Columnas selectas sobre educación, pedagogía, autodidáctica, currículo, pensamiento crítico, Gran Historia (Big History), cosmovisión científica, redes sociales, memes, política educativa, calidad educativa
El fracaso de la pedagogía
Publicado el 23 de
agosto de 2020
La formación pedagógica de los
profesores tiene por objeto mejorar la educación que imparten. Actualmente en Colombia existen 21
doctorados, 192 maestrías y 441 especializaciones en educación o pedagogía,
según datos del SNIES. La inmensa
mayoría, si es que no todos esos programas, se crearon en la últimas décadas.
De los 144 mil docentes oficiales cobijados por el decreto 1278 de 2002 (que
son menos de la mitad del total de docentes de básica y media), el 25% tiene
formación de posgrado, 61% son licenciados y apenas el 13% es normalista.
Existen actualmente 1763 licenciaturas, que en Colombia es el nombre de la
formación de maestros en pregrado y se afirma que la pedagogía es la
“disciplina fundante” de las licenciaturas y constituye la columna vertebral del
plan de estudios.
Compárese la bonanza presente con
la precaria situación de hace décadas, digamos 1980, cuando la mayoría de
docentes en educación básica y media escasamente eran normalistas, en primaria
abundaban los empíricos (bachilleres), y los de secundaria muchas veces eran
jóvenes estudiantes universitarios o adultos formados en diferentes profesiones
(cuando no eran curas o monjas), casi todos con mínima o nula formación
pedagógica. En los 40 años pasados desde
entonces se han publicado miles de libros y artículos académicos relativos a la
pedagogía; se han celebrado centenares de congresos, seminarios y conferencias
de contenido pedagógico; y se han difundido y aplicado sofisticadas teorías
pedagógicas: de Piaget, Vigotsky, Bruner y Ausubel -con el auge del movimiento
constructivista- hasta las neurociencias del siglo XXI.
Más aún, el despliegue masivo de
las TIC, con la masificación de internet y los teléfonos inteligentes, ha
cambiado radicalmente la disponibilidad de información y conocimiento para
todos, profesores y estudiantes. Si
antes en un país subdesarrollado teníamos precarias bibliotecas, ínfima
industria editorial, contenido educativo desactualizado, hoy, por el contrario,
tenemos toda la ciencia del mundo en el bolsillo a unos pocos clicks de
distancia y el horizonte de aprendizaje es practicamente infinito.
Entonces, si tenemos el
conocimiento del mundo a nuestro alcance, si la pedagogía es para mejorar la
educación y si la formación pedagógica ha tenido un salto gigantesco en
cantidad y nivel académico, la conclusión inevitable es que la calidad
educativa en Colombia debe haber mejorado una enormidad en las últimas
décadas. Pero… ¿dónde está esa mejoría?
¿acaso los estudiantes que llegan hoy a la universidad están mucho mejor
preparados que antes? ¿por qué tal salto cualitativo no se ve por parte alguna?
Si la segunda premisa es un
hecho, como vimos en las cifras arriba expuestas, entonces el silogismo no se
cumple por una falla en la primera premisa: la pedagogía no está mejorando la
educación, ha fracasado. Al parecer miles de millones de pesos y
millones de horas de esfuerzo académico no han servido para cualificar la
formación de las nuevas generaciones.
Nótese que el razonamiento aquí esbozado no se basa en un análisis
comparativo con otros países. No estamos
preguntando por qué la educación en Colombia no tiene el nivel de la
finlandesa. Lo que tratamos es de
voltear la cabeza, mirar atrás y ver qué tanto hemos avanzado en resultados
observables, en competencias y en conocimiento.
Amigo lector, llegó la hora de responder: ¿dónde está la bolita?
La baja calidad de la educación
básica y media termina reflejándose en la educación superior y en la débil
construcción de ciudadanía, propósito esencial de la educación. No es un tema menor. No podemos decir que se abra la deliberación
pública sobre el asunto, pues el tema no es nuevo. Pero no se ha visto que el debate avance o
produzca impacto. Faltan propuestas
innovadoras.
Algunos alegarán que el fracaso
en mejorar la educación no se debe a la pedagogía, sino a las condiciones de la
educación en Colombia: déficit en salarios e infraestructura y un contexto
social dramático, lleno de carencias y problemas, en el que crecen nuestros
niños. Otros dirán que el problema es de
intensidad horaria, disciplina, nivel de exigencia, evaluación a los docentes.
Todos esos aspectos hacen parte
del diagnóstico y tienen una porción de verdad, pero se quedan en una
aproximación incompleta si eximen a la pedagogía. La pedagogía falla, por ejemplo, cuando no
logra adaptarse y sacarle el máximo provecho a las inmensas posibilidades de
las TIC. Pero además, falla sobre todo
cuando se enfoca casi totalmente en la forma
y presta poca atención al contenido,
al diseño curricular, hasta el punto de olvidar el objetivo principal: formar
ciudadanos modernos para una democracia epistémica, no sujetos premodernos para
una democracia doxástica manipulable (episteme
es conocimiento, doxa es
opinión).
Este objetivo exige dotar al
estudiante de una cosmovisión científica y humanista basada en el pensamiento
crítico, corazón palpitante de la modernidad, en permanente actualización. El
lema del currículo debería ser la frase de Carl Sagan: “la ciencia es más que un cuerpo de conocimiento, es una forma de
pensar”. Y al contrario, un
currículo fragmentado, inconexo, mecánico, permeado por el pensamiento
mágico-religioso e ideologías anti-modernas, nunca podrá formar ciudadanos
estructurados y autónomos. En el “mejor”
de los casos generará un producto apenas funcional para el reduccionismo
neoliberal y su totalitarismo de mercado.
Y en otros casos ni siquiera eso, sólo marginados del sistema destinados
al rebusque, la economía informal y la venta del voto.
Mi conclusión es que urge una
revolución de la pedagogía basada en un proyecto educativo ilustrado propio
del siglo XXI. Y las Facultades de
Educación deberían ser su epicentro. O
seguiremos teniendo médicos que ofrecen curas milagrosas en plena pandemia, ministras de
ciencia que decepcionan por su carencia de rigor científico, puentes que se
caen y políticos ignorantes elegidos por una clientela.
La era de la ignorancia
voluntaria
Publicada el 19 de
septiembre de 2020
Cuenta un amigo que los hijos le
preguntaron: “papá, ¿cómo era vivir en los 80”.
Ni corto ni perezoso mi amigo les decomisó los celulares, apagó el WiFi,
guardó con llave portátil y tablet, y les prohibió a sus atónitos vástagos que
vieran canales distintos a los nacionales.
La experiencia duró 24 horas y casi deja traumatizados a esos niños. No faltará quien diga que se trató de un caso
de abuso infantil.
Hace más de un siglo que la
bombilla de Edison dio paso al díodo de Fleming y éste al tríodo de De
Forest. Así nació la electrónica. En la posguerra vendría el transistor de Baarden,
Brattain y Shockley. Así nació la
electrónica de estado sólido. Luego vino
el microchip de Noyce y Kilby. Así nació
la revolución digital. Ni era atómica,
ni era espacial, lo que tuvimos fue la era digital. El ranking de las mayores empresas se vio
revolcado drásticamente después de 1975, la revolución digital estaba en
marcha. Primero fue el hardware, pero
luego el software se impuso, el imperio del algoritmo.
El mundo cambió, pero la
educación no. Ni los docentes, ni las
instituciones ni las políticas educativas se transformaron. Los estudiantes sí, pero en dirección
equivocada, a pesar de ser nativos digitales.
Hablo de la gran masa escolar, no del 1% de excelencia o el 10%
superior. Se proclamó la sociedad de la información y luego la sociedad del
conocimiento, pero lo que se obtuvo fue una superautopista de la desinformación
y una sociedad del entretenimiento.
Hoy cargamos en el bolsillo, a unos pocos click de distancia, la mayor y
mejor biblioteca que jamás haya existido, mil veces superior a lo que eran las
exclusivas bibliotecas de las mejores universidades del mundo hace apenas 30
años. Pero ese tesoro de información
está perdido y enterrado en una maraña de basura de todo tipo y rodeado de
distractores capaces de engolosinar a cualquier niño o adulto. Y ni los estudiantes ni los docentes actuales
tienen en su poder el mapa del tesoro.
Como los hijos de mi amigo, no
podemos vivir sin internet. Pero, ¿para
qué lo usamos? Tenemos el saber
acumulado de la humanidad a nuestro alcance, no obstante usamos el internet
para otras cosas, incluidos el copipega o plagio y la alienación adictiva de
las redes sociales y el entretenimiento.
Al hacerlo, optamos por la ignorancia de manera voluntaria.
En un escrito anterior titulado El fracaso de la pedagogía
cuestionamos los posgrados en educación por su ineficacia para mejorar la
calidad de la educación básica y media.
En su columna
de esta semana en El Espectador, Julián de Zubiría reconoce esa realidad y
lanza tres propuestas, señalando en la tercera que “nunca vamos a consolidar la
lectura crítica de los estudiantes, si estas competencias no se convierten en
una tarea esencial en la formación de los docentes”, refiriéndose a “la
competencia argumentativa, el razonamiento númerico y la lectura crítica”. Coincido, pero creo que se queda corto. Primero, esas tres competencias deben integrarse
como pensamiento
crítico y abstracto que incluye la lógica, la actitud científica, la
detección de sesgos y falacias. En
segundo término debe complementarse con lectura en inglés, cultura o cosmovisión
científica y un entrenamiento específico a fondo en el aprovechamiento eficaz
del recurso cuasi-infinito de internet (manejar el mapa del tesoro). En tercer lugar hay que convertir a la autodidáctica en la capacidad fundamental del
ciudadano del siglo XXI que tiene todo el conocimiento a su alcance, único
antídoto contra la ignorancia voluntaria.
Todos esos aspectos deben servir para replantear el currículo, tanto de
los posgrados en educación como de la educación básica y media.
La cultura o cosmovisión
científica en la educación era el proyecto de la Ilustración como fundamento
para la democracia, pero fue abandonado en el curso del siglo XX cuando hasta
las élites más liberales dejaron de concebir la educación como emancipadora y
se plegaron a la visión confesional y religiosa de las élites
conservadoras. Un modo novedoso de
cultivar la concepción científica del mundo y reintegrar el currículo
fragmentado es mediante cursos y proyectos formativos con el enfoque Big
History o Gran Historia. Ya en
Colombia hemos empezado a realizar este tipo de formación, una innovación
pedagógica que goza de amplia trayectoria en el mundo anglosajón como puede
verse aquí.
El problema de hoy no es la
carencia de información sino su exceso y mala calidad. El aprovechamiento eficaz de internet en el
proceso de enseñanza – aprendizaje, exige un buen entrenamiento en estrategias
de búsqueda y una aplicación particular del pensamiento crítico consistente en aprender a filtrar la información de
calidad frente a la avalancha de fake
news, teorías conspiranoicas, cámaras de eco y cadenas de propaganda,
manipulaciones y errores. Incluso debe
pensarse en dotar al sistema educativo de herramientas de protección frente a
la desinformación. El punto es que todo
docente debe convertirse en experto en el aprovechamiento de los mejores
recursos que brinda internet en su área y mantenerse actualizado. Internet ofrece un potencial maravilloso para
el cultivo del intelecto, pero se ha convertido en un factor de distracción,
distorsión y nicho de realidades paralelas para lelos. La respuesta a tamaño desafío puede estar en
una educación enfocada a la formación de docentes, estudiantes y ciudadanos autodidactas,
a ver si así evitamos que la era digital sea la era de la ignorancia
voluntaria.
Big History o Gran
Historia
Pobre educación sin ilustración
Publicado el 2 de
febrero de 2021
En los últimos 70 años la ciencia
logró explicar en gran parte el origen y evolución del universo, la síntesis de
los elementos químicos en las estrellas, la clave genética y molecular de la
vida y el maravilloso despliegue de la biodiversidad. Se entendió la dinámica del planeta y sus
ciclos biogeoquímicos, la íntima interrelación entre biosfera y geología, y el
funcionamiento intrincado de los ecosistemas.
Se obtuvo abundante información sobre el origen y la evolución del
género Homo y de su única especie sobreviviente, el Homo Sapiens, sus rutas de
expansión a partir de África y las causas fundamentales del devenir histórico
de las sociedades humanas. Se desarrollaron tecnologías que nos permitieron
datar la historia natural y social en una línea del tiempo que va desde el Big Bang hasta el presente, el
Antropoceno, y así contar ese metarrelato llamado Big History o Gran Historia.
En resumen, con el cimiento de
las teorías científicas desarrolladas desde mediados del siglo XIX a mediados
del siglo XX, la humanidad logró responder por fín las profundas preguntas que
inquietaron a las gentes de todas las épocas y pueblos: ¿qué somos? ¿de dónde venimos? ¿de qué se trata todo esto? ¿cuál es
nuestro lugar en el cosmos? ¡Todo eso en el lapso de una vida humana! Somos testigos privilegiados de esa hazaña
asombrosa, así como vimos los viajes a la Luna, la dominación de la energía
encerrada en el núcleo de los átomos, la manipulación del ADN, la construcción
de máquinas inteligentes. Y es con
fundamento en esas respuestas y en esas increíbles tecnologías producto del
ingenio humano que podemos responder la pregunta vital y práctica: ¿adónde vamos? Una pregunta que en el siglo XXI tiene el
carácter de encrucijada y no se exagera si la calificamos de vida o muerte,
pues tendremos que escoger entre sostenibilidad
o catástrofe.
Sin embargo, toda esta maduración
de nuestra visión del mundo, toda esta lucidez que equivale a llegar a la
mayoría de edad como especie, está tristemente ausente en las escuelas. La educación básica y media parece sumida aún
en una cosmovisión medieval, una mirada premoderna del mundo, pues la ciencia
moderna es presentada en fragmentos casi dogmáticos, mecánicos y carentes de
sentido integral en medio de una maraña de fantasías tradicionales o
recientes. El bachiller sale atiborrado
de pedazos de información e imaginarios, pero sin cosmovisión científica. Su mente es una colcha de retazos agravada
por el caos de las redes sociales. La pedagogía ha fracasado, como analizamos
en otra columna,
al priorizar la forma sobre el contenido.
Nuestra tesis es que la baja
calidad de la educación tiene su epicentro y causa primordial en la carencia de
una concepción científica del mundo, es una educación sin ilustración.
La instrucción pública despegó en
el siglo de las luces con un proyecto ilustrado moderno que se proponía dejar
atrás el pensamiento mágico – religioso para construir ciudadanía y sobre la
base del uso público de la razón -que hoy llamaríamos pensamiento crítico-
edificar la democracia. Los tres pilares
de la revolución -libertad, igualdad y fraternidad- se erigían sobre una base:
la Educación, la cual no consistía simplemente en saber leer y escribir, sino
en el acceso al pensamiento científico como columna vertebral de la modernidad.
Pero en alguna parte del camino en el siglo XX, el proyecto ilustrado fue
desarmado y abortado. Las fuerzas
progresistas perdieron la brújula, transigieron ante los sectores conservadores
o incubaron dentro de ellas mismas ideas neoconservadoras, antimodernas y
oscurantistas. La ciencia fue despojada
de su carácter revolucionario como forma democrática de pensar y concebir el
mundo. Y la ciencia sin cosmovisión es
como el café sin cafeína.
Este resultado histórico de las
últimas décadas ha significado una debacle para las facultades de
educación. En ellas reina el
oscurantismo en versión religiosa premoderna o en versión antimoderna (como el
posmodernismo anticientífico). La
cosmovisión científica está ausente o reducida a chispazos marginales. En ese caldo de cultivo el maestro
descafeinado que allí se forma es un súbdito, no un revolucionario. Ya no es un agente transformador de la
sociedad, un constructor de ciudadanía, ni un puntal sentipensante del progreso
integral y la profundización de la democracia.
Urge entonces el impulso a un Proyecto Educativo Ilustrado 2.0 que
dote a las facultades de educación de una columna vertebral de cosmovisión
científica. No hablamos, desde luego, de
la Ilustración del siglo XVIII sino de una Ilustración Antropocénica a la
altura del siglo XXI. Una fuente es, por
ejemplo, la que despliega Steven Pinker en su monumental libro En defensa de la Ilustración. O la que
desarrolla Yuval Noah Harari en De
animales a dioses. O la filosofía
científica que expone Mario Bunge a lo largo de ocho tomos en su Tratado de
filosofía básica. O la amplia bibliografía sobre pensamiento crítico. Y sobre todo la formación en Big
History o Gran Historia, un
proyecto que ya viene desarrollándose en muchos países con exponentes mundiales
como Fred Spier o David
Christian.
Colombia tuvo pioneros en este
campo como el ingeniero antioqueño Antonio
Vélez, autor de varios libros. Y en
nuestro país ya hay cursos de Gran Historia en la Universidad Tecnológica de
Bolívar, en Mapuka de la Universidad del Norte, en la Fundación Stellam
que tiene un curso
online para docentes y público en general.
Educación y cultura
memética
Publicada el 21 de
marzo de 2021
¿Qué es un meme?
El concepto de meme lo acuñó el biólogo evolutivo
Richard Dawkins en su clásico libro El
gen egoista de 1976. Se trataba de
una analogía entre la cultura y la genética de poblaciones, de modo que el meme
era el equivalente a un gen cultural, como una idea presta a replicarse y difundirse o ser eliminada y
desaparecer. El verbo de moda,
viralizar, refleja esa conexión con la biología. En principio era un novedoso abordaje para
intentar describir la evolución cultural a la manera de la evolución
biológica. Ese enfoque se denominó memética
y es utilizado en el análisis de fenómenos sociales a lo largo del tiempo. Por ejemplo, Daniel Dennet lo usa en su libro
Romper el hechizo para estudiar la
religión como fenómeno natural (valga la oportunidad para recomendar esta
magnífica obra).
Sin embargo, con internet la
palabra meme adquirió un sentido
distinto. El término empezó a aplicarse
a pictogramas con imágenes chistosas y virales que utilizan una especie de sketch, el cual se repite en decenas de
versiones que compiten en creatividad y humor hasta que todo el mundo se aburre
de ellas. Pero más allá del humor el
término empezó a usarse para todo tipo de infografía simplificada cuando
circula masivamente. A partir de este
giro la nueva herramienta audiovisual se ha convertido también en un poderoso
medio de circulación de información seria.
Y esto hace que el término meme
retorne en buena medida a su significado original, pues aunque el meme de
internet es efímero, la huella dejada en la mente humana no lo es. Y esta huella es el verdadero meme en el
sentido de Dawkins, una idea pronta a reproducirse en nuevos pictogramas y
otras formas de comunicación.
Resumiendo: el meme (en el sentido de Dawkins) se reproduce y circula a
traves de múltiples memes (en el sentido usual de pictograma de internet). O dicho de otra forma: el meme real viaja por
los cerebros teniendo como vehículo una diversidad de memes virtuales o
aparentes.
Eso significa que estamos ante
una nueva forma de educación de gran penetración a través de todas las redes
sociales y, por tanto, con un tremendo potencial. El bombardeo repetitivo termina vulnerando
las defensas de la mente individual, pues como decía Goebbels, jefe de
propaganda de Adolf Hitler, “una mentira repetida mil veces se convierte en una
verdad” (¿o será que esta frase es un
meme tan repetido que se nos ha convertido en “verdad”?). Pues parece que sí es verdad, porque así como
circula información en memes virales, también circula desinformación. Es un
arma de doble filo.
Y aquí viene la pregunta del
millón: ¿El meme es un aliado de la educación o un peligroso rival?
Algunos dirán que es una
maravillosa herramienta educativa. Mas
yo debo confesar que soy pesimista. Tras
varios años de observar el fenómeno considero que está creciendo aceleradamente
una nefasta cultura memética, o
mejor, una incultura memética, la cual parece posicionarse cada vez más en las
maleables mentes juveniles. Y la
pandemia no ha hecho sino exacerbar esta expansión.
Los memes carecen de control de
calidad y fact-checking, aún en los
temas más serios como la ciencia, la filosofía y la historia. Cualquiera los fabrica sin tener que
responder ante nadie y lo mismo sucede con los videos de Youtube. Recogen todo tipo
de falsedades, chismes, fake news,
leyendas, pseudoteorías conspiranoicas, propaganda ideológica disfrazada de
datos.
En tiempos recientes se han
masificado en forma increíble los grupos de facebook
sobre temas de ciencia, tecnología, arte, cultura, historia. Por ejemplo, hay ya grupos en español con más
de un millón de miembros que supuestamente tratan temas como los mencionados. Al principio me pareció estupendo. ¿Qué más quisiéramos que el incremento
exponencial del apetito por el saber, la curiosidad y el aprendizaje
colaborativo? Lo malo es que los grupos
de mayor masificación son los carentes de moderación y filtros, donde todo el
mundo suelta sus ocurrencias sin responsabilidad alguna y donde la mentira y la
desinformación circulan libremente.
Tras analizar miles de
comentarios en las publicaciones de esos grupos el balance arroja un predominio
notorio del efecto Dunning-Kruger. Según estos autores las personas cuando
ignoran totalmente un tema admiten su ignorancia, pero apenas saben un poquito
del asunto tienden a sobreestimar su propio conocimiento; cuando por fin se
convierten en expertos, en cambio, se hacen plenamente conscientes de los
límites de su conocimiento. En la
cultura memética ese efecto psicológico de creer que se sabe lo que no se sabe
hace estragos. Si un joven entra a un
grupo de estos con auténticas ganas de aprender, lo que va a encontrar es
desinformación. Por consiguiente, en vez
de aprender, termina más confuso que cuando entró. O peor aún, se convierte en un multiplicador
de la mentira, la desinformación y la confusión. Eso no es educación sino antieducación.
Lo más grave es que frente a esta
poderosa arma de difusión de la falsedad se encuentra un sistema educativo
defectuoso y sumamente débil, incapaz de generar defensas en las mentes en
formación. Un tema ya elaborado en anteriores
columnas como El fracaso de la pedagogía donde
expusimos cómo la teoría pedagógica no ha logrado impacto positivo en la
calidad educativa ni ha sabido adecuarse al mundo hiperconectado en que
vivimos, punto desarrollado en La era de la ignorancia voluntaria. Estimado lector, si te interesó esta columna
te invito a leer las dos anteriores arriba citadas.
Como evidencia de lo dicho he
creado una página de facebook para ejemplificar con casos concretos de memes
desinformantes. La página se llama Memes al banquillo y ya hemos empezado a acopiarlos con
análisis crítico incluido. Échate una
pasadita.
Quitarse la gafas
románticas
Publicado el 9 de julio
de 2021
Me gusta ver video-clips de
animales en su hábitat, se aprende mucho con ellos. En esa materia hemos dado un salto
cualitativo en los últimos años, tanto en producción de videos como en su fácil
y masiva distribución en las redes sociales, especialmente Instagram.
Estas imágenes nos muestran la
realidad salvaje como es: implacable, cruel, sin compasión, donde el
sufrimiento, la dolorosa agonía y la muerte terrible son la ley. En muchos casos la presa es comida viva. No
son tan extraños los casos de animales herbívoros devorando otros animales. La terrible muerte de los predadores cuando
el envejecimiento hace sus estragos nos recuerda que el sufrimiento no es
exclusividad de los débiles. No faltan los casos de "canibalismo" y
de "infanticidios" (en carnívoros y en herbívoros).
Pues bien, los comentarios del
público a estas imágenes son un muestrario de la mentalidad predominante. Como dice Mauricio García Villegas al
referirse a la indignación
virtuosa, hoy de moda: “nuestra psiquis se acomoda mejor al oficio del
sacerdote que al del científico”. En
efecto, tales comentarios están llenos de moralismo, maniqueísmo, proyección
antropomórfica (atribuirles a los animales no humanos características humanas).
El público casi siempre toma partido
a favor de la presa (victimismo). Se alegra cuando escapa. Y sufre empáticamente cuando la presa
sufre. Le reclaman con indignación al
filmador que no intervenga como salvador.
Las simpatías están cargadas a favor de los mamíferos y algunos reptiles
inofensivos. Los insectos los dejan más o menos indiferentes. Las serpientes
suelen ser aborrecidas. Me atrevo a
proponer una hipótesis: “a menor distancia genética con la presa, mayor
simpatía”.
Estas imágenes son muy
educativas, pues chocan de frente con las visiones románticas de "la
naturaleza apacible", una especie de paraíso terrenal creado por un dios
bondadoso donde las criaturas viven en armonía. Algo así como la "isla del
Edén“ en la tira cómica de El Fantasma,
“el duende que camina” (una vieja tira cómica que no era cómica sino de
aventuras y salía en El Tiempo los domingos).
La realidad del orden natural es todo lo contrario, la vida silvestre es
el reino de la muerte, donde impera el intenso sufrimiento de los
"inocentes", el martirio permanente de las "criaturas de
Dios".
No hay justicia en la naturaleza. No tiene por qué haberla, pues no
hay" buenos" ni "malos". Pero el moralismo proyecta a la
naturaleza la moral humana y si la persona es capaz de asomarse a esta
realidad, se estrella contra la amoralidad
del mundo objetivo.
No es difícil entender que si la
especie humana estuvo sometida a los peligros de las fieras y las serpientes
durante la mayor parte de su historia, ese miedo perviva en nosotros, aunque
hoy no se justifique racionalmente. El
miedo es desagradable, por tanto el cerebro se las amaña para construir una
visión romántica, dulcificada, del mundo natural. Llevamos incorporadas unas “gafas rosadas”,
enraizadas emocionalmente, que cuesta quitarse.
Estamos llenos de sesgos
psicológicos, las gafas románticas son apenas un ejemplo entre muchos.
Eliminarlos, minimizarlos o aprender a estar alerta frente a ellos es necesario
para entender la realidad. Tal
eliminación o manejo consciente es el objetivo del entrenamiento en pensamiento
crítico.
Con el estudio de la historia de
la sociedad humana pasa algo similar. Nos cuesta quitarnos las gafas. Y la
miramos desde el presente proyectando juicios morales apasionados. Examinamos el pasado de manera anacrónica y
maniqueísta, entonces juzgamos a los personajes históricos con los valores
morales de hoy y a veces hasta con el orden jurídico actual. Y salimos a vengarnos insuflados de rabia y odio contra el mármol y
el bronce en medio de una borrachera simbólica.
Las telenovelas turcas están de
moda, como antes las mexicanas, venezolanas o nuestras propias producciones
colombianas. El melodrama siempre ha
tenido éxito, con sus malos malos y sus buenos buenos, a pesar de ser una
simple y tonta caricatura de las interacciones humanas, pues logra mover
nuestras pasiones primarias. El buen
cine y la buena literatura se alejan de esa simpleza para poder profundizar en
la complejidad de la condición humana.
La buena historiografía también, nada de leyendas blancas, rosadas o
negras. Al igual que en etología
-ciencia de la conducta animal- en historia también tienes que quitarte las
gafas románticas si quieres conocer la realidad.
Somos el producto del pasado que
existió y que no podemos cambiar ni acomodar a nuestros valores actuales. Reconocer el pasado es reconocernos a
nosotros mismos, sin ínfulas de supremacía moral.
Nos cegamos al sufrimiento animal
para crear un paisaje salvaje pero idílico.
Acomodamos la historia con relatos míticos en blanco y negro, leyendas
ideológicas disfrazadas de “memoria colectiva”.
Antropomorfizamos los fenómenos naturales inventando dioses del trueno,
de la lluvia, de la “madre Tierra”.
Humanizamos hasta el cosmos y nos creemos que los planetas y las
estrellas giran en torno nuestro, o como suele decirse ahora, graciosamente,
“el universo conspira a nuestro favor”.
Nos negamos a crecer, sumergidos en la ficción. Deseamos permanecer por siempre en ese estado
infantil, como Peter Pan, viviendo en el mundo encantado.
Blas Pascal era creyente, pero alguna
vez reconoció la indiferencia absoluta del universo cuando expresó, “el
silencio de los espacios infinitos me aterra”.
No lo superó, prefirió domesticar el miedo con una ingeniosa apuesta. En el siglo XXI, huérfanos de dioses y
enfrentados a la catástrofe climática, el infantilismo resulta suicida y el
negacionismo es irresponsable con las futuras generaciones. A estas alturas de la aventura humana no
tenemos más alternativa que apostar a las ciencias, quitarnos todas las gafas y
asumir la mayoría de edad: sólo el
conocimiento salva.
La racionalidad es un
lujo
Publicada el 6 de
noviembre de 2021
El pasado 28 de septiembre fue el
lanzamiento del nuevo libro del psicólogo canadiense, Steven Pinker, uno de los
autores más leídos del mundo en el género de no ficción. En cuestión de un mes ya la obra está en
español y distribuida en las librerías colombianas: ventajas de la
globalización.
Desde que estuvo en Cartagena, en
el Hay Festival de 2015, el profesor
de Harvard ha producido dos textos de importancia. En defensa de la Ilustración,
publicado en 2018, que ya tuve oportunidad de reseñar
en mi blog y comentar en esta columna de El
Unicornio. Y el actual, titulado Racionalidad,
el cual paso a comentar, pues tiene un contenido muy apropiado para esta época
de fake news, pseudoteorías
conspiranoicas y oscurantismos de toda índole en la derecha y en la izquierda
del espectro político.
¿Es el ser humano un animal racional? La respuesta corta es: un poco. En sus Ensayos impopulares, Bertrand Russell
nos cuenta: “en el transcurso de mi larga vida he buscado diligentemente
pruebas en favor de esta afirmación (de que “el hombre es un animal racional”),
pero hasta ahora no he tenido la fortuna de toparme con ellas”. Más allá del toque sarcástico del filósofo,
lo cierto es que el animal humano está dotado de lo que Pinker llama “racionalidad
ecológica”, que funciona bastante bien en contextos naturales. Por algo estamos aquí echando el cuento, de
otra manera nuestra especie debilucha habría desaparecido hace milenios.
Los Sans del Kalahari, antes llamados bosquimanos, cazadores-recolectores
que subieron al estrellato con la película Los
dioses deben estar locos, tienen “un manejo intuitivo de la lógica, el
pensamiento crítico, el razonamiento estadístico, la inferencia causal y la
teoría de juegos”. Casi el arsenal
completo de herramientas racionales que la ciencia ha sacado a la luz y
perfeccionado. Pero el ciudadano
supuestamente moderno se mueve en un contexto artificial donde ese manejo
intuitivo no funciona y parece que los 12, 17 o 20 años pasados en las
instituciones educativas no nos entrenaron adecuadamente para utilizar la caja
de herramientas del pensamiento racional, perfeccionada en los últimos 200 años
y disponible para cualquiera.
El libro de Pinker intenta
reparar esa carencia. La obra es un
compendio del pensamiento crítico, como un manual, pero en estilo coloquial y
entretenido, con viñetas y chistes. Capítulo tras capítulo el texto nos muestra
cómo caemos fácilmente en trampas producidas por falacias, sesgos y puntos
ciegos, cómo nos cuesta entender la estadística, las probabilidades y el azar,
cómo pisamos la cáscara de la credulidad a pesar de las evidencias, cómo
elegimos mal ante el riesgo y la recompensa, cómo nos tropezamos con falsos
positivos (no del estilo uribista) y falsas alarmas, cómo la interacción con otras
personas nos mete en un callejón sin salida aparente, semejante a los ratones
que no decidían quién le pondría el cascabel al gato. Ni los científicos se escapan de los errores
de razonamiento, por ejemplo al confundir correlación con causalidad.
El autor se basa en los mejores
descubrimientos de la psicología experimental, está trepado en hombros de gigantes, como Amos Tversky y
Daniel Kahneman, por ejemplo. Kahneman
fue premio Nobel de Economía en 2002
(Tversky había muerto seis años antes, pero era igualmente merecedor) y también
ha producido libros muy buenos sobre estos temas, conseguibles en Colombia. Por
ejemplo, Pensar rápido, pensar despacio, que es otra recomendación
para quien quiera entender nuestra manera deficiente de pensar. Y ahora acaba
de sacar Ruido.
No se crea que estos hallazgos
son cosas de laboratorios de psicología y no nos afectan en la vida
práctica. Todo lo contrario, los errores
de pensamiento están por doquier: en el periodismo, en el sistema judicial, en
la academia, en la medicina, en los gobiernos, en la geopolítica y, por
supuesto, abundan en la vida cotidiana, en las decisiones que tomamos, las
creencias que asumimos, las interpretaciones que hacemos. Y las redes sociales están inundadas hasta el
cogote de fallas de razonamiento como el sesgo
de confirmación (selectividad parcializada), el sesgo tribal de “mi lado” (especie de “ley del embudo” respecto a
nuestro grupo), el efecto Dunning-Kruger
(sobreestimación de nuestro conocimiento), que Pinker no menciona, pero es
epidémico en el deporte de la opinadera en Twitter y Facebook.
¿Qué le pasa a la gente? Esta
pregunta es el título del penúltimo capítulo, donde Pinker aborda el crucial y
espinoso tema de las creencias, como
lo expusiera Carl Sagan en El mundo y sus demonios. En
este capítulo el autor toma de Robert Abelson y el humorista George Carlin la diferencia entre creencias distales
y comprobables, la cual lleva a los individuos a establecer dos zonas de
realidad: el entorno inmediato (donde son realistas pues ser fantasioso sale
costoso) y la realidad lejana (donde pueden ser fantasiosos sin problema). Esa realidad lejana puede ser el más allá, el
espacio exterior, el micromundo, el pasado anterior a nuestra memoria, el
futuro y el mundillo de los ricos y famosos al cual no tenemos acceso. Esa realidad que no es directamente accesible
configura una zona mitológica, donde
podemos dar rienda suelta a la especulación.
Tales creencias mitológicas, como
la religión, las pseudociencias, las pseudoteorías conspiranoicas, las fake news y los mitos identitarios, se
pueden asumir sin aparentes consecuencias negativas. Al contrario, parecen
brindar sentido de pertenencia a un colectivo o “tribu”, sensación de
superioridad moral o cognitiva (buenos contra corruptos o despiertos contra
dormidos) o simplemente convertirnos en personajes entretenidos en una reunión
social con nuestras “teorías” extravagantes.
Sin embargo, no es cierto que no haya consecuencias negativas: ahí está
el caso de los antivacunas o las medicinas no basadas en la evidencia, o las
sectas, o el negacionismo del cambio climático antropogénico. Y los efectos políticos del oscurantismo,
añado yo.
Pinker esboza una “psicología de
los apócrifos” para explicar cómo es posible que un animal con las capacidades
de nuestra corteza prefrontal pueda ser tan iluso y creer disparates, en vez de
asumir el realismo universal
(cosmovisión científica). Su explicación
muestra su veta de psicólogo evolucionista al afirmar que ”el sometimiento de
todas nuestras creencias a los juicios de la razón y las evidencias es una
destreza antinatural como la alfabetización y el cálculo, y ha de ser inculcada
y cultivada”. Es decir, la razón debe
ser entrenada. El pensamiento crítico es
producto de un entrenamiento y la educación no lo está cumpliendo, por lo que
urge ser reformada.
El ideal de la racionalidad fue
expresado por Bertrand Russell con esta sentencia que Pinker considera un
manifiesto revolucionario: “es
indeseable creer una proposición cuando no hay fundamento alguno para suponer
que sea cierta”. Tal máxima está
lejos de cumplirse en nuestra sociedad.
Por ahora, la racionalidad es un lujo.
Petro, Gaviria y la
política universitaria
Publicada el 13 de
noviembre de 2022
En los balances de los 100 días
de gobierno que pululan en las redes, la educación brilla por su ausencia. En un gobierno de cambio que se plantea una
serie de reformas esenciales sobre temas claves, la educación carece de un
horizonte de transformación significativa.
De hecho, ni siquiera se habla de reforma educativa y menos aún de
“revolución educativa”, una pomposa expresión que ya está desgastada por tanto
manoseo en gobiernos locales y nacionales anteriores (los cuales jamás hicieron
revolución alguna).
El ministro Alejandro Gaviria,
una de las estrellas del gabinete pues es el único del equipo que fue
precandidato presidencial, ahora pasa de bajo perfil y parece atornillado en la
fría Bogotá, lejos de los territorios. El gran propósito programático de la
educación en el gobierno Petro es la ampliación de cupos. Es decir, más de lo mismo, como si el
problema educativo de Colombia fuese sólo de cantidad y no de calidad. Más aún, cabe presumir que una mayor
masificación del sistema educativo conllevará un detrimento de la calidad, ya
de por sí precaria.
Se dirá que ampliar cobertura es
lo más democrático. Pero tal experiencia
ya la hemos vivido y no produjo revolución alguna. Décadas atrás ser bachiller era algo
extraordinario, reservado a una minoría, como nos lo recuerdan los vallenatos
de Escalona. El bachillerato se masificó
a costa de perder calidad: por ejemplo con la implantación de la doble jornada
(menos horas de estudio), metiendo más alumnos por curso y subiendo la razón
numérica alumno / docente, desmejorando la formación de maestros. La democratización no sirvió para disminuir
el desempleo sino para “cualificarlo” (valga la ironía). Tampoco para mejorar la competitividad o
construir ciudadanía. La primera porque
el resto del mundo también avanzó y en mayor grado. La segunda, porque ni antes ni después la
formación básica y media ha sido educación para la democracia. A la postre, el resultado fue aumentar los
años de estudio de los jóvenes adultos, generar un desempleo calificado, jerarquizar
las instituciones educativas, ampliar el negocio de la educación y vaciar el
bolsillo de las familias que ahora tenían que invertir más en la educación de
los hijos para aspirar a la movilidad social.
La educación universitaria
también se masificó en correspondencia, pues los bachilleres son su mercado,
hasta el punto de alcanzar a Argentina que antes nos duplicaba. Hoy por hoy
Colombia está mejor que Estados Unidos en la proporción entre población
universitaria y población total, con la desventaja adicional para los gringos
de que tienen muchos estudiantes extranjeros.
Entonces, ¿será que el problema colombiano es de cobertura?
Sostengo que el problema
verdaderamente crítico del sistema educativo colombiano en todos sus niveles es
de calidad y contenido. Lo sé por
experiencia propia como profesor, pero eso podría ser apenas anecdótico. El punto es que así lo muestran los
indicadores, por ejemplo las pruebas PISA, las pruebas Saber, las estadísticas
sobre lectura y lectura crítica, entre otras.
Tenemos exceso de profesionales en ciertos campos y déficit en
otros. La orientación profesional es
pésima. En el afán de disminuir la
deserción se baja la exigencia y el rigor, se infantiliza y “pechicha” al
estudiante. Nadie se extrañe si luego se
caen los puentes y edificios, se mueren los pacientes, se funciona mal en
muchos ámbitos de la economía. Y para
todos esos problemas hay abogados dispuestos a “ayudar”. Que la pedagogía no es la solución ya lo
argumenté en otra columna.
Preocupa que el gobierno del
cambio no muestre una política universitaria clara. Por ejemplo, se van a cumplir los 100 días
sin que el presidente Petro haya designado sus delegados en los consejos superiores
de las universidades públicas o en las privadas intervenidas (y no es el único
ámbito: también en superintendencias, cámaras de comercio y otras instancias).
El ministro Gaviria sí lo ha hecho en algunas, pero sin que ello incida hasta
ahora en nada visible.
Los consejos superiores
universitarios están constituídos por nueve integrantes. Presidente y ministro de educación ponen dos
y si se suman los tres estamentos (estudiantes, profesores y egresados) ya
daría una mayoría necesaria para introducir cambios en las universidades
públicas existentes. Debería ser una
prioridad de gobierno, si es que tiene una política universitaria de cambio,
incidir en las instancias que dirigen las universidades públicas. Eso es lo que llamo “buena politización” (con
ideas) en contraposición a la “mala politización” que es de tipo politiquero y
que se basa en el apetito burocrático y presupuestal.
En la Universidad del Atlántico,
hoy convertida en botín charista, acabamos de ver en esta semana que pasó, esa
ausencia de política universitaria del gobierno nacional y del Pacto Histórico
(PH). En las elecciones estamentarias el
charismo derrotó dos por uno al PH. Los
estudiantes dieron el triunfo al PH, pero la absurda división de éste en los
otros dos estamentos permitió el triunfo de la Casa Char que mantiene así el
dominio de una universidad que maneja un presupuesto superior a la mayoría de
municipios del Atlántico. Fueron
elecciones de maquinaria, muy al estilo politiquero tradicional, en medio de un
desierto de ideas y programas. En ese
terreno era lógico que ganara el Clan Char, expertos en ese juego. Sirva el ejemplo para que estas fallas no se
repitan en otros departamentos.
Ante el vacío gubernamental de
política universitaria no podemos quedarnos en la crítica negativa, sino
aportar a su construcción con ideas que apunten a una transformación
cualitativa profunda de la universidad pública, tras décadas de neoliberalismo
rampante. Ese tiene que ser tema de una
nueva columna, pero puedo adelantar lo siguiente: el foco del cambio debe estar
en las Facultades de Educación, pues de ellas depende la calidad de la
educación básica y media.
Calidad educativa y
pensamiento crítico
Publicada el 25 de
marzo de 2023
¿Habrá una revolución educativa
en Colombia antes del 2026?
Todo parece indicar que no. O por
lo menos no se vislumbra en el horizonte. Durante la campaña electoral el
actual presidente presentó propuestas de aumentar la cobertura de la educación
universitaria e incluso llegó a plantear la utopía de universalizar la
educación superior. Pero prácticamente no tocó el punto crucial de la problemática educativa en Colombia, que no es la
cobertura sino la calidad, especialmente en la educación básica y media.
En campaña eso parecía lógico,
pues la ampliación de cobertura con apertura de nuevos cupos, apoyo a la
universidad pública, creación de nuevas universidades (especialmente en
sectores donde no había), oportunidades educativas para militares y policías,
eran todas banderas atractivas capaces de sumar votos. En contraste, un tema
complejo como la calidad educativa no resulta tan seductor y además conlleva
conflicto con Fecode, un sindicato
miope que acolita la mediocridad y que ha abandonado las banderas del
movimiento pedagógico de hace algunas décadas.
De todos modos, cabía la
esperanza de que ya en el gobierno el tema de la calidad educativa se tornase
relevante en la política pública. Las afirmaciones de Gustavo Petro indicando
que la educación era un tema prioritario y el nombramiento de un intelectual
ateo y humanista secular como Alejandro Gaviria, alimentaron esa esperanza en
los primeros meses de gobierno. Pero la salida sin pena ni gloria del exrector
de la Universidad de los Andes y la priorización de una agenda reformista que
no incluye la educación, han ido desinflando esa expectativa.
El perfil de la actual ministra,
Aurora Vergara, egresada de la misma facultad que el autor de esta columna,
parece muy adecuado para liderar procesos de inclusión, mas no hemos visto
señales de una preocupación por el tema de la calidad. No obstante la opinión
pública no tiene por qué estar condenada a la pasividad y desde los diferentes
espacios, los ciudadanos podemos impulsar la deliberación y el análisis sobre
la deplorable calidad de la educación colombiana en todos sus niveles.
Julián de Zubiría es un referente líder en los temas educativos.
Comparto algunos aspectos de su visión, pero no su excesivo apego a la
pedagogía como panacea, cuando está demostrado que la cualificación de docentes
en pedagogía no ha servido para mejorar la calidad de la educación. Que la
pedagogía está sobrevalorada es algo que ya he desarrollado en esta columnas
(ver por ejemplo aquí).
En mi opinión el meollo del
problema y de su solución está en las Facultades
de Educación. La mayoría de estas facultades están en universidades
públicas, así que el gobierno sí podría tener incidencia en esos centros
formadores de formadores. Es desde las facultades de educación que se puede
desplegar una verdadera revolución
educativa en nuestro país, transformando de modo radical la manera como se
preparan las nuevas generaciones de docentes. Es preciso hacerlo porque las Facultades de Educación han fracasado,
pues ni en pregrado ni en posgrado forman a los maestros en cosmovisión
científica y pensamiento crítico. Voy a decirlo crudamente, aunque me gane
algunas desaveniencias: la mayoría de los docentes colombianos en educación
básica y media no son intelectuales ilustrados, sus bases disciplinares son
endebles y aunque tengan mil cursos y discursos pedagógicos en su cabeza, no
están preparados para protagonizar una revolución educativa en Colombia.
Siempre que se plantea esta
discusión, surgen los alegatos sobre los malos salarios, la precaria
infraestructura escolar, las lamentables condiciones del entorno en los barrios
populares de las ciudades y en las zonas rurales y, en fin, todo el acumulado
de visicitudes que atraviesan discentes y docentes en sus vidas cotidianas. No
son simples pretextos. Qué duda cabe que ninguna revolución educativa será
posible sin transformar esos contextos. Pero ello no impide que se enfoque el
problema de calidad en el docente.
Fecode, por ejemplo, se opone a la evaluación
docente, privilegiando su estrecho rol sindical defensivo por encima del
interés del conjunto de la sociedad. Es un error. La evaluación es necesaria
para que el docente se actualice, se cualifique, profundice su conocimiento
científico y adquiera y desarrolle las competencias de pensamiento crítico.
Desafortunadamente, sin la presión de la evaluación no lo hacen, debo decirlo
con conocimiento de causa. Nada me agradaría más que estar equivocado.
Una revolución educativa no es
tanto un asunto de nuevas leyes o reformas tramitadas en el Congreso de la
República. El Ministerio sí puede jugar un rol revolucionario mediante la
política pública irradiando los lineamientos generales e incidiendo en las
facultades de educación. Pero la clave es un
docente de nuevo tipo capaz de reformar los currículos escolares a través
de los proyectos educativos institucionales, por ejemplo, superando su
fragmentación y la ausencia de cosmovisión del siglo XXI.
Además de las competencias
blandas, el pensamiento crítico debe
ser eje medular de la construcción de ciudadanía en niños y jóvenes. Aprender a
aprender, a pensar, a razonar, a argumentar, a detectar sesgos y falacias, a
distinguir la verdad de la mentira y la fantasía, son capacidades que siempre
han sido importantes. Pero hoy, con internet y redes sociales desaforadas en la
circulación de basura, fake news,
pseudociencias, pseudoteorías conspirativas y una amplia gama de oscurantismos
de todo tipo, esas capacidades son fundamentales para ejercer la ciudadanía en
democracia. Tanto más cuando en esa misma internet se encuentran las mejores
elaboraciones de la humanidad en artes, ciencias y realizaciones del potencial
humano. Herramientas recientes como chat GPT y otros programas de inteligencia
artificial que están proliferando, elevan aún más la exigencia de entrenarse en
pensamiento crítico.
¿Y qué es exactamente el
pensamiento crítico? Ese concepto se ha convertido en una muletilla en boca de
todo el mundo en el ambiente educativo. Es hora de precisarlo. Así que ese será
el tema de mi próxima columna, aquí en El Unicornio.
¿Qué es el pensamiento
crítico?
Publicado el 27 de
marzo de 2023
En el último párrafo de la pasada
columna sobre calidad educativa y
pensamiento crítico me comprometí a precisar ese concepto, el de
“pensamiento crítico”, que se ha convertido en una muletilla que se repite por
doquier en el mundo académico. Aquí vamos a tratar de cumplir esa misión.
El pensamiento crítico es un
proceso mental que implica analizar, evaluar y sintetizar información de manera
objetiva y sistemática. Es una habilidad fundamental para tomar decisiones
informadas y resolver problemas de manera efectiva. El pensamiento crítico
requiere que una persona examine cuidadosamente la evidencia, identifique
suposiciones subyacentes y valore los argumentos presentados.
El pensamiento crítico se aplica
en muchos contextos, desde la resolución de problemas cotidianos hasta la toma
de decisiones importantes en la vida profesional. También es una habilidad
importante en el mundo académico, donde se espera que los estudiantes evalúen
críticamente la información presentada y desarrollen argumentos sólidos en sus
trabajos de investigación.
El pensamiento crítico se basa en
una serie de habilidades cognitivas, como la observación, la interpretación, la
inferencia, el análisis, la evaluación y la síntesis. También implica una
actitud de curiosidad, escepticismo y apertura a nuevas ideas y perspectivas.
Para aplicar el pensamiento
crítico de manera efectiva, es importante seguir algunos pasos clave. En primer
lugar, es necesario identificar el problema o la pregunta a resolver. A
continuación, es importante recopilar información relevante de diversas fuentes
y evaluar su validez y fiabilidad. Después, es necesario analizar la
información y buscar patrones o relaciones entre los datos. Finalmente, se debe
evaluar la información y formular una conclusión o solución basada en la
evidencia disponible.
En resumen, el pensamiento
crítico es una habilidad esencial para la toma de decisiones efectivas en
muchos contextos. Requiere un enfoque objetivo y sistemático para analizar,
evaluar y sintetizar información relevante. Con la práctica y el desarrollo, el
pensamiento crítico puede mejorar la capacidad de una persona para tomar
decisiones informadas y resolver problemas de manera efectiva.
Estimado lector, ¿detectó usted algo raro en los párrafos anteriores?
A excepción del primero, los
otros cinco párrafos son obra del chat GPT de OpenAI. Nótese el lenguaje estilo
manual y el carácter repetitivo en esos párrafos que revelan la máquina
generadora de texto. Yo le pedí que respondiera la pregunta que titula esta
columna que, como pueden ver, tiene carácter experimental y no sólo de difusión
de mi opinión. Estas nuevas herramientas de inteligencia artificial añaden otra
razón más para que los humanos desarrollemos pensamiento crítico para no
dejarnos engañar.
Ni el ChatGPT ni Bing son
confiables. Primero, porque cometen muchos errores. Segundo, porque no
suministran las fuentes que parafrasean. Tercero, porque son artefactos opacos,
pues las empresas que los ofrecen (OpenAI y Microsoft) no han revelado sus
diseños y desarrollos. Las propias empresas advierten que no es una herramienta
de consulta. A pesar de eso, en esta ocasión la respuesta provista por GPT es
correcta aunque insuficiente (tiene excusa pues le puse un límite de 300
palabras). Pero sorprende que no se mencionen lo que considero son los dos
aspectos principales del pensamiento crítico: la detección de sesgos y de falacias. Dos ejes que deben vertebrar
el entrenamiento en pensamiento crítico. Al respecto, tal vez el lector
recuerde la reseña que hicimos del libro La Racionalidad de Steven Pinker,
apenas salió (ver aquí).
Otras carencias y defectos de la
respuesta de GPT:
·
No hace referencia a la verdad o la veracidad,
un compromiso medular del pensamiento crítico
y que lo diferencia de la teoría de la argumentación cuyo fin es una retórica
persuasiva.
·
La lógica y el rigor no aparecen por parte
alguna y sin embargo constituyen el núcleo del pensamiento crítico (aún si en
los contextos pragmáticos bajo condiciones de incertidumbre toca negociar
rigor).
·
Considera al pensamiento crítico una habilidad,
pero en realidad se trata de una competencia, y esta diferencia es importante
para la calidad educativa.
·
No menciona el aspecto autorreflexivo
(autoevaluación, metacognición).
·
No contempla a la ciencia, como cuerpo dinámico
de conocimientos y como conjunto de métodos de investigación, necesarios para
calibrar el ejercicio del pensamiento crítico. Y por la misma razón se olvida
de la cosmovisión científica, que en
mi concepto debe estar necesariamente imbricada.
·
Está cargada hacia lo más práctico, toma de
decisiones y resolución de problemas, pero olvida otros aspectos, como la
construcción de ciudadanía en la deliberación democrática, por ejemplo.
·
No aborda la relación con el pensamiento
creativo y el pensamiento estratégico.
·
Acierta al incluir lo actitudinal, más allá de
lo cognitivo, pero le falta el frente ético y axiológico del asunto.
·
Se enfoca en el individuo, pero olvida el
pensamiento crítico en grupo (Cass
Sunstein trabaja muy bien este punto).
A través de esta crítica a la
respuesta de GPT he dibujado múltiples aristas del pensamiento crítico, sin
agotar un tema de extraordinaria riqueza que muchas veces se ve
sobresimplificado en esquemas con pretensión didáctica apresurada. Uno no se
entrena en pensamiento crítico de la noche a la mañana ni con pura teoría. Es
una competencia transversal que se debería adquirir desde la escuela y cultivar
a lo largo de la vida.
Coletilla: en 2017 escribí un
editorial para una revista de ingeniería titulado El pensamiento crítico en la educación superior; éste es el enlace.
Ser autodidacta es el
único modo de aprender
Publicada el 19 de
diciembre de 2023
El gran divulgador científico y
escritor de ciencia ficción, Isaac Asimov, acuñó la siguiente frase: “La
educación autodidacta es, creo firmemente, el único tipo de educación que
existe”. Hay otra famosa cita suya que complementa la anterior: “Las personas
piensan la educación como algo que tiene un final…”
Concedo que la primera frase, si
se toma literalmente, tiene algo de exageración. Pero, si se piensa bien, sin
quedarnos en la simple interpretación literal, podemos encontrar en ella una
verdad profunda: el aprendizaje es una
construcción activa del sujeto. Esto significa, por un lado, que el
aprendizaje exige una actitud, disposición y compromiso para movilizar las
neuronas en esa tarea intelectual. Y, por otro lado, significa que las clases
que dictan los profesores son apenas uno entre decenas de entornos de
aprendizaje posibles.
La segunda frase de Asimov
sugiere que esa disposición activa hacia la auto-formación y su consiguiente
exploración de todos los ambientes de aprendizaje posibles configuran un viaje
permanente y apetitoso hasta el final de nuestros días como individuos. Nunca
dejaremos de aprender si el hambre de conocimiento nos resulta insaciable. Para
ello podemos aprovechar la academia, pero no dependemos de ella. Sé por
experiencia que por fuera de esa institución hay iguales o mejores espacios de
crecimiento intelectual y práctico: en la experiencia laboral, en la
divulgación científica y cultural, en la intensidad de los hobbies y hasta en la vida cotidiana si mantenemos el cerebro
alerta, cual esponja, tal y como lo hace un niño de cuatro años. Y está, por
supuesto, la lectura, gracias a la cual podemos conversar con las grandes
mentes de la humanidad de todos los tiempos. Hoy por hoy vivimos en la era de la ignorancia voluntaria,
como analizamos en otra columna,
pues tenemos casi todo el saber de la humanidad a un clic de distancia si
sabemos buscar.
Isaac Asimov era bioquímico, pero entre sus más de 500 libros hay
miles de páginas sobre temas ajenos a su profesión. Los estudió por sí mismo
utilizando las fuentes a su alcance desde su apartamento cercano al Central
Park de Nueva York. Allí cerca tenía planetario, museo y biblioteca. Desde
Leonardo da Vinci hasta Michael Faraday, de Darwin a Ramanuján, la historia de
la ciencia está llena de autodidactas que empujaron las fronteras. ¿Cómo cree
usted que Einstein aprendió el cálculo tensorial que necesitaba como andamiaje
matemático para construir su principio de relatividad generalizado?
Lo mismo pasa en la tecnología:
la mayoría de los inventores norteamericanos del siglo XIX, incluido Edison,
apenas cursaron la primaria. Fue esa gente creativa la que puso a Estados
Unidos a la vanguardia. Aprecien este indicador: la revista Mecánica Popular llegó a vender más de
un millón de ejemplares mensuales en el Estados Unidos de la posguerra. La
cultura popular de la invención se hizo patente en épocas recientes en el campo
de la informática, donde una buena parte de los innovadores fueron autodidactas,
aunque no tengan la fama de Bill Gates y Mark Zuckerberg, que también son
ejemplo de autoaprendizaje. Así lo relata Walter
Isaacson en su bestseller Los Innovadores.
Colombia también ha tenido
grandes ejemplos de formación autodidacta, empezando por nuestro premio Nobel
de literatura, Gabriel García Márquez,
cumbre de las letras hispanoamericanas. Inevitable mencionar a Estanislao Zuleta Velásquez, discípulo
del filósofo de Otraparte, Fernando González. Maestro de maestros, la obra de
Estanislao sigue circulando en nuevas ediciones. Buena parte de esa obra son
transcripciones de magistrales conferencias orales. Jorge Eliécer Gaitán también llevó la oralidad a grandes alturas en
discursos memorables y aunque no era propiamente autodidacta, su pasión por la
lectura lo llevó a tener una biblioteca de 16 mil libros. Uno de los botánicos
más destacados del país fue Jorge “el
mono” Hernández, discípulo de Armando Dugand Gnecco. Al “mono” también lo
apodaban “el sabio”. Casualmente, el “mono” y Estanislao nacieron el mismo año:
1935. A Hernández la Universidad Nacional le otorgó el Doctorado Honoris Causa
en 1997, así como la Universidad del Valle se lo dio a Estanislao Zuleta en
1980, quien lo recibió con una lectura maravillosa, el Elogio de la Dificultad. ¿Quién no ha leído ese lúcido
discurso?
Gran ejemplo y tremendo legado
nos dejan los autodidactas mencionados y muchos más que no alcanzo a incluir en
este breve escrito. En suma, ser autodidacta es combinar activa y creativamente
todas las formas de aprendizaje. Un docente preparando clase o un alumno
explicándole a otro alumno, están practicando la autodidáctica, pues uno no
aprende mucho leyendo pasivamente, sino convirtiendo la lectura en una
elaboración clara para sintetizársela a otros. Por eso decía Estanislao que leer es trabajar. Hay que leer con el
lápiz en la mano.
Ser autodidacta es hacer
productivo el insaciable apetito de la curiosidad poniendo en práctica lo
aprendido, es explorar inquisitivamente el mundo por dentro y por fuera de la
academia, es generar preguntas e investigar sus respuestas, es evaluar a
conciencia y asimilar racionalmente la experiencia.
Ser autodidacta, como nos enseñó
Gabo, es entrenarse en el dominio de la palabra escrita, es ejercer la
disciplina de escribir, como me ha tocado en los últimos cuatro años como
columnista de El Unicornio, a razón de 40 o más columnas al año. A ese
ejercicio disciplinado le debo muchos aprendizajes.
Ser autodidacta hoy en día es
saber aprovechar las TIC y sus recursos, como la educación virtual, las bases
de datos, el monitoreo del avance de la ciencia y la tecnología en tiempo real
y la búsqueda recursiva y con criterio en el inmenso océano de información y
conocimientos de internet.
Así que, estimado lector, te
invito a ser un autodidacta infatigable. En tal caso lo peor que te puede
suceder es que llegues a padecer algún grado significativo de polimatía, una placentera enfermedad
neuronal producida por la infinita curiosidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario