sábado, 17 de febrero de 2024

Dos escándalos epistemológicos: Minciencias y la polémica de los "saberes ancestrales"

 Minciencias y la polémica de los “saberes ancestrales”

En esta entrada del blog Buhografías del Unicornio presentamos cuatro columnas de opinión publicadas en el portal colombiano El Unicornio y referidas a dos polémicas que se agitaron en Colombia en enero de 2020 y julio de 2022 sobre los denominados “saberes ancestrales” en el contexto de situaciones relacionadas con el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación. En la primera coyuntura, el escándalo tenía como protagonista a Mabel Torres del gobierno Duque, y sobre el asunto publiqué tres columnas en seguidilla, al tiempo que se pronunciaban las academias científicas en el mismo sentido. La ministra -que inauguraba ese ministerio- permaneció aferrada al cargo. En la segunda coyuntura la protagonista fue Irene Vélez, quien sonaba para asumir el ministerio (Petro no se había posesionado aún), pero terminaría siendo nombrada en otro. Al igual que en el caso anterior hubo pronunciamientos desde el estamento científico. De mi parte aporté una columna. El tema de qué son los “saberes ancestrales” y cuál es su validez es una cuestión epistemológica. Merece un debate en profundidad. Estas columnas, gestadas alrededor de las políticas científicas de dos gobiernos opuestos, son apenas un abrebocas, una aproximación, y aunque son de opinión constituyen ejercicios de periodismo científico.

 

Por Jorge Senior

Serie Buhografías

 

Contenido:

·         La ministra que decepcionó (enero 12 de 2020)

·         Respuesta a la ministra de “ciencia occidental y saberes ancestrales” (enero 20)

·         El tibio silencio de la izquierda (febrero 7)

·         Saberes ancestrales y ciencia en el nuevo gobierno (julio 16 de 2022)

 

*Nota provisional: los hipervínculos están en construcción

 

La ministra que decepcionó

Publicada el 16 de enero de 2020

 

El gobierno del exfuncionario del BID, Iván Duque Márquez, no se ha caracterizado por hacer buenos nombramientos.  Por ejemplo, no ha sido de buen recibo reciclar al señor de los bonos de agua en minhacienda, ascender a militares involucrados en falsos positivos, poner como minvivienda a alguien acusado de plagio, y así podríamos seguir por embajadas y consulados enmermelados, centros de memoria, institutos y viceministerios con liderazgos defectuosos.  Sin embargo, en el mes de diciembre el presidente Duque sorprendió con un nombramiento inusitado, muy diferente a los anteriores….  aparentemente. 

Resulta que desde finales de los años 90 sectores del sistema nacional de ciencia, tecnología e innovación impulsamos la idea de convertir a Colciencias en Ministerio para darle visibilidad e importancia al factor más determinante de la evolución de las sociedades humanas: el conocimiento científico. En la campaña presidencial de 2018, por ejemplo, esta propuesta fue sustentada por Humberto De la Calle.  Finalmente, al hacerse realidad en el Congreso de la República en 2019, fue Duque el encargado de inaugurar este nuevo ministerio, que en los países del primer mundo suele ser de extraordinaria relevancia, pero que en Colombia ha sido tradicionalmente un asunto secundario.

Pues bien, Duque se anotó un hit al nombrar a Mabel Torres, bióloga de Univalle, investigadora con doctorado en ciencias biológicas, dotada de sensibilidad frente a la problemática ambiental y proveniente de uno de los departamentos más marginados del país, el Chocó.  Mujer, afro, ambientalista, con doctorado y de la periferia, mejor dicho, todo un perfil alternativo que parecía más propio de un gobierno progresista que del actual gobierno de extrema derecha.  Recientemente el gobierno la había incluído en la llamada “Misión de Sabios”, una comisión que imitaba la que se hizo en el gobierno de Ernesto Samper Pizano, y cuyos frutos reales aún están por verse (ya por lo menos salió el documento final).

Para el mundo de la investigación, o de la “I+D+i”, como se acostumbra a decir en la jerga académica, el nombramiento de un investigador resultaba estimulante y fue recibido con beneplácito.  Muy pronto nos encontramos con pronunciamientos de la ministra, que ni siquiera se había posesionado, contra el fracking y el glifosato, arrancando aplausos de los sectores conscientes de la sociedad colombiana, comprometidos con el medio ambiente y la sostenibilidad, al mismo tiempo que levantaba críticas ardidas de ilustres miembros del partido “Centro Democrático”   https://www.semana.com/nacion/articulo/uribistas-critican-fuertemente-a-la-nueva-minciencia/647204 .  Así que muchos nos ilusionamos con la perspectiva de una valiosa gestión en el nuevo y flamante ministerio que reemplazó a Colciencias.

Pero un artículo del periodista científico Pablo Correa https://www.elespectador.com/noticias/ciencia/la-ministra-de-ciencia-y-su-dudosa-promesa-contra-el-cancer-articulo-899370    publicado el 11 de enero en El Espectador nos cayó como la gota fría.  Correa, que es un periodista serio y autor de un excelente libro biográfico sobre Rodolfo Llinás, mostró cómo la docente investigadora Torres se había “volado las escuadras” en su proceso de investigación de varios años sobre el hongo Ganoderma que, según algunas tradiciones asiáticas, tiene propiedades casi milagrosas para una gran cantidad de afecciones.  Una entrevista en el mismo medio acabó de hundir más a la ahora ministra, pues se enredó en sus respuestas y no fue capaz de justificar su proceder contrario a las buenas prácticas científicas que exigen rigor metodológico y ético, especialmente en ciencias de la salud.  Las buenas intenciones no constituyen justificación de un mal proceder. Ni la invocación de la etiqueta “saberes ancestrales” otorga privilegios o exime de cumplir las normas y las exigencias que precisamente existen para garantizar las buenas prácticas, la calidad del conocimiento y salvaguardar la salud de los pacientes.

Algo que de por sí hubiese sido un problema corregible de mala ciencia en la academia, se convierte en un asunto sumamente grave si la persona involucrada es nada menos que la máxima autoridad del sistema nacional de ciencia, tecnología e innovación.  Como investigadora su error podría ser quizás enmendable si se retoma la línea de investigación con el rigor debido, se hacen las pruebas experimentales y ensayos clínicos necesarios, se somete todo el proceso a la evaluación ética correspondiente y se llega a un resultado fundamentado que luego podría pasar a  la fase de emprendimiento y comercialización.  Pero como ministra actual el asunto es irremediable, pues a todas luces hay una incompatibilidad profunda entre el rol de líder ejemplar propio de la dignidad del cargo y la gravedad de su mala práctica científica en el caso mencionado.  Creo que no le queda otro camino que renunciar… si tiene integridad. 

Ya la Asociación Colombiana de Facultades de Medicina (Ascofame) se pronunció  https://eldiariodesalud.com/nacional/facultades-de-medicina-lamentan-que-el-derrotero-de-como-hacer-ciencia-quede-en-manos-de indicando que “no puede menos que lamentar que el derrotero de cómo hacer ciencia en nuestro país haya quedado en manos de la pseudociencia, entendida como aquella creencia o práctica que es presentada como científica y fáctica pero es incompatible con el método científico”.

Así que, una vez más, la administración Duque se “descachó” al hacer un nombramiento ministerial.  Pero detrás del sesgo sistemático que caracteriza al gobierno del “Centro Democrático”, en el caso de Mabel Torres se trasluce un problema filosófico de fondo que anida en la educación colombiana y de otros países latinoamericanos en todos los niveles, de primaria a doctorado, y es la nula formación en cosmovisión científica y pensamiento crítico.  De hecho, el asunto que motivó esta columna se asemeja mucho a lo que está pasando en México bajo un gobierno de izquierda y la nueva orientación del Conacyt, un caso que refleja como durante las últimas décadas sectores de las izquierdas dejaron de ser ilustrados para convertirse en oscurantistas   https://conectadosconelbuho.blogspot.com/2019/08/los-desafios-de-la-izquierda-segunda.html   , pero ese será tema para otra ocasión.          

 

Respuesta a la ministra de “ciencia occidental y saberes ancestrales”

Publicada el 20 de enero de 2020

 

Una semana después del artículo de Pablo Correa en El Espectador  https://www.elespectador.com/noticias/ciencia/la-ministra-de-ciencia-y-su-dudosa-promesa-contra-el-cancer-articulo-899370  y de múltiples pronunciamientos de asociaciones médicas, sociedades científicas y columnistas de El Espectador, El Tiempo, El Unicornio  http://www.elunicornio.co/la-ministra-que-decepciono/  , El Heraldo y El País de España, la ministra Mabel Torres decidió emitir un escueto comunicado  https://minciencias.gov.co/sala_de_prensa/declaracion-mabel-gisela-torres-torres-ministra-ciencia-tecnologia-e-innovacion  . 

El problema es que su contenido se contradice con las afirmaciones anteriores de la ministra publicadas por Los Informantes y El Espectador, entre otros.  Lo bueno es que abre el debate sobre un tema de fondo que resulta vital para la política científica: el control de calidad del conocimiento y los llamados “saberes ancestrales”.

Es pertinente separar dos niveles en la argumentación.  Uno es el caso individual de la idoneidad de la investigadora Torres para ejercer el máximo cargo de la institucionalidad científica del país y otro es el debate epistemológico sobre la validación y la calidad del conocimiento generado por investigaciones en el marco del SNCTI (Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación).

Sobre el primer punto lo apropiado sería que una comisión seleccionada por Comités de Ética de la Investigación evaluara el caso de Mabel Torres para determinar si en su trayectoria hubo o no faltas al rigor de las buenas prácticas de la investigación científica.  Creo que todos estamos de acuerdo en que el cargo de ministro de ciencia no puede ser ejercido por persona alguna que haya incurrido en malas prácticas, aunque “errar es humano”, pues socavaría la autoridad moral del ministerio para ser exigente en la calidad de la I+D+i.  Por otro lado, el hecho de que Torres haya publicado pocos artículos o tenga un índice H bajo, no constituye mayor problema para un cargo de gestión que lo que necesita es conocer la actividad científica por dentro y tener experiencia administrativa en proyectos, líneas y centros de CTI.  El debate crítico está en el rigor y no en la cienciometría.

El segundo punto es más interesante.  El comunicado de la ministra habla de “ciencia occidental”, “saberes ancestrales” y “multiplicidad de epistemologías”, sin aclarar ninguno de tales conceptos de dudosa validez.  Semejante vocabulario es propio del denominado “pensamiento decolonial”, una corriente intelectual radical, derivada del posmodernismo académico y de viejas luchas anticoloniales que dice ser subversiva, anticapitalista y antisistémica.  Esta corriente niega la universalidad y objetividad de la ciencia y cae en la vieja filosofía relativista.  Así que el adjetivo “occidental” aplicado a la ciencia no es inane, tiene veneno.  Es una manera de atacar y limitar retóricamente la validez de la ciencia.

El concepto de “saberes ancestrales” es tan laxo que no es posible debatirlo si no se le define.  Nadie niega que hay conocimientos que sin ser científicos son válidos y útiles.  A ese tipo de conocimientos se les llama “empíricos” y han sido la clave para que la especie humana esté en la actual posición de dominio del Sistema Tierra.  Sin ir más lejos, la revolución industrial se hizo principalmente sobre conocimiento empírico y asimismo el inicio de la aviación hace poco más de un siglo.  La ciencia es heredera directa del conocimiento empírico, pues parte de él y lo lleva a un nivel más riguroso y potente cuando es posible.  Pero si hacemos un barrido por la infinidad de creencias que han existido en pueblos y culturas a lo largo y ancho del planeta y su historia, encontraremos que hay innumerables creencias falsas, así como puede haber muchas verdaderas, al menos parcialmente.  La antigüedad de una creencia no es garantía de validez, la única manera de corroborarlo es poniéndola a prueba.  Hay creencias falsas que perduran por milenios y se extienden ampliamente.  De hecho, aún en las sociedades modernas predomina el pensamiento mágico religioso como muestra Steven Pinker, en su libro de 2018 “En defensa de la Ilustración”, con abundantes datos. 

El vago concepto de “saber ancestral” asume como “saber” lo que en realidad es una creencia tradicional, un truco retórico que pretende evitar el cuestionamiento, la crítica, la puesta a prueba.  Es una manera de darle estatus a una creencia apoyándose en la moda de la “corrección política” y los movimientos políticos y sociales identitarios.  Pero la buena ciencia no come de presión política.

En conclusión, los “saberes ancestrales” -en realidad creencias tradicionales- pueden contener conocimiento empírico y también falsedades.  La investigación científica puede partir de ellos y hacer las pruebas experimentales necesarias para destilar el contenido de verdad que puedan tener y optimizar su aplicación mediante desarrollo e innovación.  Todo ello dentro del rigor ético y metodológico que exigen las buenas prácticas de I+D+i (punto central de la crítica a Torres).  De aquí surge otro tipo de debate que tiene que ver con los derechos de propiedad intelectual, asunto complejo que no es factible tocar aquí sin extenderse en demasía.

Finalmente, si la ministra habla de “multiplicidad de epistemologías” debe precisar de qué está hablando exactamente.  Para los no familiarizados con esta palabreja digamos que se refiere, nada menos, que al control de calidad del conocimiento.  Si la investigación científica (o que pretende ser científica) no tiene un buen fundamento epistemológico el producto resultante será de mala calidad, probablemente engañoso.  En vez de nuevo conocimiento lo que tendremos será confusa ignorancia o incluso peligrosas estafas, especialmente cuando se trata de temas de salud.  ¿Estará la ministra defendiendo la epistemología del “todo vale” del filósofo Paul Feyerabend? ¿o está sustentando las difusas “epistemologías del sur” de Boaventura de Sousa Santos?  Estos autores y otros de similares posiciones han sido fuertemente criticados desde la filosofía científica y desde ella estamos listos para el debate argumentado. (Ver http://conectadosconelbuho.blogspot.com/2019/10/apuntes-para-una-critica-al.html )

Sería magnífico que se amplificara mediáticamente la deliberación pública sobre este tema filosófico, ahora que está en el centro de la coyuntura generada por un nombramiento del gobierno que no consultó a la Academia Colombiana de Ciencias como había propuesto el senador  Iván Agudelo, ponente del proyecto de ley de creación del Minciencia.  “No hay mal que por bien no venga” dice la sabiduría ancestral.

Coda: la ministra menciona la “crisis actual”. ¿A cuál crisis se refiere? Al actual gobierno no le hemos escuchado reconocer una crisis.     

 

 

El tibio silencio de la Izquierda

Publicada el 7 de febrero de 2020

 

Debo confesar que el silencio al que aludo en el título no me produce extrañeza ni sorpresa.  Aún así es un silencio extraño porque no debería darse.  En tiempos de redes sociales y ráfagas de trinos, el silencio de los voceros de la oposición con cierto prestigio y liderazgo ante un “papayazo” del gobierno uribista resulta tan ruidoso como un alarido.  Cuando no son las “metidas de guayo” de Duque, zarandeando el buque como inexperto piloto sin brújula, entonces son las “embarradas” de sus subalternos: Arango, Acevedo, Ramírez, Carrasquilla, Holmes, Pachito, Blum, Botero, Zapateiro, etc, etc, uno tras otro alimentan diariamente burlas, críticas y memes.  Contratar ingenieros por dos horas como si fuesen un motel, elogiar al difunto Popeye, pedir a Guaidó que extradite a Merlano, inventar conspiraciones ridículas de rusos y foros de Sao Paulo, negar el pasado en el centro de memoria y “olvidar” responder una carta clave, banalizar los asesinatos de líderes sociales como líos de faldas, nombrar fiscal de bolsillo, atentar contra la independencia de las ramas del poder público, mentir descaradamente en Davos y así ad infinitum (¿o debo decir ad nauseam?).  Y apenas me he referido a los dimes y diretes distractores y no he tocado los verdaderos casos de corrupción o de políticas insanas.

Con semejante comidilla diaria las críticas llueven desde todos los ángulos sobre un gobierno cada vez más desprestigiado e impopular.  Hay que admitir que dichas críticas no necesariamente se hacen desde la izquierda democrática representada en Colombia Humana, lo que queda del Polo Democrático y el ala progresista de Alianza Verde.  La mayoría vienen de columnistas y periodistas serios, medios independientes, la academia, las ONGs, organizaciones sociales e incluso de algunos políticos de los partidos tradicionales, y por supuesto de lo más valioso del ágora caótica de las redes sociales.  Pero, sin duda, voces como las de Gustavo Petro, Gustavo Bolívar, Iván Cepeda, Germán Navas, Alexander López, Clara López, Aida Avella, David Racero, María José Pizarro, Inti Asprilla, Ángela Robledo, Hollman Morris, son algunas de las más caracterizadas al margen del periodismo crítico, pues al fin y al cabo son los líderes de la oposición. Entre todos ellos producen más de 100 trinos al día.  Pero hete aquí que sobre el caso que ha conmocionado al mundo científico colombiano, las “metidas de pata” de la recién estrenada ministra de ciencia, la izquierda democrática ha guardado un curioso silencio.  Los que tanto critican a “los tibios” se han quedado mudos, impertérritos en la posición “nini”, ni a favor ni en contra de la ministra. ¿Será que se ha fajardizado Gustavo Petro? 

Ese silencio es sospechoso cuando está en juego el principal factor de progreso de la sociedad moderna: la ciencia y la tecnología.  ¿No tiene la izquierda nada que decir al respecto?  Unos dicen que es por ignorancia de la dirigencia.  Ese podría ser el caso a nivel individual, pero no a nivel de la izquierda como un todo.  ¿O acaso los dirigentes no tienen asesores?  En mi concepto es indicador de un problema grave que atraviesa a las izquierdas de Colombia y el mundo, síntoma de una crisis profunda. 

Hace 40 años la izquierda humanista tenía un horizonte de futuro, un proyecto utópico, una visión del progreso de la civilización.  Claro, padecía de dogmatismo y otros vicios, pero era una izquierda ilustrada, comprometida con la razón, la ciencia y el progreso.  Alrededor de 1980 todo cambió: el capitalismo dio un viraje pasando del estado de bienestar al auge neoliberal, la geopolítica de la guerra fría entró en barrena, el marxismo agonizó dejando en orfandad de teoría a los intelectuales progresistas y a las ciencias sociales, y el sujeto político por excelencia, la clase obrera industrial, se fue por el desagüe ante el empuje de la tercera revolución industrial que por entonces empezaba.  La izquierda desconcertada y sin rumbo fue infiltrada por corrientes intelectuales oscurantistas, enemigas de la razón, de la ciencia y el progreso.  Un movimiento denominado “posmodernismo” penetró como quinta columna y empezó a hacer trabajo de zapa.  Otras corrientes derivaron de ella: el construccionismo social que desconoce la biología hizo estragos en el feminismo y movimientos étnicos, teorías conspiranoicas surgieron por doquier como leyendas urbanas y luego fueron exacerbadas por internet y las redes.  Ahora último, en América Latina, el llamado “pensamiento decolonial” hace demagogia indigenista que desorienta a la izquierda sin brújula.

En México, en el gobierno de AMLO, se ha desatado un debate similar al que se desarrolla actualmente en Colombia alrededor de la política de ciencia, tecnología e innovación, los llamados “saberes ancestrales” y el discurso descrestador de “las epistemologías del sur”.  Un discurso que unifica a la ministra mexicana del gobierno de izquierda y la ministra colombiana del gobierno de derecha: ambas hablan de “la ciencia occidental”, negando su universalidad, y sobrevaloran lo que vagamente llaman “saberes ancestrales”, siguiendo la moda identitaria y el discurso de dizque “resistencia”.  En ambos casos es un disparate que puede ser un autogolazo para estos países latinoamericanos que pugnan por la apropiación social del conocimiento científico en pro del bienestar de sus sociedades. 

La izquierda colombiana carece de partidos serios, organizados, por eso sobrevive a punta de personalismos.  Los cascarones existentes carecen de escuelas de formación política (excepto para cositerías electorales), no tiene tanques de pensamiento ni producción teórica.  Simplemente anda al garete.  Siendo el 2020 un año no electoral, en vez de especular sobre candidaturas, la izquierda democrática debería aprovechar y desarrollar foros ideológicos, organizar centros de pensamiento que investiguen y generen programas de gobierno bien fundamentados, en vez de los programas improvisados tradicionales.  Y mirar más allá de la política doméstica y las coyunturas electorales, pues la especie humana se enfrenta en esta generación a una encrucijada planetaria que exige una política antropocénica basada en el conocimiento científico.  ¿O de qué progresismo estamos hablando?

 

 

Saberes ancestrales y ciencia en el nuevo gobierno

Publicada el 16 de julio de 2022

 

No hay peor escenario para debatir con argumentos que Twitter.  No obstante esa plataforma se ha convertido en el ágora digital dónde se delibera la coyuntura política. Esta semana estalló un debate sobre la política pública de ciencia, tecnología e innovación (CTI) en el nuevo gobierno próximo a iniciar, mientras la comisión de empalme de Minciencias avanza en su tarea a puerta cerrada. 

El florero de Llorente fue un documento titulado “Sistema Nacional de CTI para el buen vivir, el vivir sabroso y el ejercicio efectivo de una democracia multicolor”, una propuesta firmada por ocho personas, entre ellas la aspirante a ministra de ciencias, Irene Vélez y su padre Hildebrando Vélez, ambos integrantes de comisiones de empalme.  Los firmantes se presentan como “Grupo gestor en SNCTI del Pacto Histórico” y pertenecen al sector “Soy porque somos” que lidera la Vicepresidenta electa, Francia Márquez.

Al igual que sucedió con Mabel Torres, primera ministra de CTI nombrada por Duque, quien a nombre de los “saberes ancestrales” violó los criterios básicos de la investigación clínica, en esta ocasión los indefinidos “saberes ancestrales” volvieron a ser epicentro de la discusión. (Nota: respecto al caso de Mabel Torres y los “saberes ancestrales” escribí seguidilla de tres columnas en enero de 2020, la primera de las cuales se puede leer aquí).  Así pues, se desató una oleada de críticas contra el documento provenientes de la comunidad científica colombiana que ya se encuentra en alerta.  Quizás la más notoria fue la columna de Moisés Wasserman en El Tiempo, titulada ‘Ciencia hegemónica’ y ‘justicia epistémica’ (recomiendo leerla aquí), donde crítica esos dos conceptos muy discutibles.  Sin embargo, Wasserman se equivoca al considerar que el documento representa una política oficial del Pacto Histórico, cuando en realidad sólo es la propuesta de un sector. Independientemente de que Wasserman sea opositor al nuevo gobierno, su crítica está fundamentada y eso toca reconocerlo. Por tanto trataré de no repetir sus argumentos, sino añadir otros.

El documento no parte de hacer un diagnóstico serio del estado de la ciencia, la tecnología y la innovación en Colombia y de sus políticas públicas.  Es desde esa evaluación analítica que se puede examinar lo que se debe corregir, mejorar, cambiar o incluso eliminar si fuese el caso. Hay una especie de “adanismo” en el escrito, como si se estuviera descubriendo el diálogo de saberes, el enfoque de género, el criterio de respetar el contexto cultural y el entorno ambiental, la crítica al eurocentrismo, los cuales no son novedad, pues ya se vienen manejando, aunque puedan ser susceptibles de críticas constructivas para mejorar.  Curiosamente no hay una crítica a la visión neoliberal que ha predominado en nuestro Sistema Nacional de CTI desde 1995, con excepción del período 2002-2004 cuando el enfoque CTS (ciencia, tecnología y sociedad) promovido por la OEI tuvo su auge en Colciencias.  Soy partidario de retomar el enfoque CTS+i, pero eso sería tema para otra columna.

El documento pretende enmarcarse en el programa y la visión del nuevo gobierno del Presidente electo, Gustavo Petro, lo cual es pertinente, pero se regodea en algunos aspectos, como los “saberes ancestrales”  y olvida o relega otros. Cierto es que hay una deuda histórica, social y ambiental que el nuevo gobierno intentará reparar, incorporando a sectores marginados a las posibilidades del desarrollo sostenible, a través de la presencia integral del Estado en la Colombia profunda y posibilitando el protagonismo de los sectores excluídos.  Ese es un criterio transversal a todos los ministerios, por tanto hay que precisar la división del trabajo y no echar toda la carga sobre el Ministerio de CTI que hasta ahora ha tenido un presupuesto raquítico. Por cierto, aspiramos a que en este nuevo gobierno alcancemos la anhelada meta parcial del 1% del PIB en gasto e inversión públicas en CTI (aparte de la inversión privada).

Ahora bien, el gobierno progresista de Petro también se propone potenciar el capitalismo moderno, productivo e innovador, lo que implica priorizar y financiar enfáticamente la I+D+i que incremente la productividad y la competitividad de nuestro aparato productivo.  Los viejos anhelos redistributivos de la izquierda son plenamente legítimos, pero sólo son factibles sobre la base de generar valor e incrementar la riqueza. La diferencia con el neoliberalismo es que el Estado en la visión progresista debe jugar un papel regulador bajo el concepto de que la creación de riqueza no es mérito exclusivo del capital, lo que implica un reconocimiento del trabajo como creador de riqueza. Cómo lograr la mejor sinergia Capital –Trabajo es punto clave del Acuerdo Nacional. Pues bien, esta visión está ausente del documento de marras.    

El problema de fondo del documento es que está profundamente sesgado por ciertas ideologías de moda en el mundillo académico estadounidense, europeo y latinoamericano, especialmente dentro de las ciencias sociales.  Al estudiarlo se nota la influencia del posmodernismo, el denominado “pensamiento decolonial” y otras corrientes que permean los movimientos identitarios.  A tal vertiente de la “izquierda” la califico de oscurantista por sus veleidades anticiencia.  Ideas que, a la postre, resultan ser más neoconservadoras que progresistas. 

Lo más grave es que estas corrientes tienen una visión equivocada sobre el conocimiento científico y cómo se determina su validez, un asunto filosófico con poderosas implicaciones prácticas. Desconocen el rigor cuando insinúan que es el poder político, económico y militar el que define qué es válido como conocimiento. Confunden la ciencia como institución con la ciencia como saber y también confunden ciencia con tecnología.  Al hacerlo niegan la verdad objetiva, desconocen la universalidad de la ciencia, consideran que la verdad es siempre relativa al contexto.  Eso puede ser cierto en algunos casos de las ciencias sociales, pero está muy lejos de serlo para la generalidad de las ciencias.  El discurso sobre “saberes ancestrales” vagamente definidos, aprovecha un buen criterio político -la inclusión de los marginados del desarrollo- para meter un gol ideológico: la desvalorización de la ciencia.  El resultado sería un desastroso autogol para Colombia, un país que necesita más ciencia y tecnología rigurosa y de calidad si queremos salir del subdesarrollo.  Ahí está el Este Asiático como evidencia.   

 

Jorge Senior

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