología rigurosa y de calidad
si queremos salir del subdesarrollo. Ahí
está el Este Asiático como evidencia.
Jorge
Senior
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