lunes, 29 de enero de 2024

Hablemos de libros

 

Hablemos de libros

 

Recopilación de cinco columnas dedicadas a los libros y publicadas en el portal colombiano El Unicornio durante los tiempos de la pandemia (2020 y 2021), a excepción de la última que es del 2022.

 

 

Por Jorge Senior

Serie Buhografías

 

Entre las 167 columnas que publiqué en El Unicornio desde finales de 2019 a 2023, casi un 10% están dedicadas a libros con reseñas y comentarios. Debido a sus temáticas, algunas aparecen en otras entradas de este blog Buhografías del Unicornio. Aquí recopilé cinco con temas variados, aunque tienen en común que refieren a libros que no son de ficción. Hay libros colombianos y extranjeros, unos escritos en español y otros en francés e inglés, pero traducidos a nuestra lengua. Los artículos son hipertextos, pues incluyen enlaces a otras columnas o entradas de blog.

Contenido:

·         Piketty vs. Pinker

o   Publicada el 17 de abril de 2020, enfrenta dos textos por el título de “libro de la década”

·         El paisa de las emociones tristes

o   Publicada el 27 de junio de 2021, reseña una obra de Mauricio García Villegas

·         Del junco al infinito

o   Publicada el 16 de agosto de 2021, reseña el bestseller de Irene Vallejo

·         Hablemos de libros del 2021

o   Publicada el 18 de diciembre de 2021, comenta varios libros destacados del año

·         Los secretos de León Valencia

o   Publicada el 27 de noviembre de 2022 y de nuevo el 23 de abril de 2023

 


 

Piketty vs Pinker

Publicada el 17 de abril de 2020

Al hacer mi lista de los libros más importantes de la segunda década del siglo XXI en el género de no-ficción, me encuentro con la entretenida tarea de desempatar el primer lugar entre El capital en el siglo XXI de Thomas Piketty y En defensa de la Ilustración de Steven Pinker.  Ambos textos abordan la macrohistoria secular de la Modernidad, con diagnóstico y propuestas de soluciones basadas en datos, todo ello producto de investigaciones sociales a gran escala.  Éste es un signo esperanzador, pues muestra que la crisis de las ciencias sociales tiene salida.

Un lector acucioso de este par de obras maestras y fiel a El Unicornio, notará que las dos lecciones que nos deja la pandemia, tema de mi pasada columna, corresponden precisamente a sendas tesis muy cercanas a estos autores: la defensa del estado social por Piketty y la defensa de la racionalidad por Pinker.  Tuvo que venir una pandemia para recordarnos que tales ideas complementarias no son elucubraciones de intelectuales sino exigencias políticas de la realidad imperante. 

Si usted, amable lector, no ha leído los dos volúmenes, tal vez querrá atender mi recomendación, pero sepa de antemano que le esperan 1400 páginas…¡y eso que ambos son “resúmenes” de un acopio de información mucho mayor!  Y es que ambos escritores cuentan con la facilidad de tener equipos que los respaldan en la cosecha de datos y no escatiman extensión en los procesos argumentativos que los llevan desde las evidencias hasta las tesis que pretenden defender.  Pero si usted quiere ahorrarse tamaña maratón, puede leer Piketty esencial, el breve texto del sueco Jesper Roine  y mi reseña del libro de Pinker aquí.

El capital en el siglo XXI es un verdadero tratado sobre la desigualdad con base empírica (usa datos de 27 países).  El economista francés muestra la dinámica de la relación capital/ingreso a lo largo de siglos y cómo ha evolucionado la distribución del ingreso y de la riqueza durante el siglo XX y la primera década del presente.  Luego detalla cómo ha aumentado la concentración de ingreso y de riqueza en los últimos 40 años, esto es, en la era neoliberal, con diferencias entre el modelo anglosajón y el europeo continental, que reflejan la contradicción entre estado de bienestar y fundamentalismo de mercado. Pero lo más importante es que a largo plazo la dinámica de la desigualdad obedece fundamentalmente a un mecanismo intrínseco del capitalismo mediante el cual el rendimiento del capital es superior a la tasa de crecimiento, sin desconocer que también incide, a favor o en contra, la dimensión política, lo cual explica las fluctuaciones históricas.  Ahora bien, también hay mecanismos que favorecen la igualdad.  Los dos principales son la difusión del conocimiento y la inversión en educación, los cuales permiten eventualmente la convergencia de la racionalidad económica y la racionalidad democrática.

En defensa de la Ilustración es un verdadero tratado sobre el pensamiento crítico racional con base empírica.  El psicólogo canadiense defiende la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso contra el ataque incesante que en las últimas décadas han desatado múltiples formas de irracionalismo y oscurantismo en todos los ámbitos: la política, la economía, la academia, la escuela, la medicina, el periodismo, la cultura, la religión, las redes sociales.  Pero el talante excesivamente optimista de Pinker le juega una mala pasada en el capítulo 9 donde aborda el tema de la desigualdad.  Precisamente en la página 135 cita a Piketty: “La mitad más pobre de la población mundial es tan pobre en la actualidad como lo era en el pasado, con apenas el 5% de la riqueza total en 2010, al igual que en 1910”.  Y luego lo despacha con el peregrino argumento de que “la riqueza total actual es infinitamente mayor que en 1910, por lo que si la mitad más pobre posee la misma proporción, es mucho más rica, no ‘igual de pobre’”.  Parece que ni la desproporción entre 50% y 5%, ni el concepto de injusticia, le dicen nada al autor.  Y lo de “infinitamente” es un mero recurso retórico, no un dato.  Pinker coquetea con la llamada “teoría del goteo” y la utopía neoliberal del crecimiento ilimitado de la torta.  Parodiando el argumento diríamos: “no importa que recibas migajas, pues gracias a los que reciben la mayor parte de la torta ésta es cada vez más grande, y así mismo, aunque no en la misma proporción, crecen tus migajas”.  Adicionalmente, Pinker, aunque alardea de conciencia ambiental, no parece concebir los límites de la capacidad de carga del sistema Tierra. Intuyo un sesgo ético/axiológico en el psicólogo cognitivo experto en sesgos.

En este debate clave sobre la desigualdad le doy la razón, tan preciada por Pinker, a Piketty.  Y también a Harari que vislumbra otros peligros en el presente siglo, por la disrupción tecnológica que puede generar la convergencia de las tecnologías BIO e INFO, la biología sintética y la Inteligencia Artificial.  Una distopía en la cual la segregación tradicional de ricos y pobres se transformaría y amplificaría en la segmentación de castas tecnobiológicas.  Lo que era ciencia ficción en la película GATTACA, con la bella Uma Thurman, ahora se encuentra en el horizonte de las posibilidades, como lo reconoce el filósofo Jurgen Habermas en El futuro de la naturaleza humana.

Sin ir tan lejos, la desigualdad está impresa en el trágico drama del diario vivir para millones de personas que aún sobreviven en medio de la miseria absoluta, como lo vemos en campos y ciudades colombianas.  En sintonía con Piketty, aquí también, en nuestro país, la buena ciencia económica ha estudiado la Dinámica de las desigualdades en Colombia, título del libro de Luis Jorge Garay y Jorge Espitia.  Recomendado.

De vuelta al tinglado levanto la mano del economista francés en su duelo con el canadiense por ocupar el primer lugar en mi top ten personal de los libros de la década, pasatiempo de cuarentena más divertido que los viernes de siluetas.  Y como corresponde a tiempos de redes y pandemia, lo ratifico al comparar los trinos poco relevantes de Steven Pinker frente a la emergencia mundial, con los pronunciamientos certeros de Thomas Piketty, como el que sustenta en su columna del 14 de abril en Le Monde: “Para evitar la hecatombe, lo que se requiere es un estado social, no un estado prisión.  La reacción correcta a la crisis debería ser reanudar el ascenso del estado social en el Norte y especialmente acelerar su desarrollo en el Sur”.

Y ya puestos, ¿le gustaría conocer mi listado de libros de la década?  Dele click.


 

El paisa de las emociones tristes

Publicada el 27 de junio de 2021

 

En la pasada columna reseñé el libro de Rodrigo García Barcha sobre la muerte de su padre, el escritor Gabriel García Márquez.  Jugando con el apellido García, mencioné otro libro reciente, El país de las emociones tristes, del abogado y politólogo paisa Mauricio García Villegas, columnista de El Espectador.  Como lo prometí, en esta ocasión voy a comentar ese texto que es, básicamente, un ensayo diletante que intenta entender a Colombia desde las emociones.  Así lo indica explícitamente desde el subtítulo: Una explicación de los pesares de Colombia, desde las emociones, las furias y los odios.

El libro, publicado por Editorial Planeta (Ariel) en 2020 y que este año sacó su segunda edición, consta de tres partes en las cuales el autor argumenta cinco ideas fundamentales que pretende concatenar.

 

La primera es que en el animal humano las emociones y sentimientos tienen predominancia sobre la razón.  Esta idea, que se sustenta en avances recientes de lo que Steven Pinker llama “las ciencias de la naturaleza humana”, es lo que podríamos considerar el marco teórico y la base científica de la propuesta de García Villegas, aunque a veces le introduce un añejo tono vitalista.  La primera parte del libro se dedica a desplegar este punto.

La segunda idea no es científica, pues proviene de las especulaciones del filósofo del siglo XVII Baruch Spinoza.  Se trata de un esquema bipolar que clasifica las emociones en tristes y plácidas.  Ejemplo de las tristes serían el odio, la ira, la indignación, el resentimiento y de las plácidas la benevolencia, la empatía, la compasión, la civilidad.  El balance particular o ecualización de las emociones en un individuo configura el “arreglo emocional” que caracteriza su personalidad.  El autor intenta construir un puente y conectar esta idea con la primera, incrustándola casi a la fuerza en el marco teórico. Una movida dudosa en mi opinión.

La tercera idea es que, de modo análogo a las personas, las naciones también tienen “arreglos emocionales”.  Es una resurrección del viejo concepto del “carácter nacional”, con la novedad de soportarlo en las dos ideas anteriores.  Al menos eso es lo que el autor intenta.

La cuarta idea es una aplicación de la tercera al caso colombiano.  En este punto el autor argumenta que en nuestro país predominan las emociones tristes como legado histórico español católico.  La segunda parte del libro se dedica al desarrollo de las ideas 2, 3 y 4.

La ética está presente a lo largo de todo el libro.  Podría decirse que es un texto de ética aplicada a Colombia.  Pero es en la tercera y última parte del libro, titulada La representación del mal, donde el autor profundiza en ello.  Dice García: “la idea central de la tercera parte es mostrar que el mal es, en buena medida, una combinación de hechos e imágenes y que no siempre están sintonizados”.  La quinta idea es el reconocimiento de que el progreso moral es factible, no estamos totalmente determinados por los genes, pues la cultura modula la conducta humana.  Si bien no es posible eliminar el mal, sí se puede “domesticar”, por decirlo así.  En esa dirección es clave la educación sentimental que constituye una posible salida a nuestros ciclos de violencia mediante la transformación del “arreglo emocional” del país.

El libro termina con un epílogo que es un elogio exagerado a la temperancia, un alegato a favor de la moderación y en contra de la radicalidad. El autor merodea una tibieza de la cual él mismo es tan consciente que debe hacer una serie de aclaraciones y matizaciones para no quedar como un pusilánime sin carácter. En su alegato revuelve radicalidad, dogmatismo y emociones exaltadas, que son tres cosas diferentes.

Como he descrito, el concepto central del argumento es el de “arreglos emocionales”.  Allí concentra el autor el poder explicativo de su análisis de la realidad colombiana.  García Villegas aclara que esa no es la única explicación. Él reconoce los problemas estructurales objetivos.  Lo que quiere indicar es que esos problemas estructurales objetivos se podrían resolver mejor o de manera más pacífica, fructífera y eficaz si los abordamos desde un “arreglo emocional” más balanceado hacia las emociones plácidas que a las tristes.

El enfoque biopsicológico tiene base científica, pero se nota que el autor no posee experticia en las disciplinas que sustentan ese enfoque, pues utiliza de manera acrítica fuentes secundarias.  También es curioso que no mencione autores tan notorios como Daniel Goleman, así sea para criticarlo, pues en últimas García está hablando de “inteligencia emocional”. 

 

No obstante, hay que valorar este esfuerzo que va en la dirección correcta, esto es, hacia la biologización de las ciencias sociales.  Es una tendencia insurgente en el siglo XXI que ojalá permita rescatar a las ciencias de la sociedad, dominada por posmodernismos y construccionismos anticientíficos. 

 

Hernando Gómez Buendía acaba de publicar un libro de casi 800 páginas que también intenta entender a Colombia pero descuida por completo el enfoque biopsicológico.  En contraste, García Villegas descuida el aspecto geográfico ambiental, clave en un país de regiones.  Un ejemplo es que ni siquiera tiene en cuenta a Orlando Fals Borda, quien con su concepto de “ethos costeño” intenta explicar por qué el Caribe colombiano ha experimentado la violencia de forma tan diferente al interior del país.  Este regionalismo paisa, estrecho de miras, también está presente en autores como Álvaro Tirado Mejía en su libro Los años sesenta (reseña) y Jorge Orlando Melo en su Historia mínima de Colombia (reseña).

 

Finalmente, aunque pienso que el autor no logra su ambicioso propósito, considero que vale la pena saborear este plato letrado, salpicado de anécdotas autobiográficas y condimentado con exquisitas citas literarias.  

 


 

Del junco al infinito

Publicada el 16 de agosto de 2021

 

Por estos días se celebra uno de los eventos culturales más importantes del año en Colombia, la Feria Internacional del Libro, con más de 400 invitados en cerca de 600 actividades, la gran mayoría virtuales dadas las pandémicas circunstancias.  El país invitado este año es Suecia, sobre cuya literatura tengo todo por aprender.  Entre los invitados hay algunos del campo de la ciencia y la filosofía, como el matemático de Oxford Marcus du Sautoy, el filósofo de Harvard Michael Sandel y el bioperiodista David Quammen, cuyo libro Contagio de 2012 anticipó la emergencia sanitaria que hoy vive el mundo. De Sandel tengo en lista de espera La tiranía del mérito, una crítica a la meritocracia.  De Colombia destaco a la escritora Pilar Quintana, autora de La perra, y el periodista científico Pablo Correa que hace un tiempo publicó la biografía de Rodolfo Llinás.  No puedo dejar de mencionar a un invitado sui generis, mi amigo Jairo Rubio, protagonista principal de El Karina, uno de los mejores libros del recientemente fallecido Germán Castro Caycedo, decano del periodismo colombiano.

Los nombres mencionados apenas reflejan mi sesgo personal y no hacen honor a la variedad de nacionalidades y géneros literarios presentes en la Feria.  Pero en la primera línea de invitados sobresale una joven autora española, que de manera magistral es capaz de integrar en su obra la ciencia, el arte, la filosofía, la literatura y la historia.  La inacabable combinación de las letras del alfabeto y una planta acuática de las orillas del río Nilo, el papiro, da origen al título de un libro que bien puede aspirar a ser considerado una obra maestra: El infinito en un junco.  Irene Vallejo es el nombre de su autora, una filóloga clásica nativa de la tierra de Santiago Ramón y Cajal, Zaragoza, helada encrucijada de caminos.  Hasta hace poco, Vallejo era prácticamente desconocida fuera de España y ahora su obra premiada está siendo traducida a más de 30 idiomas. 

Leer las 400 páginas de su texto es un auténtico placer.  En ellas recorremos la historia antigua de un invento genial: el libro.  El infinito en un junco es un libro sobre el libro.  Y no sólo eso: es una historia de la escritura y la lectura, de sus sucesivos soportes materiales, de la educación, de su contexto cultural y político en los orígenes mismos de la civilización occidental.  Está dividido en 135 breves capítulos que se leen como viñetas llenas de emociones y sorpresas, 87 dedicados a los griegos y 48 a los romanos.  Y en cada capítulo se cuentan una o varias historias de modo que al final hay tantas narraciones como páginas, cada una iluminando un fragmento de la condición humana en una prosa poética que evoca y estremece, deleita y conmueve. 

Y es que esta obra es muchas cosas a la vez.

Es un trabajo de investigación histórica que refleja un esfuerzo metódico de muchos años en Oxford, Florencia, Alejandría -entre otros lugares- husmeando en fuente primarias con dominio del griego y el latín de los tiempos antiguos o haciendo un barrido sistemático en fuentes secundarias, para obtener una visión de conjunto del objeto de estudio que abarca casi mil quinientos años desde Homero o incluso antes, hasta la caída del Imperio Romano.  La magia de la autora es que un trabajo erudito se convierte en una lectura agradable, sencilla y accesible para una amplísima gama de lectores. No hay interrupciones de notas a pie de página, ni referencias bibliográficas que vuelvan la lectura farragosa, pero al final del libro hay 27 páginas de notas por capítulos y 9 páginas de bibliografía que muestran el fundamento de la exposición.

Es también un entretenido paseo narrativo por Mesopotamia, Egipto, Fenicia, Grecia clásica, la magna aventura bélica de Alejandro y la época helenística subsiguiente con Alejandría como epicentro, para luego acompañar a los conquistadores romanos, que en vez de arrasar con la cultura de los conquistados, la elevaron en un pedestal, la admiraron e imitaron y en algún momento también le dieron su propio toque original. 

Es una historia de la técnica, de la escritura en primer lugar, cuneiforme o jeroglífica.  Del gran invento fenicio: el alfabeto. De los soportes materiales: la piedra, la madera, la arcilla, el papiro, el pergamino, la tablilla encerada. Es historia de los formatos, el rollo, el códice, la encuadernación. De las formas de leer hasta que apareció la insólita lectura silenciosa. De la escuela y la educación.

La escritura empezó con inventarios, órdenes y leyes, pero luego aparece la narración y con ella los géneros literarios, de la poesía, la epopeya y la lírica, a la prosa, la historia y la fábula. Y detrás de los autores aparecen los copistas, los amanuenses, los esclavos lectores, las bibliotecas y los bibliotecarios, las librerías y los libreros. 

A lo largo del hilo narrativo la autora introduce comparaciones entre el pasado antiguo y nuestro presente, va y viene, contrasta diferencias, subraya inesperados parecidos, sugiere analogías, logrando eludir el sesgo del presentismo y evitando caer en anacronismos.  En ese juego creativo enriquece el relato conectando lo antiguo con literatura moderna o películas actuales -familiares al lector- o a veces nos confiesa intimidades de su propia vida, pero siempre con los libros como protagonistas.

Finalmente la obra es un ensayo, riguroso pero personal, no un texto académico.  Por ello no extraña el tono de corrección política, sin estridencias ni exageraciones.  Igualdad, libertad, paz y democracia, son valores que orientan la visión subjetiva que nos propone Irene Vallejo en su diálogo con el pasado objetivo.  Desde mi óptica lamento que América Latina esté bastante ausente en el escrito a pesar de que Jorge Luis Borges y César Vallejo aparecen como cerros tutelares.  Imperdonable, eso sí, que en un capítulo sobre listas famosas en la literatura no contemple el increíble testamento de la Mamá Grande.   

 


 

Hablemos de libros del 2021

Publicada el 18 de diciembre de 2021

 

Haciendo un recorrido por las 40 columnas de Buhografías que he publicado este año en El Unicornio sobre ciencia, política y cultura, encuentro varias sobre libros recomendables recién salidos del horno editorial.  En un par de casos la reseña no cupo en El Unicornio pero quedaron guardadas en el blog La mirada del Búho.  Un buen tema para diciembre es mostrar en panorámica esa producción editorial e hilarla con los respectivos enlaces para que el lector que quiera ampliar mi comentario sobre un libro pueda remitirse a la columna o entrada respectiva.  Sobra decir que esta selección es subjetiva.

El primer libro es estremecedor.  Narra los últimos días de vida de Gabriel García Márquez, el genio de las letras cuya mente prodigiosa se fue deshojando de recuerdos como un árbol en otoño.  Gabo y Mercedes: una despedida es obra del hijo de ambos, Rodrigo García Barcha. Pocos meses antes de esta columna, para la fecha del cumpleaños del Gabo, publiqué un hallazgo de dos gazapos astronómicos en su etapa juvenil como periodista en Barranquilla que se pueden pillar aquí.  Hace poco tuve el placer de escuchar una entrevista genial que en 1954 el poeta tolimense Arturo Camacho Ramírez le hizo en la HJCK a García Márquez, un ejemplo sublime de mamagallismo (apuesto a que nadie había imaginado que el mamagallismo podía ser sublime). Si el lector quiere deleitarse con ella, puede escucharla en YouTube.

Mi lectura preferente es la que llaman de “no ficción”.  Y dentro de esa categoría ambigua, la historia ocupa el primer lugar.  En 2021 varios autores paisas se disputaron la interpretación del pasado violento de nuestro país, todos ellos con versiones centralistas: Mauricio García Villegas, Hernando Gómez Buendía y Jorge Orlando Melo.  Sólo leí y comenté los dos primeros, pues la última obra de Melo, Las razones de la guerra, la tengo aún en espera.  Mauricio publicó El país de las emociones tristes y en esta columna planteé mi crítica a su tesis psicológica que resulta ser superficial así intente apoyarla en el filósofo Spinoza.  Por su parte, Gómez Buendía sacó a la luz un voluminoso tratado titulado Entre la independencia y la pandemia.  De este texto hice un extenso análisis, así que no lo publiqué en El Unicornio sino en esta entrada del blog.  De García y Gómez tomo distancia en esas reseñas críticas, pero aún así recomiendo ambas lecturas.

En este mismo tema de la historia política de Colombia y el rol de la violencia cabe el libro reciente de Gustavo Petro, aunque éste tenga carácter autobiográfico y nada académico.  Al respecto invito a leer mi pasada columna.

Otro libro colombiano se ocupa de un pasado mucho menos explorado que el de la sangrienta historia republicana.  Antes de Colombia se titula el volumen escrito por el arqueólogo Carl Henrik Langebaek, quien es bogotano aunque parezca extranjero por el nombre.  Creo que es la primera vez que un libro para todo público se ocupa de la historia milenaria del territorio que hoy es Colombia.  Son catorce mil años de poblamiento por diversos grupos indígenas presentado en lo que podría considerarse un “estado del arte” de la arqueología colombiana y aquí está mi reseña.  Abordé este texto apenas terminé 1491, el libro de Charles Mann publicado en 2006 cuyo subtítulo es Nuevas revelaciones de las Américas antes de Colón.  La obra de Mann es muy buena, pero no dice nada sobre el pasado del territorio colombiano.  Ese vacío no lo llenó el historiador Jorge Orlando Melo en el primer capítulo de Historia mínima de Colombia, como analizo en su reseña, pero sí lo llena la obra de Langebaek.

Salgamos ahora de Colombia, pero sin dejar la órbita hispanoparlante.  A la feria del libro en Bogotá vino como invitada la española Irene Vallejo (1979), lo que me sirvió de pretexto para escribir una columna elogiosa sobre su exitoso libro El infinito en un junco.  Otra mujer de similar edad, pero británica, Violet Moller, publicó hace un par de años un libro que ya está en español: La ruta del conocimiento.  Es interesante comparar las dos obras pues se ocupan del mismo tema: la historia tricontinental de los libros desde la antigüedad clásica griega y latina hasta los inicios de la modernidad, atravesando la alta y baja Edad Media europea.  El texto de Irene tiene mayor altura literaria y es más entretenido, pues recurre al storytelling y variadas digresiones en deliciosas viñetas, pero el de Violet se enfoca más en el contenido -las ideas- y profundiza en el gigantesco aporte de la cultura árabe.  Mientras la Europa cristiana se hundía en el oscurantismo, en la gran franja árabe y musulmana florecía la ilustración que bebía de los clásicos.

Ahora nos vamos a Harvard, pues allí laboran los dos autores que siguen: el filósofo político Michael Sandel y el psicólogo Steven Pinker.  El primero publicó La tiranía del mérito, una interesante crítica al concepto de meritocracia, tema de gran actualidad.  En esta entrada del blog escribí una breve reseña que es más un resumen que un análisis crítico.  El libro de Pinker, La racionalidad, es un texto clave para la enseñanza de pensamiento crítico como dije en columna de noviembre. Sobre un anterior libro de este autor, En defensa de la Ilustración, hay una reseña crítica en el blog y en una ocasión lo enfrenté con Thomas Piketty en una columna de El Unicornio.           

La divulgación científica no podía estar ausente en esta selección.  Me refiero a las ciencias naturales, pues libros como el de Langebaek o Mann bien pueden considerarse divulgación de ciencias sociales, así como los de historia si se hacen con rigor.  El año pasado hice aquí en El Unicornio una predicción sobre quién ganaría el Nobel. Y acerté.  Pero me equivoqué en algo: no le dieron el premio en medicina sino en química, lo cual sirve para evidenciar la importancia cada vez mayor de la ciencia básica en la medicina.  Me refiero a Jennifer Doudna y Emmanuelle Charpentier con su trabajo en el método de edición genómica CRISPR que, sin duda, va a tener gran impacto social por sus aplicaciones prácticas.  Pues bien, Walter Isaacson publicó este año El código de la vida, sobre la gesta científica de Doudna, que se suma a la lista de bestsellers de este autor, cuyos libros siempre recomiendo, en especial las biografías.

 


 

Los secretos de León Valencia

Publicada el 27 de noviembre de 2022 y el 23 de abril de 2023

 

León Valencia es el contertulio más apetecido del país.  Al menos esa es la impresión que uno tiene cuando lee La izquierda al poder en Colombia, su libro más reciente.  A este león lo persigue toda la fauna de famosos personajes protagónicos de la historia político-militar de esa extraña nación suramericana: embajadores, presidentes de la república, políticos de todos los pelambres.  Lo consultan, le piden consejos o simplemente porque quieren disfrutar de sus grandes dotes de conversador bohemio y experto asador de carnes.  Sin querer queriendo, León se convirtió en un reportero de la gran conversación pública que es la política. Y en esa trayectoria no sólo tuvo en frente a la farándula del establecimiento, sino así mismo a otras criaturas allende la frontera de las porosas instituciones republicanas: guerrilleros, paramilitares, mafiosos.

León no es sólo un exquisito conversador, también tiene buena garra para escribir.  Ya en una ocasión perpetró una novela con título de tango arrabalero y ahora aprovecha la técnica narrativa para contar la historia de las últimas décadas en clave autobiográfica.  Lo mismo que hizo Petro en Una vida, muchas vidas.  No recuerdo si Petro menciona a León, pero León si menciona a Petro. Al menos en el subtítulo vendedor: “Petro y los secretos de la izquierda en su camino a la presidencia”.  Ya adentro sólo aparece al principio y al final, como el alfa y el omega.  Ni siquiera en el capítulo sobre parapolítica el autor permite que el hoy presidente se robe el show. La Bogotá Humana es despachada en un párrafo.  El cambio climático, que vertebra el pensamiento del líder del Pacto Histórico queda completamente excluido del horizonte temático de la obra. Y en cuanto a los “secretos”, bueno pues, ¿qué creían? En Colombia todo se sabe. Y lo que no se sabe, este texto tampoco lo revela. Así que, estimado lector, si vas a leer el libro no esperes grandes primicias, pero sí hay detalles interesantes que le ponen condimento a la narración.

No había terminado su discurso de posesión el actual presidente, cuando ya el libro que comento estaba en el asador.  Semejante oportunismo editorial me puso escamoso.  No hace mucho me llevé un chasco con un libro de Patricia Lara (Adiós a la guerra) que parece escrito en un mes, plagado de errores y armado con pedazos disímiles como una colcha de retazos.  Pensé que éste sería un fiasco por el estilo.  No lo fue. Desde luego que comparado con la obra de Hernando Gómez Buendía (Entre la independencia y la pandemia, ver reseña), el breve libro de León Valencia se observa ligero y superficial, pues sobrevuela tangencialmente por múltiples episodios de nuestra historia, desperdiciando la oportunidad de profundizar.  Admito que ese defecto es una virtud para el típico lector colombiano y, de seguro, acolitado por Editorial Planeta.  Pero Valencia supera a Gómez en equilibrio frente al tema de las guerrillas, ya que el académico de Razón Pública tiene un sesgo notorio cuando sobrevalora a las FARC y subvalora a las demás guerrillas.   

Y hablando de lectores, creo que este texto ‘leonino’ no es apto para jóvenes ni para extranjeros por la cantidad de referencias que resultarían crípticas para ellos, pero no para un lector colombiano politizado, mayor de 50 años, que sí ha vivido los avatares de la escena política colombiana y conoce a sus personajes.  He allí el perfil del lector ideal de este libro.

La historia del conflicto colombiano ha producido abundante literatura. Aún así tiene muchos vacíos.  Nuestros historiadores tienden a ser centralistas, reflejando una característica del país.  También tienden a ignorar la historia militar y descuidan la variable tecnológica.  Por ejemplo, los aspectos tecnológicos ocupan un lugar central en la derrota de las FARC. El libro de León Valencia, un viejo eleno paisa, no escapa del todo de estos sesgos, pero aporta cierta perspectiva desde la historia del ELN y la pequeña guerrilla del MIR-Patria Libre en Antioquia y algunas zonas de la Costa Caribe.  Se anota un punto al describir una situación militar que sufren los elenos en 1989, producto de una innovación tecnológica de las FFMM y que marca un punto de inflexión en el devenir de la guerra.  Algo que no recoge el libro de María Elvira Samper dedicado por completo a ese año aciago (ver reseña de 1989 aquí).

León Valencia no es un renegado.  A pesar de su evolución política personal, él no reniega de su pasado. Defiende la legitimidad del alzamiento en armas en su momento con la narrativa del cierre excluyente de la democracia formal producido por el Frente Nacional.  Al llegar a la última década del siglo, Valencia aborda lo que yo llamo “la paradoja de los 90”: justo cuando hay la máxima apertura de la democracia colombiana, se dispara la guerra.  Una paradoja que las ciencias sociales aún no han logrado explicar.  Creo que en este texto, León aporta algunos elementos que ayudarían a explicar el fenómeno.

En general, el libro adolece de contexto internacional. Una falla grave tratándose de un país como el nuestro donde la izquierda y la derecha básicamente son imitadoras de modas globales, casi siempre con años de retraso.  Al abordar el ascenso de las izquierdas en el nivel local, el autor reconoce el fenómeno en un marco latinoamericano, pero cuando intenta estudiar casos de las grandes capitales, como Cali, Medellín y Barranquilla,  muestra un desconocimiento fatal.  El caso más patético es como le lava la cara y los pies al Cura Hoyos, un personaje condenado por corrupción, que fue desastroso para la historia de Barranquilla, destruyó el capital político de la izquierda y allanó el camino para que el Clan Char apareciera como el salvador y hegemonizara la política local desde entonces.

La tesis central del libro es la transmutación de una “vieja izquierda” a una “nueva izquierda”, idea que nos revela un problema conceptual de fondo. León confunde el concepto de “izquierda” (proyecto político) con “alternativo” (proyecto ético).  De ahí que mitifica a Mockus y le atribuye un rol que está lejos de tener en la historia de la izquierda, a la cual ni siquiera pertenece. No es casual que en esta historia de la izquierda, la “Ola Verde” no sea mencionada. Lo bueno es que en todo el libro tampoco aparece el concepto de “centro político”, tan caro a ciertos analistas por facilismo geométrico. Lo cual ratifica mi tesis de que en política el centro no existe.     

Coletilla teórica: coincido con Valencia en que China refuta a Acemoglu y Robinson (teoría institucional).    

Jorge Senior

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