miércoles, 10 de enero de 2024

Una mirada al cine

 Columnas sobre cine publicadas en El Unicornio

Por Jorge Senior

Buhografías

 

De las 168 columnas de mi autoría publicadas en El Unicornio desde noviembre de 2019 a enero de 2024, apenas dos son sobre cine, indicio de que, quizás, ha descendido mi afición al arte cinematográfico o tal vez indica que no hay muchos productos destacables en esta industria últimamente. Como no soy crítico de arte ni propiamente un cinéfilo, mi análisis no es sobre el fenómeno artístico, sino que aprovecho el contenido de las cintas para analizar la sociedad humana y su historia. Y aunque son sólo dos columnas, hay referencia a cinco películas y una serie televisiva.

 

2022: cuando el destino nos alcanzó

Publicada el 8 de enero de 2022, fecha que motiva la columna

 

¿Recuerdan a Los Supersónicos?  Era una serie de dibujos animados sobre la vida en el futuro de una familia apellido Jetson en inglés y Sónico en español.  La serie de Hanna & Barbera salió en 1962, aunque por estos lares llegó años después. Era como un contraste futurista con Los Picapiedra de la misma casa productora. En 1990 salió la película, así que varias generaciones han conocido a los Jetson y sus vivencias en un lejano futuro dominado por la tecnología, pero curiosamenente sin mayores cambios en la vida social cotidiana.  Pues bien, el patriarca de la familia, llamado George Jetson, había nacido en 2022.

En los años 70, cuando apenas empezaba mi adolescencia, vi una película de ciencia ficción, protagonizada por Charlton Heston, que me impactó más que El planeta de los simios.  Su título original era Soylent Green.  Referencias a Soylent Green se pueden encontrar en Futurama, Los Simpson y otras series de televisión, así como en videojuegos, cómics, películas y canciones. La historia se desarrolla en un futuro distópico.  En el film dirigido por Richard Fleischer, “Soylent Green” es el nombre de una galleta que constituye el alimento principal de las masas populares y si digo más será un spoiler, así que mejor no entremos en detalles, pues quién quita que esta película de culto se pueda conseguir en internet.

El título de la cinta en español era mucho más poético y diciente: Cuando el destino nos alcance.  Pues bien, el destino… ¡nos alcanzó!  La historia de ciencia ficción se desarrolla en el año 2022.  Y lo que narra es tremendo: un abismo de segregación total entre el pueblo y la élite, implacable concentración de la riqueza, contaminación y desastre ambiental, sobrepoblación y crisis alimentaria.  La película es de 1973 y se nota que está inspirada por el histórico informe que un grupo del MIT produjo un año antes para el Club de Roma con el título Los límites del crecimiento, el cual marcaría un antes y un después al poner en cuestión la sostenibilidad de la civilización bajo la lógica acumulativa y extractiva del capitalismo. Esa influencia se evidencia en una visión apocalíptica del film, que no es producto de un holocausto nuclear, donde Nueva York tiene 40 millones de habitantes.

Medio siglo después del informe, justo en el año que anticipa la película, seguramente habrá evaluación de sus tesis, advertencias y recomendaciones.  La conciencia ambiental ya se ha reafirmado en el primer plano y sus ejes están presentes en la agenda electoral, incluso en Colombia.

Se lo debemos a Alexander von Humboldt, contemporáneo de la revolución industrial, y pionero de la conciencia ambiental en la cultura occidental.  Él propuso una cosmovisión sistémica que dio pie a la ecología como ciencia.  Pero a pesar de su gran influencia, sus ideas no fueron suficientes para detener la maquinaria económica de la acumulación del capital, salvo en aspectos periféricos.  

Doscientos años después del nacimiento de Humboldt (1769) la conciencia ambiental seguía siendo incipiente y subordinada.  Sin embargo, el optimismo que acompañó a la sociedad del estado de bienestar en la posguerra se había desvanecido, a pesar de los maravillosos avances tecnológicos.  Alvin Toffler, en El shock del futuro, vislumbraba en 1970 una sociedad posindustrial con consecuencias psicológicas perturbadoras. El mundo desarrollado tenía sus preocupaciones centradas en la polución citadina, la sobrepoblación y la deforestación.  Una década antes ya Rachel Carson había advertido los efectos nefastos de los pesticidas para la biodiversidad en su libro -ya clásico- La primavera silenciosa.  El calentamiento global por causas humanas aún no lograba consenso y el debilitamiento de la capa de ozono sólo se descubriría en la segunda mitad de la década de los setenta.  La energía nuclear era, al mismo tiempo, una amenaza terrorífica y una promesa de solución.

¿Qué podemos decir en 2022? ¿Cuál es el balance de toda esa futurología pesimista de hace 50 años presente en una gama que va desde los trabajos académicos hasta la ciencia ficción?

Los optimistas dirán que la catástrofe no se cumplió.  Todas las distopías parecen haber fallado. No hubo guerra nuclear, no colapsó la civilización, la economía siguió creciendo aceleradamente, la riqueza es mayor que nunca, la democracia se expandió por el mundo, el abismo entre países disminuyó, no hay guerras por el agua, el aire sigue siendo gratis y respirable, aún existen tigres y ballenas y el horario laboral ha disminuído. La pandemia no pasa de ser un insuceso manejable, mucho menos grave que lo sucedido hace un siglo.  En concordancia con ellos admito que me ha tocado vivir un mundo mejor que el de mis abuelos.  Pero no puedo asegurar que mis eventuales nietos puedan decir lo mismo (una buena razón para no ser abuelo, al menos por ahora).

Los pesimistas, que como se sabe son optimistas bien informados, ven el vaso medio vacío.  No hubo guerra nuclear, pero los misiles están ahí, aún con capacidad de destrucción global. Hubo solución estratégica al hueco de la capa de ozono, pero el efecto invernadero se aproxima cada vez más al punto de no retorno mientras la transición energética camina demasiado lento.  Aumentó la riqueza, pero también su concentración y la desigualdad consiguiente entre clases sociales.  Se extendió la democracia formal, pero tras alcanzar un máximo ha sobrevenido lo que el experto Larry Diamond llama la “recesión democrática”, acompañada del auge del populismo. La biodiversidad no desapareció, pero su disminución sigue acelerándose a pesar de los esfuerzos de gente como Edward Wilson, fallecido el pasado 26 de diciembre. En fin, no hubo “shock del futuro” en el futuro que ya pasó, pero no se descarta en el futuro que llega.

La navidad nos regaló otra película que todos comentan: No mires arriba. Y ese “arriba”, estimado lector, es el párrafo anterior, no el cometa.  Soylent Green se equivocó, pero de fecha.  No podemos cantar victoria.

 

Barbie, Oppenheimer y la hegemonía gringa

Publicada el 20 de julio de 2023

 

El éxito del proyecto Manhattan fue el punto culminante de la segunda guerra mundial al convertir a Estados Unidos en la primera superpotencia nuclear y reemplazar al Imperio Británico como líder global. La Europa devastada perdió la hegemonía de varios siglos y tuvo que depender del Plan Marshall para iniciar su recuperación. Los aliados triunfantes gestan las Naciones Unidas como posible germen de una gobernanza a escala planetaria. Pero en 1949 la Unión Soviética entra a disputar la hegemonía norteamericana al convertirse en la segunda superpotencia nuclear con el estallido de “Joe 1”, su primer ensayo explosivo con fisión del núcleo atómico. Empieza así la “guerra fría”, el nuevo orden mundial bipolar de la posguerra. Los periodistas bautizaron a la nueva época que se iniciaba, “la Era Atómica”.

A fines de 1952, Estados Unidos pasa a un nuevo nivel con la bomba de fusión de hidrógeno, mucho más potente. La URSS riposta con la suya propia en 1955. La guerra fría se calienta en la península coreana y el clima político se enrarece en Washington con las persecusiones paranoicas encabezadas por el senador McCarthy.

J. Robert Oppenheimer fue protagonista de toda esta historia, pasando por sus diferentes etapas: lideró el proyecto Manhattan durante la guerra, el cual sería el primer ejemplo de lo que se denominaría la Big Science; intervino en el subsiguiente desarrollo del poder nuclear en la posguerra; finalmente cayó víctima de la caza de brujas del macartismo. Christopher Nolan narra esa parábola épica en el largo largometraje que llega a las pantallas por estos días en medio de huelgas de actores y guionistas de Hollywood.

Pero la cinta tiene un poderoso rival en otro producto de la industria cinematográfica hollywoodense: nada menos que Barbie, film dirigido por Greta Gerwig, basado en la famosa muñeca de juguete que irrumpe en el mercado en 1959, al final de los mismos años cincuenta cuya atmósfera de expedientes, juicios, hongos atómicos y guerras periféricas, esbozamos en un párrafo anterior. Y adivinen, ¿dónde fue fabricada? En el país que tiene dos ciudades llamadas Hiroshima y Nagasaki, borradas temporalmente del mapa en agosto de 1945.

El contraste es brutal. Barbie vive sonriente y banal en un mundo idílico de algodón de azúcar y plástico, un universo paralelo que parece de fantasía pero representa otro tipo de explosión que está sucediendo en la economía de mercado de la posguerra: el boom de la sociedad de consumo, que va envolver a niños, niñas, mujeres, hombres, en fin, la familia entera. Nada escapa a la todopoderosa vorágine del mercado. A la postre la Era Atómica languideció, mientras la Era del Plástico prevalecía e invadía todos los rincones de océanos y continentes.

La sílfide rubia hecha de PVC blando y plástico ABS es un ícono cultural para nada inocente que ha dado tela para cortar a analistas y críticos de todo tipo. Su estilo de vida imaginario combina valores tradicionales y progresistas, que evolucionan y se diversifican en roles y apariencias. Al principio hubo problemas con las tetas y la voluptuosidad fue excluída, pero mucho peor le fue al pobre segundón de Ken, su amigovio, quien nunca ha podido contar con un pene. Gajes del doblemoralismo gringo.

En el marketing nada es casual. El lanzamiento simultáneo de dos películas que marcan un contraste abismal, ha sido un hit en las redes, que se han expresado con mucha creatividad en ingeniosos memes de “Barbenheimer”, la imaginativa fusión de la leyenda rosa y la leyenda negra de la posguerra. “No sé, Rick, parece craneado”. Ambas cintas coinciden en recrear una época que genera una nostalgia políticamente valiosa, no puede ser simple coincidencia. Con un par de guiños artísticos los liberales de Hollywood se ponen en sintonía con el lema trumpista Make America Great Again. Hasta le podemos agregar otra película ya estrenada hace algunas semanas: Asteroid City. Este producto fílmico juega con lo mismo: los gringos se miran al espejo, recrean con nostalgia y juegos emocionales su propia historia, y hasta tiene un toque de Barbie y otro de Oppenheimer. Tal vez fue un aperitivo planeado para los dos productos estrella de la temporada.

La industria cultural no es un sector más de la economía. Es la vanguardia de la hegemonía cultural. Y en eso los gringos superan a cualquiera. Cual Rey Midas, todo lo que tocan lo vuelven entretenimiento. Eso es azúcar para el cerebro. Opiné en una columna reciente, a propósito de la intensa competencia entre China y Estados Unidos, que “el gigante asiático asumirá el liderazgo mundial en las próximas décadas”. Sin embargo, China tendría que desarrollar una potente industria cultural que rivalice con la norteamericana y eso, por ahora, no se ve en el horizonte. Percibo en el pueblo chino la disciplina y la inteligencia para apuntalar un despliegue acelerado de la ciencia, la tecnología y la innovación. ¿Pero tendrán la irreverencia, la locura díscola, la vena anárquica, para desparramar su creatividad sobre los suelos de la Tierra? Si son el summun de lo apolíneo, podrán desdoblarse en el baile dionisíaco de la creatividad sin límites?

 

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