sábado, 6 de enero de 2024

Movimiento 19 de Abril: una perspectiva

Columnas selectas sobre el M-19

Publicadas en el portal periodístico colombiano El Unicornio

 

Por Jorge Senior

Buhografías

Colombia, 17 de enero de 2024

Quincuagésimo aniversario de la recuperación de la espada de Bolívar

 

Dedicado a los compañeros caídos

Y en especial a mis amigos:

 

Ricardo Villa Salcedo (Santa Marta)

José Francisco Ramírez (Valledupar)

Jorge Andrés Lozano Parra (Yumbo)

Jorge Marrugo (Cartagena)

José Luis León (Barranquilla, barrios Santuario y Kennedy)

Edgar Arturo Lobo Mariotti (Barranquilla, barrio El Bosque)

José David Cárdenas (Barranquilla, barrio El Bosque)

Gabriel Barco, el Pinino (Economía, Univalle)

Mauricio Castaño (Economía, Univalle)

Armando Aramburo (Economía, Univalle)

Roselia Marulanda (Economía, Univalle)

Laureano Restrepo (Economía, Univalle)

Eulides Blandón (Economía, Univalle)

Ariel Sánchez, el mazo (Univalle)

Alfonso Jacquin, Pompo (Santa Marta)

Enrique Giraldo (Sintragarantía)


 

Escribir sobre el Eme para las nuevas generaciones

 

Al Movimiento 19 de Abril, M-19, el pueblo colombiano lo llamaba con cariño “el Eme”. Y así lo sigue llamando. En ámbitos de izquierda y de activistas éramos llamados “los mecánicos”, que terminó reducido a “los mecas”. La propuesta meca fue un proyecto político-militar que vivió un periplo de 16 años: del 17 de enero de 1974 al 9 de marzo de 1990. Como proyecto político sigue vigente y se expresa en gran parte en el actual gobierno nacional de Colombia que encabeza Gustavo Petro Urrego.

Escribir sobre el M-19 es una oportunidad, y en cierto sentido un deber, para quienes vivimos esa experiencia que es parte de la historia de Colombia. En mi caso presenté una ponencia en el IV Seminario Internacional sobre Historia de la Violencia en América Latina, realizado en la Universidad del Norte, octubre 2 y 3 de 2018. Título de la comunicación académica: La concepción teórica del M-19. Como sugiere el título, es un texto analítico, no vivencial, en realidad una versión resumida de un texto inédito más extenso. Con la Universidad del Norte se hizo también una entrevista que está en soundcloud en la serie Todos cuentanEnlace

Por otro lado, desde finales de 2019 hago un ejercicio periodístico como columnista que combina política y ciencia en el portal El Unicornio (elunicornio.co) que dirige Jorge Gómez Pinilla. Soy, ante todo, un divulgador científico. En total, tras cuatro años, ya son 167 columnas publicadas, en las cuales el M-19 y su proyecto político suelen hacer presencia directa o indirecta de vez en cuando. Entre ellas he seleccionado una decena de columnas que hacen referencia de manera explícita al M-19 y un par de columnas adicionales, una que brinda el contexto histórico sobre el orden conservador en Colombia y otra que es de divulgación científica pero contiene un curioso guiño al Eme desconocido.

La secuencia de columnas obedece al orden cronológico y lógico del contenido histórico tratado y no al orden cronológico de publicación. Por eso es importante, para evitar malentendidos, tener en cuenta la fecha de publicación, pues la mitad de las columnas seleccionadas fueron escritas durante el período de gobierno de Iván Duque y las otras seis en el actual gobierno de Gustavo Petro.

Las columnas seleccionadas aparecen en el siguiente orden (entre paréntesis la fecha de publicación):

1.       Teoría del M-19 (19 de abril de 2023). Relacionada con la ponencia mencionada.

2.       La toma de la embajada por el M-19, 40 años después (febrero 27 de 2020). Fue publicada nuevamente en 2023.

3.       Del Diálogo Nacional al Pacto Histórico (abril 17 de 2021, víspera del 19 de abril).

4.       Hipótesis inédita sobre la toma del Palacio de Justicia (noviembre 6 de 2022).

5.       La superioridad ética del M-19 (julio 9 de 2022).

6.       Paz se escribe con Eme: 30 años del acuerdo con el M-19 (marzo 9 de 2020).

7.       Acuso a Petro de ser petrista (noviembre 12 de 2021). Se trata de una reseña del libro autobiográfico de Gustavo Petro, Una vida, muchas vidas.

8.       Mi generación ante la inminente victoria (junio 18 de 2022, un día antes de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales). Y en efecto, ¡ganamos!

9.       Señor Uribe: “guerrillero” no es un insulto (febrero 26 de 2023).

10.   Repensando la Paz en el marco del Cambio (marzo 19 de 2023).

11.   El fascismo azul (septiembre 11 de 2020). Brinda el contexto histórico sobre el orden conservador que ha predominado en Colombia.

12.   Perijá y sus épicos secretos (octubre 7 de 2022). La columna se refiere a un descubrimiento científico, pero tiene un guiño al final, conectado a la historia desconocida del Eme.

 

Algunas columnas se publicaron en fechas conmemorativas. Sería interesante producir un calendario conmemorativo meca. He aquí algunos hitos:

·         1 de enero: operación del Cantón (1979) y batalla de Yarumales (1985)

·         17 de enero: recuperación de la espada de Bolívar (1974)

·         Febrero: Congreso de los Robles (1985)

·         27 de febrero, toma de la embajada (1980)

·         9 de marzo, firma de la paz (1990)

·         13 de marzo: muerte de Álvaro Fayad (1986)

·         19 de abril, fraude electoral que da nombre al Movimiento (1970)

·         Abril 26 y 28: muertes de Carlos Pizarro y Jaime Bateman

·         Junio: ruptura de la tregua en 1985

·         Agosto: Octava Conferencia (1982), firma de la tregua (1984)

·         Agosto 10 y 28: muertes de Carlos Toledo Plata e Iván Marino Ospina

·         Octubre 21: avión de aeropesca

·         6 y 7 de noviembre, toma del Palacio de Justicia (1985)

·         Diciembre: batalla de Siloé (1985)

 

El próximo 17 de enero se cumplen 50 años de la recuperación de la espada de Bolívar, primera acción pública del M-19 y, por ende, fecha fundacional de la organización. Este documento es mi aporte a la conmemoración. A finales de 2024 se cumplirán 40 años de la batalla de Yarumales.

Jorge Senior, miembro de la Dirección Nacional del M-19 (1985-1990).

Enero de 2024

  


 

Teoría del M-19

Publicada el 19 de Abril de 2023

 

En octubre de 2018 presenté una ponencia en el IV Seminario Internacional sobre Historia de la Violencia en América Latina celebrado en la Universidad del Norte. El título de mi exposición era:  La concepción teórica del M-19 (1973-1991).

Sobre el Movimiento 19 de Abril se ha escrito mucho, pero muy poco desde un enfoque teórico analítico. La ponencia, que era una síntesis de un escrito más largo con vocación de libro, aspiraba a contribuir a llenar ese vacío. Tenía una introducción metodológica, un marco temporal, un análisis estructural y una conclusión.

El periplo de 16 años en la gesta político-militar se describe como una parábola clásica en tres etapas: ascenso, auge y decadencia. Aunque tales etapas no se deben a cambios bruscos, podemos utilizar algunas fechas emblemáticas para periodizarlas. Así, el ascenso va desde la recuperación de la espada del Libertador el 17 de enero de 1974 hasta el primero de enero de 1979, fecha en la que se extraen 5 mil armas del Cantón Norte. Es en esa etapa que se construye la concepción teórica o “pensamiento meca”, a la cual me referiré luego. El auge va desde ese gran golpe que tuvo una reacción represiva brutal hasta la toma y retoma del Palacio de Justicia en aquel inolvidable noviembre de 1985. Finalmente vienen los difíciles años de relativa decadencia hasta desembocar en una impactante reinvención que convierte al M-19 en una alianza democrática legal que logra ser la lista más votada a la Asamblea Nacional Constituyente.

De esta manera, el M-19, hijo de la Alianza Nacional Popular cuyo triunfo del 19 de abril de 1970 fue birlado por un fraude impune -según vox populi- se termina convirtiendo en 1991 en el padre de la nueva institucionalidad, junto al bipartidismo tradicional de conservadores y liberales.

El M-19 surge como brazo armado de la Anapo, un movimiento de masas liderado irónicamente por el único dictador militar colombiano en el siglo XX. M-19, Anapo y Gaitán constituyen un hilo que encaja en la categoría de populismo latinoamericano, la cual no debe confundirse con la acepción periodística de “populismo” entendido como demagogia. El populismo latinoamericano es una expresión auténtica y legítima de los pueblos de Nuestra América. Pero el Eme es un híbrido. Algunos de sus fundadores, como Bateman, Ospina, Fayad y Pizarro, provienen de las FARC, desilusionados por una guerrilla periférica que poco combatía. Otros como Toledo, Almarales y Santamaría estaban en la Anapo. Y de otros sectores de izquierda también confluyen cuadros con distintas experiencias políticas, militares y sociales. En su sancocho ideológico se cocinan, además del populismo de Gaitán, Perón, Haya o Rojas, el liberalismo social colombiano, el marxismo, el cristianismo de la opción por los pobres y la socialdemocracia europea. Y como referente central el mito fundacional de la nación, encarnado en Simón Bolívar como figura y condimentado con extractos selectos de su pensamiento.

Los fundadores no tenían claro lo que querían ser, pero sí tenían claro lo que no querían ser. No querían ser como la izquierda ortodoxa y tradicional. Una izquierda dogmática, sectaria, vanguardista, excesivamente teorizante bajo la hegemonía de la doctrina marxista. Ese rechazo a la teorización estratosférica, exagerada, y a los vicios de la intelectualidad academicista, fue seguramente el origen del mito de que el Eme era huérfano de teoría. En realidad, los fundadores y los militantes más talentosos reclutados en este período inicial de la segunda década de los 70, vivían una explosión creativa de elaboración intelectual de un nuevo proyecto político-militar insurgente que se fue afinando a lo largo de sucesivas Conferencias Nacionales, entre las que cabe destacar: la Quinta en 1977, la Sexta en 1978 y la Séptima en 1979. En ellas se plasma en forma documentada una revolución teórica que encuentra un hilo conductor en la identidad cultural del pueblo colombiano e incluye un alejamiento del marxismo como doctrina y del socialismo como meta y bandera, para asumir la independencia, la democracia y la paz. Todo ello sin entrar en controversias inútiles. No se extrañen que muchos, desconcertados, tildaran al M-19 de derechista. 

De ahí surge la propuesta política de paz y democracia que será lanzada por Jaime Bateman en la famosa entrevista con Germán Castro Caycedo, en 1980, mientras se desarrollaba la Toma de la Embajada de la República Dominicana. La propuesta incluye amnistía, tregua y una vaina rara llamada “Diálogo Nacional”, una deliberación pública que hoy denominaríamos como verdaderamente incluyente.

En ese momento histórico la teoría del M está madura. Sin embargo, en la segunda etapa, que hemos calificado como auge, se desarrollan la Octava Conferencia en el Putumayo en agosto de 1982 y finalmente la apoteósica Novena Conferencia de febrero de 1985, en plena tregua y poco después de la batalla de Yarumales. La Novena tiene en paralelo un evento masivo en las montañas de la cordillera central cerca a la frontera entre Cauca y Valle: se llamó el Congreso de Los Robles. Algunos dirían que el “pensamiento meca” se elevó allí a las alturas del delirio.

La ponencia analiza diacrónicamente todo este recorrido que aquí hemos resumido, pero en el capítulo de análisis estructural se enfoca en la propia concepción teórica elaborada, de la cual hemos venido hablando. La estructura tiene nueve componentes: la legitimidad, la crítica a la izquierda, los referentes ideológicos, el contexto internacional, la caracterización de la sociedad colombiana, el Eme como fenomeno cultural (ésta es la columna vertebral), el proyecto de paz y democracia, la concepción militar y el código ético.

En el breve espacio de esta columna apenas ha sido posible brindar un ínfimo atisbo de toda esa elaboración teórica que muchos niegan. Ameritaría publicar un volumen entero para difundir este aspecto sustancial, pero poco conocido, del pensamiento de una organización que marcó la historia de Colombia y que a través de uno de sus muchachos, otrora concejal de Zipaquirá, ha llegado al solio de Bolívar….. Con la espada desenvainada.


 

Significado político de la toma de la embajada: 40 años después

Publicada el 27 de febrero de 2020 y nuevamente el 26 de febrero de 2023

 

El 27 de febrero se conmemoran los 40 años de la toma de la Embajada de la República Dominicana por el M-19, hecho que durante dos meses convirtió a Colombia en centro de atención mundial, pues entre los 14 embajadores secuestrados estaba el de EEUU y el nuncio apostólico.  El hecho de fuerza resultó casi incruento pues la única baja letal fue el guerrillero Carlos Arturo Sandoval Valero, nativo del Líbano, Tolima, quién aún no había cumplido los 18 años. El operativo fue ejecutado por el comando Jorge Marcos Zambrano, nombre del joven caleño asesinado cinco días antes tras ser capturado por la Tercera Brigada del ejército, y se denominó Operación Democracia y Libertad, pues la carencia de tales derechos marcaba la realidad del momento histórico en todo el país. 

Diez años antes, el 19 de abril de 1970, un fraude electoral había arrebatado la victoria a la Anapo, evidenciando así el cierre de los caminos legales para la oposición colombiana.  El golpe en Chile al gobierno legítimo en 1973 corroboró la realidad antidemocrática del hemisferio sometido entonces a la doctrina de la seguridad nacional que politizaba a las fuerzas armadas, volviéndolas contra sus respectivos pueblos bajo la figura del “enemigo interno”.  América Latina se llenó así de sangrientas dictaduras y pseudodemocracias restringidas, militarizadas y en permanente estado de sitio.  El 14 de septiembre de 1977 el pueblo colombiano se había insurreccionado de manera casi espontánea al llamado de las centrales obreras, desatándose una represión cada vez más brutal.  Al llegar al gobierno la dupla Turbay Ayala – Camacho Leyva, la imposición de un Estatuto de Seguridad sirvió de cobertura para la sistemática violación de los derechos humanos.  Parafraseando a Roberto Gerlein al comentar la compra de votos, podríamos decir que la tortura “se volvió costumbre” en las mazmorras del régimen en aquellos años. 

La respuesta del M-19 fue la recuperación de miles de armas por un túnel en el Cantón Norte, humillando a la inteligencia militar.  Inmediatamente se agudizaron las prácticas de allanamientos, torturas y desapariciones, en una cacería de brujas que afectó a gente de todas las condiciones.  Simultáneamente, en Nicaragua, el FSLN lanzaba una victoriosa ofensiva final, llenando de euforia a los movimientos populares del continente.  En Colombia, el número de presos políticos se multiplicó y desde las reservas democráticas del país se gestó un movimiento por los DDHH liderado por Alfredo Vásquez Carrisoza, mientras el Eme se aprestaba a las vías de hecho para liberar a los prisioneros de guerra.

De seguro en estos días conmemorativos se recordarán los acontecimientos: el disparo al espejo, la volada del embajador uruguayo, las conversaciones de la camioneta, el protagonismo de “La Chiqui” -Carmenza Cardona Londoño- haciendo la V de la victoria, el curioso nombre del embajador guatemalteco Aquiles Pinto Flores (nativo de Chiquimula), el contagioso síndrome de Estocolmo y la efervescente Villa Chiva (concentración mundial de periodistas como pocas veces se ha visto en Colombia).  Quizás lo más significativo fue la despedida del pueblo bogotano a los guerrilleros y embajadores, cuando una romería de miles de personas se agolpó en el camino al aeropuerto saludando a la “comitiva” con pañuelos blancos. De los hechos quedan cientos de crónicas, una película de Ciro Durán (año 2000) y libros como el de “la negra” Vásquez, Escrito para no morir.

En ese contexto la toma dirigida por Rosemberg Pabón, hoy acérrimo uribista, planteaba reivindicaciones democráticas como el levantamiento del estado de sitio, el respeto a los DDHH y la libertad de los presos políticos. Pero sobre todo sirvió de plataforma de lanzamiento de la propuesta de paz y democracia del M-19, expuesta por Jaime Bateman Cayón en entrevista con Germán Castro Caycedo que se vendió como pan caliente, agotando las sucesivas ediciones en todos los formatos.  Hoy Bateman es recordado como el “profeta de la paz”, por su visionaria iniciativa que cayó como una sorpresiva bomba en la deliberación pública, dejando atónitos tanto a la izquierda como a la derecha: un grupo insurgente proponía una tregua bilateral y abrir un gran diálogo nacional para buscar lo que años después Álvaro Gómez Hurtado llamaría un Acuerdo sobre lo Fundamental.  De ahí saldrían los múltiples procesos de paz que, con mayor o menor éxito, se realizaron en Colombia y Centroamérica.

Pero muy poco se habla del otro componente de la propuesta: la Democracia.  En verdad, lo que expuso el dirigente samario era el proyecto político que el Movimiento 19 de Abril había consensuado en su VII Conferencia de 1979, tras varios años de maduración.  El M-19 era una organización distanciada del marxismo en boga, pues en su ideario recogía el legado del liberalismo social de Rafael Uribe Uribe y Jorge Eliécer Gaitán junto a los anhelos populares encarnados en el anapismo de base, conectándolos con el concepto de Estado de Bienestar de la socialdemocracia europea.  La tesis de Bateman era que la revolución liberal en Colombia se vió frustrada a lo largo de un siglo debido a la hegemonía del bloque histórico conservador, que incluso terminó cooptando a la élite liberal en el Frente Nacional y excluyendo al país nacional. Tal planteamiento se inspiraba en las ideas de Antonio García, un intelectual orgánico que marca el hilo conductor entre el gaitanismo, el anapismo y el M-19.

Prueba de ello es que el M-19 disputó durante años con el partido liberal la representación colombiana en la Internacional Socialdemócrata, que fue siempre garante de los diálogos, primero con Betancur, que terminó en tragedia, y luego con Barco, que culminó con la firma de la paz.  En 1990 el grupo guerrillero ya desmovilizado, se transmutó en el partido legal Alianza Democrática M-19 y sacó la máxima votación a la Asamblea Nacional Constituyente, obteniendo 19 curules de un total de 70.  Allí, la concepción de democracia que el M-19 lanzó durante la toma de la embajada 10 años antes, se plasmó parcialmente en el Estado Social de Derecho de la Constitución del 91. 

Del fraude electoral de 1970 a las elecciones de la Constituyente en 1990, Colombia vivió un intenso ciclo de violencia y represión originado en la negativa de las élites a una apertura política que cimentara una auténtica democracia integral e incluyente.  Fue la propuesta que emanó de la toma de la embajada la puerta que permitió la salida pacífica y la nación colombiana tuvo entonces la oportunidad de cerrar para siempre el libro de la barbarie en 1991.  Álvaro Gómez Hurtado, quién había dado un asombroso giro político tras su secuestro por el M-19, entendió a cabalidad que la nueva Carta era apenas el inicio para cambiar lo que él llamaba “el régimen”. Desafortunadamente, a Gómez lo asesinó la derecha que había sido su matriz.  Múltiples factores impidieron la consolidación de la paz y la profundización de la democracia con instituciones incluyentes y no extractivas, con el paradójico resultado de que tras la incipiente apertura democrática, lo que siguió fue la agudización de la guerra rural. Tema complejo y de gran calado que abordo en un artículo sobre las FARC descargable aquí.  

Lo cierto es que estamos en 2020 y múltiples aspectos de la democracia liberal y de la concreción del estado social de derecho siguen siendo asignatura pendiente en nuestra nación, como bien señalan Acemoglu y Robinson en su libro Por qué fracasan los países.


 

Del Diálogo Nacional al Pacto Histórico

Publicada el 17 de abril de 2021

 

Apenas concluyó la toma de la embajada de la República Dominicana por el M-19 en 1980, el comandante general de esta organización, el samario Jaime Bateman Cayón, apareció por vez primera en público luciendo un afro en una histórica entrevista con el periodista Germán Castro Caycedo.  Su publicación por entregas cuadruplicó la circulación del periódico El Siglo y llevó al poco tiempo a una edición especial en forma de revista que se vendió como pan caliente.

Desde aquella tribuna Bateman lanzó la propuesta de paz del M-19 que incluiría levantamiento del estado de sitio, amnistía a los presos políticos y tregua bilateral como marco de un Diálogo Nacional.  Con su estilo caribeño, Bateman definió al diálogo nacional como un “sancocho debajo del palo’e mango”, pero la idea apuntaba a una gran deliberación pública entre las fuerzas vivas de la sociedad colombiana en torno a los problemas estructurales de la nación, cuyo nudo gordiano era el secular conflicto social entre una oligarquía excluyente y un pueblo excluido.  En términos de Jorge Eliécer Gaitán sería como sentar en la misma mesa al País Nacional y al País Político en la mira de construir una democracia incluyente.

Sin duda la propuesta estaba inspirada en El Contrato Social de Rousseau y en la lectura batemaniana de la realidad colombiana como un Estado fracasado que aún tenía como asignatura pendiente la revolución liberal.  El diagnóstico de fondo constata la hegemonía conservadora de una élite agraria y clerical que se impone desde la Regeneración y que, luego de estar a punto de perder el poder en los años 30 y 40, logra abortar el conato liberalizante, recupera su predominio de estirpe falangista, mata a Gaitán, desata una violencia feroz contra el pueblo liberal y finalmente coopta a la acobardada élite liberal con el excluyente Frente Nacional en el nuevo contexto de la guerra fría.  El conservatismo ha sabido limpiarse el trasero con el trapo rojo.  He aquí el hilo histórico del fascismo azul que se prolonga hasta hoy, encarnado en el uribismo, bastión de la premodernidad.

En aquel momento Bateman concibe al M-19 como la democracia en armas que responde al fraude electoral, al militarismo y la cerrazón del régimen frentenacionalista con la audacia de la acción intrépida para obligar a las élites a negociar la paz, la apertura democrática y la reconfiguración de las instituciones, no para favorecer al M-19, sino para activar la participación popular en la conducción de la nación.  Evocando la revolución francesa diríamos que se trata de la insubordinación del tercer estado, que no es otro sino el pueblo llano.

El 28 de abril de 1983 muere Jaime Bateman en un accidente de aviación, precisamente cuando gestionaba el diálogo.  Fayad y Ospina hablan con Belisario en Madrid con los auspicios de la socialdemocracia, se pacta la tregua pero el gran diálogo no cuaja.  No hay voluntad política.  El ejército sabotea la tregua cercando y atacando al M-19 en lo que pasará a la historia como la batalla de Yarumales en una novedosa guerra de posiciones, señal de salto cualitativo en la guerra de guerrillas.  Luego atentan contra Navarro, vocero por entonces del grupo insurgente.  La tregua se rompe durante el tercer paro cívico nacional, la guerra asciende en espiral y desemboca en el intento de juzgar al presidente en el Palacio de Justicia por haber traicionado los acuerdos.  En noviembre de 1985 era inimaginable que apenas cinco años después el M-19 estaría sacando la lista más votada en unas elecciones trascendentales para integrar una Asamblea Nacional Constituyente en la cual intentaría, en consonancia con el hijo del falangista Laureano Gómez y del liberal Horacio Serpa, cimentar un Estado Social de Derecho en Colombia. 

Eduardo Pizarro Leongómez tuvo mucho que ver en este giro asombroso de los acontecimientos. En 1986 había publicado en la revista Foro un artículo titulado “Un nuevo Pacto Nacional más allá del bipartidismo” que tuvo gran impacto en su hermano, a la sazón comandante del M-19.  El posterior secuestro de Álvaro Gómez produjo un doble milagro.  Creó las condiciones políticas para la improbable desmovilización del grupo insurgente en medio de una caótica “libanización” de la violencia y dotó al veterano dirigente conservador de la lucidez necesaria para entender la necesidad de un Acuerdo sobre lo Fundamental, frase de su autoría que expresa la idea profética de Bateman.    

La Constituyente del 91 jugó el papel del diálogo nacional y parió por fin una Constitución garantista, pionera de lo que se denominaría el “nuevo constitucionalismo latinoamericano”, la cual pudo ser el almendrón del Pacto Nacional que vislumbrara Eduardo Pizarro, en la misma línea de Bateman y Gómez.  Pero no logró ese alcance.  ¿Por qué?

Primero porque surgía en ese momento un nuevo orden mundial y se impuso el consenso de Washington con su ideología neoliberal antisocial (victoria incubada desde 1980).  De ahí que la nueva constitución bicéfala amalgama la visión socialdemócrata y la neoliberal.  Y segundo porque la Constituyente dejó por fuera a los militares y a la Colombia profunda con sus actores bélicos y su economía subterránea, factores de poder ineludibles.  Los vientos de cambio tampoco tuvieron suficiente ímpetu político para derrotar al clientelismo y se vino la marea de contrarreformas.  Guerra, narcotráfico, corrupción, clientelismo y neoliberalismo limitaron drásticamente los alcances de aquel hito histórico.  Pasar de un capitalismo rentista, extractivista y premoderno a un capitalismo productivo, innovador y moderno sigue siendo una asignatura pendiente, la revolución liberal y social que nunca se hizo por la resistencia de una élite retardataria.

En los años 80 Gustavo Petro era un joven dirigente cívico de Zipaquirá, concejal, preso político, militante raso del M-19 en tareas políticas, se formó en la vorágine de los hechos aquí narrados y en el siglo XXI retoma el hilo de la propuesta de paz y democracia incluyente, que Navarro Wolff parece haber olvidado.  Con visión de futuro incorpora nuevos elementos -como el cambio climático y la transición energética- en el marco de una moderna filosofía humanista y progresista.  Y lanza una propuesta política: el Pacto Histórico. No es la etiqueta de una simple coalición electoral sino una propuesta para la nación toda, incluyendo al uribismo.  Pero hoy sólo hay una manera de obligar a las élites a negociar: derrotándolas en las urnas.


 

Hipótesis inédita sobre la toma del Palacio de Justicia

Publicada el 6 de noviembre de 2022

 

Tengo una hipótesis especulativa para resolver un misterio de la toma del Palacio de Justicia, sucedida en aquel noviembre trágico de hace 37 años.

No voy a referirme a la suerte de los desaparecidos, que sería la principal pregunta que todavía hoy exige respuesta. Tampoco al eterno interrogante sobre si se trató de una emboscada o no, es decir, si las fuerzas militares sabían del operativo y propiciaron su realización al retirar la seguridad del Palacio. Aclaro de plano que no voy a referime a la verdad de los hechos en torno a la toma y la retoma. 

El misterio que quiero abordar es el siguiente: ¿por qué el M-19 no se tomó el edificio del Congreso de la República en vez del Palacio de Justicia?

Esa pregunta se la ha hecho todo el mundo en voz baja.  Para cualquier observador de la lógica de pensamiento y acción de las insurgencias en América Latina, tal interrogante es lo primero que se le viene a la cabeza.  Si se trataba de tomar rehenes de alta relevancia para generar un hecho político y negociación, como en múltiples ocasiones habían ejecutado los diversos grupos insurgentes del continente y el propio M-19, lo lógico era atacar una institución desprestigiada y con alto grado de responsabilidad en la situación del país, como era el parlamento colombiano que aglutina a la cúpula de la clase politiquera, epicentro de la corrupción. 

Exactamente eso fue lo que hizo el Frente Sandinista de Liberación Nacional el 22 de agosto de 1978 en Managua en un operativo que llevaba el nombre de su líder fundador, Carlos Fonseca Amador.  El Congreso nicaragüense estaba tan desprestigiado que la acción pasó a la historia como la “operación chanchera” o “el asalto a la casa de los chanchos”, como la llamó García Márquez en una crónica pocos días después del suceso.  Esta acción político-militar fue una extraordinaria victoria sandinista que preparó el camino hacia la ofensiva final.  Menos de un año después el FSLN se tomaba el poder.

En contraste, la toma del Palacio de Justicia en Colombia parecía no tener lógica.  La Corte Suprema de Justicia era una prestigiosa reserva democrática de la nación, defensora de los derechos humanos. Como tal investigaba a integrantes de la cúpula militar por violación de esos derechos fundamentales a la vida y la integridad, perpetrados a punta de torturas y desapariciones desatadas por el régimen al amparo del Estado de Sitio.  La Corte era, pues, un aliado natural del movimiento popular y democrático.  Decir que era un aliado del M-19 sería un exabrupto, pero había sintonía en torno a los valores democráticos, en oposición al autoritarismo militarista.

En los comunicados del M-19 durante ese noviembre histórico la Corte es denominada “reserva moral de la nación”, “hombres de honor y leyes” y siempre es tratada respetuosamente con el adjetivo “honorable” antecediendo su nombre.  Más aún, toda la concepción del operativo parte de una alta valoración de ese máximo tribunal como la instancia idónea para el hecho político que se pretendía generar y los magistrados jamás son concebidos como objetivo militar.  Digámoslo de manera clara y contundente: para el M-19 los magistrados no eran rehenes. 

La idea era presentar ante la Corte una demanda (armada) para enjuiciar al presidente Belisario Betancur por traición a los acuerdos de tregua y diálogo nacional firmados en 1984 y tomarse militarmente el edificio para defender al alto tribunal y darle protección en su tarea.  ¿Cómo se entiende esa visión que choca de frente contra el más elemental sentido común?

Para explicar esa misteriosa lógica oculta es que sugiero mi hipótesis.   Que el M-19 se convenciera a sí mismo de una idea que parece absurda para cualquier persona común denota un imaginario especial (algunos dirían “delirante”) que se había venido configurando en esa organización desde 1983.

Señalo el año 83 porque justo antes de morir, Bateman organiza un nuevo curso de entrenamiento militar en Cuba.  Esta vez no se cometen los errores de 1981, que Darío Villamizar narra muy bien en su reciente libro Crónica de una guerrilla perdida. Carlos Pizarro fue el líder de esa tropa que al regresar a Colombia constituirá el Frente Occidental en las montañas del Cauca y que en 1984 desplegará una nueva dinámica que marca diferencias con el Frente Sur encabezado por Gustavo Arias, alias Boris.  En ese momento hay una disputa de concepciones entre los “académicos” del Frente Occidental y los “históricos” del Frente Sur. 

En el primer semestre de 1984 el M-19 lanza una ofensiva militar sustentando una propuesta política de tregua y diálogo nacional.  Cuando ya está a punto de firmarse el acuerdo con el gobierno, Pizarro, desobedeciendo a su comandante Álvaro Fayad (según se dice), se toma Yumbo, en las propias goteras de Cali.  Casualmente, el día anterior habían asesinado a Carlos Toledo Plata, médico amnistiado y dirigente histórico de la Anapo y del Eme.  La coincidencia permite que la acción de Yumbo aparezca como una respuesta justificada por parte del M-19 y no se malogra la firma.

La tregua y el diálogo se van desarrollando con gran acogida popular y notorio impacto político a pesar del saboteo de los militares, que terminan cercando al Frente Occidental del M-19 en una zona de la cordillera central llamada Yarumales.  A final de año se produce una batalla propia de la guerra de posiciones, inédita en la historia guerrillera.  Los “académicos” habían introducido nuevas técnicas de ingeniería militar en la guerra colombiana que lograrían desconcertar al ejército y luego de tres semanas el M-19 se anota una victoria inesperada que hiere el orgullo militar.  Un mes después, febrero del 85, en medio de una euforia triunfalista se desarrolla la IX Conferencia del M-19 y un Congreso popular que pasará a la historia como el Congreso de Los Robles (apenas a 4 kilómetros de Yarumales).

Cuando la tregua se rompe por el atentado a Navarro Wolff, el M-19 lanzará en el segundo semestre de 1985 una ofensiva militar que llevará hasta el centro de Bogotá: a la toma del Palacio de Justicia.  Los “académicos” no sólo habían incorporado técnicas rurales, también trajeron técnicas de guerra urbana, por ejemplo el concepto “defensa de edificio”. 

Esa concepción es la que explica por qué la táctica tradicional de rehenes no está en la lógica de la acción.  En el imaginario de la compañía Iván Marino Ospina que ejecuta el operativo seguramente estaba reproducir la victoria de Yarumales en plena Plaza de Bolívar.  Es posible que al analizar los blancos posibles, la arquitectura del Palacio de Justicia se ajustara más al concepto militar de defensa de edificio que el Capitolio Nacional donde sesiona el Congreso. 

Pero dije que había un detalle adicional.  ¿A quién se le ocurre ante el contexto que hemos esbozado arriba que el gran hecho político consista en poner una demanda? Semejante idea sólo se le puede ocurrir a un abogado. De cabo a rabo toda la concepción política del operativo está signada por la mentalidad y el lenguaje de la abogacía.  Había dos abogados en el estado mayor al mando de la operación: Andrés Almarales y Alfonso Jacquin.  Pero sólo Jacquin había estado en el entrenamiento de los “académicos”, en la toma de Yumbo, en la batalla de Yarumales.

Alfonso Jacquin, samario como Bateman, llamado el “Pompo” por sus amigos, fue el mejor orador que tuvo el M-19.  Su labia era tal, que era capaz de convencer a cualquiera de cualquier cosa, incluso a sí mismo.  Años antes, en sus tiempos de troskista, había escrito una crítica profunda a las acciones violentas ejecutadas por un grupo de personas, en contraste con la lucha de masas. 

En su eufórico discurso de clausura del Congreso de Los Robles, con las luces de Cali en el fondo oscuro, el nuevo Jacquin guerrero sueña, delira, eleva la palabra a la altura de la poesía con una pasión que se desborda por la montaña.  La misma pasión que Bateman invoca en aquella inolvidable entrevista de Alfredo Molano que luego fue convertida en melodia por Afranio Parra.  Esa pasión tuvo que ser el crisol de la insólita idea de la demanda armada para enjuiciar a un presidente traidor. 

Puedo imaginar al Pompo convenciendo a todos de que tomarse el Congreso era una simple imitación de los nicas, que había que innovar como le gustaba al M-19 y que en Colombia las grandes alamedas se abrirían desde el corazón de la Justicia, encarnada en la Honorable Corte Suprema de Justicia protegida por la democracia en armas.  Finalmente, los tanques convirtieron el sueño en pesadilla.  En medio de los tiros dos abogados llamados Alfonso hablan con una emisora (oir aquí). Reyes Echandía clama el cese al fuego.  Jacquin le pide el teléfono y al describir en pocos segundos la situación de irrespeto absoluto a la Corte por el poder civil y militar menciona dos veces la palabra “increíble”.  No lo podía creer.         

Coletilla: la perspectiva de Gustavo Petro sobre la toma y retoma del Palacio de Justicia está plasmada en un libro titulado Prohibido olvidar (Casa Editorial Pisando Callos, 2006) escrito en conjunto con Maureén Maya.  Petro coincide más con el Jacquin troskista que con el guerrero.


 

La superioridad ética del M-19

Publicada el 9 de julio de 2022

 

El informe de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición es un documento de gran trascendencia para Colombia.  Es el resultado de un trabajo serio de varios años, investigando y recopilando testimonios a lo largo y ancho del territorio.  Es un material que da voz a las víctimas del conflicto armado colombiano.  En conjunto ocupa varios volúmenes y componentes, y tiene formato multimedia, por lo que puede consultarse en el siguiente enlace.  En un acto público fue entregado al presidente electo, Gustavo Petro, mientras que el presidente saliente, Iván Duque decidió no asistir con el pretexto de un viaje. 

La realidad es que no sólo Duque, sino todo el uribismo mediático y trinador han rechazado el documento sin haberlo leído, recurriendo a pseudoargumentos falaces.  Lo tildan de sesgado, cuando en realidad es un trabajo que recoge los testimonios de las víctimas de todos los actores armados del conflicto posterior a 1960. El documento es ecuánime y en el análisis es crítico, tanto de los paramilitares y las fuerzas del Estado como de las guerrillas de todos los pelambres.  Precisamente su virtud es que le da a cada actor lo que merece.  Eso es lo que el fascismo azul, con su cabeza uribista, no aceptan, pues su versión amañada de la historia de la guerra interna queda desenmascarada cuando se ponen en evidencia los crímenes de Estado, las alianzas de las fuerzas armadas con los paramilitares, y la financiación por sectores de las élites, todo lo que ellos quieren ocultar.  No se atreven a reconocer que el trabajo también pone en evidencia la degradación en que incurrieron ciertos grupos guerrilleros, especialmente desde los años noventa.

Cuando el Presidente Petro recibió el documento, anunció que también sería publicado masivamente en forma de libros en su gobierno, para que en cada hogar y en cada escuela se pudiera leer y estudiar la cruda descripción de nuestra conflictiva historia.  Soy de la opinión de que en el nuevo gobierno se recupere la enseñanza de la historia en los colegios y, en ese contexto, el trascendental informe de la Comisión de la Verdad debe ingresar como material de estudio.  Por mi parte ya inicié la lectura de la parte del informe que se titula Hallazgos y recomendaciones.  Es la parte más analítica, con datos estadísticos y elaboraciones teóricas, arriesgando interpretaciones y evaluaciones críticas.  Todo este esfuerzo investigativo complementa la gran obra del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) durante la dirección del científico Gonzalo Sánchez, en especial el informe general titulado ¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y dignidad (2013).

Permítanme una digresión: es una grata noticia la renuncia esta semana de Darío Acevedo, nombrado por Duque en la dirección del CNMH: ¡Qué labor tan nefasta y destructiva hizo este sujeto!  Estoy seguro que Petro nombrará a alguien idóneo en ese cargo, como por ejemplo Darío Villamizar o el mismo Gonzalo Sánchez, expertos en esa rama de las ciencias sociales que en nuestro país ha recibido el nombre de “violentología”.

Continúo. El estudio de la literatura científica sobre el conflicto armado posterior a 1960, como el mencionado ¡Basta ya!, me ha llevado a sustentar la tesis de la superioridad ética del M-19 con respecto a otros actores armados, ya sean otras guerrillas, los paramilitares o las fuerzas armadas del Estado colombiano.  En el trasfondo está, desde luego, el debate sobre la legitimidad de la lucha armada en determinados contextos.  La guerra es de por sí un escenario de crueldad y sufrimiento, de violencia y muerte, pero hay grados.  Por eso se habla de la humanización de la guerra (aunque no debemos olvidar que la violencia es muy propia del autodenominado Homo Sapiens). Y también por ello se ha desarrollado a lo largo de varias décadas el Derecho Internacional Humanitario (DIH).

Mi tesis se basa en el análisis cualitativo y cuantitativo de los hechos, especialmente en las cifras referidas a las conductas que conllevan violación de los DDHH o del DIH, muchas veces agravadas por la sevicia: masacres o asesinatos de civiles o de combatientes en estado de indefensión, fusilamientos, desapariciones forzadas, “falsos positivos”, mutilaciones y descuartizamientos, torturas, vejaciones, violaciones sexuales, reclutamiento forzado, reclutamiento de menores de 15 años, secuestros, “pescas milagrosas”, toma de rehenes, detenciones arbitrarias, extorsiones, robo de ganado, despojo de tierras, minas quiebrapatas, bombardeos de civiles, armas prohibidas, desplazamientos forzados, daño a bienes públicos y al ambiente.

De ese análisis de casos y cifras se desprende que el M-19 no incurrió en la inmensa mayoría de esas prácticas execrables. Sí incurrió en secuestro y extorsión selectivos como forma de financiación (pero representa menos del 1% de los casos). Realizó dos sonoros casos políticos de toma de rehenes que merecen análisis detallado (ver el libro sobre el Palacio de Justicia titulado Prohibido olvidar de Gustavo Petro y Maureen Maya).  Y en sus inicios cometió la infamia de asesinar a José Raquel Mercado tras un supuesto juicio por traición y corrupción;  esa culpa marcó al movimiento y lo abocó a la autocrítica para erradicar ese tipo de acción vil.   

En una ponencia que escribí sobre el periplo histórico del M-19 hago un análisis del código ético de esta organización que era más política que militar, aunque sea recordada por algunas acciones militares espectaculares.  En términos generales el M-19 fue fiel a su propio código ético, algo que no pueden decir otros grupos ni el Estado. Cuando la guerra sucia se disparó en la segunda mitad de los años 80, el Eme fue capaz de entender que se venía la imparable degradación de la guerra y supo abandonar a tiempo el camino de las armas.  Cuando entró a la legalidad fue premiado por el pueblo colombiano con la lista más votada  a la Asamblea Nacional Constituyente.

Dos aclaraciones finales. Primero, antes de 1960 los partidos liberal y conservador ensangrentaron la patria durante más de un siglo, con una violencia peor que la del conflicto reciente.  En particular, el partido conservador fue el actor político más violento de la historia republicana de Colombia.  Desde el Frente Nacional las FFAA profesionalizadas asumieron la representación bélica del bipartidismo.  Segundo, admito que una breve columna no permite la sustentación de la tesis con profundidad y con datos.  Esa tarea la asumo en un artículo académico que estoy elaborando o en cualquier debate oral donde me inviten.


 

Paz se escribe con Eme: 30 años del Acuerdo con el M-19

Publicado el 9 de marzo de 2020

 

El 9 de marzo de 1990 se produjo la firma del Acuerdo de Paz entre el Estado colombiano y el Movimiento 19 de Abril, M-19.  Se cumplen tres décadas de este hecho histórico que dejó una huella indeleble, pues generó una fecunda sinergia con el movimiento estudiantil de la Séptima Papeleta y creó el clima adecuado con el nuevo gobierno para la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente y la disolución del desprestigiado Congreso de la República.  De esa manera el país logró reemplazar la vetusta constitución de 1886 y darle paso a una nueva institucionalidad.  El M-19 se transmutó en Alianza Democrática M-19 y se convirtió en la lista más votada a la Constituyente, sacando 19 miembros de un total de 70.  Una guerrilla que duró 16 años en lucha armada, desde aquel 17 de enero en que un comando recuperó la espada de Bolívar, logró finalmente convertirse en fundadora de las nuevas instituciones colombianas, junto al partido liberal liderado por Horacio Serpa y al Movimiento de Salvación Nacional de Álvaro Gómez, quien pocos años después fue asesinado por la derecha recalcitrante y golpista, como narra el periodista Jorge Gómez Pinilla en el libro que hoy sale a la luz con el título Los secretos del asesinato de Álvaro Gómez Hurtado.

Esta columna encaja perfectamente como continuación de la anterior que publiqué aquí en El Unicornio, dedicada a los 40 años de la toma de la embajada de la República Dominicana, en cuyo balance concluímos que su significación política trascendente fue la propuesta de paz y democracia que Jaime Bateman lanzó en simultánea con la toma en 1980.  Diez años después, los acuerdos firmados y la nueva constitución materializaron dicha propuesta y cerraron un ciclo de la historia colombiana.  Es preciso aclarar que la nueva Constitución fue bicéfala, pues tiene dos cabezas ideológicas.  Por un lado incluyó la visión socialdemócrata del M-19 y algunos sectores progresistas que se expresa en el carácter garantista de la carta magna y el Estado Social de Derecho que impregna su espíritu en gran parte.  Pero de otro lado trae también la influencia del proyecto neoliberal del denominado “Consenso de Washington” y que ha sido definitivo para la economía mundial en el período 1980-2020 con un tremendo retroceso del Estado de Bienestar en los países desarrollados y una concomitante avance inmoral y trágico de la desigualdad.  Temas bien analizados por textos como El Capital en el siglo XXI de Thomas Piketty (ver reseña), Capital e Ideología del mismo autor e Historia mínima del Neoliberalismo del mexicano Fernando Escalante (ver reseña).

El proceso de paz con el M-19 condujo posteriormente a la desmovilización del EPL, el PRT, el Quintín Lame y finalmente un sector del ELN.  Se considera que fue un proceso exitoso, altamente beneficioso para la democracia colombiana y resulta interesante compararlo con el proceso reciente de la FARC.  Son tres aspectos que debemos tener en cuenta: (1) el respeto a la vida de los desmovilizados (2) la apertura democrática que permite espacio político de participación a nuevas fuerzas o partidos legales  (3) el proceso de reinserción de los excombatientes.  Pues bien, en estos tres aspectos el balance es favorable para el proceso actual únicamente en el tercer aspecto. Veamos.

Al M-19 desmovilizado lo atacaron con guerra sucia en un principio, nada menos que con el asesinato en un avión de su máximo líder, Carlos Pizarro León-Gómez, hijo de un Vicealmirante de la Armada Nacional. Pero el Eme persistió en la paz gracias al clamor y el apoyo popular, lo cual fue premiado en votos.  Sin embargo, hubo otros asesinatos, como el del alcalde de Aguachica Luis Fernando Rincón y el del dirigente samario Ricardo Villa Salcedo, quien había sido diputado y senador.  Pese a todo la fuerzas de la muerte se vieron derrotadas por la alegría de un pueblo que respaldó el proceso con un amplio consenso, que como ya vimos hasta cambió la vieja y obsoleta institucionalidad, en un país conservador que nunca logró realizar a plenitud la revolución liberal, como sí lo hicieron los Estados Unidos y los países europeos.  En contraste el número de desmovilizados de las FARC que han sido asesinados en un genocidio sistemático comienza a parecerse al antecedente del período de 1986-1995, el sangriento “baile rojo” que acabó con la vida de miles de militantes de la Unión Patriótica, la inmensa mayoría de los cuales nunca había pertenecido a las FARC. Ya van casi 200 asesinatos en los pocos años que lleva este post-conflicto, agudizado por la polarización que ejerce una fuerza de ultraderecha minoritaria, el denominado “Centro Democrático” que ganó las elecciones de 2018 con apoyo de sectores de derecha moderada y de forma fraudulenta, como se acaba de revelar con las grabaciones del mafioso Ñeñe Hernández.  He ahí el primer contraste, el amplio consenso a comienzos de los años 90 versus la polarización actual entre la antidemocracia guerrerista en el gobierno uribista y los sectores democráticos y progresistas que apoyan el proceso de paz y el consiguiente post-conflicto.

El segundo aspecto es la apertura democrática que hace 30 años comenzó con pasos de animal grande, pero que luego se ha ido cerrando gradualmente con más de 30 contrarreformas constitucionales y otras leyes que van en contravía del espíritu garantista de estado social de derecho de la Constitución del 91.  El Acuerdo con las FARC, larga y minuciosamente negociado, también contemplaba temas de reforma agraria y cambios políticos liberalizantes, además de espacios de participación para las víctimas del conflicto en los territorios, pero ha tenido el palo en la rueda y el saboteo del uribismo.  Fue un error no haber involucrado a este sector recalcitrante en los diálogos de La Habana, como fue un error el plebiscito, donde el No ganó con manipulación demostrada (ver por ejemplo la confesión del gerente de esa campaña, Juan Carlos Vélez Uribe y el libro El triunfo del No del académico Andrei Gómez Suárez).  A todo ello se suma que las FARC cosechan el repudio que sembraron por la degradación de la guerra en el período de escalamiento 1995-2005, un gran rechazo que se expresó en la multitudinaria marcha del 4F de 2008.  Este rechazo contrasta con la simpatía que generaba el recién desmovilizado M-19 a comienzos de los 90.  Como decía el constituyente Germán Rojas Niño: “el M-19 tenía mucho que ganar y poco que perder al pasar a la legalidad”.

A pesar de los contrastes negativos anteriores, el tercer aspecto arroja un balance mucho mejor para el proceso actual, mostrando el aprendizaje en los procesos de reinserción.  Es así como hoy vemos numerosos proyectos productivos, educativos, creativos y deportivos, realmente exitosos en los territorios, algo que los colombianos debemos apreciar en toda su dimensión, pues está en juego la precaria paz que sigue siendo comprometida por el bandidaje mafioso en zonas como el Catatumbo o el Pacífico (qué triste ironía ese nombre), pero sobre todo por la actitud indolente y complaciente del gobierno actual.  A medida que se revelan los enlaces entre el uribismo y otros sectores de la clase política con las mafias del narcotráfico, la contratocracia y el clientelismo queda claro que el problema de fondo no es lo que pasa en territorios como el Cauca, Nariño, Norte de Santander, sino lo que sucede en el centro del poder y de la clase política corrupta en Bogotá y las grandes capitales. Vivimos literalmente en una narcodemocracia excluyente y extractiva.  La normopatía no puede ser la respuesta ciudadana.  La movilización en las calles y el voto inteligente deben ser la expresión de la participación ciudadana para recuperar los espacios democráticos y, más allá, para profundizar el Estado Social de Derecho con políticas sociales y ambientales, transición energética y defensa de lo público.  No se trata de resistir sino de impulsar la contraofensiva democrática y reformista.    

Otros aspectos de este balance de los Acuerdos de 1990 y sus antecedentes y consecuencias pueden escucharse en la entrevista que me hizo el profesor Luis Fernando Trejos en el programa Todos cuentan de la Emisora Uninorte FM Stereo, reproducible aquí

 


 

Acuso a Petro de ser petrista

Publicada el 12 de noviembre de 2021

 

En plena época electoral y en momentos en que encabeza las encuestas, Gustavo Petro Urrego ha publicado su autobiografía titulada Una vida, muchas vidas.  No está muy claro cuáles son las “muchas vidas”, pues su trayectoria se caracteriza por una constante: la política.  Más aún, la autobiografía no revela la integridad de su vida personal, intelectual o emocional, sino que está explícitamente enfocada en su vida política, con mínimas referencias a los otros aspectos vitales y las personas que lo rodean.  Cuenta allí cómo fue adquiriendo sus ideas contestatarias, cómo se involucró en la militancia y cómo desplegó su carrera política que desde hace unos 15 años lo ha convertido en uno de los principales protagonistas de la escena política colombiana y, sin duda, en el líder más visible de la izquierda, con récord de votos incluido.

El libro presenta una serie de erratas en fechas y nombres que indican que fue publicado con premura, evidenciando que el trabajo de revisión fue apresurado e insuficiente, similar a lo que suele sucederle con los trinos.  Más allá de esos detalles la obra le permite a Petro sacarse algunos clavos, defenderse de las calumnias que permanentemente propagan las bodegas mercenarias uribistas y, lo más importante, exponer su manera de pensar.

La extrema derecha y la centroderecha, ambas disfrazadas de “centro” y de demócratas, siempre han buscado presentar a Petro como un extremista, radical y terrorista que malgobernó a la capital del país, un “castrochavista” que adora el modelo cubano o venezolano. 

El libro muestra algo muy distinto.  Petro no fue un “comandante guerrillero” como suelen decir los uribistas, sino un militante de base en una organización no comunista, de talante socialdemócrata, entusiasta del trabajo de masas y la lucha social.  Tampoco tuvo que ver con la toma del Palacio de Justicia, pues precisamente en esa época se encontraba preso por su trabajo político en Zipaquirá.  El autor recorre todas esas vivencias de su vida juvenil, desde la adolescencia hasta llegar a los 30 cuando el M-19 se desmoviliza. 

Luego vienen las vicisitudes de la política legal, victorias y derrotas electorales, euforias y depresiones, debates y amenazas. Unos pocos años exiliado en Europa le dotaron de una conciencia ambiental educada, de ahí que entre todos los políticos colombianos de todas las pelambres, Petro ha sido el más visionario frente al Cambio Climático y la transición energética.  Especial importancia tiene su recuento de la Bogotá Humana, una gestión que el exalcalde ha defendido con cifras en otras ocasiones, pero que en este libro narra de manera más vivencial.  Es obvio que Petro no sería la opción presidencial favorita si su gestión al frente de la alcaldía hubiese sido mala.  De hecho, de todos los gobiernos locales de izquierda que ha habido en Colombia, éste es el único caso que de verdad desarrolla un proyecto de ciudad alternativo. 

Y en el libro el autor nos explica ese modelo que sí asume en serio el desafío ambiental y la política social con un enfoque realmente progresista. Que un gobierno sea decente en vez de corrupto es lo mínimo que se pide, pero no es suficiente. Hay que combatir la desigualdad, la segregación social, cambiar el modelo de ciudad para los carros y desarrollar una ciudad para la gente, defender el interés público frente a la voracidad de ciertos intereses privados de élites que han estado enriqueciéndose a través de la acumulación y la especulación rentista y los negociados basados en el tráfico de influencias. 

Ese modelo es alternativo porque, como bien lo que reconoce Hernando Gómez Buendía en su reciente libro, en Colombia lo que ha imperado es el rentismo elitista y rosquero, no el capitalismo productivo e innovador.  Y el neoliberalismo no ha hecho sino agravar esa situación ampliando la brecha social.  No obstante, a la Bogotá Humana le faltó concientizar y empoderar más a la gente, de ahí que Petro se case con la tesis del arribismo de clase media, para explicar la incapacidad de darle continuidad a ese proyecto más allá de su gobierno.  En ese punto elude la autocrítica, pues el talón de Aquiles de Gustavo Petro siempre ha sido el aspecto organizativo.  Su negacionismo en este punto vital lo racionaliza acudiendo a las equivocadas tesis de Toni Negri sobre “las multitudes”, una excusa para no construir organización.  En realidad las montoneras nunca han sido las parteras de la historia y los caudillos muchas veces terminan como Bolívar o Napoleón, o como Gaitán.         

En resumen, Petro expone en su obra su concepción de la sociedad y las instituciones, una información clave para sus posibles votantes en 2022.  Pero a los críticos del libro no les interesa lo fundamental, sino la minucia del pasado.  Es claro que Petro no escribió allí la historia del M-19, ni la historia de Colombia en el último medio siglo. Para los historiadores profesionales, encargados de esa tarea, el texto de Petro no es más que un insumo, una perspectiva entre muchas.

El libro es una autobiografía, por tanto gira alrededor de él, de su vida, no está enfocada en el contexto.  No es megalomanía, es que así son las autobiografías: subjetivas.  Ni siquiera la autobiografía de Eric Hobsbawm, uno de los grandes historiadores del siglo XX, se escapa de esa subjetividad del género.  Tampoco el ilustre filósofo Mario Bunge, que en su autobiografía escrita a los 95 años y titulada Entre dos mundos, se luce contando como les calló la boca a más de un filósofo de talla mundial, todos ellos fallecidos a la sazón, por supuesto.  De seguro la versión de esos filósofos sobre tales encuentros o debates debió ser muy diferente. Es como si yo contara muy ufano la vez que debatí con Bunge en Buenos Aires sobre la biologización de las ciencias sociales: ya Mario no está para refutarme.

Petro cae en esa misma humana vanidad y exagera su participación en la decisión del M-19 de negociar un acuerdo de paz con el gobierno Barco o, dos décadas después, en la configuración del Partido Verde.  Ambos procesos fueron mucho más complejos y participó mucha más gente que lo que el autor reconoce en su subjetiva narración.  Algo parecido sucede en otros episodios.  Si un lector, de manera equivocada, asume el texto como si fuera un libro de historia, terminará acusando al autor de… ¡ser demasiado petrista!  


 

Mi generación ante la inminente victoria

Publicada el 18 de junio de 2022, víspera de la segunda vuelta presidencial

 

Decía Alfred de Vigny que “una vida lograda es un sueño de adolescente realizado en la edad madura”.  Los sueños individuales son legítimos, pero apenas son anécdotas en la escala de la sociedad. Los sueños más importantes, más hermosos, más inspiradores, son los sueños colectivos.  Para mi generación, que tuvo su bautizo de fuego en el gran paro cívico nacional del 14 de septiembre de 1977, ese sueño era y es la justicia social.  Y el camino para lograrlo era una revolución democrática popular. 

Veíamos las elecciones como un engaño, un callejón sin salida.  Y no nos faltaban razones.  El 19 de abril de 1970 le birlaron el triunfo a la Anapo, fue un fraude evidente.  Y el 11 de septiembre de 1973 el mortal golpe de estado en Chile con apoyo de Estados Unidos nos mostró que el camino electoral no tenía presente ni futuro hasta que no abriéramos con la fuerza popular las compuertas de la democracia.  Por eso, en mi caso personal, durante los siguientes 12 años tras obtener la mayoría de edad, nunca voté. Jamás. Ni en presidenciales, ni en parlamentarias, ni en locales.

Gustavo Petro pensaba diferente.  Como todos nosotros, Gustavo se hizo adulto en medio de las luchas sociales.  Era una época de auge de los movimientos cívicos, había paros y tomas de iglesias por doquier.  El movimiento estudiantil se había recuperado tras la derrota de 1971 y volvía por sus fueros a partir de la Toma de la Ermita en Cali que gestamos los estudiantes de la Universidad del Valle.  El movimiento obrero y sindical aún tenía fortaleza y había logrado unificarse en el Consejo Nacional Sindical. 

En Zipaquirá, Gustavo vivió la maravillosa experiencia de la recuperación de tierras y la lucha por la vivienda.  De ahí surgió el barrio Bolívar 83, donde nacería años después un campeón del Tour de Francia. Por las características económicas del municipio, Gustavo también estuvo en contacto con la clase obrera.  A diferencia de nosotros, los que liderábamos el movimiento estudiantil, que eramos abstencionistas, el joven de Ciénaga de Oro tuvo la osadía de medirse con las maquinarias electorales del bipartidismo en el marco de una democracia restringida, amordazada por el estado de sitio casi permanente y el estatuto de seguridad copiado de los modelos dictatoriales del Cono Sur.  ¡Y ganó!  Increíblemente fue elegido concejal de Zipaquirá cuando apenas acaba de salir de la adolescencia.  Desde muy joven se vislumbraba como un prospecto político, sin duda. 

Toda esa gesta turbulenta de los años ochenta desembocó en el gran triunfo de nuestra generación: tumbar la obsoleta y centenaria Constitución de 1886 que sostenía el Orden Conservador (travestido en bipartidista).  Aprovechando los vientos auspiciosos del proceso de paz con el M-19 y la jugadita tramposa del Congreso de la República (como siempre) en lo que se conoció como “el camarazo”, el movimiento estudiantil impulsó la séptima papeleta y rompió el nudo constitucional que impedía la renovación de las viejas y oxidadas instituciones colombianas para elevarlas a la altura de los tiempos.  Ahí le dije adiós a mi virginidad electoral. Paradójicamente esto sucedió en el contexto de la campaña presidencial más sangrienta que nación alguna haya padecido, cuando cuatro candidatos presidenciales fueron asesinados: Jaime, Luis Carlos, Bernardo y Carlos.  Sus apellidos deben estar en tu memoria.

A comienzos de los años 90 se formó una gran coalición integrada por el M-19 (liderado por Antonio Navarro Wolff), el liberalismo (con Horacio Serpa a la cabeza) y el Movimiento de Salvación Nacional de Álvaro Gómez Hurtado.  Sorprendentemente fue el hijo de Laureano Gómez quien, recogiendo las ideas de Jaime Bateman, planteó la tesis del Acuerdo sobre lo Fundamental.

Pero el Orden Conservador no estaba vencido.  A Gómez lo mató la derecha por traicionar ese régimen del cual se volvió agudo crítico. La nueva Constitución sufrió más de 30 contrarreformas y remiendos.  Y en el siglo XXI el viejo fascismo azul resurgió en la forma del fenómeno político uribista, cuyo combustible fueron las FARC.  Es el régimen que los jóvenes de hoy han conocido y del cual están hastiados. 

No obstante, las cifras de los alternativos en las elecciones presidenciales muestran algo muy claro.  En 2002 sacamos 750.000 votos; en 2006 fueron 2.600.000;  en 2010 Mockus sacó 3.500.000; en 2014 no hubo candidatura alternativa pues el proceso de paz con las FARC determinó una polarización entre Santos y Uribe, pero ganó Santos apoyado por los alternativos.  En 2018, el candidato alternativo fue Gustavo Petro, el gran oponente dialéctico del uribismo, quién alcanzó casi 5 millones en primera vuelta y 8 millones en segunda. El 29 de mayo de 2022 él mismo obtuvo 8,5 millones en primera vuelta y se apresta ahora a superar la barrera de los 10 u 11 millones este domingo decisivo. El ascenso es lento pero constante, imparable. Y eso sin mencionar los triunfos en elecciones locales o el gran logro del Pacto Histórico el 13 de marzo.

La victoria popular es inminente.  Será la primera vez en la historia de Colombia desde el siglo XIX que tendremos un gobierno de las nuevas ciudadanías y no de las élites atornilladas.  Habrá que construir un nuevo pacto social, un Acuerdo Nacional sobre lo Fundamental, pero reivindicando al pueblo. La justicia social que soñábamos de adolescentes se hace factible.  Y como hemos visto, Petro es producto circunstancial, pues estas elecciones condensan una historia de décadas, de luchas sociales, de ascenso y consolidación de las ideas progresistas en un país que ha sido tradicionalmente conservador.

La última vez que midieron fuerzas de manera tan clara la media Colombia conservadora y la media Colombia progresista fue el 2 de octubre de 2016 en el famoso plebiscito por la paz.  Gracias a la ya confesa manipulación, la mentalidad retardataria se impuso por apenas 50 mil votos (0,5%).  Desde entonces, millones de jóvenes llegan a la mayoría de edad y miles de ancianos terminan su ciclo vital. La población se renueva. La correlación de fuerzas también. En el plebiscito hubo 13 millones de votos válidos.  El 19 de junio tendremos unos 20 millones de votos netos (quitando votos nulos, no marcados y en blanco).  Y la mayoría serán por el Cambio.  Huele a victoria.


 

Señor Uribe: “guerrillero” no es un insulto

Publicada el 26 de febrero de 2023

 

Una noticia ha circulado este fin de semana por todos los medios de comunicación, por cuenta de una simple frase de Álvaro Uribe Vélez en una reunión del autodenominado “Centro Democrático”. Sorprende que se le haya dado tanta trascendencia a una anécdota que, en principio, puede parecer insignificante. Al parecer algunos medios la interpretan como algo importante porque, supuestamente, “Uribe salió en defensa de Petro” como tituló El País de España en su sección para América (ver aquí). Otros medios ven allí un viraje o un cambio de tono que el líder del uribismo le instruye a sus huestes.

Para que el lector sepa directamente de qué estamos hablando es conveniente que vea y escuche este video de 41 segundos que el propio Álvaro Uribe emitió por medio de un trino en su perfil oficial. En él, Uribe regaña a un anciano partidario suyo por utilizar el adjetivo “guerrillero” para referirse al actual Presidente de la República e insta a sus seguidores a que, en su presencia (¿en otros lados sí?), no se utilicen insultos contra Petro sino argumentos que fundamenten su oposición política. “Oposición con argumentos, no con insultos” podría ser el lema y creo que merecería un aplauso de nuestra parte. Pero hay un veneno en la intervención de Uribe, algo que los medios no son capaces de identificar ni mucho menos analizar, que es justo lo que vamos a hacer aquí. Veamos.

El anciano que intervenía llamó “guerrillero” al presidente Gustavo Petro. Es cierto que introducir calificativos en la argumentación política no aporta nada al razonamiento y, por el contrario, lo debilita. En este caso, además, el adjetivo tiene un error, pues Petro no es guerrillero, sino exguerrillero, pero en ningún caso es un insulto, como lo quiere hacer ver Uribe.

Aceptemos que para la argumentación del señor uribista hubiese sido mejor ser preciso y usar el prefijo “ex”, pues Petro se reinsertó a la vida civil desde 1990 en un proceso de paz exitoso y a fé que ha cumplido su compromiso. El propio Uribe, como congresista, contribuyó a garantizar el indulto a los exguerrilleros del M-19 a comienzos de los años 90. Aceptemos también que habría sido aún mejor para su argumentación que el anciano no hubiese utilizado calificativo alguno. Pero lo que no podemos aceptar es que la palabra “guerrillero” se convierta en un estigma y se le implanten connotaciones negativas mediante trucos retóricos o propagandistas que sobresimplifican la historia de este país.

Obviamente, no somos ingenuos como para desconocer que en el contexto de una reunión de fanáticos uribistas el apelativo “guerrillero” está cargado de valores negativos y por eso ellos sí, efectivamente, lo utilizan como insulto subjetivo. Esa palabra adquirió esas connotaciones negativas en Colombia cuando el conflicto armado se agudizó y se degradó en el período 1995-2005. Precisamente en ese momento histórico, Álvaro Uribe se convierte en un fenómeno político, interpretando a amplios sectores de la sociedad colombiana que rechazaban la degradación de la guerrilla (FARC y ELN), muchas veces acolitando las acciones paramilitares que eran aún peores, pero no amenzaban al statu quo.

Sin embargo, no podemos olvidar que esa misma palabra tenía connotaciones positivas, con un halo de heroísmo, altruismo, valentía y audacia, en los años anteriores a ese período. Por ejemplo, cuando el M-19 regresa a la legalidad en 1990 gozó de gran popularidad. Pizarro fue apodado el “comandante papito”, y buena parte de la sociedad colombiana ansiaba tomarse fotos y salir en los medios al lado de los guerrilleros como Pizarro o Navarro, en tránsito hacia la paz con el régimen. Pizarro fue asesinado siendo candidato presidencial cuando su ascenso en las encuestas parecía imparable. Y en diciembre de ese mismo año, Navarro encabezó la lista más votada para la Asamblea Nacional Constituyente. De modo que la institucionalidad colombiana desde hace tres décadas es el fruto tripartita del M-19 junto a liberales y conservadores. Tampoco hay que olvidar que estos últimos -liberales y conservadores- también fueron guerrilla durante la guerra civil que se desató en Colombia tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Somos un país guerrillero, eso es lo que evidencia la historia de Colombia, gústenos o no.

Entonces el adjetivo “guerrillero” ha fluctuado en la valoración de los colombianos, dependiendo de la época y de los sectores sociales y políticos que hagan la valoración. Es parte de la guerra semántica que se presenta en toda democracia alrededor del uso del lenguaje. Y en el año 2022 pasó algo extraordinario: la izquierda ganó las elecciones presidenciales con un candidato exguerrillero que nunca renegó de esa condición pasada y que, por el contrario, la cuenta con orgullo en su autobiografía (ver columna). En plena recta final de las elecciones la revista Semana, notoriamente parcializada, sacó una carátula en la que ponía a escoger a los colombianos entre un guerrillero y un ingeniero. ¿Y quién ganó?

La mayoría de los colombianos prefirió al guerrillero (exguerrillero en realidad), reivindicando esa categoría que expresa la rebeldía de una insurgencia que luchaba por reformas sociales para construir una sociedad mejor. Algo similar ha sucedido en varios países de América Latina.

Así como la palabra “soldado” no es un insulto a pesar de los falsos positivos y la violación de los derechos humanos y el derecho internacional humanitario por parte de las fuerzas militares, el adjetivo “guerrillero” tampoco lo es, a pesar de los desafueros que hayan podido cometer algunas guerrillas. Cada quien responde por lo suyo. La historia es compleja y tiene muchas aristas. La memoria de tantos colombianos valiosos y con altos ideales que sacrificaron sus vidas en la lucha insurgente -desde el cura Camilo hasta la Chiqui- no se puede borrar con burdas matrices mediáticas.

Haber sido guerrillero, pues, no es un estigma, es un honor. Un capítulo biográfico que se carga con orgullo en el morral de la vida. Palabra que sí.


 

Repensando la paz en el marco del Cambio

Publicada el 19 de marzo de 2023

 

De Alfonso López Michelsen se decía que “pone a pensar al país”. Efectivamente, en el país de los ciegos el tuerto es rey y de vez en cuando López lanzaba ideas al desierto de la escena política rutinaria que lograba mover un poco las neuronas congeladas del país político y producía algún debate ideológico. De Gustavo Petro no se dice lo mismo, no se lo trata con tanta consideración. Y, sin embargo, Petro sí que pone a pensar al país.

En la era del Twitter el presidente Gustavo Petro irradia ideas, aparentemente sueltas, que se propagan como ondas telúricas por las redes sociales y luego son distorsionadas por el ruido de los medios con sus analistas y pseudoanalistas en sus famosos ‘relatos periodísticos’ con los que intentan asentar ciertas matrices de opinión. Esos pseudoanálisis a veces son tan superficiales que ni siquiera contextualizan ni profundizan en el contenido de las ideas, sino que se dedican a buscarle el lado dizque “noticioso”, que en realidad es una manipulación de la información acorde a la línea política e ideológica del medio de comunicación. Antes los medios tenían la entereza, la transparencia y la sinceridad de identificarse como liberales y conservadores, pero esa cualidad la perdieron para entrar al mundo de la simulación propio del presente siglo. Simulan una neutralidad e independencia que en su mayoría no tienen.

Las ideas que irradia el presidente Petro no son ocurrencias sueltas, aunque el tiempo frenético del Twitter no ayuda y al gobierno le falta acompañar la herramienta comunicativa instantánea con la producción de más comunicados oficiales y de documentos maestros bien pensados y elaborados con serenidad y profundidad. A pesar de ese defecto, la coherencia del pensamiento de Petro es evidente para todo aquel que examine su evolución a través de los años, desde el M-19 hasta el presente como líder del poder ejecutivo nacional, pasando por su trayectoria legislativa y en la alcaldía de Bogotá. Tampoco ayuda la debilidad de la organización política que acompaña al gobierno, producto en parte de las ideas de Petro al respecto, siguiendo las tesis de las multitudes de Toni Negri. Una visión que puede resultar costosa para lo que intenta ser un proceso de transformación profunda de la nación.

En vez de ocurrencias lo que hay es un proyecto político que en el fondo es un producto supraindividual (y debe colectivizarse aún mucho más). Pero ese proyecto político no está escrito en ninguna parte sino que se halla disperso en discursos, entrevistas y escritos, lo que conlleva a que no se alcance a percibir su coherencia, puesto que al observador le llega un panorama fragmentado y muchas veces distorsionado por el ruido mediático como ya expliqué.

Petro escribió un libro autobiográfico que comenté en una columna, pero aunque allí hay elementos, no es una exposición analítica sino narrativa. El concejal de Bogotá, José Cuesta Novoa, filósofo de la Universidad Nacional, intentó suplir esa carencia con un libro titulado Pensamiento político de Petro de Editorial Aurora, pero creo que no logra ofrecer una visión de conjunto apropiada. Ese texto lo comentaré en otra ocasión.

Ahora quiero analizar, así sea esquemáticamente, el cuestionamiento que Petro hizo recientemente al acuerdo paz de 2016 entre el Estado colombiano y el grupo FARC. Tal cuestionamiento no se puede entender sino desde el marco teórico del proyecto político de humanismo progresista que el presidente lidera. 

La crítica que hace Petro, repensando la paz de 2016, es pertinente. Ante todo es una crítica comprensiva a las FARC, una guerrilla campesina que siempre fue expresión de un mundo rural, de ahí sus comprensibles limitaciones. Por tanto, de las FARC no podía esperarse una visión moderna de nación. Y respecto al gobierno Santos su limitación provenía de su concepción liberal elitista y centralista.

Para algunos la paz se mide exclusivamente en reducción de indicadores de violencia. Otros la concebimos como superación de la exclusión y la marginalidad de amplios sectores de la sociedad. Y -parafraseando a Turbay- como la reducción de la desigualdad a "sus justas proporciones". Esto implica un cambio de modelo económico, político, social, militar y cultural. Nada menos.

¿O acaso puede haber paz bajo el imperio de una doctrina militar centrada en el supuesto “enemigo interno” y que produjo un fenómeno criminal sistemático como los ‘falsos positivos’? Una concepción clasista de la fuerza pública que no sólo se expresa en la estructura jerárquica y en la propia carrera profesional de policías y militares, sino además en el alineamiento de sus sucesivas cúpulas con la ultraderecha colombiana y estadounidense, constituye un obstáculo para la paz en democracia. Y eso no se cambia de la noche a la mañana.

En el evento Conversaciones PRO de Pro-Antioquia el presidente insistió esta semana en algo que muchas veces ha expuesto: la necesidad de cambiar el modelo económico premoderno de semicapitalismo rentista, especulativo, excluyente y depredador del medio ambiente, que privilegia al capital financiero y a terratenientes, y que reproduce la corrupción estructural del sistema. Un modelo extractivista en su máxima expresión. En su lugar se propone un modelo moderno de capitalismo productivo, innovador e incluyente, que privilegia el Bien común y, por ende, el medio ambiente. De ahí que enfatizara en el conocimiento y la industrialización, así como otras veces lo ha hecho con la transición energética y la mitigación del calentamiento global. Nada de eso se contempla en el acuerdo de 2016, que apenas atiende la asignatura pendiente de la reforma agraria y a medias el narcotráfico.

El acuerdo de 2016 es tan limitado como limitada era la visión de las FARC y el horizonte de intereses que representaba el gobierno de Santos. Ese acuerdo debe cumplirse a cabalidad, pero más allá debe ampliarse para articularse con el gran torrente de la transformación profunda de Colombia, que sólo es posible con el diálogo nacional, como propusiera Jaime Bateman Cayón hace más de cuatro décadas. La esencia de la paz total es el Acuerdo Nacional, como bien lo entendió Álvaro Gómez Hurtado en sus últimos días, no los tecnicismos de los expertos.   

El fascismo azul

Publicada el 11 de septiembre de 2020

 

La organización política que más muertes y sufrimientos ha causado en la historia de Colombia se pasea oronda por la vida pública nacional como el criminal impune que sabe guardar el secreto de su culpabilidad.  Nunca cumplió con la verdad, la justicia y la reparación, y no sólo no ha brindado garantías de no repetición sino que ha hecho metástasis con su ideología cancerosa invadiendo múltiples órganos del cuerpo macerado de la patria, para seguir sembrando de cruces los campos deforestados de las cordilleras o las selvas menguantes de la periferia.  Del cadáver mudo de Bolívar se nutrió en su infancia y luego hizo de la violencia política su arma predilecta para imponer su impronta extremista y radical.  Ha combinado todas las formas de lucha, desde el terrorismo sin escrúpulos hasta el adoctrinamiento sectario. 

A estas alturas ya el lector habrá adivinado que estoy hablando del PCC, el Partido Conservador Colombiano, la organización de Caro y Ospina que nació para impedir la revolución libertaria y progresista del medio siglo, hace 171 años.  El proyecto conservador de mano fuerte y sinrazón grande se fraguó en las primeras décadas de la república enfrentado a un confuso liberalismo lleno de contradicciones.  Y podemos decir a estas alturas del siglo XXI que su marcha ha sido triunfal, pues a sangre y fuego ha hecho de Colombia una nación conservadora, aplastando los brotes de lo nuevo o transformando en bonsai cualquier retoño de reformismo, apertura o progreso social.

Su gesta hegemónica empezó con la Regeneración y el régimen de cristiandad de la Constitución de 1886.  Continuó a mediados del siglo XX con el hispanismo falangista ultracatólico bajo la égida de Laureano Gómez.  Luego se adaptó a los nuevos vientos de la guerra fría con el Frente Nacional clientelista.  Cooptó al partido liberal en un bipartidismo excluyente y aunque su cuerpo partidista fue debilitándose, su ideología se irrigó por las alcantarillas mentales de los súbditos, nutriendo el paramilitarismo y finalmente haciendo eclosión en el uribismo que María Jimena Duzán califica de fascista.  Un fascismo ladino de color azul.    

En el siglo XIX el liberalismo era la avanzada mundial del progreso civilizatorio que prometía una sociedad moderna capitalista, mientras el conservatismo carecía de propuesta distinta a frenar el progreso social, mantener la jerarquización y anclarse en las tradiciones y doctrinas medievales.  En el mundo, el liberalismo ponía las condiciones y el conservatismo resistía.  En Colombia, en cambio, la hegemonía conservadora abortó la revolución liberal democrática y limitó al partido liberal a un humillante “pataleo de ahogao”.  Según Malcolm Deas, en el período republicano del Siglo XIX, Colombia sufrió 8 guerras nacionales y medio centenar de conflictos locales, una verdadera sangría. 

La dialéctica de balas y de ideas entre liberales y conservadores terminó en 1885 con la victoria contundente de los azules.  En la Humareda la Constitución de Rionegro se hizo humo y el proyecto conservador impuso su visión de doble cuño: por un lado el centralismo autoritario y militarista y por el otro el pensamiento doctrinario premoderno del régimen de cristiandad.  En el seno de la Constitución de 1886 nace el ministerio de guerra y el ejército nacional, al año siguiente se sella el concordato con el Vaticano y en 1888 se crea la policía nacional.  El triunfante poder conservador se asienta en 4 columnas: el monopolio de las armas y el latifundio, la iglesia católica y la educación confesional.  Esta victoria se ratificó a fines de 1902 en un barco de Estados Unidos, que un año después se roba Panamá.  Al poco tiempo se perdieron vastos territorios amazónicos con Brasil y Perú, prueba palpable de que el flamante ejército nacional surgió para imponer el orden interno atacando a sus connacionales y no para defender las fronteras de la patria. 

El liberalismo resurge de las cenizas y durante 4 períodos intenta magras reformas.  Fracasa.  Con sed de venganza el partido conservador retoma el poder y desata La Violencia, con mayúsculas, un holocausto que se llevó las vidas de 300.000 colombianos.  En menos de una década el conservatismo mató más gente que las FARC en medio siglo (guerrilla que surgió de las autodefensas del campesinado liberal).  El estilo azul era el frac en los salones y el corte de franela en los campos.  El hispanismo ultracatólico colombiano se alinea con la dictadura de Franco y así como éste regala su territorio para bases militares gringas, Colombia se regala para enviar al otro lado del mundo más tropas que las que empleó en la guerra contra el Perú en 1932.  Ignominia total.

Como esto es Macondo, el fascismo falangista es barrido a medias por una dictadura militar populista.  Pero el orden oligárquico se recompone con el pacto de Benidorm y estrena un nuevo enemigo interno: el comunismo.  La liebre salta donde menos se espera.  El fenómeno anapista pone en jaque al régimen el 19 de abril de 1970 y Lleras patea el tablero.

Desde entonces el conservatismo es minoría, pero su ideología medra en la cúpula de las fuerzas militares, en los grupos paramilitares que empiezan a proliferar, en los sectores más retardatarios de la iglesia y en nuevas sectas protestantes importadas de Norteamérica, así como en algunas universidades privadas (ver la columna anterior con el caso de la Sergio Arboleda).  Finalmente, a la vuelta del siglo, el odio a las FARC se convierte en el combustible perfecto para incendiar la pradera con el fascismo azul.

El balance del conflicto armado realizado por el Centro Nacional de Memoria Histórica en el libro ¡Basta ya!, muestra en la página 55 que de 588 eventos de sevicia y crueldad extrema durante medio siglo, 63% corresponden a paramilitares, 9,7% a las fuerza pública, 21,4% a “grupos no identificados” y 0,7% a acciones conjuntas de paramilitares y ejército.  Mientras que el 5,1% corresponden a las guerrillas, principalmente las FARC y el ELN.  No es casualidad que el uribismo se haya apoderado del CNMH para borrar la memoria y pintar la historia... de azul.


 

Perijá y sus épicos secretos

Publicada el 7 de octubre de 2022

 

Navegando por mis redes pesqué un artículo del Washington Post que me llamó la atención (ver aquí).  Fue publicado el primero de octubre y lo que me atrapó es que afirmaba en su titular que el acuerdo de paz en Colombia llevó al descubrimiento de una nueva especie de dinosaurio.  ¿El acuerdo de paz? Contra lo que un lector colombiano podría sospechar el dinosaurio no era el Centrus Democráticus sino el Perijasaurus lapaz. 

El cuento reforzado de que el acuerdo de paz tenía que ver con este logro paleontológico se lo inventaron los propios investigadores, un equipo liderado por Jeffrey Wilson Mantilla en el marco de una alianza entre la Universidad del Norte y la Universidad de Michigan, al incluirlo en la justificación del nombre con el cual bautizaron a la nueva especie registrada.  Y fue por esa jugadita que el Washington Post lo convirtió en noticia. No es que la noticia científica no tenga valor, pero al ser algo muy técnico no atrae lectores, así que el periodismo le pone picante político para que sepa más sabroso. 

La realidad prosaica es que el fósil de 175 millones de años fue descubierto en 1943 en el municipio de La Paz, la tierra del ruiseñor del Cesar, Jorge Oñate, en las estribaciones de la Serranía del Perijá, cadena montañosa que pertenece a la cordillera oriental y marca la frontera con Venezuela al norte del país. Eso es lo que sustenta el nombre del dinosaurio colombiano: Perijasaurus lapaz, un saurópodo herbívoro parecido a los famosos brontosaurios.  En sus buenos tiempos del Jurásico inferior, este animal de larga cola y largo cuello tenía unos 12 metros de punta a punta y es el único de su tipo encontrado en el norte de Suramérica. A pesar de que sólo se halló una vértebra durante una exploración petrolera de la Tropical Oil Company hace ocho décadas, los científicos actuales pueden calcular el tamaño, inferir sus múltiples características y así clasificarlo en el sistema taxonómico como una nueva especie. 

El hallazgo científico actual no es, entonces, el descubrimiento del fósil sino su clasificación validada como especie nueva, arrojando luz sobre una época de diversificación temprana de los saurópodos en latitudes tropicales.  El artículo original, con varios autores colombianos, fue publicado el 10 de agosto de 2022 en el Journal of Vertebrate Paleontology.  Para hacer su investigación, los paleontólogos colombianos y extranjeros tuvieron que ejecutar, tanto un trabajo sofisticado de laboratorio, como un trabajo de campo en el departamento del Cesar, cerca de la carretera que conduce de La Paz a Manaure. 

Según ellos no había condiciones para ese trabajo de campo antes del acuerdo de paz debido a la presencia guerrillera.  Pero lo cierto es que Perijá no sólo fue territorio del Frente 41 de las FARC, también lo ha sido del ELN, grupo que apenas acaba de reiniciar negociación con el gobierno de Gustavo Petro en esta semana.  Por ejemplo, en agosto de 2020 fue capturado en La Paz un dirigente del Frente José Manuel Martínez Quiroz del ELN que lleva décadas en esa región (ver noticia).  Por esa presencia de los elenos y por el hecho de que la zona de donde proviene el fósil es de baja altitud y fácilmente accesible por carretera, resulta poco creíble que el peace agreement con las FARC haya sido determinante para el proyecto de investigación.  Más bien parece un toque macondiano adrede para condimentar un árido artículo académico y una estrategia para llegarle a un público más amplio.  Y el truco tuvo éxito, pues la prensa colombiana se dedicó a resaltar el hecho que normalmente habría pasado desapercibido.  

Vale recordar que no muy lejos de la zona, un poco más al norte, en la mina carbonífera del Cerrejón en el departamento de La Guajira fue descubierto en 2009 el famosísimo fósil de la serpiente más grande que ha existido, la Titanoboa Cerrejonensis, que pesaba más de una tonelada.  Esta serpiente récord tiene su propia entrada en Wikipedia.  La titanoboa existió en una época mucho más reciente que el perijasaurio, pues data del paleoceno, un período posterior a la extinción de los dinosaurios (hace unos 58 a 60 millones de años).  Pero en ambos casos había un hábitat tropical por lo que sorprende que esos fósiles se conservaran a pesar del calor y la humedad. 

Hemos hablado de dinosaurios y serpientes gigantes, de exploraciones de petróleo y carbón, de las FARC y el ELN.  Y ni siquiera hemos mencionado la riqueza de la cultura vallenata que florece en el plan y en la montaña, en esa tierra exuberante que es el valle encajonado entre dos sierras magníficas.  Ya nombré a uno de sus grandes cantores, el jilguero que falleció el año pasado y que en sus viejos tiempos entonaba “La Paz es mi pueblo, con sus calles raras, donde tanto tiempo allá, canté madrugadas” (óyelo aquí con el acordeón de Miguel López). 

Con la música revoloteando por tus oídos sigues hasta San Diego, tierra de poetas, y brindas en su Café Literario Vargas Vila.  Continúas por la carretera hasta El Desastre, donde los liberales perdieron una cruenta batalla durante la guerra de los mil días. Si subes por la bodega, antes de llegar a Codazzi, atravesarás cafetales y aguacatales hasta que perdido entre las montañas, a más de dos mil metros de altura, de pronto, divisarás un cañón profundo y al otro lado, una visión fantástica en medio de la bruma: la cascada más alta de Colombia, tan alta que no se alcanza a ver donde termina: es La Vela. 

Entiendes entonces lo que sintió Humboldt cuando viajó por América, tal y como lo narra Andrea Wulf en su libro La invención de la naturaleza.  En la cinta Los viajes del viento, con sus majestuosos paisajes, Ciro Guerra apenas nos brinda un atisbo, un sorbo de su magnificencia.

Así es Perijá, tierra ancestral del pueblo Yukpa, de la familia Karib, que antiguamente dominaba toda la cordillera y hoy se ha reducido a menos de 20 mil personas. Un territorio misterioso que entre el páramo de Sabana Rubia y el río Tocaimo de Leandro Díaz encierra el secreto mejor guardado del M-19, un sueño de Carlos Pizarro que un grupo de locos trató de plasmar en la realidad. Un sueño desconocido, como vértebra de un dinosaurio que nunca existió, cuya única pista escrita se encuentra en la autobiografía del Presidente de la República.

 

 

Como se observa en la imagen superior, también el Presidente de la República, Gustavo Petro, lee El Unicornio, un medio alternativo que merece el apoyo de la ciudadanía progresista. La columna mencionada por Petro en el trino expuesto arriba se titula El “centro” desenmascarado y no aparece en la presente selección pues aborda otro tema, propio de la coyuntura electoral 2021-2022.

 

Te invito a leer y apoyar El Unicornio

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