Columnas sobre cine publicadas en El Unicornio
Por Jorge Senior
Buhografías
De las 168 columnas de mi autoría publicadas en El Unicornio desde noviembre de 2019 a
enero de 2024, apenas dos son sobre cine, indicio de que, quizás, ha descendido
mi afición al arte cinematográfico o tal vez indica que no hay muchos productos
destacables en esta industria últimamente. Como no soy crítico de arte ni
propiamente un cinéfilo, mi análisis no es sobre el fenómeno artístico, sino
que aprovecho el contenido de las cintas para analizar la sociedad humana y su
historia. Y aunque son sólo dos columnas, hay referencia a cinco películas y
una serie televisiva.
2022: cuando el destino
nos alcanzó
Publicada el 8 de enero
de 2022, fecha que motiva la columna
¿Recuerdan a Los Supersónicos? Era una
serie de dibujos animados sobre la vida en el futuro de una familia apellido Jetson en inglés y Sónico en español. La serie
de Hanna & Barbera salió en 1962,
aunque por estos lares llegó años después. Era como un contraste futurista con Los Picapiedra de la misma casa
productora. En 1990 salió la película, así que varias generaciones han conocido
a los Jetson y sus vivencias en un lejano
futuro dominado por la tecnología, pero curiosamenente sin mayores cambios en
la vida social cotidiana. Pues bien, el
patriarca de la familia, llamado George
Jetson, había nacido en 2022.
En los años 70, cuando apenas
empezaba mi adolescencia, vi una película de ciencia ficción, protagonizada por
Charlton Heston, que me impactó más que El
planeta de los simios. Su título
original era Soylent Green.
Referencias a Soylent Green se pueden encontrar en Futurama, Los Simpson y
otras series de televisión, así como en videojuegos, cómics, películas y
canciones. La historia se desarrolla en un futuro distópico. En el film dirigido por Richard Fleischer,
“Soylent Green” es el nombre de una galleta que constituye el alimento
principal de las masas populares y si digo más será un spoiler, así que mejor no entremos en detalles, pues quién quita
que esta película de culto se pueda conseguir en internet.
El título de la cinta en español
era mucho más poético y diciente: Cuando el destino nos alcance. Pues bien, el destino… ¡nos alcanzó! La historia de ciencia ficción se desarrolla
en el año 2022. Y lo que narra es
tremendo: un abismo de segregación total entre el pueblo y la élite, implacable
concentración de la riqueza, contaminación y desastre ambiental, sobrepoblación
y crisis alimentaria. La película es de
1973 y se nota que está inspirada por el histórico informe que un grupo del MIT
produjo un año antes para el Club de Roma con el título Los límites del crecimiento,
el cual marcaría un antes y un después al poner en cuestión la sostenibilidad
de la civilización bajo la lógica acumulativa y extractiva del capitalismo. Esa
influencia se evidencia en una visión apocalíptica del film, que no es producto
de un holocausto nuclear, donde Nueva York tiene 40 millones de habitantes.
Medio siglo después del informe, justo
en el año que anticipa la película, seguramente habrá evaluación de sus tesis,
advertencias y recomendaciones. La
conciencia ambiental ya se ha reafirmado en el primer plano y sus ejes están
presentes en la agenda electoral, incluso en Colombia.
Se lo debemos a Alexander von
Humboldt, contemporáneo de la revolución industrial, y pionero de la conciencia
ambiental en la cultura occidental. Él
propuso una cosmovisión sistémica que dio pie a la ecología como ciencia. Pero a pesar de su gran influencia, sus ideas
no fueron suficientes para detener la maquinaria económica de la acumulación
del capital, salvo en aspectos periféricos.
Doscientos años después del
nacimiento de Humboldt (1769) la conciencia ambiental seguía siendo incipiente
y subordinada. Sin embargo, el optimismo
que acompañó a la sociedad del estado de bienestar en la posguerra se había
desvanecido, a pesar de los maravillosos avances tecnológicos. Alvin Toffler, en El shock del futuro, vislumbraba en 1970 una sociedad posindustrial
con consecuencias psicológicas perturbadoras. El mundo desarrollado tenía sus
preocupaciones centradas en la polución citadina, la sobrepoblación y la
deforestación. Una década antes ya
Rachel Carson había advertido los efectos nefastos de los pesticidas para la
biodiversidad en su libro -ya clásico- La
primavera silenciosa. El
calentamiento global por causas humanas aún no lograba consenso y el debilitamiento
de la capa de ozono sólo se descubriría en la segunda mitad de la década de los
setenta. La energía nuclear era, al
mismo tiempo, una amenaza terrorífica y una promesa de solución.
¿Qué podemos decir en 2022? ¿Cuál
es el balance de toda esa futurología pesimista de hace 50 años presente en una
gama que va desde los trabajos académicos hasta la ciencia ficción?
Los optimistas dirán que la
catástrofe no se cumplió. Todas las
distopías parecen haber fallado. No hubo guerra nuclear, no colapsó la
civilización, la economía siguió creciendo aceleradamente, la riqueza es mayor
que nunca, la democracia se expandió por el mundo, el abismo entre países
disminuyó, no hay guerras por el agua, el aire sigue siendo gratis y
respirable, aún existen tigres y ballenas y el horario laboral ha disminuído.
La pandemia no pasa de ser un insuceso manejable, mucho menos grave que lo
sucedido hace un siglo. En concordancia
con ellos admito que me ha tocado vivir un mundo mejor que el de mis
abuelos. Pero no puedo asegurar que mis
eventuales nietos puedan decir lo mismo (una buena razón para no ser abuelo, al
menos por ahora).
Los pesimistas, que como se sabe
son optimistas bien informados, ven el vaso medio vacío. No hubo guerra nuclear, pero los misiles
están ahí, aún con capacidad de destrucción global. Hubo solución estratégica al
hueco de la capa de ozono, pero el efecto invernadero se aproxima cada vez más
al punto de no retorno mientras la transición energética camina demasiado lento. Aumentó la riqueza, pero también su concentración
y la desigualdad consiguiente entre clases sociales. Se extendió la democracia formal, pero tras
alcanzar un máximo ha sobrevenido lo que el experto Larry Diamond llama la
“recesión democrática”, acompañada del auge del populismo. La biodiversidad no
desapareció, pero su disminución sigue acelerándose a pesar de los esfuerzos de
gente como Edward Wilson, fallecido el pasado 26 de diciembre. En fin, no hubo “shock
del futuro” en el futuro que ya pasó, pero no se descarta en el futuro que
llega.
La navidad nos regaló otra
película que todos comentan: No mires arriba. Y ese “arriba”,
estimado lector, es el párrafo anterior, no el cometa. Soylent Green se equivocó, pero de fecha. No podemos cantar victoria.
Barbie, Oppenheimer y
la hegemonía gringa
Publicada el 20 de
julio de 2023
El éxito del proyecto Manhattan fue
el punto culminante de la segunda guerra mundial al convertir a Estados Unidos
en la primera superpotencia nuclear y reemplazar al Imperio Británico como
líder global. La Europa devastada perdió la hegemonía de varios siglos y tuvo
que depender del Plan Marshall para iniciar su recuperación. Los aliados
triunfantes gestan las Naciones Unidas como posible germen de una gobernanza a
escala planetaria. Pero en 1949 la Unión Soviética entra a disputar la
hegemonía norteamericana al convertirse en la segunda superpotencia nuclear con
el estallido de “Joe 1”, su primer ensayo explosivo con fisión del núcleo
atómico. Empieza así la “guerra fría”, el nuevo orden mundial bipolar de la
posguerra. Los periodistas bautizaron a la nueva época que se iniciaba, “la Era
Atómica”.
A fines de 1952, Estados Unidos
pasa a un nuevo nivel con la bomba de fusión de hidrógeno, mucho más potente.
La URSS riposta con la suya propia en 1955. La guerra fría se calienta en la
península coreana y el clima político se enrarece en Washington con las persecusiones
paranoicas encabezadas por el senador McCarthy.
J. Robert Oppenheimer fue
protagonista de toda esta historia, pasando por sus diferentes etapas: lideró
el proyecto Manhattan durante la guerra, el cual sería el primer ejemplo de lo
que se denominaría la Big Science;
intervino en el subsiguiente desarrollo del poder nuclear en la posguerra;
finalmente cayó víctima de la caza de brujas del macartismo. Christopher Nolan
narra esa parábola épica en el largo largometraje que llega a las pantallas por
estos días en medio de huelgas de actores y guionistas de Hollywood.
Pero la cinta tiene un poderoso
rival en otro producto de la industria cinematográfica hollywoodense: nada
menos que Barbie, film dirigido por Greta Gerwig, basado en la famosa muñeca de
juguete que irrumpe en el mercado en 1959, al final de los mismos años
cincuenta cuya atmósfera de expedientes, juicios, hongos atómicos y guerras
periféricas, esbozamos en un párrafo anterior. Y adivinen, ¿dónde fue
fabricada? En el país que tiene dos ciudades llamadas Hiroshima y Nagasaki,
borradas temporalmente del mapa en agosto de 1945.
El contraste es brutal. Barbie
vive sonriente y banal en un mundo idílico de algodón de azúcar y plástico, un
universo paralelo que parece de fantasía pero representa otro tipo de explosión
que está sucediendo en la economía de mercado de la posguerra: el boom de la sociedad de consumo, que va
envolver a niños, niñas, mujeres, hombres, en fin, la familia entera. Nada
escapa a la todopoderosa vorágine del mercado. A la postre la Era Atómica
languideció, mientras la Era del Plástico prevalecía e invadía todos los
rincones de océanos y continentes.
La sílfide rubia hecha de PVC
blando y plástico ABS es un ícono cultural para nada inocente que ha dado tela
para cortar a analistas y críticos de todo tipo. Su estilo de vida imaginario
combina valores tradicionales y progresistas, que evolucionan y se diversifican
en roles y apariencias. Al principio hubo problemas con las tetas y la
voluptuosidad fue excluída, pero mucho peor le fue al pobre segundón de Ken, su
amigovio, quien nunca ha podido contar con un pene. Gajes del doblemoralismo
gringo.
En el marketing nada es casual. El lanzamiento simultáneo de dos
películas que marcan un contraste abismal, ha sido un hit en las redes, que se han expresado con mucha creatividad en
ingeniosos memes de “Barbenheimer”, la imaginativa fusión de la leyenda rosa y
la leyenda negra de la posguerra. “No sé, Rick, parece craneado”. Ambas cintas coinciden
en recrear una época que genera una nostalgia políticamente valiosa, no puede
ser simple coincidencia. Con un par de guiños artísticos los liberales de
Hollywood se ponen en sintonía con el lema trumpista Make America Great Again. Hasta le podemos agregar otra película ya
estrenada hace algunas semanas: Asteroid
City. Este producto fílmico juega con lo mismo: los gringos se miran al
espejo, recrean con nostalgia y juegos emocionales su propia historia, y hasta tiene
un toque de Barbie y otro de Oppenheimer. Tal vez fue un aperitivo planeado
para los dos productos estrella de la temporada.
La industria cultural no es un
sector más de la economía. Es la vanguardia de la hegemonía cultural. Y en eso
los gringos superan a cualquiera. Cual Rey Midas, todo lo que tocan lo vuelven
entretenimiento. Eso es azúcar para el cerebro. Opiné en una columna reciente,
a propósito de la intensa competencia entre China y Estados Unidos, que “el
gigante asiático asumirá el liderazgo mundial en las próximas décadas”. Sin
embargo, China tendría que desarrollar una potente industria cultural que
rivalice con la norteamericana y eso, por ahora, no se ve en el horizonte.
Percibo en el pueblo chino la disciplina y la inteligencia para apuntalar un
despliegue acelerado de la ciencia, la tecnología y la innovación. ¿Pero tendrán
la irreverencia, la locura díscola, la vena anárquica, para desparramar su
creatividad sobre los suelos de la Tierra? Si son el summun de lo apolíneo, podrán desdoblarse en el baile dionisíaco de
la creatividad sin límites?
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