sábado, 6 de enero de 2024

Educación y pensamiento crítico

Columnas selectas sobre educación, pedagogía, autodidáctica, currículo, pensamiento crítico, Gran Historia (Big History), cosmovisión científica, redes sociales, memes, política educativa, calidad educativa



El fracaso de la pedagogía

Publicado el 23 de agosto de 2020

 

La formación pedagógica de los profesores tiene por objeto mejorar la educación que imparten.  Actualmente en Colombia existen 21 doctorados, 192 maestrías y 441 especializaciones en educación o pedagogía, según datos del SNIES.  La inmensa mayoría, si es que no todos esos programas, se crearon en la últimas décadas. De los 144 mil docentes oficiales cobijados por el decreto 1278 de 2002 (que son menos de la mitad del total de docentes de básica y media), el 25% tiene formación de posgrado, 61% son licenciados y apenas el 13% es normalista. Existen actualmente 1763 licenciaturas, que en Colombia es el nombre de la formación de maestros en pregrado y se afirma que la pedagogía es la “disciplina fundante” de las licenciaturas y constituye la columna vertebral del plan de estudios. 

Compárese la bonanza presente con la precaria situación de hace décadas, digamos 1980, cuando la mayoría de docentes en educación básica y media escasamente eran normalistas, en primaria abundaban los empíricos (bachilleres), y los de secundaria muchas veces eran jóvenes estudiantes universitarios o adultos formados en diferentes profesiones (cuando no eran curas o monjas), casi todos con mínima o nula formación pedagógica.  En los 40 años pasados desde entonces se han publicado miles de libros y artículos académicos relativos a la pedagogía; se han celebrado centenares de congresos, seminarios y conferencias de contenido pedagógico; y se han difundido y aplicado sofisticadas teorías pedagógicas: de Piaget, Vigotsky, Bruner y Ausubel -con el auge del movimiento constructivista- hasta las neurociencias del siglo XXI.

Más aún, el despliegue masivo de las TIC, con la masificación de internet y los teléfonos inteligentes, ha cambiado radicalmente la disponibilidad de información y conocimiento para todos, profesores y estudiantes.  Si antes en un país subdesarrollado teníamos precarias bibliotecas, ínfima industria editorial, contenido educativo desactualizado, hoy, por el contrario, tenemos toda la ciencia del mundo en el bolsillo a unos pocos clicks de distancia y el horizonte de aprendizaje es practicamente infinito.   

Entonces, si tenemos el conocimiento del mundo a nuestro alcance, si la pedagogía es para mejorar la educación y si la formación pedagógica ha tenido un salto gigantesco en cantidad y nivel académico, la conclusión inevitable es que la calidad educativa en Colombia debe haber mejorado una enormidad en las últimas décadas.  Pero… ¿dónde está esa mejoría? ¿acaso los estudiantes que llegan hoy a la universidad están mucho mejor preparados que antes? ¿por qué tal salto cualitativo no se ve por parte alguna?

Si la segunda premisa es un hecho, como vimos en las cifras arriba expuestas, entonces el silogismo no se cumple por una falla en la primera premisa: la pedagogía no está mejorando la educación, ha fracasado.  Al parecer miles de millones de pesos y millones de horas de esfuerzo académico no han servido para cualificar la formación de las nuevas generaciones.  Nótese que el razonamiento aquí esbozado no se basa en un análisis comparativo con otros países.  No estamos preguntando por qué la educación en Colombia no tiene el nivel de la finlandesa.  Lo que tratamos es de voltear la cabeza, mirar atrás y ver qué tanto hemos avanzado en resultados observables, en competencias y en conocimiento.  Amigo lector, llegó la hora de responder: ¿dónde está la bolita?

La baja calidad de la educación básica y media termina reflejándose en la educación superior y en la débil construcción de ciudadanía, propósito esencial de la educación.  No es un tema menor.  No podemos decir que se abra la deliberación pública sobre el asunto, pues el tema no es nuevo.  Pero no se ha visto que el debate avance o produzca impacto.  Faltan propuestas innovadoras.

Algunos alegarán que el fracaso en mejorar la educación no se debe a la pedagogía, sino a las condiciones de la educación en Colombia: déficit en salarios e infraestructura y un contexto social dramático, lleno de carencias y problemas, en el que crecen nuestros niños.  Otros dirán que el problema es de intensidad horaria, disciplina, nivel de exigencia, evaluación a los docentes.

Todos esos aspectos hacen parte del diagnóstico y tienen una porción de verdad, pero se quedan en una aproximación incompleta si eximen a la pedagogía.  La pedagogía falla, por ejemplo, cuando no logra adaptarse y sacarle el máximo provecho a las inmensas posibilidades de las TIC.  Pero además, falla sobre todo cuando se enfoca casi totalmente en la forma y presta poca atención al contenido, al diseño curricular, hasta el punto de olvidar el objetivo principal: formar ciudadanos modernos para una democracia epistémica, no sujetos premodernos para una democracia doxástica manipulable (episteme es conocimiento, doxa es opinión). 

Este objetivo exige dotar al estudiante de una cosmovisión científica y humanista basada en el pensamiento crítico, corazón palpitante de la modernidad, en permanente actualización.  El lema del currículo debería ser la frase de Carl Sagan: “la ciencia es más que un cuerpo de conocimiento, es una forma de pensar”.  Y al contrario, un currículo fragmentado, inconexo, mecánico, permeado por el pensamiento mágico-religioso e ideologías anti-modernas, nunca podrá formar ciudadanos estructurados y autónomos.  En el “mejor” de los casos generará un producto apenas funcional para el reduccionismo neoliberal y su totalitarismo de mercado.  Y en otros casos ni siquiera eso, sólo marginados del sistema destinados al rebusque, la economía informal y la venta del voto.

Mi conclusión es que urge una revolución de la pedagogía basada en un proyecto educativo ilustrado propio del siglo XXI.  Y las Facultades de Educación deberían ser su epicentro.  O seguiremos teniendo médicos que ofrecen curas milagrosas en plena pandemia, ministras de ciencia que decepcionan por su carencia de rigor científico, puentes que se caen y políticos ignorantes elegidos por una clientela.


 

La era de la ignorancia voluntaria

Publicada el 19 de septiembre de 2020

 

Cuenta un amigo que los hijos le preguntaron: “papá, ¿cómo era vivir en los 80”.  Ni corto ni perezoso mi amigo les decomisó los celulares, apagó el WiFi, guardó con llave portátil y tablet, y les prohibió a sus atónitos vástagos que vieran canales distintos a los nacionales.  La experiencia duró 24 horas y casi deja traumatizados a esos niños.  No faltará quien diga que se trató de un caso de abuso infantil.

Hace más de un siglo que la bombilla de Edison dio paso al díodo de Fleming y éste al tríodo de De Forest.  Así nació la electrónica.  En la posguerra vendría el transistor de Baarden, Brattain y Shockley.  Así nació la electrónica de estado sólido.  Luego vino el microchip de Noyce y Kilby.  Así nació la revolución digital.  Ni era atómica, ni era espacial, lo que tuvimos fue la era digital.  El ranking de las mayores empresas se vio revolcado drásticamente después de 1975, la revolución digital estaba en marcha.  Primero fue el hardware, pero luego el software se impuso, el imperio del algoritmo.

El mundo cambió, pero la educación no.  Ni los docentes, ni las instituciones ni las políticas educativas se transformaron.  Los estudiantes sí, pero en dirección equivocada, a pesar de ser nativos digitales.  Hablo de la gran masa escolar, no del 1% de excelencia o el 10% superior.  Se proclamó la sociedad de la información y luego la sociedad del conocimiento, pero lo que se obtuvo fue una superautopista de la desinformación y una sociedad del entretenimiento.  Hoy cargamos en el bolsillo, a unos pocos click de distancia, la mayor y mejor biblioteca que jamás haya existido, mil veces superior a lo que eran las exclusivas bibliotecas de las mejores universidades del mundo hace apenas 30 años.  Pero ese tesoro de información está perdido y enterrado en una maraña de basura de todo tipo y rodeado de distractores capaces de engolosinar a cualquier niño o adulto.  Y ni los estudiantes ni los docentes actuales tienen en su poder el mapa del tesoro.

Como los hijos de mi amigo, no podemos vivir sin internet.  Pero, ¿para qué lo usamos?  Tenemos el saber acumulado de la humanidad a nuestro alcance, no obstante usamos el internet para otras cosas, incluidos el copipega o plagio y la alienación adictiva de las redes sociales y el entretenimiento.  Al hacerlo, optamos por la ignorancia de manera voluntaria. 

En un escrito anterior titulado El fracaso de la pedagogía cuestionamos los posgrados en educación por su ineficacia para mejorar la calidad de la educación básica y media.  En su columna de esta semana en El Espectador, Julián de Zubiría reconoce esa realidad y lanza tres propuestas, señalando en la tercera que “nunca vamos a consolidar la lectura crítica de los estudiantes, si estas competencias no se convierten en una tarea esencial en la formación de los docentes”, refiriéndose a “la competencia argumentativa, el razonamiento númerico y la lectura crítica”.  Coincido, pero creo que se queda corto.  Primero, esas tres competencias deben integrarse como pensamiento crítico y abstracto que incluye la lógica, la actitud científica, la detección de sesgos y falacias.  En segundo término debe complementarse con lectura en inglés, cultura o cosmovisión científica y un entrenamiento específico a fondo en el aprovechamiento eficaz del recurso cuasi-infinito de internet (manejar el mapa del tesoro).  En tercer lugar hay que convertir a la autodidáctica en la capacidad fundamental del ciudadano del siglo XXI que tiene todo el conocimiento a su alcance, único antídoto contra la ignorancia voluntaria.  Todos esos aspectos deben servir para replantear el currículo, tanto de los posgrados en educación como de la educación básica y media.

La cultura o cosmovisión científica en la educación era el proyecto de la Ilustración como fundamento para la democracia, pero fue abandonado en el curso del siglo XX cuando hasta las élites más liberales dejaron de concebir la educación como emancipadora y se plegaron a la visión confesional y religiosa de las élites conservadoras.  Un modo novedoso de cultivar la concepción científica del mundo y reintegrar el currículo fragmentado es mediante cursos y proyectos formativos con el enfoque Big History o Gran Historia.  Ya en Colombia hemos empezado a realizar este tipo de formación, una innovación pedagógica que goza de amplia trayectoria en el mundo anglosajón como puede verse aquí.

El problema de hoy no es la carencia de información sino su exceso y mala calidad.  El aprovechamiento eficaz de internet en el proceso de enseñanza – aprendizaje, exige un buen entrenamiento en estrategias de búsqueda y una aplicación particular del pensamiento crítico consistente en aprender a filtrar la información de calidad frente a la avalancha de fake news, teorías conspiranoicas, cámaras de eco y cadenas de propaganda, manipulaciones y errores.  Incluso debe pensarse en dotar al sistema educativo de herramientas de protección frente a la desinformación.   El punto es que todo docente debe convertirse en experto en el aprovechamiento de los mejores recursos que brinda internet en su área y mantenerse actualizado.  Internet ofrece un potencial maravilloso para el cultivo del intelecto, pero se ha convertido en un factor de distracción, distorsión y nicho de realidades paralelas para lelos.  La respuesta a tamaño desafío puede estar en una educación enfocada a la formación de docentes, estudiantes y ciudadanos autodidactas, a ver si así evitamos que la era digital sea la era de la ignorancia voluntaria.


 

Big History o Gran Historia

Pobre educación sin ilustración

Publicado el 2 de febrero de 2021

 

En los últimos 70 años la ciencia logró explicar en gran parte el origen y evolución del universo, la síntesis de los elementos químicos en las estrellas, la clave genética y molecular de la vida y el maravilloso despliegue de la biodiversidad.  Se entendió la dinámica del planeta y sus ciclos biogeoquímicos, la íntima interrelación entre biosfera y geología, y el funcionamiento intrincado de los ecosistemas.  Se obtuvo abundante información sobre el origen y la evolución del género Homo y de su única especie sobreviviente, el Homo Sapiens, sus rutas de expansión a partir de África y las causas fundamentales del devenir histórico de las sociedades humanas. Se desarrollaron tecnologías que nos permitieron datar la historia natural y social en una línea del tiempo que va desde el Big Bang hasta el presente, el Antropoceno, y así contar ese metarrelato llamado Big History o Gran Historia.

En resumen, con el cimiento de las teorías científicas desarrolladas desde mediados del siglo XIX a mediados del siglo XX, la humanidad logró responder por fín las profundas preguntas que inquietaron a las gentes de todas las épocas y pueblos: ¿qué somos? ¿de dónde venimos? ¿de qué se trata todo esto? ¿cuál es nuestro lugar en el cosmos? ¡Todo eso en el lapso de una vida humana!  Somos testigos privilegiados de esa hazaña asombrosa, así como vimos los viajes a la Luna, la dominación de la energía encerrada en el núcleo de los átomos, la manipulación del ADN, la construcción de máquinas inteligentes.  Y es con fundamento en esas respuestas y en esas increíbles tecnologías producto del ingenio humano que podemos responder la pregunta vital y práctica: ¿adónde vamos?  Una pregunta que en el siglo XXI tiene el carácter de encrucijada y no se exagera si la calificamos de vida o muerte, pues tendremos que escoger entre sostenibilidad o catástrofe.

Sin embargo, toda esta maduración de nuestra visión del mundo, toda esta lucidez que equivale a llegar a la mayoría de edad como especie, está tristemente ausente en las escuelas.  La educación básica y media parece sumida aún en una cosmovisión medieval, una mirada premoderna del mundo, pues la ciencia moderna es presentada en fragmentos casi dogmáticos, mecánicos y carentes de sentido integral en medio de una maraña de fantasías tradicionales o recientes.  El bachiller sale atiborrado de pedazos de información e imaginarios, pero sin cosmovisión científica.  Su mente es una colcha de retazos agravada por el caos de las redes sociales. La pedagogía ha fracasado, como analizamos en otra columna, al priorizar la forma sobre el contenido.  Nuestra tesis es que la baja calidad de la educación tiene su epicentro y causa primordial en la carencia de una concepción científica del mundo, es una educación sin ilustración.

La instrucción pública despegó en el siglo de las luces con un proyecto ilustrado moderno que se proponía dejar atrás el pensamiento mágico – religioso para construir ciudadanía y sobre la base del uso público de la razón -que hoy llamaríamos pensamiento crítico- edificar la democracia.  Los tres pilares de la revolución -libertad, igualdad y fraternidad- se erigían sobre una base: la Educación, la cual no consistía simplemente en saber leer y escribir, sino en el acceso al pensamiento científico como columna vertebral de la modernidad. Pero en alguna parte del camino en el siglo XX, el proyecto ilustrado fue desarmado y abortado.  Las fuerzas progresistas perdieron la brújula, transigieron ante los sectores conservadores o incubaron dentro de ellas mismas ideas neoconservadoras, antimodernas y oscurantistas.  La ciencia fue despojada de su carácter revolucionario como forma democrática de pensar y concebir el mundo.  Y la ciencia sin cosmovisión es como el café sin cafeína.

Este resultado histórico de las últimas décadas ha significado una debacle para las facultades de educación.  En ellas reina el oscurantismo en versión religiosa premoderna o en versión antimoderna (como el posmodernismo anticientífico).  La cosmovisión científica está ausente o reducida a chispazos marginales.  En ese caldo de cultivo el maestro descafeinado que allí se forma es un súbdito, no un revolucionario.  Ya no es un agente transformador de la sociedad, un constructor de ciudadanía, ni un puntal sentipensante del progreso integral y la profundización de la democracia.

Urge entonces el impulso a un Proyecto Educativo Ilustrado 2.0 que dote a las facultades de educación de una columna vertebral de cosmovisión científica.  No hablamos, desde luego, de la Ilustración del siglo XVIII sino de una Ilustración Antropocénica a la altura del siglo XXI.  Una fuente es, por ejemplo, la que despliega Steven Pinker en su monumental libro En defensa de la Ilustración. O la que desarrolla Yuval Noah Harari en De animales a dioses.  O la filosofía científica que expone Mario Bunge a lo largo de ocho tomos en su Tratado de filosofía básica. O la amplia bibliografía sobre pensamiento crítico.  Y sobre todo la formación en Big History o Gran Historia, un proyecto que ya viene desarrollándose en muchos países con exponentes mundiales como Fred Spier o David Christian.

Colombia tuvo pioneros en este campo como el ingeniero antioqueño Antonio Vélez, autor de varios libros.  Y en nuestro país ya hay cursos de Gran Historia en la Universidad Tecnológica de Bolívar, en Mapuka de la Universidad del Norte, en la Fundación Stellam que tiene un curso online para docentes y público en general.

 


 

Educación y cultura memética

Publicada el 21 de marzo de 2021

 

¿Qué es un meme?

El concepto de meme lo acuñó el biólogo evolutivo Richard Dawkins en su clásico libro El gen egoista de 1976.  Se trataba de una analogía entre la cultura y la genética de poblaciones, de modo que el meme era el equivalente a un gen cultural, como una idea presta a replicarse y  difundirse o ser eliminada y desaparecer.  El verbo de moda, viralizar, refleja esa conexión con la biología.  En principio era un novedoso abordaje para intentar describir la evolución cultural a la manera de la evolución biológica.  Ese enfoque se denominó memética y es utilizado en el análisis de fenómenos sociales a lo largo del tiempo.  Por ejemplo, Daniel Dennet lo usa en su libro Romper el hechizo para estudiar la religión como fenómeno natural (valga la oportunidad para recomendar esta magnífica obra). 

Sin embargo, con internet la palabra meme adquirió un sentido distinto.  El término empezó a aplicarse a pictogramas con imágenes chistosas y virales que utilizan una especie de sketch, el cual se repite en decenas de versiones que compiten en creatividad y humor hasta que todo el mundo se aburre de ellas.  Pero más allá del humor el término empezó a usarse para todo tipo de infografía simplificada cuando circula masivamente.  A partir de este giro la nueva herramienta audiovisual se ha convertido también en un poderoso medio de circulación de información seria.  Y esto hace que el término meme retorne en buena medida a su significado original, pues aunque el meme de internet es efímero, la huella dejada en la mente humana no lo es.  Y esta huella es el verdadero meme en el sentido de Dawkins, una idea pronta a reproducirse en nuevos pictogramas y otras formas de comunicación.  Resumiendo: el meme (en el sentido de Dawkins) se reproduce y circula a traves de múltiples memes (en el sentido usual de pictograma de internet).  O dicho de otra forma: el meme real viaja por los cerebros teniendo como vehículo una diversidad de memes virtuales o aparentes.

Eso significa que estamos ante una nueva forma de educación de gran penetración a través de todas las redes sociales y, por tanto, con un tremendo potencial.  El bombardeo repetitivo termina vulnerando las defensas de la mente individual, pues como decía Goebbels, jefe de propaganda de Adolf Hitler, “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”  (¿o será que esta frase es un meme tan repetido que se nos ha convertido en “verdad”?).  Pues parece que sí es verdad, porque así como circula información en memes virales, también circula desinformación. Es un arma de doble filo. 

Y aquí viene la pregunta del millón: ¿El meme es un aliado de la educación o un peligroso rival?

Algunos dirán que es una maravillosa herramienta educativa.  Mas yo debo confesar que soy pesimista.  Tras varios años de observar el fenómeno considero que está creciendo aceleradamente una nefasta cultura memética, o mejor, una incultura memética, la cual parece posicionarse cada vez más en las maleables mentes juveniles.  Y la pandemia no ha hecho sino exacerbar esta expansión. 

Los memes carecen de control de calidad y fact-checking, aún en los temas más serios como la ciencia, la filosofía y la historia.  Cualquiera los fabrica sin tener que responder ante nadie y lo mismo sucede con los videos de Youtube.  Recogen todo tipo de falsedades, chismes, fake news, leyendas, pseudoteorías conspiranoicas, propaganda ideológica disfrazada de datos.

En tiempos recientes se han masificado en forma increíble los grupos de facebook sobre temas de ciencia, tecnología, arte, cultura, historia.  Por ejemplo, hay ya grupos en español con más de un millón de miembros que supuestamente tratan temas como los mencionados.  Al principio me pareció estupendo.  ¿Qué más quisiéramos que el incremento exponencial del apetito por el saber, la curiosidad y el aprendizaje colaborativo?  Lo malo es que los grupos de mayor masificación son los carentes de moderación y filtros, donde todo el mundo suelta sus ocurrencias sin responsabilidad alguna y donde la mentira y la desinformación circulan libremente. 

Tras analizar miles de comentarios en las publicaciones de esos grupos el balance arroja un predominio notorio del efecto Dunning-Kruger.  Según estos autores las personas cuando ignoran totalmente un tema admiten su ignorancia, pero apenas saben un poquito del asunto tienden a sobreestimar su propio conocimiento; cuando por fin se convierten en expertos, en cambio, se hacen plenamente conscientes de los límites de su conocimiento.  En la cultura memética ese efecto psicológico de creer que se sabe lo que no se sabe hace estragos.  Si un joven entra a un grupo de estos con auténticas ganas de aprender, lo que va a encontrar es desinformación.  Por consiguiente, en vez de aprender, termina más confuso que cuando entró.  O peor aún, se convierte en un multiplicador de la mentira, la desinformación y la confusión.  Eso no es educación sino antieducación.

Lo más grave es que frente a esta poderosa arma de difusión de la falsedad se encuentra un sistema educativo defectuoso y sumamente débil, incapaz de generar defensas en las mentes en formación.  Un tema ya elaborado en anteriores columnas como El fracaso de la pedagogía donde expusimos cómo la teoría pedagógica no ha logrado impacto positivo en la calidad educativa ni ha sabido adecuarse al mundo hiperconectado en que vivimos, punto desarrollado en La era de la ignorancia voluntaria.  Estimado lector, si te interesó esta columna te invito a leer las dos anteriores arriba citadas.

Como evidencia de lo dicho he creado una página de facebook para ejemplificar con casos concretos de memes desinformantes.  La página se llama Memes al banquillo y ya hemos empezado a acopiarlos con análisis crítico incluido.  Échate una pasadita.


 

Quitarse la gafas románticas

Publicado el 9 de julio de 2021

 

Me gusta ver video-clips de animales en su hábitat, se aprende mucho con ellos.  En esa materia hemos dado un salto cualitativo en los últimos años, tanto en producción de videos como en su fácil y masiva distribución en las redes sociales, especialmente Instagram.

Estas imágenes nos muestran la realidad salvaje como es: implacable, cruel, sin compasión, donde el sufrimiento, la dolorosa agonía y la muerte terrible son la ley.  En muchos casos la presa es comida viva. No son tan extraños los casos de animales herbívoros devorando otros animales.  La terrible muerte de los predadores cuando el envejecimiento hace sus estragos nos recuerda que el sufrimiento no es exclusividad de los débiles. No faltan los casos de "canibalismo" y de "infanticidios" (en carnívoros y en herbívoros).

Pues bien, los comentarios del público a estas imágenes son un muestrario de la mentalidad predominante.  Como dice Mauricio García Villegas al referirse a la indignación virtuosa, hoy de moda: “nuestra psiquis se acomoda mejor al oficio del sacerdote que al del científico”.  En efecto, tales comentarios están llenos de moralismo, maniqueísmo, proyección antropomórfica (atribuirles a los animales no humanos características humanas). 

El público casi siempre toma partido a favor de la presa (victimismo). Se alegra cuando escapa.  Y sufre empáticamente cuando la presa sufre.  Le reclaman con indignación al filmador que no intervenga como salvador.  Las simpatías están cargadas a favor de los mamíferos y algunos reptiles inofensivos. Los insectos los dejan más o menos indiferentes. Las serpientes suelen ser aborrecidas.  Me atrevo a proponer una hipótesis: “a menor distancia genética con la presa, mayor simpatía”.

Estas imágenes son muy educativas, pues chocan de frente con las visiones románticas de "la naturaleza apacible", una especie de paraíso terrenal creado por un dios bondadoso donde las criaturas viven en armonía. Algo así como la "isla del Edén“ en la tira cómica de El Fantasma, “el duende que camina” (una vieja tira cómica que no era cómica sino de aventuras y salía en El Tiempo los domingos).  La realidad del orden natural es todo lo contrario, la vida silvestre es el reino de la muerte, donde impera el intenso sufrimiento de los "inocentes", el martirio permanente de las "criaturas de Dios". 

No hay justicia en la naturaleza. No tiene por qué haberla, pues no hay" buenos" ni "malos". Pero el moralismo proyecta a la naturaleza la moral humana y si la persona es capaz de asomarse a esta realidad, se estrella contra la amoralidad del mundo objetivo.

No es difícil entender que si la especie humana estuvo sometida a los peligros de las fieras y las serpientes durante la mayor parte de su historia, ese miedo perviva en nosotros, aunque hoy no se justifique racionalmente.  El miedo es desagradable, por tanto el cerebro se las amaña para construir una visión romántica, dulcificada, del mundo natural.  Llevamos incorporadas unas “gafas rosadas”, enraizadas emocionalmente, que cuesta quitarse.   

Estamos llenos de sesgos psicológicos, las gafas románticas son apenas un ejemplo entre muchos. Eliminarlos, minimizarlos o aprender a estar alerta frente a ellos es necesario para entender la realidad.  Tal eliminación o manejo consciente es el objetivo del entrenamiento en pensamiento crítico. 

Con el estudio de la historia de la sociedad humana pasa algo similar. Nos cuesta quitarnos las gafas. Y la miramos desde el presente proyectando juicios morales apasionados.  Examinamos el pasado de manera anacrónica y maniqueísta, entonces juzgamos a los personajes históricos con los valores morales de hoy y a veces hasta con el orden jurídico actual.  Y salimos a vengarnos  insuflados de rabia y odio contra el mármol y el bronce en medio de una borrachera simbólica.

Las telenovelas turcas están de moda, como antes las mexicanas, venezolanas o nuestras propias producciones colombianas.  El melodrama siempre ha tenido éxito, con sus malos malos y sus buenos buenos, a pesar de ser una simple y tonta caricatura de las interacciones humanas, pues logra mover nuestras pasiones primarias.  El buen cine y la buena literatura se alejan de esa simpleza para poder profundizar en la complejidad de la condición humana.  La buena historiografía también, nada de leyendas blancas, rosadas o negras.  Al igual que en etología -ciencia de la conducta animal- en historia también tienes que quitarte las gafas románticas si quieres conocer la realidad.

Somos el producto del pasado que existió y que no podemos cambiar ni acomodar a nuestros valores actuales.  Reconocer el pasado es reconocernos a nosotros mismos, sin ínfulas de supremacía moral.

Nos cegamos al sufrimiento animal para crear un paisaje salvaje pero idílico.  Acomodamos la historia con relatos míticos en blanco y negro, leyendas ideológicas disfrazadas de “memoria colectiva”.  Antropomorfizamos los fenómenos naturales inventando dioses del trueno, de la lluvia, de la “madre Tierra”.  Humanizamos hasta el cosmos y nos creemos que los planetas y las estrellas giran en torno nuestro, o como suele decirse ahora, graciosamente, “el universo conspira a nuestro favor”.  Nos negamos a crecer, sumergidos en la ficción.  Deseamos permanecer por siempre en ese estado infantil, como Peter Pan, viviendo en el mundo encantado.

Blas Pascal era creyente, pero alguna vez reconoció la indiferencia absoluta del universo cuando expresó, “el silencio de los espacios infinitos me aterra”.  No lo superó, prefirió domesticar el miedo con una ingeniosa apuesta.  En el siglo XXI, huérfanos de dioses y enfrentados a la catástrofe climática, el infantilismo resulta suicida y el negacionismo es irresponsable con las futuras generaciones.  A estas alturas de la aventura humana no tenemos más alternativa que apostar a las ciencias, quitarnos todas las gafas y asumir la mayoría de edad: sólo el conocimiento salva.


 

La racionalidad es un lujo

Publicada el 6 de noviembre de 2021

 

El pasado 28 de septiembre fue el lanzamiento del nuevo libro del psicólogo canadiense, Steven Pinker, uno de los autores más leídos del mundo en el género de no ficción.  En cuestión de un mes ya la obra está en español y distribuida en las librerías colombianas: ventajas de la globalización. 

Desde que estuvo en Cartagena, en el Hay Festival de 2015, el profesor de Harvard ha producido dos textos de importancia.  En defensa de la Ilustración, publicado en 2018, que ya tuve oportunidad de reseñar en mi blog y comentar en esta columna de El Unicornio.  Y el actual, titulado Racionalidad, el cual paso a comentar, pues tiene un contenido muy apropiado para esta época de fake news, pseudoteorías conspiranoicas y oscurantismos de toda índole en la derecha y en la izquierda del espectro político.

¿Es el ser humano un animal racional?  La respuesta corta es: un poco. En sus Ensayos impopulares, Bertrand Russell nos cuenta: “en el transcurso de mi larga vida he buscado diligentemente pruebas en favor de esta afirmación (de que “el hombre es un animal racional”), pero hasta ahora no he tenido la fortuna de toparme con ellas”.  Más allá del toque sarcástico del filósofo, lo cierto es que el animal humano está dotado de lo que Pinker llama “racionalidad ecológica”, que funciona bastante bien en contextos naturales.   Por algo estamos aquí echando el cuento, de otra manera nuestra especie debilucha habría desaparecido hace milenios. 

Los Sans del Kalahari, antes llamados bosquimanos, cazadores-recolectores que subieron al estrellato con la película Los dioses deben estar locos, tienen “un manejo intuitivo de la lógica, el pensamiento crítico, el razonamiento estadístico, la inferencia causal y la teoría de juegos”.  Casi el arsenal completo de herramientas racionales que la ciencia ha sacado a la luz y perfeccionado.  Pero el ciudadano supuestamente moderno se mueve en un contexto artificial donde ese manejo intuitivo no funciona y parece que los 12, 17 o 20 años pasados en las instituciones educativas no nos entrenaron adecuadamente para utilizar la caja de herramientas del pensamiento racional, perfeccionada en los últimos 200 años y disponible para cualquiera.

El libro de Pinker intenta reparar esa carencia.  La obra es un compendio del pensamiento crítico, como un manual, pero en estilo coloquial y entretenido, con viñetas y chistes. Capítulo tras capítulo el texto nos muestra cómo caemos fácilmente en trampas producidas por falacias, sesgos y puntos ciegos, cómo nos cuesta entender la estadística, las probabilidades y el azar, cómo pisamos la cáscara de la credulidad a pesar de las evidencias, cómo elegimos mal ante el riesgo y la recompensa, cómo nos tropezamos con falsos positivos (no del estilo uribista) y falsas alarmas, cómo la interacción con otras personas nos mete en un callejón sin salida aparente, semejante a los ratones que no decidían quién le pondría el cascabel al gato.  Ni los científicos se escapan de los errores de razonamiento, por ejemplo al confundir correlación con causalidad.

El autor se basa en los mejores descubrimientos de la psicología experimental, está trepado en  hombros de gigantes, como Amos Tversky y Daniel Kahneman, por ejemplo.  Kahneman fue premio Nobel de Economía  en 2002 (Tversky había muerto seis años antes, pero era igualmente merecedor) y también ha producido libros muy buenos sobre estos temas, conseguibles en Colombia. Por ejemplo, Pensar rápido, pensar despacio, que es otra recomendación para quien quiera entender nuestra manera deficiente de pensar. Y ahora acaba de sacar Ruido. 

No se crea que estos hallazgos son cosas de laboratorios de psicología y no nos afectan en la vida práctica.  Todo lo contrario, los errores de pensamiento están por doquier: en el periodismo, en el sistema judicial, en la academia, en la medicina, en los gobiernos, en la geopolítica y, por supuesto, abundan en la vida cotidiana, en las decisiones que tomamos, las creencias que asumimos, las interpretaciones que hacemos.  Y las redes sociales están inundadas hasta el cogote de fallas de razonamiento como el sesgo de confirmación (selectividad parcializada), el sesgo tribal de “mi lado” (especie de “ley del embudo” respecto a nuestro grupo), el efecto Dunning-Kruger (sobreestimación de nuestro conocimiento), que Pinker no menciona, pero es epidémico en el deporte de la opinadera en Twitter y Facebook.

¿Qué le pasa a la gente?  Esta pregunta es el título del penúltimo capítulo, donde Pinker aborda el crucial y espinoso tema de las creencias, como lo expusiera Carl Sagan en El mundo y sus demonios.  En este capítulo el autor toma de Robert Abelson y el humorista George Carlin la diferencia entre creencias distales y comprobables, la cual lleva a los individuos a establecer dos zonas de realidad: el entorno inmediato (donde son realistas pues ser fantasioso sale costoso) y la realidad lejana (donde pueden ser fantasiosos sin problema).  Esa realidad lejana puede ser el más allá, el espacio exterior, el micromundo, el pasado anterior a nuestra memoria, el futuro y el mundillo de los ricos y famosos al cual no tenemos acceso.  Esa realidad que no es directamente accesible configura una zona mitológica, donde podemos dar rienda suelta a la especulación. 

Tales creencias mitológicas, como la religión, las pseudociencias, las pseudoteorías conspiranoicas, las fake news y los mitos identitarios, se pueden asumir sin aparentes consecuencias negativas. Al contrario, parecen brindar sentido de pertenencia a un colectivo o “tribu”, sensación de superioridad moral o cognitiva (buenos contra corruptos o despiertos contra dormidos) o simplemente convertirnos en personajes entretenidos en una reunión social con nuestras “teorías” extravagantes.  Sin embargo, no es cierto que no haya consecuencias negativas: ahí está el caso de los antivacunas o las medicinas no basadas en la evidencia, o las sectas, o el negacionismo del cambio climático antropogénico.  Y los efectos políticos del oscurantismo, añado yo.

Pinker esboza una “psicología de los apócrifos” para explicar cómo es posible que un animal con las capacidades de nuestra corteza prefrontal pueda ser tan iluso y creer disparates, en vez de asumir el realismo universal (cosmovisión científica).  Su explicación muestra su veta de psicólogo evolucionista al afirmar que ”el sometimiento de todas nuestras creencias a los juicios de la razón y las evidencias es una destreza antinatural como la alfabetización y el cálculo, y ha de ser inculcada y cultivada”.  Es decir, la razón debe ser entrenada.  El pensamiento crítico es producto de un entrenamiento y la educación no lo está cumpliendo, por lo que urge ser reformada.

El ideal de la racionalidad fue expresado por Bertrand Russell con esta sentencia que Pinker considera un manifiesto revolucionario: “es indeseable creer una proposición cuando no hay fundamento alguno para suponer que sea cierta”.  Tal máxima está lejos de cumplirse en nuestra sociedad.  Por ahora, la racionalidad es un lujo. 

 


 

Petro, Gaviria y la política universitaria

Publicada el 13 de noviembre de 2022

 

En los balances de los 100 días de gobierno que pululan en las redes, la educación brilla por su ausencia.  En un gobierno de cambio que se plantea una serie de reformas esenciales sobre temas claves, la educación carece de un horizonte de transformación significativa.  De hecho, ni siquiera se habla de reforma educativa y menos aún de “revolución educativa”, una pomposa expresión que ya está desgastada por tanto manoseo en gobiernos locales y nacionales anteriores (los cuales jamás hicieron revolución alguna). 

El ministro Alejandro Gaviria, una de las estrellas del gabinete pues es el único del equipo que fue precandidato presidencial, ahora pasa de bajo perfil y parece atornillado en la fría Bogotá, lejos de los territorios. El gran propósito programático de la educación en el gobierno Petro es la ampliación de cupos.  Es decir, más de lo mismo, como si el problema educativo de Colombia fuese sólo de cantidad y no de calidad.  Más aún, cabe presumir que una mayor masificación del sistema educativo conllevará un detrimento de la calidad, ya de por sí precaria.

Se dirá que ampliar cobertura es lo más democrático.  Pero tal experiencia ya la hemos vivido y no produjo revolución alguna.  Décadas atrás ser bachiller era algo extraordinario, reservado a una minoría, como nos lo recuerdan los vallenatos de Escalona.  El bachillerato se masificó a costa de perder calidad: por ejemplo con la implantación de la doble jornada (menos horas de estudio), metiendo más alumnos por curso y subiendo la razón numérica alumno / docente, desmejorando la formación de maestros.  La democratización no sirvió para disminuir el desempleo sino para “cualificarlo” (valga la ironía).  Tampoco para mejorar la competitividad o construir ciudadanía.  La primera porque el resto del mundo también avanzó y en mayor grado.  La segunda, porque ni antes ni después la formación básica y media ha sido educación para la democracia.  A la postre, el resultado fue aumentar los años de estudio de los jóvenes adultos, generar un desempleo calificado, jerarquizar las instituciones educativas, ampliar el negocio de la educación y vaciar el bolsillo de las familias que ahora tenían que invertir más en la educación de los hijos para aspirar a la movilidad social. 

La educación universitaria también se masificó en correspondencia, pues los bachilleres son su mercado, hasta el punto de alcanzar a Argentina que antes nos duplicaba. Hoy por hoy Colombia está mejor que Estados Unidos en la proporción entre población universitaria y población total, con la desventaja adicional para los gringos de que tienen muchos estudiantes extranjeros.  Entonces, ¿será que el problema colombiano es de cobertura? 

Sostengo que el problema verdaderamente crítico del sistema educativo colombiano en todos sus niveles es de calidad y contenido.  Lo sé por experiencia propia como profesor, pero eso podría ser apenas anecdótico.  El punto es que así lo muestran los indicadores, por ejemplo las pruebas PISA, las pruebas Saber, las estadísticas sobre lectura y lectura crítica, entre otras.  Tenemos exceso de profesionales en ciertos campos y déficit en otros.  La orientación profesional es pésima.  En el afán de disminuir la deserción se baja la exigencia y el rigor, se infantiliza y “pechicha” al estudiante.  Nadie se extrañe si luego se caen los puentes y edificios, se mueren los pacientes, se funciona mal en muchos ámbitos de la economía.  Y para todos esos problemas hay abogados dispuestos a “ayudar”.  Que la pedagogía no es la solución ya lo argumenté en otra columna.

Preocupa que el gobierno del cambio no muestre una política universitaria clara.  Por ejemplo, se van a cumplir los 100 días sin que el presidente Petro haya designado sus delegados en los consejos superiores de las universidades públicas o en las privadas intervenidas (y no es el único ámbito: también en superintendencias, cámaras de comercio y otras instancias). El ministro Gaviria sí lo ha hecho en algunas, pero sin que ello incida hasta ahora en nada visible.

Los consejos superiores universitarios están constituídos por nueve integrantes.  Presidente y ministro de educación ponen dos y si se suman los tres estamentos (estudiantes, profesores y egresados) ya daría una mayoría necesaria para introducir cambios en las universidades públicas existentes.   Debería ser una prioridad de gobierno, si es que tiene una política universitaria de cambio, incidir en las instancias que dirigen las universidades públicas.  Eso es lo que llamo “buena politización” (con ideas) en contraposición a la “mala politización” que es de tipo politiquero y que se basa en el apetito burocrático y presupuestal.

En la Universidad del Atlántico, hoy convertida en botín charista, acabamos de ver en esta semana que pasó, esa ausencia de política universitaria del gobierno nacional y del Pacto Histórico (PH).  En las elecciones estamentarias el charismo derrotó dos por uno al PH.  Los estudiantes dieron el triunfo al PH, pero la absurda división de éste en los otros dos estamentos permitió el triunfo de la Casa Char que mantiene así el dominio de una universidad que maneja un presupuesto superior a la mayoría de municipios del Atlántico.  Fueron elecciones de maquinaria, muy al estilo politiquero tradicional, en medio de un desierto de ideas y programas.  En ese terreno era lógico que ganara el Clan Char, expertos en ese juego.  Sirva el ejemplo para que estas fallas no se repitan en otros departamentos.

Ante el vacío gubernamental de política universitaria no podemos quedarnos en la crítica negativa, sino aportar a su construcción con ideas que apunten a una transformación cualitativa profunda de la universidad pública, tras décadas de neoliberalismo rampante.  Ese tiene que ser tema de una nueva columna, pero puedo adelantar lo siguiente: el foco del cambio debe estar en las Facultades de Educación, pues de ellas depende la calidad de la educación básica y media.


 

Calidad educativa y pensamiento crítico

Publicada el 25 de marzo de 2023

 

¿Habrá una revolución educativa en Colombia antes del 2026?

Todo parece indicar que no. O por lo menos no se vislumbra en el horizonte. Durante la campaña electoral el actual presidente presentó propuestas de aumentar la cobertura de la educación universitaria e incluso llegó a plantear la utopía de universalizar la educación superior. Pero prácticamente no tocó el punto crucial de la problemática educativa en Colombia, que no es la cobertura sino la calidad, especialmente en la educación básica y media.

En campaña eso parecía lógico, pues la ampliación de cobertura con apertura de nuevos cupos, apoyo a la universidad pública, creación de nuevas universidades (especialmente en sectores donde no había), oportunidades educativas para militares y policías, eran todas banderas atractivas capaces de sumar votos. En contraste, un tema complejo como la calidad educativa no resulta tan seductor y además conlleva conflicto con Fecode, un sindicato miope que acolita la mediocridad y que ha abandonado las banderas del movimiento pedagógico de hace algunas décadas.

De todos modos, cabía la esperanza de que ya en el gobierno el tema de la calidad educativa se tornase relevante en la política pública. Las afirmaciones de Gustavo Petro indicando que la educación era un tema prioritario y el nombramiento de un intelectual ateo y humanista secular como Alejandro Gaviria, alimentaron esa esperanza en los primeros meses de gobierno. Pero la salida sin pena ni gloria del exrector de la Universidad de los Andes y la priorización de una agenda reformista que no incluye la educación, han ido desinflando esa expectativa.

El perfil de la actual ministra, Aurora Vergara, egresada de la misma facultad que el autor de esta columna, parece muy adecuado para liderar procesos de inclusión, mas no hemos visto señales de una preocupación por el tema de la calidad. No obstante la opinión pública no tiene por qué estar condenada a la pasividad y desde los diferentes espacios, los ciudadanos podemos impulsar la deliberación y el análisis sobre la deplorable calidad de la educación colombiana en todos sus niveles.

Julián de Zubiría es un referente líder en los temas educativos. Comparto algunos aspectos de su visión, pero no su excesivo apego a la pedagogía como panacea, cuando está demostrado que la cualificación de docentes en pedagogía no ha servido para mejorar la calidad de la educación. Que la pedagogía está sobrevalorada es algo que ya he desarrollado en esta columnas (ver por ejemplo aquí).

En mi opinión el meollo del problema y de su solución está en las Facultades de Educación. La mayoría de estas facultades están en universidades públicas, así que el gobierno sí podría tener incidencia en esos centros formadores de formadores. Es desde las facultades de educación que se puede desplegar una verdadera revolución educativa en nuestro país, transformando de modo radical la manera como se preparan las nuevas generaciones de docentes. Es preciso hacerlo porque las Facultades de Educación han fracasado, pues ni en pregrado ni en posgrado forman a los maestros en cosmovisión científica y pensamiento crítico. Voy a decirlo crudamente, aunque me gane algunas desaveniencias: la mayoría de los docentes colombianos en educación básica y media no son intelectuales ilustrados, sus bases disciplinares son endebles y aunque tengan mil cursos y discursos pedagógicos en su cabeza, no están preparados para protagonizar una revolución educativa en Colombia.

Siempre que se plantea esta discusión, surgen los alegatos sobre los malos salarios, la precaria infraestructura escolar, las lamentables condiciones del entorno en los barrios populares de las ciudades y en las zonas rurales y, en fin, todo el acumulado de visicitudes que atraviesan discentes y docentes en sus vidas cotidianas. No son simples pretextos. Qué duda cabe que ninguna revolución educativa será posible sin transformar esos contextos. Pero ello no impide que se enfoque el problema de calidad en el docente. Fecode, por ejemplo, se opone a la evaluación docente, privilegiando su estrecho rol sindical defensivo por encima del interés del conjunto de la sociedad. Es un error. La evaluación es necesaria para que el docente se actualice, se cualifique, profundice su conocimiento científico y adquiera y desarrolle las competencias de pensamiento crítico. Desafortunadamente, sin la presión de la evaluación no lo hacen, debo decirlo con conocimiento de causa. Nada me agradaría más que estar equivocado.

Una revolución educativa no es tanto un asunto de nuevas leyes o reformas tramitadas en el Congreso de la República. El Ministerio sí puede jugar un rol revolucionario mediante la política pública irradiando los lineamientos generales e incidiendo en las facultades de educación. Pero la clave es un docente de nuevo tipo capaz de reformar los currículos escolares a través de los proyectos educativos institucionales, por ejemplo, superando su fragmentación y la ausencia de cosmovisión del siglo XXI.

Además de las competencias blandas, el pensamiento crítico debe ser eje medular de la construcción de ciudadanía en niños y jóvenes. Aprender a aprender, a pensar, a razonar, a argumentar, a detectar sesgos y falacias, a distinguir la verdad de la mentira y la fantasía, son capacidades que siempre han sido importantes. Pero hoy, con internet y redes sociales desaforadas en la circulación de basura, fake news, pseudociencias, pseudoteorías conspirativas y una amplia gama de oscurantismos de todo tipo, esas capacidades son fundamentales para ejercer la ciudadanía en democracia. Tanto más cuando en esa misma internet se encuentran las mejores elaboraciones de la humanidad en artes, ciencias y realizaciones del potencial humano. Herramientas recientes como chat GPT y otros programas de inteligencia artificial que están proliferando, elevan aún más la exigencia de entrenarse en pensamiento crítico.

¿Y qué es exactamente el pensamiento crítico? Ese concepto se ha convertido en una muletilla en boca de todo el mundo en el ambiente educativo. Es hora de precisarlo. Así que ese será el tema de mi próxima columna, aquí en El Unicornio.


 

¿Qué es el pensamiento crítico?

Publicado el 27 de marzo de 2023

En el último párrafo de la pasada columna sobre calidad educativa y pensamiento crítico me comprometí a precisar ese concepto, el de “pensamiento crítico”, que se ha convertido en una muletilla que se repite por doquier en el mundo académico. Aquí vamos a tratar de cumplir esa misión.

El pensamiento crítico es un proceso mental que implica analizar, evaluar y sintetizar información de manera objetiva y sistemática. Es una habilidad fundamental para tomar decisiones informadas y resolver problemas de manera efectiva. El pensamiento crítico requiere que una persona examine cuidadosamente la evidencia, identifique suposiciones subyacentes y valore los argumentos presentados.

El pensamiento crítico se aplica en muchos contextos, desde la resolución de problemas cotidianos hasta la toma de decisiones importantes en la vida profesional. También es una habilidad importante en el mundo académico, donde se espera que los estudiantes evalúen críticamente la información presentada y desarrollen argumentos sólidos en sus trabajos de investigación.

El pensamiento crítico se basa en una serie de habilidades cognitivas, como la observación, la interpretación, la inferencia, el análisis, la evaluación y la síntesis. También implica una actitud de curiosidad, escepticismo y apertura a nuevas ideas y perspectivas.

Para aplicar el pensamiento crítico de manera efectiva, es importante seguir algunos pasos clave. En primer lugar, es necesario identificar el problema o la pregunta a resolver. A continuación, es importante recopilar información relevante de diversas fuentes y evaluar su validez y fiabilidad. Después, es necesario analizar la información y buscar patrones o relaciones entre los datos. Finalmente, se debe evaluar la información y formular una conclusión o solución basada en la evidencia disponible.

En resumen, el pensamiento crítico es una habilidad esencial para la toma de decisiones efectivas en muchos contextos. Requiere un enfoque objetivo y sistemático para analizar, evaluar y sintetizar información relevante. Con la práctica y el desarrollo, el pensamiento crítico puede mejorar la capacidad de una persona para tomar decisiones informadas y resolver problemas de manera efectiva.

Estimado lector, ¿detectó usted algo raro en los párrafos anteriores?

A excepción del primero, los otros cinco párrafos son obra del chat GPT de OpenAI. Nótese el lenguaje estilo manual y el carácter repetitivo en esos párrafos que revelan la máquina generadora de texto. Yo le pedí que respondiera la pregunta que titula esta columna que, como pueden ver, tiene carácter experimental y no sólo de difusión de mi opinión. Estas nuevas herramientas de inteligencia artificial añaden otra razón más para que los humanos desarrollemos pensamiento crítico para no dejarnos engañar.

Ni el ChatGPT ni Bing son confiables. Primero, porque cometen muchos errores. Segundo, porque no suministran las fuentes que parafrasean. Tercero, porque son artefactos opacos, pues las empresas que los ofrecen (OpenAI y Microsoft) no han revelado sus diseños y desarrollos. Las propias empresas advierten que no es una herramienta de consulta. A pesar de eso, en esta ocasión la respuesta provista por GPT es correcta aunque insuficiente (tiene excusa pues le puse un límite de 300 palabras). Pero sorprende que no se mencionen lo que considero son los dos aspectos principales del pensamiento crítico: la detección de sesgos y de falacias. Dos ejes que deben vertebrar el entrenamiento en pensamiento crítico. Al respecto, tal vez el lector recuerde la reseña que hicimos del libro La Racionalidad de Steven Pinker, apenas salió (ver aquí).

Otras carencias y defectos de la respuesta de GPT:

·         No hace referencia a la verdad o la veracidad, un compromiso medular del pensamiento crítico  y que lo diferencia de la teoría de la argumentación cuyo fin es una retórica persuasiva.

·         La lógica y el rigor no aparecen por parte alguna y sin embargo constituyen el núcleo del pensamiento crítico (aún si en los contextos pragmáticos bajo condiciones de incertidumbre toca negociar rigor). 

·         Considera al pensamiento crítico una habilidad, pero en realidad se trata de una competencia, y esta diferencia es importante para la calidad educativa.

·         No menciona el aspecto autorreflexivo (autoevaluación, metacognición).

·         No contempla a la ciencia, como cuerpo dinámico de conocimientos y como conjunto de métodos de investigación, necesarios para calibrar el ejercicio del pensamiento crítico. Y por la misma razón se olvida de la cosmovisión científica, que en mi concepto debe estar necesariamente imbricada.

·         Está cargada hacia lo más práctico, toma de decisiones y resolución de problemas, pero olvida otros aspectos, como la construcción de ciudadanía en la deliberación democrática, por ejemplo.

·         No aborda la relación con el pensamiento creativo y el pensamiento estratégico.

·         Acierta al incluir lo actitudinal, más allá de lo cognitivo, pero le falta el frente ético y axiológico del asunto.

·         Se enfoca en el individuo, pero olvida el pensamiento crítico en grupo (Cass Sunstein trabaja muy bien este punto).

A través de esta crítica a la respuesta de GPT he dibujado múltiples aristas del pensamiento crítico, sin agotar un tema de extraordinaria riqueza que muchas veces se ve sobresimplificado en esquemas con pretensión didáctica apresurada. Uno no se entrena en pensamiento crítico de la noche a la mañana ni con pura teoría. Es una competencia transversal que se debería adquirir desde la escuela y cultivar a lo largo de la vida.

Coletilla: en 2017 escribí un editorial para una revista de ingeniería titulado El pensamiento crítico en la educación superior; éste es el enlace.


 

Ser autodidacta es el único modo de aprender

Publicada el 19 de diciembre de 2023

 

El gran divulgador científico y escritor de ciencia ficción, Isaac Asimov, acuñó la siguiente frase: “La educación autodidacta es, creo firmemente, el único tipo de educación que existe”. Hay otra famosa cita suya que complementa la anterior: “Las personas piensan la educación como algo que tiene un final…”

Concedo que la primera frase, si se toma literalmente, tiene algo de exageración. Pero, si se piensa bien, sin quedarnos en la simple interpretación literal, podemos encontrar en ella una verdad profunda: el aprendizaje es una construcción activa del sujeto. Esto significa, por un lado, que el aprendizaje exige una actitud, disposición y compromiso para movilizar las neuronas en esa tarea intelectual. Y, por otro lado, significa que las clases que dictan los profesores son apenas uno entre decenas de entornos de aprendizaje posibles.

La segunda frase de Asimov sugiere que esa disposición activa hacia la auto-formación y su consiguiente exploración de todos los ambientes de aprendizaje posibles configuran un viaje permanente y apetitoso hasta el final de nuestros días como individuos. Nunca dejaremos de aprender si el hambre de conocimiento nos resulta insaciable. Para ello podemos aprovechar la academia, pero no dependemos de ella. Sé por experiencia que por fuera de esa institución hay iguales o mejores espacios de crecimiento intelectual y práctico: en la experiencia laboral, en la divulgación científica y cultural, en la intensidad de los hobbies y hasta en la vida cotidiana si mantenemos el cerebro alerta, cual esponja, tal y como lo hace un niño de cuatro años. Y está, por supuesto, la lectura, gracias a la cual podemos conversar con las grandes mentes de la humanidad de todos los tiempos. Hoy por hoy vivimos en la era de la ignorancia voluntaria, como analizamos en otra columna, pues tenemos casi todo el saber de la humanidad a un clic de distancia si sabemos buscar.

Isaac Asimov era bioquímico, pero entre sus más de 500 libros hay miles de páginas sobre temas ajenos a su profesión. Los estudió por sí mismo utilizando las fuentes a su alcance desde su apartamento cercano al Central Park de Nueva York. Allí cerca tenía planetario, museo y biblioteca. Desde Leonardo da Vinci hasta Michael Faraday, de Darwin a Ramanuján, la historia de la ciencia está llena de autodidactas que empujaron las fronteras. ¿Cómo cree usted que Einstein aprendió el cálculo tensorial que necesitaba como andamiaje matemático para construir su principio de relatividad generalizado?

Lo mismo pasa en la tecnología: la mayoría de los inventores norteamericanos del siglo XIX, incluido Edison, apenas cursaron la primaria. Fue esa gente creativa la que puso a Estados Unidos a la vanguardia. Aprecien este indicador: la revista Mecánica Popular llegó a vender más de un millón de ejemplares mensuales en el Estados Unidos de la posguerra. La cultura popular de la invención se hizo patente en épocas recientes en el campo de la informática, donde una buena parte de los innovadores fueron autodidactas, aunque no tengan la fama de Bill Gates y Mark Zuckerberg, que también son ejemplo de autoaprendizaje. Así lo relata Walter Isaacson en su bestseller Los Innovadores.  

Colombia también ha tenido grandes ejemplos de formación autodidacta, empezando por nuestro premio Nobel de literatura, Gabriel García Márquez, cumbre de las letras hispanoamericanas. Inevitable mencionar a Estanislao Zuleta Velásquez, discípulo del filósofo de Otraparte, Fernando González. Maestro de maestros, la obra de Estanislao sigue circulando en nuevas ediciones. Buena parte de esa obra son transcripciones de magistrales conferencias orales. Jorge Eliécer Gaitán también llevó la oralidad a grandes alturas en discursos memorables y aunque no era propiamente autodidacta, su pasión por la lectura lo llevó a tener una biblioteca de 16 mil libros. Uno de los botánicos más destacados del país fue Jorge “el mono” Hernández, discípulo de Armando Dugand Gnecco. Al “mono” también lo apodaban “el sabio”. Casualmente, el “mono” y Estanislao nacieron el mismo año: 1935. A Hernández la Universidad Nacional le otorgó el Doctorado Honoris Causa en 1997, así como la Universidad del Valle se lo dio a Estanislao Zuleta en 1980, quien lo recibió con una lectura maravillosa, el Elogio de la Dificultad. ¿Quién no ha leído ese lúcido discurso? 

Gran ejemplo y tremendo legado nos dejan los autodidactas mencionados y muchos más que no alcanzo a incluir en este breve escrito. En suma, ser autodidacta es combinar activa y creativamente todas las formas de aprendizaje. Un docente preparando clase o un alumno explicándole a otro alumno, están practicando la autodidáctica, pues uno no aprende mucho leyendo pasivamente, sino convirtiendo la lectura en una elaboración clara para sintetizársela a otros. Por eso decía Estanislao que leer es trabajar. Hay que leer con el lápiz en la mano.

Ser autodidacta es hacer productivo el insaciable apetito de la curiosidad poniendo en práctica lo aprendido, es explorar inquisitivamente el mundo por dentro y por fuera de la academia, es generar preguntas e investigar sus respuestas, es evaluar a conciencia y asimilar racionalmente la experiencia.

Ser autodidacta, como nos enseñó Gabo, es entrenarse en el dominio de la palabra escrita, es ejercer la disciplina de escribir, como me ha tocado en los últimos cuatro años como columnista de El Unicornio, a razón de 40 o más columnas al año. A ese ejercicio disciplinado le debo muchos aprendizajes.

Ser autodidacta hoy en día es saber aprovechar las TIC y sus recursos, como la educación virtual, las bases de datos, el monitoreo del avance de la ciencia y la tecnología en tiempo real y la búsqueda recursiva y con criterio en el inmenso océano de información y conocimientos de internet.

Así que, estimado lector, te invito a ser un autodidacta infatigable. En tal caso lo peor que te puede suceder es que llegues a padecer algún grado significativo de polimatía, una placentera enfermedad neuronal producida por la infinita curiosidad.

 

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