Columnas selectas
sobre el M-19
Publicadas en el portal periodístico
colombiano El Unicornio
Por Jorge Senior
Buhografías
Colombia, 17 de enero de 2024
Quincuagésimo aniversario
de la recuperación de la espada de Bolívar
Dedicado a los
compañeros caídos
Y en especial a mis
amigos:
Ricardo Villa Salcedo
(Santa Marta)
José Francisco Ramírez
(Valledupar)
Jorge Andrés Lozano
Parra (Yumbo)
Jorge Marrugo
(Cartagena)
José Luis León
(Barranquilla, barrios Santuario y Kennedy)
Edgar Arturo Lobo
Mariotti (Barranquilla, barrio El Bosque)
José David Cárdenas
(Barranquilla, barrio El Bosque)
Gabriel Barco, el
Pinino (Economía, Univalle)
Mauricio Castaño
(Economía, Univalle)
Armando Aramburo
(Economía, Univalle)
Roselia Marulanda
(Economía, Univalle)
Laureano Restrepo
(Economía, Univalle)
Eulides Blandón
(Economía, Univalle)
Ariel Sánchez, el mazo
(Univalle)
Alfonso Jacquin, Pompo
(Santa Marta)
Enrique Giraldo
(Sintragarantía)
Escribir sobre el Eme
para las nuevas generaciones
Al Movimiento 19 de Abril, M-19,
el pueblo colombiano lo llamaba con cariño “el Eme”. Y así lo sigue llamando.
En ámbitos de izquierda y de activistas éramos llamados “los mecánicos”, que
terminó reducido a “los mecas”. La propuesta meca fue un proyecto
político-militar que vivió un periplo de 16 años: del 17 de enero de 1974 al 9
de marzo de 1990. Como proyecto político sigue vigente y se expresa en gran
parte en el actual gobierno nacional de Colombia que encabeza Gustavo Petro
Urrego.
Escribir sobre el M-19 es una
oportunidad, y en cierto sentido un deber, para quienes vivimos esa experiencia
que es parte de la historia de Colombia. En mi caso presenté una ponencia en el
IV
Seminario Internacional sobre Historia de la Violencia en América Latina,
realizado en la Universidad del Norte, octubre 2 y 3 de 2018. Título de la
comunicación académica: La concepción teórica del M-19. Como
sugiere el título, es un texto analítico, no vivencial, en realidad una versión
resumida de un texto inédito más extenso. Con la Universidad del Norte se hizo
también una entrevista que está en soundcloud
en la serie Todos cuentan. Enlace
Por otro lado, desde finales de
2019 hago un ejercicio periodístico como columnista que combina política y
ciencia en el portal El Unicornio (elunicornio.co) que dirige Jorge Gómez Pinilla. Soy, ante todo,
un divulgador científico. En total, tras cuatro años, ya son 167 columnas
publicadas, en las cuales el M-19 y su proyecto político suelen hacer presencia
directa o indirecta de vez en cuando. Entre ellas he seleccionado una decena de
columnas que hacen referencia de manera explícita al M-19 y un par de columnas
adicionales, una que brinda el contexto histórico sobre el orden conservador en
Colombia y otra que es de divulgación científica pero contiene un curioso guiño
al Eme desconocido.
La secuencia de columnas obedece
al orden cronológico y lógico del contenido histórico tratado y no al orden
cronológico de publicación. Por eso es importante, para evitar malentendidos,
tener en cuenta la fecha de publicación, pues la mitad de las columnas seleccionadas
fueron escritas durante el período de gobierno de Iván Duque y las otras seis
en el actual gobierno de Gustavo Petro.
Las columnas seleccionadas
aparecen en el siguiente orden (entre paréntesis la fecha de publicación):
1.
Teoría del M-19 (19 de abril de 2023).
Relacionada con la ponencia mencionada.
2.
La toma de la embajada por el M-19, 40 años
después (febrero 27 de 2020). Fue publicada nuevamente en 2023.
3.
Del Diálogo Nacional al Pacto Histórico (abril
17 de 2021, víspera del 19 de abril).
4.
Hipótesis inédita sobre la toma del Palacio de
Justicia (noviembre 6 de 2022).
5.
La superioridad ética del M-19 (julio 9 de
2022).
6.
Paz se escribe con Eme: 30 años del acuerdo con
el M-19 (marzo 9 de 2020).
7.
Acuso a Petro de ser petrista (noviembre 12 de
2021). Se trata de una reseña del libro autobiográfico de Gustavo Petro, Una vida, muchas vidas.
8.
Mi generación ante la inminente victoria (junio
18 de 2022, un día antes de la segunda vuelta de las elecciones
presidenciales). Y en efecto, ¡ganamos!
9.
Señor Uribe: “guerrillero” no es un insulto
(febrero 26 de 2023).
10.
Repensando la Paz en el marco del Cambio (marzo 19
de 2023).
11.
El fascismo azul (septiembre 11 de 2020). Brinda
el contexto histórico sobre el orden conservador que ha predominado en
Colombia.
12.
Perijá y sus épicos secretos (octubre 7 de
2022). La columna se refiere a un descubrimiento científico, pero tiene un
guiño al final, conectado a la historia desconocida del Eme.
Algunas columnas se publicaron en
fechas conmemorativas. Sería interesante producir un calendario conmemorativo
meca. He aquí algunos hitos:
·
1 de enero: operación del Cantón (1979) y batalla
de Yarumales (1985)
·
17 de enero: recuperación de la espada de
Bolívar (1974)
·
Febrero: Congreso de los Robles (1985)
·
27 de febrero, toma de la embajada (1980)
·
9 de marzo, firma de la paz (1990)
·
13 de marzo: muerte de Álvaro Fayad (1986)
·
19 de abril, fraude electoral que da nombre al
Movimiento (1970)
·
Abril 26 y 28: muertes de Carlos Pizarro y Jaime
Bateman
·
Junio: ruptura de la tregua en 1985
·
Agosto: Octava Conferencia (1982), firma de la
tregua (1984)
·
Agosto 10 y 28: muertes de Carlos Toledo Plata e
Iván Marino Ospina
·
Octubre 21: avión de aeropesca
·
6 y 7 de noviembre, toma del Palacio de Justicia
(1985)
·
Diciembre: batalla de Siloé (1985)
El próximo 17 de enero se cumplen
50 años de la recuperación de la espada de Bolívar, primera acción pública del
M-19 y, por ende, fecha fundacional de la organización. Este documento es mi
aporte a la conmemoración. A finales de 2024 se cumplirán 40 años de la batalla
de Yarumales.
Jorge Senior, miembro de la Dirección Nacional del M-19 (1985-1990).
Enero de 2024
Teoría del M-19
Publicada el 19 de
Abril de 2023
En octubre de 2018 presenté una
ponencia en el IV Seminario Internacional sobre Historia de la Violencia en América
Latina celebrado en la Universidad del Norte. El título de mi
exposición era: La concepción teórica del M-19
(1973-1991).
Sobre el Movimiento 19 de Abril
se ha escrito mucho, pero muy poco desde un enfoque teórico analítico. La
ponencia, que era una síntesis de un escrito más largo con vocación de libro,
aspiraba a contribuir a llenar ese vacío. Tenía una introducción metodológica,
un marco temporal, un análisis estructural y una conclusión.
El periplo de 16 años en la gesta
político-militar se describe como una parábola clásica en tres etapas: ascenso,
auge y decadencia. Aunque tales etapas no se deben a cambios bruscos, podemos
utilizar algunas fechas emblemáticas para periodizarlas. Así, el ascenso va desde la recuperación de la
espada del Libertador el 17 de enero de 1974 hasta el primero de enero de 1979,
fecha en la que se extraen 5 mil armas del Cantón Norte. Es en esa etapa que se
construye la concepción teórica o “pensamiento meca”, a la cual me referiré
luego. El auge va desde ese gran
golpe que tuvo una reacción represiva brutal hasta la toma y retoma del Palacio
de Justicia en aquel inolvidable noviembre de 1985. Finalmente vienen los
difíciles años de relativa decadencia
hasta desembocar en una impactante reinvención que convierte al M-19 en una
alianza democrática legal que logra ser la lista más votada a la Asamblea
Nacional Constituyente.
De esta manera, el M-19, hijo de
la Alianza Nacional Popular cuyo triunfo del 19 de abril de 1970 fue birlado
por un fraude impune -según vox populi-
se termina convirtiendo en 1991 en el padre de la nueva institucionalidad,
junto al bipartidismo tradicional de conservadores y liberales.
El M-19 surge como brazo armado
de la Anapo, un movimiento de masas liderado irónicamente por el único dictador
militar colombiano en el siglo XX. M-19, Anapo y Gaitán constituyen un hilo que
encaja en la categoría de populismo
latinoamericano, la cual no debe confundirse con la acepción periodística
de “populismo” entendido como demagogia. El populismo latinoamericano es una
expresión auténtica y legítima de los pueblos de Nuestra América. Pero el Eme
es un híbrido. Algunos de sus fundadores, como Bateman, Ospina, Fayad y
Pizarro, provienen de las FARC, desilusionados por una guerrilla periférica que
poco combatía. Otros como Toledo, Almarales y Santamaría estaban en la Anapo. Y
de otros sectores de izquierda también confluyen cuadros con distintas
experiencias políticas, militares y sociales. En su sancocho ideológico se
cocinan, además del populismo de Gaitán, Perón, Haya o Rojas, el liberalismo
social colombiano, el marxismo, el cristianismo de la opción por los pobres y
la socialdemocracia europea. Y como referente central el mito fundacional de la
nación, encarnado en Simón Bolívar como figura y condimentado con extractos
selectos de su pensamiento.
Los fundadores no tenían claro lo
que querían ser, pero sí tenían claro lo que no querían ser. No querían ser como la izquierda ortodoxa y
tradicional. Una izquierda dogmática, sectaria, vanguardista, excesivamente
teorizante bajo la hegemonía de la doctrina marxista. Ese rechazo a la
teorización estratosférica, exagerada, y a los vicios de la intelectualidad
academicista, fue seguramente el origen del mito de que el Eme era huérfano de
teoría. En realidad, los fundadores y los militantes más talentosos reclutados
en este período inicial de la segunda década de los 70, vivían una explosión
creativa de elaboración intelectual de un nuevo proyecto político-militar
insurgente que se fue afinando a lo largo de sucesivas Conferencias Nacionales, entre las que cabe destacar: la Quinta en
1977, la Sexta en 1978 y la Séptima en 1979. En ellas se plasma en forma
documentada una revolución teórica
que encuentra un hilo conductor en la identidad
cultural del pueblo colombiano e incluye un alejamiento del marxismo como
doctrina y del socialismo como meta y bandera, para asumir la independencia, la
democracia y la paz. Todo ello sin entrar en controversias inútiles. No se
extrañen que muchos, desconcertados, tildaran al M-19 de derechista.
De ahí surge la propuesta
política de paz y democracia que será lanzada por Jaime Bateman en la famosa
entrevista con Germán Castro Caycedo, en 1980, mientras se desarrollaba la Toma
de la Embajada de la República Dominicana. La propuesta incluye amnistía,
tregua y una vaina rara llamada “Diálogo Nacional”, una deliberación pública
que hoy denominaríamos como verdaderamente incluyente.
En ese momento histórico la
teoría del M está madura. Sin embargo, en la segunda etapa, que hemos
calificado como auge, se desarrollan la Octava Conferencia en el Putumayo en
agosto de 1982 y finalmente la apoteósica Novena Conferencia de febrero de
1985, en plena tregua y poco después de la batalla de Yarumales. La Novena
tiene en paralelo un evento masivo en las montañas de la cordillera central
cerca a la frontera entre Cauca y Valle: se llamó el Congreso de Los Robles.
Algunos dirían que el “pensamiento meca” se elevó allí a las alturas del
delirio.
La ponencia analiza
diacrónicamente todo este recorrido que aquí hemos resumido, pero en el
capítulo de análisis estructural se
enfoca en la propia concepción teórica elaborada, de la cual hemos venido
hablando. La estructura tiene nueve componentes: la legitimidad, la crítica a
la izquierda, los referentes ideológicos, el contexto internacional, la
caracterización de la sociedad colombiana, el Eme como fenomeno cultural (ésta
es la columna vertebral), el proyecto de paz y democracia, la concepción
militar y el código ético.
En el breve espacio de esta
columna apenas ha sido posible brindar un ínfimo atisbo de toda esa elaboración
teórica que muchos niegan. Ameritaría publicar un volumen entero para difundir
este aspecto sustancial, pero poco conocido, del pensamiento de una
organización que marcó la historia de Colombia y que a través de uno de sus
muchachos, otrora concejal de Zipaquirá, ha llegado al solio de Bolívar….. Con
la espada desenvainada.
Significado político de
la toma de la embajada: 40 años después
Publicada el 27 de
febrero de 2020 y nuevamente el 26 de febrero de 2023
El 27 de febrero se conmemoran
los 40 años de la toma de la Embajada de la República Dominicana por el M-19,
hecho que durante dos meses convirtió a Colombia en centro de atención mundial,
pues entre los 14 embajadores secuestrados estaba el de EEUU y el nuncio
apostólico. El hecho de fuerza resultó
casi incruento pues la única baja letal fue el guerrillero Carlos Arturo
Sandoval Valero, nativo del Líbano, Tolima, quién aún no había cumplido los 18
años. El operativo fue ejecutado por el comando Jorge Marcos Zambrano, nombre del joven caleño asesinado cinco días
antes tras ser capturado por la Tercera Brigada del ejército, y se denominó
Operación Democracia y Libertad, pues
la carencia de tales derechos marcaba la realidad del momento histórico en todo
el país.
Diez años antes, el 19 de abril
de 1970, un fraude electoral había arrebatado la victoria a la Anapo,
evidenciando así el cierre de los caminos legales para la oposición
colombiana. El golpe en Chile al
gobierno legítimo en 1973 corroboró la realidad antidemocrática del hemisferio
sometido entonces a la doctrina de la seguridad nacional que politizaba a las
fuerzas armadas, volviéndolas contra sus respectivos pueblos bajo la figura del
“enemigo interno”. América Latina se
llenó así de sangrientas dictaduras y pseudodemocracias restringidas,
militarizadas y en permanente estado de sitio.
El 14 de septiembre de 1977 el pueblo colombiano se había
insurreccionado de manera casi espontánea al llamado de las centrales obreras,
desatándose una represión cada vez más brutal.
Al llegar al gobierno la dupla Turbay Ayala – Camacho Leyva, la
imposición de un Estatuto de Seguridad sirvió de cobertura para la sistemática
violación de los derechos humanos.
Parafraseando a Roberto Gerlein al comentar la compra de votos,
podríamos decir que la tortura “se volvió costumbre” en las mazmorras del
régimen en aquellos años.
La respuesta del M-19 fue la
recuperación de miles de armas por un túnel en el Cantón Norte, humillando a la
inteligencia militar. Inmediatamente se
agudizaron las prácticas de allanamientos, torturas y desapariciones, en una
cacería de brujas que afectó a gente de todas las condiciones. Simultáneamente, en Nicaragua, el FSLN
lanzaba una victoriosa ofensiva final, llenando de euforia a los movimientos
populares del continente. En Colombia,
el número de presos políticos se multiplicó y desde las reservas democráticas
del país se gestó un movimiento por los DDHH liderado por Alfredo Vásquez
Carrisoza, mientras el Eme se aprestaba a las vías de hecho para liberar a los
prisioneros de guerra.
De seguro en estos días
conmemorativos se recordarán los acontecimientos: el disparo al espejo, la
volada del embajador uruguayo, las conversaciones de la camioneta, el
protagonismo de “La Chiqui” -Carmenza Cardona Londoño- haciendo la V de la
victoria, el curioso nombre del embajador guatemalteco Aquiles Pinto Flores (nativo
de Chiquimula), el contagioso síndrome de Estocolmo y la efervescente Villa
Chiva (concentración mundial de periodistas como pocas veces se ha visto en
Colombia). Quizás lo más significativo
fue la despedida del pueblo bogotano a los guerrilleros y embajadores, cuando
una romería de miles de personas se agolpó en el camino al aeropuerto saludando
a la “comitiva” con pañuelos blancos. De los hechos quedan cientos de crónicas,
una película de Ciro Durán (año 2000) y libros como el de “la negra” Vásquez, Escrito para no morir.
En ese contexto la toma dirigida
por Rosemberg Pabón, hoy acérrimo uribista, planteaba reivindicaciones
democráticas como el levantamiento del estado de sitio, el respeto a los DDHH y
la libertad de los presos políticos. Pero sobre todo sirvió de plataforma de
lanzamiento de la propuesta de paz y democracia del M-19, expuesta por Jaime
Bateman Cayón en entrevista con Germán Castro Caycedo que se vendió como pan
caliente, agotando las sucesivas ediciones en todos los formatos. Hoy Bateman es recordado como el “profeta de
la paz”, por su visionaria iniciativa que cayó como una sorpresiva bomba en la
deliberación pública, dejando atónitos tanto a la izquierda como a la derecha:
un grupo insurgente proponía una tregua bilateral y abrir un gran diálogo
nacional para buscar lo que años después Álvaro Gómez Hurtado llamaría un Acuerdo sobre lo Fundamental. De ahí saldrían los múltiples procesos de paz
que, con mayor o menor éxito, se realizaron en Colombia y Centroamérica.
Pero muy poco se habla del otro
componente de la propuesta: la
Democracia. En verdad, lo que expuso
el dirigente samario era el proyecto político que el Movimiento 19 de Abril
había consensuado en su VII Conferencia de 1979, tras varios años de
maduración. El M-19 era una organización
distanciada del marxismo en boga, pues en su ideario recogía el legado del
liberalismo social de Rafael Uribe Uribe y Jorge Eliécer Gaitán junto a los
anhelos populares encarnados en el anapismo de base, conectándolos con el
concepto de Estado de Bienestar de la
socialdemocracia europea. La tesis de
Bateman era que la revolución liberal en Colombia se vió frustrada a lo largo
de un siglo debido a la hegemonía del bloque histórico conservador, que incluso
terminó cooptando a la élite liberal en el Frente Nacional y excluyendo al país
nacional. Tal planteamiento se inspiraba en las ideas de Antonio García, un
intelectual orgánico que marca el hilo conductor entre el gaitanismo, el
anapismo y el M-19.
Prueba de ello es que el M-19
disputó durante años con el partido liberal la representación colombiana en la
Internacional Socialdemócrata, que fue siempre garante de los diálogos, primero
con Betancur, que terminó en tragedia, y luego con Barco, que culminó con la
firma de la paz. En 1990 el grupo
guerrillero ya desmovilizado, se transmutó en el partido legal Alianza
Democrática M-19 y sacó la máxima votación a la Asamblea Nacional
Constituyente, obteniendo 19 curules de un total de 70. Allí, la concepción de democracia que el M-19
lanzó durante la toma de la embajada 10 años antes, se plasmó parcialmente en
el Estado Social de Derecho de la Constitución del 91.
Del fraude electoral de 1970 a
las elecciones de la Constituyente en 1990, Colombia vivió un intenso ciclo de
violencia y represión originado en la negativa de las élites a una apertura
política que cimentara una auténtica democracia integral e incluyente. Fue la propuesta que emanó de la toma de la
embajada la puerta que permitió la salida pacífica y la nación colombiana tuvo
entonces la oportunidad de cerrar para siempre el libro de la barbarie en
1991. Álvaro Gómez Hurtado, quién había
dado un asombroso giro político tras su secuestro por el M-19, entendió a
cabalidad que la nueva Carta era apenas el inicio para cambiar lo que él llamaba
“el régimen”. Desafortunadamente, a Gómez lo asesinó la derecha que había sido
su matriz. Múltiples factores impidieron
la consolidación de la paz y la profundización de la democracia con
instituciones incluyentes y no extractivas, con el paradójico resultado de que
tras la incipiente apertura democrática, lo que siguió fue la agudización de la
guerra rural. Tema complejo y de gran calado que abordo en un artículo sobre
las FARC descargable aquí.
Lo cierto es que estamos en 2020
y múltiples aspectos de la democracia liberal y de la concreción del estado
social de derecho siguen siendo asignatura pendiente en nuestra nación, como
bien señalan Acemoglu y Robinson en su libro Por qué fracasan los países.
Del Diálogo Nacional al
Pacto Histórico
Publicada el 17 de
abril de 2021
Apenas concluyó la toma de la
embajada de la República Dominicana por el M-19 en 1980, el comandante general
de esta organización, el samario Jaime Bateman Cayón, apareció por vez primera
en público luciendo un afro en una histórica entrevista con el periodista
Germán Castro Caycedo. Su publicación
por entregas cuadruplicó la circulación del periódico El Siglo y llevó al poco tiempo a una edición especial en forma de
revista que se vendió como pan caliente.
Desde aquella tribuna Bateman
lanzó la propuesta de paz del M-19 que incluiría levantamiento del estado de
sitio, amnistía a los presos políticos y tregua bilateral como marco de un Diálogo Nacional. Con su estilo caribeño, Bateman definió al
diálogo nacional como un “sancocho debajo del palo’e mango”, pero la idea
apuntaba a una gran deliberación pública entre las fuerzas vivas de la sociedad
colombiana en torno a los problemas estructurales de la nación, cuyo nudo
gordiano era el secular conflicto social entre una oligarquía excluyente y un
pueblo excluido. En términos de Jorge
Eliécer Gaitán sería como sentar en la misma mesa al País Nacional y al País
Político en la mira de construir una democracia incluyente.
Sin duda la propuesta estaba
inspirada en El Contrato Social de
Rousseau y en la lectura batemaniana de la realidad colombiana como un Estado fracasado que aún tenía como
asignatura pendiente la revolución liberal.
El diagnóstico de fondo constata la hegemonía conservadora de una élite
agraria y clerical que se impone desde la Regeneración y que, luego de estar a punto
de perder el poder en los años 30 y 40, logra abortar el conato liberalizante,
recupera su predominio de estirpe falangista, mata a Gaitán, desata una
violencia feroz contra el pueblo liberal y finalmente coopta a la acobardada
élite liberal con el excluyente Frente Nacional en el nuevo contexto de la
guerra fría. El conservatismo ha sabido
limpiarse el trasero con el trapo rojo.
He aquí el hilo histórico del fascismo azul
que se prolonga hasta hoy, encarnado en el uribismo, bastión de la
premodernidad.
En aquel momento Bateman concibe
al M-19 como la democracia en armas que responde al fraude electoral, al
militarismo y la cerrazón del régimen frentenacionalista con la audacia de la
acción intrépida para obligar a las élites a negociar la paz, la apertura
democrática y la reconfiguración de las instituciones, no para favorecer al
M-19, sino para activar la participación popular en la conducción de la
nación. Evocando la revolución francesa
diríamos que se trata de la insubordinación del tercer estado, que no es otro
sino el pueblo llano.
El 28 de abril de 1983 muere
Jaime Bateman en un accidente de aviación, precisamente cuando gestionaba el
diálogo. Fayad y Ospina hablan con
Belisario en Madrid con los auspicios de la socialdemocracia, se pacta la
tregua pero el gran diálogo no cuaja. No
hay voluntad política. El ejército
sabotea la tregua cercando y atacando al M-19 en lo que pasará a la historia
como la batalla de Yarumales en una novedosa guerra de posiciones, señal de
salto cualitativo en la guerra de guerrillas.
Luego atentan contra Navarro, vocero por entonces del grupo
insurgente. La tregua se rompe durante
el tercer paro cívico nacional, la guerra asciende en espiral y desemboca en el
intento de juzgar al presidente en el Palacio de Justicia por haber traicionado
los acuerdos. En noviembre de 1985 era
inimaginable que apenas cinco años después el M-19 estaría sacando la lista más
votada en unas elecciones trascendentales para integrar una Asamblea Nacional Constituyente
en la cual intentaría, en consonancia con el hijo del falangista Laureano Gómez
y del liberal Horacio Serpa, cimentar un Estado
Social de Derecho en Colombia.
Eduardo Pizarro Leongómez tuvo
mucho que ver en este giro asombroso de los acontecimientos. En 1986 había
publicado en la revista Foro un artículo titulado “Un nuevo Pacto Nacional más allá del
bipartidismo” que tuvo gran impacto en su hermano, a la sazón comandante del
M-19. El posterior secuestro de Álvaro
Gómez produjo un doble milagro. Creó las
condiciones políticas para la improbable desmovilización del grupo insurgente
en medio de una caótica “libanización” de la violencia y dotó al veterano
dirigente conservador de la lucidez necesaria para entender la necesidad de un Acuerdo sobre lo Fundamental, frase de
su autoría que expresa la idea profética de Bateman.
La Constituyente del 91 jugó el
papel del diálogo nacional y parió por fin una Constitución garantista, pionera
de lo que se denominaría el “nuevo constitucionalismo latinoamericano”, la cual
pudo ser el almendrón del Pacto Nacional que vislumbrara Eduardo Pizarro, en la
misma línea de Bateman y Gómez. Pero no
logró ese alcance. ¿Por qué?
Primero porque surgía en ese
momento un nuevo orden mundial y se impuso el consenso de Washington
con su ideología neoliberal antisocial (victoria incubada desde 1980). De ahí que la nueva constitución bicéfala amalgama la visión
socialdemócrata y la neoliberal. Y
segundo porque la Constituyente dejó por fuera a los militares y a la Colombia
profunda con sus actores bélicos y su economía subterránea, factores de poder
ineludibles. Los vientos de cambio
tampoco tuvieron suficiente ímpetu político para derrotar al clientelismo y se
vino la marea de contrarreformas.
Guerra, narcotráfico, corrupción, clientelismo y neoliberalismo
limitaron drásticamente los alcances de aquel hito histórico. Pasar de un capitalismo rentista,
extractivista y premoderno a un capitalismo productivo, innovador y moderno
sigue siendo una asignatura pendiente, la revolución liberal y social que nunca
se hizo por la resistencia de una élite retardataria.
En los años 80 Gustavo Petro era
un joven dirigente cívico de Zipaquirá, concejal, preso político, militante
raso del M-19 en tareas políticas, se formó en la vorágine de los hechos aquí
narrados y en el siglo XXI retoma el hilo de la propuesta de paz y democracia
incluyente, que Navarro Wolff parece haber olvidado. Con visión de futuro incorpora nuevos
elementos -como el cambio climático y la transición energética- en el marco de
una moderna filosofía humanista y progresista.
Y lanza una propuesta política: el Pacto
Histórico. No es la etiqueta de una simple coalición electoral sino una
propuesta para la nación toda, incluyendo al uribismo. Pero hoy sólo hay una manera de obligar a las
élites a negociar: derrotándolas en las urnas.
Hipótesis inédita sobre
la toma del Palacio de Justicia
Publicada el 6 de
noviembre de 2022
Tengo una hipótesis especulativa
para resolver un misterio de la toma del Palacio de Justicia, sucedida en aquel
noviembre trágico de hace 37 años.
No voy a referirme a la suerte de
los desaparecidos, que sería la principal pregunta que todavía hoy exige
respuesta. Tampoco al eterno interrogante sobre si se trató de una emboscada o
no, es decir, si las fuerzas militares sabían del operativo y propiciaron su
realización al retirar la seguridad del Palacio. Aclaro de plano que no voy a
referime a la verdad de los hechos en torno a la toma y la retoma.
El misterio que quiero abordar es
el siguiente: ¿por qué el M-19 no se
tomó el edificio del Congreso de la República en vez del Palacio de Justicia?
Esa pregunta se la ha hecho todo
el mundo en voz baja. Para cualquier observador
de la lógica de pensamiento y acción de las insurgencias en América Latina, tal
interrogante es lo primero que se le viene a la cabeza. Si se trataba de tomar rehenes de alta
relevancia para generar un hecho político y negociación, como en múltiples
ocasiones habían ejecutado los diversos grupos insurgentes del continente y el
propio M-19, lo lógico era atacar una institución desprestigiada y con alto
grado de responsabilidad en la situación del país, como era el parlamento
colombiano que aglutina a la cúpula de la clase politiquera, epicentro de la
corrupción.
Exactamente eso fue lo que hizo
el Frente Sandinista de Liberación Nacional el 22 de agosto de 1978 en Managua
en un operativo que llevaba el nombre de su líder fundador, Carlos Fonseca Amador. El Congreso nicaragüense estaba tan
desprestigiado que la acción pasó a la historia como la “operación chanchera” o
“el asalto a la casa de los chanchos”, como la llamó García Márquez en una crónica
pocos días después del suceso. Esta
acción político-militar fue una extraordinaria victoria sandinista que preparó
el camino hacia la ofensiva final. Menos
de un año después el FSLN se tomaba el poder.
En contraste, la toma del Palacio
de Justicia en Colombia parecía no tener lógica. La Corte Suprema de Justicia era una
prestigiosa reserva democrática de la nación, defensora de los derechos
humanos. Como tal investigaba a integrantes de la cúpula militar por violación
de esos derechos fundamentales a la vida y la integridad, perpetrados a punta
de torturas y desapariciones desatadas por el régimen al amparo del Estado de
Sitio. La Corte era, pues, un aliado
natural del movimiento popular y democrático.
Decir que era un aliado del M-19 sería un exabrupto, pero había sintonía
en torno a los valores democráticos, en oposición al autoritarismo militarista.
En los comunicados del M-19
durante ese noviembre histórico la Corte es denominada “reserva moral de la
nación”, “hombres de honor y leyes” y siempre es tratada respetuosamente con el
adjetivo “honorable” antecediendo su nombre.
Más aún, toda la concepción del operativo parte de una alta valoración
de ese máximo tribunal como la instancia idónea para el hecho político que se
pretendía generar y los magistrados jamás son concebidos como objetivo
militar. Digámoslo de manera clara y
contundente: para el M-19 los
magistrados no eran rehenes.
La idea era presentar ante la Corte una demanda (armada) para
enjuiciar al presidente Belisario Betancur por traición a los acuerdos de
tregua y diálogo nacional firmados en 1984 y tomarse militarmente el edificio
para defender al alto tribunal y
darle protección en su tarea. ¿Cómo se
entiende esa visión que choca de frente contra el más elemental sentido común?
Para explicar esa misteriosa
lógica oculta es que sugiero mi hipótesis.
Que el M-19 se convenciera a sí mismo de una idea que parece absurda
para cualquier persona común denota un imaginario especial (algunos dirían
“delirante”) que se había venido configurando en esa organización desde 1983.
Señalo el año 83 porque justo
antes de morir, Bateman organiza un nuevo curso de entrenamiento militar en
Cuba. Esta vez no se cometen los errores
de 1981, que Darío Villamizar narra muy bien en su reciente libro Crónica de una guerrilla perdida. Carlos
Pizarro fue el líder de esa tropa que al regresar a Colombia constituirá el
Frente Occidental en las montañas del Cauca y que en 1984 desplegará una nueva
dinámica que marca diferencias con el Frente Sur encabezado por Gustavo Arias,
alias Boris. En ese momento hay una
disputa de concepciones entre los “académicos” del Frente Occidental y los
“históricos” del Frente Sur.
En el primer semestre de 1984 el
M-19 lanza una ofensiva militar sustentando una propuesta política de tregua y
diálogo nacional. Cuando ya está a punto
de firmarse el acuerdo con el gobierno, Pizarro, desobedeciendo a su comandante
Álvaro Fayad (según se dice), se toma Yumbo, en las propias goteras de
Cali. Casualmente, el día anterior
habían asesinado a Carlos Toledo Plata, médico amnistiado y dirigente histórico
de la Anapo y del Eme. La coincidencia
permite que la acción de Yumbo aparezca como una respuesta justificada por
parte del M-19 y no se malogra la firma.
La tregua y el diálogo se van
desarrollando con gran acogida popular y notorio impacto político a pesar del
saboteo de los militares, que terminan cercando al Frente Occidental del M-19
en una zona de la cordillera central llamada Yarumales. A final de año se produce una batalla propia
de la guerra de posiciones, inédita en la historia guerrillera. Los “académicos” habían introducido nuevas
técnicas de ingeniería militar en la guerra colombiana que lograrían
desconcertar al ejército y luego de tres semanas el M-19 se anota una victoria
inesperada que hiere el orgullo militar.
Un mes después, febrero del 85, en medio de una euforia triunfalista se
desarrolla la IX Conferencia del M-19 y un Congreso popular que pasará a la
historia como el Congreso de Los Robles (apenas a 4 kilómetros de Yarumales).
Cuando la tregua se rompe por el
atentado a Navarro Wolff, el M-19 lanzará en el segundo semestre de 1985 una
ofensiva militar que llevará hasta el centro de Bogotá: a la toma del Palacio
de Justicia. Los “académicos” no sólo
habían incorporado técnicas rurales, también trajeron técnicas de guerra
urbana, por ejemplo el concepto “defensa
de edificio”.
Esa concepción es la que explica
por qué la táctica tradicional de rehenes no está en la lógica de la
acción. En el imaginario de la compañía
Iván Marino Ospina que ejecuta el operativo seguramente estaba reproducir la
victoria de Yarumales en plena Plaza de Bolívar. Es posible que al analizar los blancos
posibles, la arquitectura del Palacio de Justicia se ajustara más al concepto
militar de defensa de edificio que el Capitolio Nacional donde sesiona el
Congreso.
Pero dije que había un detalle
adicional. ¿A quién se le ocurre ante el
contexto que hemos esbozado arriba que el gran hecho político consista en poner una demanda? Semejante idea sólo
se le puede ocurrir a un abogado. De cabo a rabo toda la concepción política
del operativo está signada por la mentalidad y el lenguaje de la abogacía. Había dos abogados en el estado mayor al
mando de la operación: Andrés Almarales y Alfonso Jacquin. Pero sólo Jacquin había estado en el
entrenamiento de los “académicos”, en la toma de Yumbo, en la batalla de
Yarumales.
Alfonso Jacquin, samario como
Bateman, llamado el “Pompo” por sus amigos, fue el mejor orador que tuvo el
M-19. Su labia era tal, que era capaz de
convencer a cualquiera de cualquier cosa, incluso a sí mismo. Años antes, en sus tiempos de troskista,
había escrito una crítica profunda a las acciones violentas ejecutadas por un
grupo de personas, en contraste con la lucha de masas.
En su eufórico discurso de clausura
del Congreso de Los Robles, con las luces de Cali en el fondo oscuro, el nuevo
Jacquin guerrero sueña, delira, eleva la palabra a la altura de la poesía con
una pasión que se desborda por la montaña.
La misma pasión que Bateman invoca en aquella inolvidable entrevista de
Alfredo Molano que luego fue convertida en melodia por Afranio Parra. Esa pasión tuvo que ser el crisol de la
insólita idea de la demanda armada para enjuiciar a un presidente traidor.
Puedo imaginar al Pompo
convenciendo a todos de que tomarse el Congreso era una simple imitación de los
nicas, que había que innovar como le gustaba al M-19 y que en Colombia las
grandes alamedas se abrirían desde el corazón de la Justicia, encarnada en la
Honorable Corte Suprema de Justicia protegida por la democracia en armas. Finalmente, los tanques convirtieron el sueño
en pesadilla. En medio de los tiros dos
abogados llamados Alfonso hablan con una emisora (oir aquí). Reyes Echandía clama
el cese al fuego. Jacquin le pide el
teléfono y al describir en pocos segundos la situación de irrespeto absoluto a
la Corte por el poder civil y militar menciona dos veces la palabra
“increíble”. No lo podía creer.
Coletilla: la perspectiva de
Gustavo Petro sobre la toma y retoma del Palacio de Justicia está plasmada en
un libro titulado Prohibido olvidar (Casa Editorial Pisando Callos, 2006)
escrito en conjunto con Maureén Maya.
Petro coincide más con el Jacquin troskista que con el guerrero.
La superioridad ética del M-19
Publicada el 9 de julio de 2022
El informe de la Comisión para el Esclarecimiento
de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición es un documento de gran
trascendencia para Colombia. Es el
resultado de un trabajo serio de varios años, investigando y recopilando
testimonios a lo largo y ancho del territorio.
Es un material que da voz a las víctimas del conflicto armado
colombiano. En conjunto ocupa varios
volúmenes y componentes, y tiene formato multimedia, por lo que puede
consultarse en el siguiente enlace. En un acto público fue entregado al
presidente electo, Gustavo Petro, mientras que el presidente saliente, Iván
Duque decidió no asistir con el pretexto de un viaje.
La realidad es que no sólo Duque, sino
todo el uribismo mediático y trinador han rechazado el documento sin haberlo
leído, recurriendo a pseudoargumentos falaces.
Lo tildan de sesgado, cuando en realidad es un trabajo que recoge los
testimonios de las víctimas de todos los actores armados del conflicto
posterior a 1960. El documento es ecuánime y en el análisis es crítico, tanto
de los paramilitares y las fuerzas del Estado como de las guerrillas de todos
los pelambres. Precisamente su virtud es que le da a cada actor lo que merece. Eso es lo que el fascismo
azul, con su cabeza uribista, no aceptan, pues su versión amañada de
la historia de la guerra interna queda desenmascarada cuando se ponen en
evidencia los crímenes de Estado, las alianzas de las fuerzas armadas con los
paramilitares, y la financiación por sectores de las élites, todo lo que ellos
quieren ocultar. No se atreven a reconocer
que el trabajo también pone en evidencia la degradación en que incurrieron
ciertos grupos guerrilleros, especialmente desde los años noventa.
Cuando el Presidente Petro recibió el
documento, anunció que también sería publicado masivamente en forma de libros
en su gobierno, para que en cada hogar y en cada escuela se pudiera leer y
estudiar la cruda descripción de nuestra conflictiva historia. Soy de la opinión de que en el nuevo gobierno
se recupere la enseñanza de la historia en los colegios y, en ese contexto, el
trascendental informe de la Comisión de la Verdad debe ingresar como material
de estudio. Por mi parte ya inicié la
lectura de la parte del informe que se titula Hallazgos y recomendaciones.
Es la parte más analítica, con datos estadísticos y elaboraciones
teóricas, arriesgando interpretaciones y evaluaciones críticas. Todo este esfuerzo investigativo complementa
la gran obra del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) durante la
dirección del científico Gonzalo Sánchez, en especial el informe general
titulado ¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y dignidad (2013).
Permítanme una digresión: es una grata
noticia la renuncia esta semana de Darío Acevedo, nombrado por Duque en la
dirección del CNMH: ¡Qué labor tan nefasta y destructiva hizo este sujeto! Estoy seguro que Petro nombrará a alguien
idóneo en ese cargo, como por ejemplo Darío
Villamizar o el mismo Gonzalo
Sánchez, expertos en esa rama de las ciencias sociales que en nuestro país
ha recibido el nombre de “violentología”.
Continúo. El estudio de la literatura
científica sobre el conflicto armado posterior a 1960, como el mencionado ¡Basta ya!, me ha llevado a sustentar la
tesis de la superioridad ética del M-19
con respecto a otros actores armados,
ya sean otras guerrillas, los paramilitares o las fuerzas armadas del Estado
colombiano. En el trasfondo está, desde
luego, el debate sobre la legitimidad de la lucha armada en determinados
contextos. La guerra es de por sí un escenario
de crueldad y sufrimiento, de violencia y muerte, pero hay grados. Por eso se habla de la humanización de la
guerra (aunque no debemos olvidar que la violencia es muy propia del
autodenominado Homo Sapiens). Y
también por ello se ha desarrollado a lo largo de varias décadas el Derecho Internacional Humanitario (DIH).
Mi tesis se basa en el análisis
cualitativo y cuantitativo de los hechos, especialmente en las cifras referidas
a las conductas que conllevan violación de los DDHH o del DIH, muchas veces
agravadas por la sevicia: masacres o asesinatos de civiles o de combatientes en
estado de indefensión, fusilamientos, desapariciones forzadas, “falsos
positivos”, mutilaciones y descuartizamientos, torturas, vejaciones,
violaciones sexuales, reclutamiento forzado, reclutamiento de menores de 15
años, secuestros, “pescas milagrosas”, toma de rehenes, detenciones
arbitrarias, extorsiones, robo de ganado, despojo de tierras, minas
quiebrapatas, bombardeos de civiles, armas prohibidas, desplazamientos
forzados, daño a bienes públicos y al ambiente.
De ese análisis de casos y cifras se
desprende que el M-19 no incurrió en la
inmensa mayoría de esas prácticas execrables. Sí incurrió en secuestro y
extorsión selectivos como forma de financiación (pero representa menos del 1%
de los casos). Realizó dos sonoros casos políticos de toma de rehenes que
merecen análisis detallado (ver el libro sobre el Palacio de Justicia titulado Prohibido
olvidar de Gustavo Petro y Maureen Maya). Y en sus inicios cometió la infamia de
asesinar a José Raquel Mercado tras un supuesto juicio por traición y corrupción; esa culpa marcó al movimiento y lo abocó a la
autocrítica para erradicar ese tipo de acción vil.
En una ponencia que escribí sobre el
periplo histórico del M-19 hago un análisis del código ético de esta
organización que era más política que militar, aunque sea recordada por algunas
acciones militares espectaculares. En
términos generales el M-19 fue fiel a su propio código ético, algo que no
pueden decir otros grupos ni el Estado. Cuando la guerra sucia se disparó en la
segunda mitad de los años 80, el Eme fue capaz de entender que se venía la
imparable degradación de la guerra y supo abandonar a tiempo el camino de las
armas. Cuando entró a la legalidad fue
premiado por el pueblo colombiano con la lista más votada a la Asamblea Nacional Constituyente.
Dos aclaraciones finales. Primero, antes de 1960 los partidos
liberal y conservador ensangrentaron la patria durante más de un siglo, con una
violencia peor que la del conflicto reciente.
En particular, el partido conservador fue el actor político más violento
de la historia republicana de Colombia.
Desde el Frente Nacional las FFAA profesionalizadas asumieron la
representación bélica del bipartidismo. Segundo, admito que una breve columna
no permite la sustentación de la tesis con profundidad y con datos. Esa tarea la asumo en un artículo académico
que estoy elaborando o en cualquier debate oral donde me inviten.
Paz se escribe con Eme:
30 años del Acuerdo con el M-19
Publicado el 9 de marzo
de 2020
El 9 de marzo de 1990 se produjo
la firma del Acuerdo de Paz entre el Estado colombiano y el Movimiento 19 de
Abril, M-19. Se cumplen tres décadas de
este hecho histórico que dejó una huella indeleble, pues generó una fecunda
sinergia con el movimiento estudiantil de la Séptima Papeleta y creó el clima
adecuado con el nuevo gobierno para la convocatoria de una Asamblea Nacional
Constituyente y la disolución del desprestigiado Congreso de la República. De esa manera el país logró reemplazar la
vetusta constitución de 1886 y darle paso a una nueva institucionalidad. El M-19 se transmutó en Alianza Democrática
M-19 y se convirtió en la lista más votada a la Constituyente, sacando 19
miembros de un total de 70. Una
guerrilla que duró 16 años en lucha armada, desde aquel 17 de enero en que un
comando recuperó la espada de Bolívar, logró finalmente convertirse en
fundadora de las nuevas instituciones colombianas, junto al partido liberal
liderado por Horacio Serpa y al Movimiento de Salvación Nacional de Álvaro
Gómez, quien pocos años después fue asesinado por la derecha recalcitrante y
golpista, como narra el periodista Jorge Gómez Pinilla en el libro que hoy sale
a la luz con el título Los secretos del
asesinato de Álvaro Gómez Hurtado.
Esta columna encaja perfectamente
como continuación de la anterior que publiqué aquí en El Unicornio, dedicada a los 40 años de la toma de la embajada de
la República Dominicana, en cuyo balance concluímos que su significación política
trascendente fue la propuesta de paz y democracia que Jaime Bateman lanzó en
simultánea con la toma en 1980. Diez
años después, los acuerdos firmados y la nueva constitución materializaron
dicha propuesta y cerraron un ciclo de la historia colombiana. Es preciso aclarar que la nueva Constitución
fue bicéfala, pues tiene dos cabezas ideológicas. Por un lado incluyó la visión socialdemócrata
del M-19 y algunos sectores progresistas que se expresa en el carácter
garantista de la carta magna y el Estado Social de Derecho que impregna su
espíritu en gran parte. Pero de otro
lado trae también la influencia del proyecto neoliberal del denominado
“Consenso de Washington” y que ha sido definitivo para la economía mundial en
el período 1980-2020 con un tremendo retroceso del Estado de Bienestar en los
países desarrollados y una concomitante avance inmoral y trágico de la
desigualdad. Temas bien analizados por
textos como El Capital en el siglo XXI
de Thomas Piketty (ver
reseña), Capital e Ideología del
mismo autor e Historia mínima del
Neoliberalismo del mexicano Fernando Escalante (ver
reseña).
El proceso de paz con el M-19
condujo posteriormente a la desmovilización del EPL, el PRT, el Quintín Lame y
finalmente un sector del ELN. Se
considera que fue un proceso exitoso, altamente beneficioso para la democracia
colombiana y resulta interesante compararlo con el proceso reciente de la
FARC. Son tres aspectos que debemos
tener en cuenta: (1) el respeto a la vida de los desmovilizados (2) la apertura
democrática que permite espacio político de participación a nuevas fuerzas o
partidos legales (3) el proceso de
reinserción de los excombatientes. Pues
bien, en estos tres aspectos el balance es favorable para el proceso actual
únicamente en el tercer aspecto. Veamos.
Al M-19 desmovilizado lo atacaron
con guerra sucia en un principio, nada menos que con el asesinato en un avión
de su máximo líder, Carlos Pizarro León-Gómez, hijo de un Vicealmirante de la
Armada Nacional. Pero el Eme persistió en la paz gracias al clamor y el apoyo
popular, lo cual fue premiado en votos.
Sin embargo, hubo otros asesinatos, como el del alcalde de Aguachica Luis Fernando Rincón y el del dirigente
samario Ricardo Villa Salcedo, quien
había sido diputado y senador. Pese a
todo la fuerzas de la muerte se vieron derrotadas por la alegría de un pueblo
que respaldó el proceso con un amplio consenso, que como ya vimos hasta cambió
la vieja y obsoleta institucionalidad, en un país conservador que nunca logró
realizar a plenitud la revolución liberal, como sí lo hicieron los Estados
Unidos y los países europeos. En
contraste el número de desmovilizados de las FARC que han sido asesinados en un
genocidio sistemático comienza a parecerse al antecedente del período de
1986-1995, el sangriento “baile rojo” que acabó con la vida de miles de
militantes de la Unión Patriótica, la inmensa mayoría de los cuales nunca había
pertenecido a las FARC. Ya van casi 200 asesinatos en los pocos años que lleva
este post-conflicto, agudizado por la polarización que ejerce una fuerza de
ultraderecha minoritaria, el denominado “Centro Democrático” que ganó las
elecciones de 2018 con apoyo de sectores de derecha moderada y de forma
fraudulenta, como se acaba de revelar con las grabaciones del mafioso Ñeñe
Hernández. He ahí el primer contraste,
el amplio consenso a comienzos de los años 90 versus la polarización actual
entre la antidemocracia guerrerista en el gobierno uribista y los sectores
democráticos y progresistas que apoyan el proceso de paz y el consiguiente
post-conflicto.
El segundo aspecto es la apertura
democrática que hace 30 años comenzó con pasos de animal grande, pero que luego
se ha ido cerrando gradualmente con más de 30 contrarreformas constitucionales
y otras leyes que van en contravía del espíritu garantista de estado social de
derecho de la Constitución del 91. El
Acuerdo con las FARC, larga y minuciosamente negociado, también contemplaba
temas de reforma agraria y cambios políticos liberalizantes, además de espacios
de participación para las víctimas del conflicto en los territorios, pero ha
tenido el palo en la rueda y el saboteo del uribismo. Fue un error no haber involucrado a este
sector recalcitrante en los diálogos de La Habana, como fue un error el plebiscito,
donde el No ganó con manipulación demostrada (ver por ejemplo la confesión del
gerente de esa campaña, Juan Carlos Vélez Uribe y el libro El triunfo del No del académico Andrei Gómez Suárez). A todo ello se suma que las FARC cosechan el
repudio que sembraron por la degradación de la guerra en el período de
escalamiento 1995-2005, un gran rechazo que se expresó en la multitudinaria
marcha del 4F de 2008. Este rechazo
contrasta con la simpatía que generaba el recién desmovilizado M-19 a comienzos
de los 90. Como decía el constituyente Germán Rojas Niño: “el M-19 tenía mucho
que ganar y poco que perder al pasar a la legalidad”.
A pesar de los contrastes
negativos anteriores, el tercer aspecto arroja un balance mucho mejor para el
proceso actual, mostrando el aprendizaje en los procesos de reinserción. Es así como hoy vemos numerosos proyectos
productivos, educativos, creativos y deportivos, realmente exitosos en los
territorios, algo que los colombianos debemos apreciar en toda su dimensión,
pues está en juego la precaria paz que sigue siendo comprometida por el
bandidaje mafioso en zonas como el Catatumbo o el Pacífico (qué triste ironía
ese nombre), pero sobre todo por la actitud indolente y complaciente del
gobierno actual. A medida que se revelan
los enlaces entre el uribismo y otros sectores de la clase política con las
mafias del narcotráfico, la contratocracia y el clientelismo queda claro que el
problema de fondo no es lo que pasa en territorios como el Cauca, Nariño, Norte
de Santander, sino lo que sucede en el centro del poder y de la clase política
corrupta en Bogotá y las grandes capitales. Vivimos literalmente en una narcodemocracia excluyente y extractiva. La normopatía
no puede ser la respuesta ciudadana. La
movilización en las calles y el voto inteligente deben ser la expresión de la
participación ciudadana para recuperar los espacios democráticos y, más allá,
para profundizar el Estado Social de Derecho con políticas sociales y
ambientales, transición energética y defensa de lo público. No se trata de resistir sino de impulsar la
contraofensiva democrática y reformista.
Otros aspectos de este balance de
los Acuerdos de 1990 y sus antecedentes y consecuencias pueden escucharse en la
entrevista que me hizo el profesor Luis Fernando Trejos en el programa Todos
cuentan de la Emisora Uninorte FM
Stereo, reproducible aquí
Acuso a Petro de ser
petrista
Publicada el 12 de
noviembre de 2021
En plena época electoral y en
momentos en que encabeza las encuestas, Gustavo Petro Urrego ha publicado su
autobiografía titulada Una vida, muchas vidas. No está muy claro cuáles son las “muchas
vidas”, pues su trayectoria se caracteriza por una constante: la política. Más aún, la autobiografía no revela la
integridad de su vida personal, intelectual o emocional, sino que está
explícitamente enfocada en su vida política, con mínimas referencias a los
otros aspectos vitales y las personas que lo rodean. Cuenta allí cómo fue adquiriendo sus ideas
contestatarias, cómo se involucró en la militancia y cómo desplegó su carrera
política que desde hace unos 15 años lo ha convertido en uno de los principales
protagonistas de la escena política colombiana y, sin duda, en el líder más
visible de la izquierda, con récord de votos incluido.
El libro presenta una serie de
erratas en fechas y nombres que indican que fue publicado con premura,
evidenciando que el trabajo de revisión fue apresurado e insuficiente, similar
a lo que suele sucederle con los trinos. Más allá de esos detalles la obra le permite
a Petro sacarse algunos clavos, defenderse de las calumnias que permanentemente
propagan las bodegas mercenarias uribistas y, lo más importante, exponer su
manera de pensar.
La extrema derecha y la
centroderecha, ambas disfrazadas de “centro” y de demócratas, siempre han
buscado presentar a Petro como un extremista, radical y terrorista que
malgobernó a la capital del país, un “castrochavista” que adora el modelo
cubano o venezolano.
El libro muestra algo muy
distinto. Petro no fue un “comandante
guerrillero” como suelen decir los uribistas, sino un militante de base en una
organización no comunista, de talante socialdemócrata, entusiasta del trabajo
de masas y la lucha social. Tampoco tuvo
que ver con la toma del Palacio de Justicia, pues precisamente en esa época se
encontraba preso por su trabajo político en Zipaquirá. El autor recorre todas esas vivencias de su
vida juvenil, desde la adolescencia hasta llegar a los 30 cuando el M-19 se desmoviliza.
Luego vienen las vicisitudes de
la política legal, victorias y derrotas electorales, euforias y depresiones,
debates y amenazas. Unos pocos años exiliado en Europa le dotaron de una
conciencia ambiental educada, de ahí que entre todos los políticos colombianos
de todas las pelambres, Petro ha sido el más visionario frente al Cambio
Climático y la transición energética.
Especial importancia tiene su recuento de la Bogotá Humana, una gestión
que el exalcalde ha defendido con cifras en otras ocasiones, pero que en este
libro narra de manera más vivencial. Es
obvio que Petro no sería la opción presidencial favorita si su gestión al
frente de la alcaldía hubiese sido mala.
De hecho, de todos los gobiernos locales de izquierda que ha habido en
Colombia, éste es el único caso que de verdad desarrolla un proyecto de ciudad alternativo.
Y en el libro el autor nos
explica ese modelo que sí asume en serio el desafío ambiental y la política
social con un enfoque realmente progresista. Que un gobierno sea decente en vez
de corrupto es lo mínimo que se pide, pero no es suficiente. Hay que combatir
la desigualdad, la segregación social, cambiar el modelo de ciudad para los
carros y desarrollar una ciudad para la gente, defender el interés público
frente a la voracidad de ciertos intereses privados de élites que han estado
enriqueciéndose a través de la acumulación y la especulación rentista y los
negociados basados en el tráfico de influencias.
Ese modelo es alternativo porque,
como bien lo que reconoce Hernando Gómez Buendía en su reciente
libro, en Colombia lo que ha imperado es el rentismo elitista y rosquero,
no el capitalismo productivo e innovador.
Y el neoliberalismo no ha hecho sino agravar esa situación ampliando la
brecha social. No obstante, a la Bogotá
Humana le faltó concientizar y empoderar más a la gente, de ahí que Petro se
case con la tesis del arribismo de clase media, para explicar la incapacidad de
darle continuidad a ese proyecto más allá de su gobierno. En ese punto elude la autocrítica, pues el
talón de Aquiles de Gustavo Petro siempre ha sido el aspecto organizativo. Su negacionismo en este punto vital lo
racionaliza acudiendo a las equivocadas tesis de Toni Negri sobre “las multitudes”,
una excusa para no construir organización.
En realidad las montoneras nunca han sido las parteras de la historia y
los caudillos muchas veces terminan como Bolívar o Napoleón, o como
Gaitán.
En resumen, Petro expone en su
obra su concepción de la sociedad y las instituciones, una información clave
para sus posibles votantes en 2022. Pero
a los críticos del libro no les interesa lo fundamental, sino la minucia del
pasado. Es claro que Petro no escribió
allí la historia del M-19, ni la historia de Colombia en el último medio siglo.
Para los historiadores profesionales, encargados de esa tarea, el texto de
Petro no es más que un insumo, una perspectiva entre muchas.
El libro es una autobiografía,
por tanto gira alrededor de él, de su vida, no está enfocada en el
contexto. No es megalomanía, es que así
son las autobiografías: subjetivas. Ni
siquiera la autobiografía de Eric Hobsbawm, uno de los grandes historiadores
del siglo XX, se escapa de esa subjetividad del género. Tampoco el ilustre filósofo Mario Bunge, que
en su autobiografía escrita a los 95 años y titulada Entre dos mundos, se luce contando como les calló la boca a más de
un filósofo de talla mundial, todos ellos fallecidos a la sazón, por
supuesto. De seguro la versión de esos
filósofos sobre tales encuentros o debates debió ser muy diferente. Es como si
yo contara muy ufano la vez que debatí con Bunge en Buenos Aires sobre la
biologización de las ciencias sociales: ya Mario no está para refutarme.
Petro cae en esa misma humana
vanidad y exagera su participación en la decisión del M-19 de negociar un
acuerdo de paz con el gobierno Barco o, dos décadas después, en la
configuración del Partido Verde. Ambos
procesos fueron mucho más complejos y participó mucha más gente que lo que el
autor reconoce en su subjetiva narración.
Algo parecido sucede en otros episodios.
Si un lector, de manera equivocada, asume el texto como si fuera un
libro de historia, terminará acusando al autor de… ¡ser demasiado
petrista!
Mi generación ante la
inminente victoria
Publicada el 18 de
junio de 2022, víspera de la segunda vuelta presidencial
Decía Alfred de Vigny que “una
vida lograda es un sueño de adolescente realizado en la edad madura”. Los sueños individuales son legítimos, pero
apenas son anécdotas en la escala de la sociedad. Los sueños más importantes,
más hermosos, más inspiradores, son los sueños colectivos. Para mi generación, que tuvo su bautizo de
fuego en el gran paro cívico nacional del 14 de septiembre de 1977, ese sueño
era y es la justicia social. Y el camino para lograrlo era una revolución
democrática popular.
Veíamos las elecciones como un
engaño, un callejón sin salida. Y no nos
faltaban razones. El 19 de abril de 1970
le birlaron el triunfo a la Anapo, fue un fraude evidente. Y el 11 de septiembre de 1973 el mortal golpe
de estado en Chile con apoyo de Estados Unidos nos mostró que el camino
electoral no tenía presente ni futuro hasta que no abriéramos con la fuerza
popular las compuertas de la democracia.
Por eso, en mi caso personal, durante los siguientes 12 años tras
obtener la mayoría de edad, nunca voté. Jamás. Ni en presidenciales, ni en
parlamentarias, ni en locales.
Gustavo Petro pensaba
diferente. Como todos nosotros, Gustavo
se hizo adulto en medio de las luchas sociales.
Era una época de auge de los movimientos cívicos, había paros y tomas de
iglesias por doquier. El movimiento
estudiantil se había recuperado tras la derrota de 1971 y volvía por sus fueros
a partir de la Toma de la Ermita en Cali que gestamos los estudiantes de la
Universidad del Valle. El movimiento
obrero y sindical aún tenía fortaleza y había logrado unificarse en el Consejo
Nacional Sindical.
En Zipaquirá, Gustavo vivió la
maravillosa experiencia de la recuperación de tierras y la lucha por la
vivienda. De ahí surgió el barrio Bolívar 83, donde nacería años después
un campeón del Tour de Francia. Por las características económicas del
municipio, Gustavo también estuvo en contacto con la clase obrera. A diferencia de nosotros, los que liderábamos
el movimiento estudiantil, que eramos abstencionistas, el joven de Ciénaga de
Oro tuvo la osadía de medirse con las maquinarias electorales del bipartidismo
en el marco de una democracia restringida, amordazada por el estado de sitio
casi permanente y el estatuto de seguridad copiado de los modelos dictatoriales
del Cono Sur. ¡Y ganó! Increíblemente fue elegido concejal de
Zipaquirá cuando apenas acaba de salir de la adolescencia. Desde muy joven se vislumbraba como un
prospecto político, sin duda.
Toda esa gesta turbulenta de los
años ochenta desembocó en el gran triunfo de nuestra generación: tumbar la
obsoleta y centenaria Constitución de 1886 que sostenía el Orden Conservador (travestido en bipartidista). Aprovechando los vientos auspiciosos del
proceso de paz con el M-19 y la jugadita tramposa del Congreso de la República
(como siempre) en lo que se conoció como “el camarazo”, el movimiento estudiantil impulsó la séptima papeleta y
rompió el nudo constitucional que impedía la renovación de las viejas y
oxidadas instituciones colombianas para elevarlas a la altura de los
tiempos. Ahí le dije adiós a mi
virginidad electoral. Paradójicamente esto sucedió en el contexto de la campaña
presidencial más sangrienta que nación alguna haya padecido, cuando cuatro
candidatos presidenciales fueron asesinados: Jaime, Luis Carlos, Bernardo y
Carlos. Sus apellidos deben estar en tu
memoria.
A comienzos de los años 90 se
formó una gran coalición integrada por el M-19 (liderado por Antonio Navarro
Wolff), el liberalismo (con Horacio Serpa a la cabeza) y el Movimiento de
Salvación Nacional de Álvaro Gómez Hurtado.
Sorprendentemente fue el hijo de Laureano Gómez quien, recogiendo las
ideas de Jaime Bateman, planteó la tesis del Acuerdo sobre lo Fundamental.
Pero el Orden Conservador no
estaba vencido. A Gómez lo mató la
derecha por traicionar ese régimen del cual se volvió agudo crítico. La nueva
Constitución sufrió más de 30 contrarreformas y remiendos. Y en el siglo XXI el viejo fascismo azul
resurgió en la forma del fenómeno político uribista, cuyo combustible fueron
las FARC. Es el régimen que los jóvenes
de hoy han conocido y del cual están hastiados.
No obstante, las cifras de los
alternativos en las elecciones presidenciales muestran algo muy claro. En 2002 sacamos 750.000 votos; en 2006 fueron
2.600.000; en 2010 Mockus sacó
3.500.000; en 2014 no hubo candidatura alternativa pues el proceso de paz con
las FARC determinó una polarización entre Santos y Uribe, pero ganó Santos
apoyado por los alternativos. En 2018,
el candidato alternativo fue Gustavo Petro, el gran oponente dialéctico del
uribismo, quién alcanzó casi 5 millones en primera vuelta y 8 millones en segunda.
El 29 de mayo de 2022 él mismo obtuvo 8,5 millones en primera vuelta y se
apresta ahora a superar la barrera de los 10 u 11 millones este domingo
decisivo. El ascenso es lento pero constante, imparable. Y eso sin mencionar
los triunfos en elecciones locales o el gran logro del Pacto Histórico el 13 de
marzo.
La victoria popular es
inminente. Será la primera vez en la
historia de Colombia desde el siglo XIX que tendremos un gobierno de las nuevas
ciudadanías y no de las élites atornilladas.
Habrá que construir un nuevo pacto social, un Acuerdo Nacional sobre lo Fundamental, pero reivindicando al
pueblo. La justicia social que
soñábamos de adolescentes se hace factible.
Y como hemos visto, Petro es producto circunstancial, pues estas
elecciones condensan una historia de décadas, de luchas sociales, de ascenso y
consolidación de las ideas progresistas en un país que ha sido tradicionalmente
conservador.
La última vez que midieron
fuerzas de manera tan clara la media
Colombia conservadora y la media
Colombia progresista fue el 2 de octubre de 2016 en el famoso plebiscito
por la paz. Gracias a la ya confesa
manipulación, la mentalidad retardataria se impuso por apenas 50 mil votos
(0,5%). Desde entonces, millones de jóvenes
llegan a la mayoría de edad y miles de ancianos terminan su ciclo vital. La
población se renueva. La correlación de fuerzas también. En el plebiscito hubo
13 millones de votos válidos. El 19 de
junio tendremos unos 20 millones de votos netos (quitando votos nulos, no
marcados y en blanco). Y la mayoría
serán por el Cambio. Huele a victoria.
Señor Uribe:
“guerrillero” no es un insulto
Publicada el 26 de
febrero de 2023
Una noticia ha circulado este fin
de semana por todos los medios de comunicación, por cuenta de una simple frase
de Álvaro Uribe Vélez en una reunión del autodenominado “Centro Democrático”.
Sorprende que se le haya dado tanta trascendencia a una anécdota que, en
principio, puede parecer insignificante. Al parecer algunos medios la
interpretan como algo importante porque, supuestamente, “Uribe salió en defensa
de Petro” como tituló El País de España en su sección para América (ver aquí).
Otros medios ven allí un viraje o un cambio de tono que el líder del uribismo
le instruye a sus huestes.
Para que el lector sepa
directamente de qué estamos hablando es conveniente que vea y escuche este video
de 41 segundos que el propio Álvaro Uribe emitió por medio de un trino en su
perfil oficial. En él, Uribe regaña a un anciano partidario suyo por utilizar
el adjetivo “guerrillero” para referirse al actual Presidente de la República e
insta a sus seguidores a que, en su presencia (¿en otros lados sí?), no se
utilicen insultos contra Petro sino argumentos que fundamenten su oposición
política. “Oposición con argumentos, no con insultos” podría ser el lema y creo
que merecería un aplauso de nuestra parte. Pero hay un veneno en la intervención de Uribe, algo que los medios no son
capaces de identificar ni mucho menos analizar, que es justo lo que vamos a
hacer aquí. Veamos.
El anciano que intervenía llamó
“guerrillero” al presidente Gustavo Petro. Es cierto que introducir
calificativos en la argumentación política no aporta nada al razonamiento y,
por el contrario, lo debilita. En este caso, además, el adjetivo tiene un
error, pues Petro no es guerrillero, sino exguerrillero, pero en ningún caso es
un insulto, como lo quiere hacer ver Uribe.
Aceptemos que para la
argumentación del señor uribista hubiese sido mejor ser preciso y usar el
prefijo “ex”, pues Petro se reinsertó a la vida civil desde 1990 en un proceso
de paz exitoso y a fé que ha cumplido su compromiso. El propio Uribe, como
congresista, contribuyó a garantizar el indulto a los exguerrilleros del M-19 a
comienzos de los años 90. Aceptemos también que habría sido aún mejor para su
argumentación que el anciano no hubiese utilizado calificativo alguno. Pero lo
que no podemos aceptar es que la palabra “guerrillero” se convierta en un
estigma y se le implanten connotaciones negativas mediante trucos retóricos o
propagandistas que sobresimplifican la historia de este país.
Obviamente, no somos ingenuos
como para desconocer que en el contexto de una reunión de fanáticos uribistas
el apelativo “guerrillero” está cargado de valores negativos y por eso ellos
sí, efectivamente, lo utilizan como insulto subjetivo. Esa palabra adquirió
esas connotaciones negativas en Colombia cuando el conflicto armado se agudizó
y se degradó en el período 1995-2005. Precisamente en ese momento histórico,
Álvaro Uribe se convierte en un fenómeno político, interpretando a amplios
sectores de la sociedad colombiana que rechazaban la degradación de la
guerrilla (FARC y ELN), muchas veces acolitando las acciones paramilitares que
eran aún peores, pero no amenzaban al statu
quo.
Sin embargo, no podemos olvidar
que esa misma palabra tenía connotaciones positivas, con un halo de heroísmo,
altruismo, valentía y audacia, en los años anteriores a ese período. Por
ejemplo, cuando el M-19 regresa a la legalidad en 1990 gozó de gran
popularidad. Pizarro fue apodado el “comandante papito”, y buena parte de la
sociedad colombiana ansiaba tomarse fotos y salir en los medios al lado de los
guerrilleros como Pizarro o Navarro, en tránsito hacia la paz con el régimen.
Pizarro fue asesinado siendo candidato presidencial cuando su ascenso en las
encuestas parecía imparable. Y en diciembre de ese mismo año, Navarro encabezó
la lista más votada para la Asamblea Nacional Constituyente. De modo que la
institucionalidad colombiana desde hace tres décadas es el fruto tripartita del
M-19 junto a liberales y conservadores. Tampoco hay que olvidar que estos
últimos -liberales y conservadores- también fueron guerrilla durante la guerra
civil que se desató en Colombia tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán.
Somos un país guerrillero, eso es lo que evidencia la historia de Colombia,
gústenos o no.
Entonces el adjetivo
“guerrillero” ha fluctuado en la valoración de los colombianos, dependiendo de
la época y de los sectores sociales y políticos que hagan la valoración. Es
parte de la guerra semántica que se
presenta en toda democracia alrededor del uso del lenguaje. Y en el año 2022
pasó algo extraordinario: la izquierda ganó las elecciones presidenciales con
un candidato exguerrillero que nunca renegó de esa condición pasada y que, por
el contrario, la cuenta con orgullo en su autobiografía (ver columna).
En plena recta final de las elecciones la revista Semana, notoriamente parcializada, sacó una carátula en la que
ponía a escoger a los colombianos entre un guerrillero y un ingeniero. ¿Y quién
ganó?
La mayoría de los colombianos
prefirió al guerrillero (exguerrillero en realidad), reivindicando esa
categoría que expresa la rebeldía de una insurgencia que luchaba por reformas
sociales para construir una sociedad mejor. Algo similar ha sucedido en varios
países de América Latina.
Así como la palabra “soldado” no
es un insulto a pesar de los falsos positivos y la violación de los derechos
humanos y el derecho internacional humanitario por parte de las fuerzas
militares, el adjetivo “guerrillero” tampoco lo es, a pesar de los desafueros
que hayan podido cometer algunas guerrillas. Cada quien responde por lo suyo.
La historia es compleja y tiene muchas aristas. La memoria de tantos
colombianos valiosos y con altos ideales que sacrificaron sus vidas en la lucha
insurgente -desde el cura Camilo hasta la Chiqui- no se puede borrar con burdas
matrices mediáticas.
Haber sido guerrillero, pues, no
es un estigma, es un honor. Un capítulo biográfico que se carga con orgullo en
el morral de la vida. Palabra que sí.
Repensando la paz en el
marco del Cambio
Publicada el 19 de
marzo de 2023
De Alfonso López Michelsen se
decía que “pone a pensar al país”. Efectivamente, en el país de los ciegos el
tuerto es rey y de vez en cuando López lanzaba ideas al desierto de la escena
política rutinaria que lograba mover un poco las neuronas congeladas del país
político y producía algún debate ideológico. De Gustavo Petro no se dice lo
mismo, no se lo trata con tanta consideración. Y, sin embargo, Petro sí que
pone a pensar al país.
En la era del Twitter el
presidente Gustavo Petro irradia ideas, aparentemente sueltas, que se propagan
como ondas telúricas por las redes sociales y luego son distorsionadas por el
ruido de los medios con sus analistas y pseudoanalistas en sus famosos ‘relatos
periodísticos’ con los que intentan asentar ciertas matrices de opinión. Esos
pseudoanálisis a veces son tan superficiales que ni siquiera contextualizan ni
profundizan en el contenido de las ideas, sino que se dedican a buscarle el
lado dizque “noticioso”, que en realidad es una manipulación de la información
acorde a la línea política e ideológica del medio de comunicación. Antes los
medios tenían la entereza, la transparencia y la sinceridad de identificarse
como liberales y conservadores, pero esa cualidad la perdieron para entrar al
mundo de la simulación propio del presente siglo. Simulan una neutralidad e
independencia que en su mayoría no tienen.
Las ideas que irradia el
presidente Petro no son ocurrencias sueltas, aunque el tiempo frenético del
Twitter no ayuda y al gobierno le falta acompañar la herramienta comunicativa
instantánea con la producción de más comunicados oficiales y de documentos
maestros bien pensados y elaborados con serenidad y profundidad. A pesar de ese
defecto, la coherencia del pensamiento de Petro es evidente para todo aquel que
examine su evolución a través de los años, desde el M-19 hasta el presente como
líder del poder ejecutivo nacional, pasando por su trayectoria legislativa y en
la alcaldía de Bogotá. Tampoco ayuda la debilidad de la organización política
que acompaña al gobierno, producto en parte de las ideas de Petro al respecto,
siguiendo las tesis de las multitudes de Toni Negri. Una visión que puede
resultar costosa para lo que intenta ser un proceso de transformación profunda
de la nación.
En vez de ocurrencias lo que hay
es un proyecto político que en el fondo es un producto supraindividual (y debe
colectivizarse aún mucho más). Pero ese proyecto político no está escrito en
ninguna parte sino que se halla disperso en discursos, entrevistas y escritos,
lo que conlleva a que no se alcance a percibir su coherencia, puesto que al
observador le llega un panorama fragmentado y muchas veces distorsionado por el
ruido mediático como ya expliqué.
Petro escribió un libro
autobiográfico que comenté en una columna,
pero aunque allí hay elementos, no es una exposición analítica sino narrativa.
El concejal de Bogotá, José Cuesta Novoa,
filósofo de la Universidad Nacional, intentó suplir esa carencia con un libro
titulado Pensamiento político de Petro de Editorial Aurora, pero creo
que no logra ofrecer una visión de conjunto apropiada. Ese texto lo comentaré
en otra ocasión.
Ahora quiero analizar, así sea
esquemáticamente, el cuestionamiento que Petro hizo recientemente al acuerdo
paz de 2016 entre el Estado colombiano y el grupo FARC. Tal cuestionamiento no se puede entender sino desde el marco teórico
del proyecto político de humanismo progresista que el presidente lidera.
La crítica que hace Petro,
repensando la paz de 2016, es pertinente. Ante todo es una crítica comprensiva
a las FARC, una guerrilla campesina que siempre fue expresión de un mundo
rural, de ahí sus comprensibles limitaciones. Por tanto, de las FARC no podía
esperarse una visión moderna de nación. Y respecto al gobierno Santos su
limitación provenía de su concepción liberal elitista y centralista.
Para algunos la paz se mide
exclusivamente en reducción de indicadores de violencia. Otros la concebimos
como superación de la exclusión y la marginalidad de amplios sectores de la
sociedad. Y -parafraseando a Turbay- como la reducción de la desigualdad a
"sus justas proporciones". Esto implica un cambio de modelo económico,
político, social, militar y cultural. Nada menos.
¿O acaso puede haber paz bajo el
imperio de una doctrina militar centrada en el supuesto “enemigo interno” y que
produjo un fenómeno criminal sistemático como los ‘falsos positivos’? Una
concepción clasista de la fuerza pública que no sólo se expresa en la
estructura jerárquica y en la propia carrera profesional de policías y
militares, sino además en el alineamiento de sus sucesivas cúpulas con la
ultraderecha colombiana y estadounidense, constituye un obstáculo para la paz
en democracia. Y eso no se cambia de la noche a la mañana.
En el evento Conversaciones PRO de Pro-Antioquia el presidente insistió esta
semana en algo que muchas veces ha expuesto: la necesidad de cambiar el modelo
económico premoderno de semicapitalismo rentista, especulativo, excluyente y
depredador del medio ambiente, que privilegia al capital financiero y a
terratenientes, y que reproduce la corrupción estructural del sistema. Un
modelo extractivista en su máxima expresión. En su lugar se propone un modelo
moderno de capitalismo productivo, innovador e incluyente, que privilegia el
Bien común y, por ende, el medio ambiente. De ahí que enfatizara en el
conocimiento y la industrialización, así como otras veces lo ha hecho con la
transición energética y la mitigación del calentamiento global. Nada de eso se
contempla en el acuerdo de 2016, que apenas atiende la asignatura pendiente de
la reforma agraria y a medias el narcotráfico.
El acuerdo de 2016 es tan
limitado como limitada era la visión de las FARC y el horizonte de intereses
que representaba el gobierno de Santos. Ese acuerdo debe cumplirse a cabalidad,
pero más allá debe ampliarse para articularse con el gran torrente de la
transformación profunda de Colombia, que sólo es posible con el diálogo nacional, como propusiera Jaime
Bateman Cayón hace más de cuatro décadas. La esencia de la paz total es el Acuerdo Nacional, como bien lo entendió
Álvaro Gómez Hurtado en sus últimos días, no los tecnicismos de los
expertos.
El fascismo azul
Publicada el 11 de
septiembre de 2020
La organización política que más
muertes y sufrimientos ha causado en la historia de Colombia se pasea oronda
por la vida pública nacional como el criminal impune que sabe guardar el
secreto de su culpabilidad. Nunca
cumplió con la verdad, la justicia y la reparación, y no sólo no ha brindado
garantías de no repetición sino que ha hecho metástasis con su ideología
cancerosa invadiendo múltiples órganos del cuerpo macerado de la patria, para
seguir sembrando de cruces los campos deforestados de las cordilleras o las
selvas menguantes de la periferia. Del
cadáver mudo de Bolívar se nutrió en su infancia y luego hizo de la violencia
política su arma predilecta para imponer su impronta extremista y radical. Ha combinado todas las formas de lucha, desde
el terrorismo sin escrúpulos hasta el adoctrinamiento sectario.
A estas alturas ya el lector
habrá adivinado que estoy hablando del PCC, el Partido Conservador Colombiano,
la organización de Caro y Ospina que nació para impedir la revolución
libertaria y progresista del medio siglo, hace 171 años. El proyecto conservador de mano fuerte y
sinrazón grande se fraguó en las primeras décadas de la república enfrentado a
un confuso liberalismo lleno de contradicciones. Y podemos decir a estas alturas del siglo XXI
que su marcha ha sido triunfal, pues a sangre y fuego ha hecho de Colombia una
nación conservadora, aplastando los brotes de lo nuevo o transformando en
bonsai cualquier retoño de reformismo, apertura o progreso social.
Su gesta hegemónica empezó con la
Regeneración y el régimen de cristiandad de la Constitución de 1886. Continuó a mediados del siglo XX con el
hispanismo falangista ultracatólico bajo la égida de Laureano Gómez. Luego se adaptó a los nuevos vientos de la
guerra fría con el Frente Nacional clientelista. Cooptó al partido liberal en un bipartidismo
excluyente y aunque su cuerpo partidista fue debilitándose, su ideología se
irrigó por las alcantarillas mentales de los súbditos, nutriendo el
paramilitarismo y finalmente haciendo eclosión en el uribismo que María
Jimena Duzán califica de fascista.
Un fascismo ladino de color azul.
En el siglo XIX el liberalismo
era la avanzada mundial del progreso civilizatorio que prometía una sociedad
moderna capitalista, mientras el conservatismo carecía de propuesta distinta a
frenar el progreso social, mantener la jerarquización y anclarse en las
tradiciones y doctrinas medievales. En
el mundo, el liberalismo ponía las condiciones y el conservatismo
resistía. En Colombia, en cambio, la
hegemonía conservadora abortó la revolución liberal democrática y limitó al
partido liberal a un humillante “pataleo de ahogao”. Según Malcolm
Deas, en el período republicano del Siglo XIX, Colombia sufrió 8 guerras
nacionales y medio centenar de conflictos locales, una verdadera sangría.
La dialéctica de balas y de ideas
entre liberales y conservadores terminó en 1885 con la victoria contundente de
los azules. En la Humareda la
Constitución de Rionegro se hizo humo y el proyecto conservador impuso su
visión de doble cuño: por un lado el centralismo autoritario y militarista y
por el otro el pensamiento doctrinario premoderno del régimen de
cristiandad. En el seno de la
Constitución de 1886 nace el ministerio de guerra y el ejército nacional, al
año siguiente se sella el concordato con el Vaticano y en 1888 se crea la
policía nacional. El triunfante poder
conservador se asienta en 4 columnas: el monopolio de las armas y el
latifundio, la iglesia católica y la educación confesional. Esta victoria se ratificó a fines de 1902 en
un barco de Estados Unidos, que un año después se roba Panamá. Al poco tiempo se perdieron vastos
territorios amazónicos con Brasil y Perú, prueba palpable de que el flamante
ejército nacional surgió para imponer el orden interno atacando a sus
connacionales y no para defender las fronteras de la patria.
El liberalismo resurge de las
cenizas y durante 4 períodos intenta magras reformas. Fracasa.
Con sed de venganza el partido conservador retoma el poder y desata La
Violencia, con mayúsculas, un holocausto que se llevó las vidas de 300.000
colombianos. En menos de una década el
conservatismo mató más gente que las FARC en medio siglo (guerrilla que surgió
de las autodefensas del campesinado liberal).
El estilo azul era el frac en los salones y el corte de franela en los
campos. El hispanismo ultracatólico
colombiano se alinea con la dictadura de Franco y así como éste regala su
territorio para bases militares gringas, Colombia se regala para enviar al otro
lado del mundo más tropas que las que empleó en la guerra contra el Perú en
1932. Ignominia total.
Como esto es Macondo, el fascismo
falangista es barrido a medias por una dictadura militar populista. Pero el orden oligárquico se recompone con el
pacto de Benidorm y estrena un nuevo enemigo interno: el comunismo. La liebre salta donde menos se espera. El fenómeno anapista pone en jaque al régimen
el 19 de abril de 1970 y Lleras patea el tablero.
Desde entonces el conservatismo
es minoría, pero su ideología medra en la cúpula de las fuerzas militares, en
los grupos paramilitares que empiezan a proliferar, en los sectores más
retardatarios de la iglesia y en nuevas sectas protestantes importadas de
Norteamérica, así como en algunas universidades privadas (ver la columna anterior
con el caso de la Sergio Arboleda).
Finalmente, a la vuelta del siglo, el odio a las FARC se convierte en el
combustible perfecto para incendiar la pradera con el fascismo azul.
El balance del conflicto armado
realizado por el Centro Nacional de Memoria Histórica en el libro ¡Basta ya!, muestra en la página 55 que
de 588 eventos de sevicia y crueldad extrema durante medio siglo, 63%
corresponden a paramilitares, 9,7% a las fuerza pública, 21,4% a “grupos no
identificados” y 0,7% a acciones conjuntas de paramilitares y ejército. Mientras que el 5,1% corresponden a las
guerrillas, principalmente las FARC y el ELN.
No es casualidad que el uribismo se haya apoderado del CNMH para borrar
la memoria y pintar la historia... de azul.
Perijá y sus épicos
secretos
Publicada el 7 de
octubre de 2022
Navegando por mis redes pesqué un
artículo del Washington Post que me
llamó la atención (ver aquí). Fue publicado el primero de octubre y lo que
me atrapó es que afirmaba en su titular que el acuerdo de paz en Colombia llevó
al descubrimiento de una nueva especie de dinosaurio. ¿El acuerdo de paz? Contra lo que un lector
colombiano podría sospechar el dinosaurio no era el Centrus Democráticus sino el Perijasaurus lapaz.
El cuento reforzado de que el
acuerdo de paz tenía que ver con este logro paleontológico se lo inventaron los
propios investigadores, un equipo liderado por Jeffrey Wilson Mantilla en el
marco de una alianza entre la Universidad del Norte y la Universidad de
Michigan, al incluirlo en la justificación del nombre con el cual bautizaron a
la nueva especie registrada. Y fue por
esa jugadita que el Washington Post
lo convirtió en noticia. No es que la noticia científica no tenga valor, pero
al ser algo muy técnico no atrae lectores, así que el periodismo le pone
picante político para que sepa más sabroso.
La realidad prosaica es que el
fósil de 175 millones de años fue descubierto en 1943 en el municipio de La Paz, la tierra del ruiseñor del
Cesar, Jorge Oñate, en las estribaciones de la Serranía del Perijá, cadena montañosa que pertenece
a la cordillera oriental y marca la frontera con Venezuela al norte del país.
Eso es lo que sustenta el nombre del dinosaurio colombiano: Perijasaurus
lapaz, un saurópodo herbívoro parecido a los famosos
brontosaurios. En sus buenos tiempos del
Jurásico inferior, este animal de larga cola y largo cuello tenía unos 12
metros de punta a punta y es el único de su tipo encontrado en el norte de
Suramérica. A pesar de que sólo se halló una vértebra durante una exploración
petrolera de la Tropical Oil Company
hace ocho décadas, los científicos actuales pueden calcular el tamaño, inferir
sus múltiples características y así clasificarlo en el sistema taxonómico como
una nueva especie.
El hallazgo científico actual no
es, entonces, el descubrimiento del fósil sino su clasificación validada como
especie nueva, arrojando luz sobre una época de diversificación temprana de los
saurópodos en latitudes tropicales. El
artículo original, con varios autores colombianos, fue publicado el 10 de
agosto de 2022 en el Journal of
Vertebrate Paleontology. Para hacer
su investigación, los paleontólogos colombianos y extranjeros tuvieron que
ejecutar, tanto un trabajo sofisticado de laboratorio, como un trabajo de campo
en el departamento del Cesar, cerca de la carretera que conduce de La Paz a
Manaure.
Según ellos no había condiciones
para ese trabajo de campo antes del acuerdo de paz debido a la presencia
guerrillera. Pero lo cierto es que
Perijá no sólo fue territorio del Frente 41 de las FARC, también lo ha sido del ELN, grupo que apenas acaba de
reiniciar negociación con el gobierno de Gustavo Petro en esta semana. Por ejemplo, en agosto de 2020 fue capturado
en La Paz un dirigente del Frente José Manuel Martínez Quiroz del ELN que lleva décadas en esa región
(ver noticia). Por esa presencia de los elenos y por el
hecho de que la zona de donde proviene el fósil es de baja altitud y fácilmente
accesible por carretera, resulta poco creíble que el peace agreement con las FARC haya sido determinante para el
proyecto de investigación. Más bien
parece un toque macondiano adrede para condimentar un árido artículo académico
y una estrategia para llegarle a un público más amplio. Y el truco tuvo éxito, pues la prensa
colombiana se dedicó a resaltar el hecho que normalmente habría pasado
desapercibido.
Vale recordar que no muy lejos de
la zona, un poco más al norte, en la mina carbonífera del Cerrejón en el
departamento de La Guajira fue descubierto en 2009 el famosísimo fósil de la
serpiente más grande que ha existido, la Titanoboa Cerrejonensis, que pesaba más de una tonelada. Esta serpiente récord tiene su propia entrada en Wikipedia. La titanoboa existió en una época mucho más
reciente que el perijasaurio, pues
data del paleoceno, un período posterior a la extinción de los dinosaurios
(hace unos 58 a 60 millones de años).
Pero en ambos casos había un hábitat tropical por lo que sorprende que
esos fósiles se conservaran a pesar del calor y la humedad.
Hemos hablado de dinosaurios y
serpientes gigantes, de exploraciones de petróleo y carbón, de las FARC y el
ELN. Y ni siquiera hemos mencionado la
riqueza de la cultura vallenata que florece en el plan y en la montaña, en esa
tierra exuberante que es el valle encajonado entre dos sierras magníficas. Ya nombré a uno de sus grandes cantores, el
jilguero que falleció el año pasado y que en sus viejos tiempos entonaba “La
Paz es mi pueblo, con sus calles raras, donde tanto tiempo allá, canté
madrugadas” (óyelo aquí
con el acordeón de Miguel López).
Con la música revoloteando por
tus oídos sigues hasta San Diego, tierra de poetas, y brindas en su Café Literario Vargas Vila. Continúas por la carretera hasta El Desastre, donde los liberales
perdieron una cruenta batalla durante la guerra de los mil días. Si subes por
la bodega, antes de llegar a Codazzi, atravesarás cafetales y aguacatales hasta
que perdido entre las montañas, a más de dos mil metros de altura, de pronto,
divisarás un cañón profundo y al otro lado, una visión fantástica en medio de
la bruma: la cascada más alta de
Colombia, tan alta que no se alcanza a ver donde termina: es La Vela.
Entiendes entonces lo que sintió
Humboldt cuando viajó por América, tal y como lo narra Andrea Wulf en su libro La invención de la naturaleza. En la cinta Los viajes del viento, con sus majestuosos paisajes, Ciro Guerra
apenas nos brinda un atisbo, un sorbo de su magnificencia.
Así es Perijá, tierra ancestral
del pueblo Yukpa, de la familia Karib, que antiguamente dominaba toda la
cordillera y hoy se ha reducido a menos de 20 mil personas. Un territorio
misterioso que entre el páramo de Sabana Rubia y el río Tocaimo de Leandro Díaz
encierra el secreto mejor guardado del
M-19, un sueño de Carlos Pizarro que un grupo de locos trató de plasmar en
la realidad. Un sueño desconocido, como vértebra de un dinosaurio que nunca
existió, cuya única pista escrita se encuentra en la autobiografía
del Presidente de la República.
Como se observa en la imagen
superior, también el Presidente de la República, Gustavo Petro, lee El Unicornio, un medio alternativo que
merece el apoyo de la ciudadanía progresista. La columna mencionada por Petro
en el trino expuesto arriba se titula El
“centro” desenmascarado y no aparece en la presente selección pues aborda
otro tema, propio de la coyuntura electoral 2021-2022.
Te invito a leer y apoyar El Unicornio
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