Los Premios Nobel en El Unicornio
Columnas selectas
Por Jorge Senior
Buhografías
Los premios Nobel son los más prestigiosos del mundo. Se
anuncian en la primera semana de octubre y se entregan el 10 de diciembre de
cada año. En esta selección se abordan los premios Nobel de 2020, 2022 y 2023.
Índice
·
¿Premio
Nobel para el CRISPR?
o
Publicada
el 3 de octubre de 2020 esta columna tiene el mérito de haber anticipado
acertadamente la designación del Nobel.
·
Los
Premios Nobel 2022 y el genio que no ganó
o
Primera
parte y segunda parte, ambas publicadas el 16 de octubre de 2022 con algunas
horas de diferencia.
·
Un
vistazo diferente a los Nobel
o
Publicada
el 11 de diciembre de 2023
Las columnas
de Jorge Senior se publican en el portal colombiano El Unicornio:
www.elunicornio.co/author/buhografias
Las columnas
selectas organizadas por temas se ubican en el blog Buhografías del Unicornio
en: https://buhografiasdelunicornio.blogspot.com/
¿Premio Nobel para el
CRISPR?
Publicado el 3 de
octubre de 2020
La próxima semana se entregan los
premios Nobel en ciencias y literatura.
El Nobel de Medicina y Fisiología sigue siendo el galardón más
prestigioso de esta rama científico – tecnológica, a pesar de ganadores como
Luc Montagnier y Kary Mullis que han batido récords de desprestigio, no por las
investigaciones premiadas, sino por hablar más de la cuenta después de volverse
famosos.
¿Quién ganará en 2020, el año de
la pandemia? Mis apuestas van con un
español, Francisco Martínez Mojica, y dos mujeres, la francesa Emmanuelle
Charpentier y la estadounidense Jennifer Doudna, todos ellos entre los 50 y los
60 años de edad. Ninguno de los tres es
médico, son microbiólogos y bioquímicos muy ligados a la investigación básica
biomédica. Y los tres han sido
protagonistas claves de la investigación, el desarrollo y la innovación de una
revolucionaria tecnología de edición genética, cuyo impacto en la sociedad
puede ser tremendo por las inmensas posibilidades que abre. Pero también es posible que el Nobel se lo
otorguen a Feng Zhang o a George Church, quienes disputan la primacia sobre la
hazaña tecnológica. De hecho, la Oficina
de Patentes de EEUU le dio la prioridad a Zhang en 2017. Sin embargo, la Academia Sueca maneja
criterios distintos a una batalla de abogados.
El término “CRISPR” es un
acrónimo correspondiente a la versión en inglés de la enigmática frase siguiente:
Repeticiones Palindrómicas Cortas Agrupadas y Regularmente Interespaciadas (o
sea que en español el acrónimo sería RPCARIE).
Recordemos que un palíndromo es una palabra o frase cuyas letras tienen
la misma secuencia al derecho o al revés.
Pero en este caso las “letras” son las bases del ADN.
Se trata de secuencias
repetitivas que se encuentran en el ADN de ciertas bacterias y contienen
fragmentos de material genético de virus que han atacado anteriormente a ese
linaje bacteriano, lo que permite que funcione como memoria del sistema
defensivo antivirus. Francisco Martínez
Mojica fue el primero en identificar esas secuencias repetitivas en arqueas en
su tesis de doctorado del año 1993 y en 2005 postuló su función
inmunológica. Además, fue quien acuñó el
acrónimo CRISPR.
Si la bacteria es infectada nuevamente por un
virus que tenga ese material genético, puede identificarlo y defenderse
cortando el ADN del virus con la ayuda de unas proteínas asociadas que hacen el
papel de “tijeras”. Tales proteínas reciben el nombre de “Cas” (acrónimo de
“CRISPR Associated”) y se distinguen entre sí por números: Cas1, Cas2,
etcétera. En consecuencia este
particular sistema inmune de las bacterias recibe el nombre de CRISPR/Cas.
En 2005 el francés Alexander
Bolotin descubre la Cas9 y al año siguiente Eugene Koonin del NCBI de Estados
Unidos propone un esquema para la función inmune adaptativa del CRISPR. Los científicos ya vislumbran el potencial
tecnológico de estos descubrimientos y se dispara la investigación de punta en
el tema. En 2008 el holandés John van
der Oost descubre que el pedazo de ADN vírico se transcribe a ARN que a su vez
guía las Cas a su blanco. Pero a finales
de ese año, en Illinois, Luciano Marraffini y Erik Sontheimer encuentran que el
objetivo del CRISPR es cortar el ADN, no el ARN, hecho confirmado
posteriormente por Sylvain Moineau en Canadá.
Es en 2011 cuando Emmanuelle
Charpentier detalla el mecanismo del ARN para guiar a las Cas9 y al año
siguiente, junto a Jennifer Doudna anuncia el logro de una técnica de manipulación
para guiar al Cas9 por medio de partículas de ARN y así, en principio, poder
editar a voluntad el ADN de cualquier ser vivo.
Nace así el CRISPR/Cas9 como tecnología potente y barata, dando inicio a
una revolución en ingeniería genética. Pocos
meses después Virginijus Siksnys, en Lituania, hace un anuncio similar.
Feng Zhang era un joven doctor en
química y bioingeniería de apenas 31 años en 2013 cuando, trabajando para el
Broad Institute, logra adaptar el CRISPR/Cas9 para editar ADN de células eucariotas,
como las que tenemos los seres humanos y otros animales, así como las
plantas. El Instituto Broad pertenece
nada menos que a las universidades Harvard y MIT y le ha ganado la batalla
legal por la patente del sistema CRISPR/Cas9 a la Universidad de Berkeley
(California) que respalda a Doudna y Charpentier. Aunque casos se han visto en
que el perdedor logra que se revoque la decisión. De todos modos, Feng no se
detuvo y entre 2015 y 2017 logró otra hazaña con el sistema CRISPR/Cpf1 que
ofrece ventajas sobre el Cas9.
En solución salomónica el premio Harvey
de 2018 fue otorgado a Doudna, Charpentier y Zhang, más allá de las disputas
por la patente. Más del 25% de los
ganadores del Harvey han obtenido después un Nobel. ¿Sucederá lo mismo en este
caso? Si asi fuese quedaría por fuera Francisco Martínez Mojica, el español de
la Universidad de Alicante que hizo el descubrimiento básico inicial, pues cada
premio Nobel tiene un tope de tres ganadores.
A la postre, el premio es lo de
menos. Con el poder de edición genética
la medicina de precisión podrá quizás curar más de 4.000 enfermedades
genéticas. Lo alucinante es que también
se posibilita la creación de superhumanos.
La eugenesia está de regreso y más potente que nunca. La especie humana se convierte cada vez más
en Homo Deus, como planteara Yuval Noah Harari
en el segundo libro de su trilogía. Es
inaplazable el debate bioético y político sobre una tecnología tan
peligrosamente poderosa y de consecuencias imprevisibles.
Los premios Nobel 2022
y el genio que no ganó (I)
Publicado el 16 de
octubre de 2022 en la mañana
Primera parte
Pasada la semana de los premios
Nobel vale la pena echar un vistazo sobre estos reconocimientos que, dígase lo
que se diga, siguen siendo los más importantes a nivel mundial. De ahí la necesidad de esta doble columna en El
Unicornio. Hoy vamos con la primera
parte, mañana con la segunda para degustar mejor el festivo.
Sin contar el “premio Nobel de
paz” que es político y lo otorga Noruega, los premios Nobel son cinco: tres en ciencias
naturales (teniendo en cuenta que la medicina es una tecnología que se soporta
en la biología); uno para la más matemática de las ciencias sociales, la
economía; y el quinto para una de las bellas artes, la literatura. De los de ciencia, Colombia va invicto, con
cero premiados desde 1901.
Este año hubo 11 ganadores, nueve
hombres y dos mujeres. Seis ganadores, o sea más de la mitad, son
estadounidenses, de las principales universidades norteamericanas que no
necesariamente pertenecen a la Ivy League. Dos son de Francia, y tres de sendos países:
Dinamarca, Suecia y Austria. Británicos,
alemanes y asiáticos esta vez brillaron por su ausencia, como siempre brilla el
tercer mundo con el esplendor del subdesarrollo. De los 11 ganadores, cinco nacieron en la
década de los 40, otros cinco en la década de los 50 (todos varones boomers nacidos entre 1953 y 1955) y
sólo una maravillosa jovenzuela que nació en los años 60. Por otro lado, la Academia Sueca parece
estarse adecuando al correccionismo político de estos tiempos, pero a
diferencia de los medios amarillistas aquí no nos interesa la vida sexual de
los científicos.
A mis amigos literatos o
economistas no los veo muy contentos, más bien lucen indiferentes. Quizás
porque, como yo, no conocían a los premiados. Cuarenta años después de
otorgárselo a un colombiano, el de Literatura
lo ganó una francesa octogenaria, Annie Ernaux.
Menos conocida que algunos de sus rivales, como Salman Rushdie o Michel
Houllebeck, la ganadora tiene varias obras traducidas al español, pero debo
reconocer que nunca la había oído mencionar.
Ahora es que me entero que ganó el premio de la lengua francesa en 2008
y el premio Formentor 2019, así que no fue propiamente un “palo”. El de Economía,
que no lo da la Academia Sueca de Ciencias sino el Banco Central de ese país,
se lo otorgaron a investigadores del sector bancario, precisamente. Uno de ellos, el republicano Ben Bernanke,
fue presidente de la Reserva Federal de EEUU (2006-2014). Los otros dos son académicos, Douglas Diamond
y Philip Dybvig. Los trabajos que
motivaron el reconocimiento son modelos matemáticos que datan de los años
ochenta y se centran en el estudio de las crisis financieras.
Mis amigos químicos, en cambio,
sí andan contentos por el premio a la química click, que toda la prensa ha
comparado con el juego del Lego, pues ciertos módulos moleculares se enlazan
como fichas de este juego de construcción.
Sobre todo están encantados con el triunfo de la joven y popular Carolyn
Bertozzi, con apenas 56 años recién cumplidos y en cuya estantería ya no
parecen caber más premios. Pero fueron
tres los ganadores del premio de Química,
como es lo más común en los premios Nobel actuales. Sólo que este trío
pertenece a tres generaciones científicas: Barry Sharpless nació a comienzos de
los 40, el danés Morten Meldal en los 50 y la mencionada Bertozzi en los 60. El más viejo, Sharpless, es repitente, pues
había obtenido el Nobel de química en 2001 y es el auténtico padre de la
química click, es decir, del concepto y de los primeros desarrollos.
¿Y de qué click estamos hablando? Se trata de una pauta operativa para hacer
síntesis orgánica, que imita la naturaleza y es sumamente práctica, pues tiene
un amplio rango de aplicaciones. Meldal,
por su parte, logró en Dinamarca la primera reacción específica utilizando este
concepto, abriendo el camino hacia mayores aplicaciones de esta técnica. Sin embargo, los avances obtenidos por los
equipos de Sharpless y Meldal tenían el inconveniente de contener cobre, un
metal tóxico para las células, impidiendo su aplicación en el campo biomédico. Bertozzi y su equipo solucionaron de modo
ingenioso ese inconveniente con la química
bioortogonal, de manera que ahora se puede usar esta fecunda técnica en
seres vivos, ya sea para investigación o para tratamientos clínicos.
En la segunda parte de esta
columna especial veremos los premios de mayor impacto filosófico: medicina y
física. El primero cambió nuestra
concepción de la naturaleza humana y el segundo transformó nuestro
entendimiento de la realidad en su nivel más profundo. Ah, y sabremos por fin quién fue “el genio
que no ganó”.
Los premios Nobel 2022
y el genio que no ganó (II)
Publicado el 16 de
octubre de 2022 en la noche
Segunda parte
En la primera parte de esta
columna especial vimos los premios en literatura y economía, para luego
enfocarnos en lo que fue el trabajo que mereció el Nobel de química.
Tales desarrollos de la química
bio-orgánica fueron realizados a finales de los noventa y comienzos del
presente siglo. Resulta curioso que estos avances tengan mayor impacto en la
medicina que los logros de Svante Pääbo, el sueco ganador en solitario del
Nobel de Medicina de este año. Los suecos premiaron al sueco, pero no por
rosca, como sospecharía un colombiano, pues se trata nada menos que del famoso
padre de la paleogenómica, el estudio en laboratorio del ADN antiguo. Es el
líder mundial en este campo.
Pääbo lideró el proyecto que por
primera vez secuenció el genoma de un fósil Neanderthal (2009), lo cual llevó a
la resolución de un viejo debate sobre la relación entre Neanderthales y
Sapiens, dejando en claro que sí hubo hibridación y que por tanto en los
humanos actuales, especialmente en europeos, hay genes neanderthales (alelos,
para ser exactos). Como si fuera poco en
2010 anunció otra secuenciación histórica: una falange hallada en una cueva de
Denisova, región de la Siberia rusa, muy cerca de Kazajistán y Mongolia,
correspondería a una especie desconocida del género Homo. Y esa especie, ahora
llamada los denisovianos, también se hibridó, tanto con Neanderthales como con
Sapiens, y en los humanos actuales, especialmente asiáticos, hay alelos
denisovianos.
Todos estos hallazgos tienen una
tremenda importancia filosófica, pues cambian radicalmente nuestro concepto de la naturaleza humana, alejándonos de
todo tipo de esencialismo. Su
importancia para la medicina apenas se está explorando. En todo caso, quienes trabajamos en filosofía
y Gran Historia (Big History),
estamos de plácemes con el reconocimiento a una de las personas que más ha
contribuído a desentrañar la genealogía humana.
Pääbo, que es hijo de otro Nobel de Medicina, es tan merecedor del
premio que hasta ha podido ganarlo antes por su trabajo sobre la evolución
molecular del gen FoxP2, el llamado “gen del lenguaje”. Nota bibliográfica: Pääbo publicó en 2014 el
libro El hombre de Neanderthal, traducido en 2015 al español (Alianza
Editorial).
Y ahora viene lo mejor. En 2022
hubo otro premio Nobel dotado de una importancia filosófica aún mayor, si cabe.
El de Física, otorgado a un trío que
al igual que Ernaux y Sharpless, nacieron en los años cuarenta: el francés
Alain Aspect, el austríaco Anton Zeilinger y el gringo John Clauser, de los
Clauser de Pasadena.
Todo empezó con el debate
filosófico más importante del siglo XX, el cual no fue protagonizado por
filósofos, sino por científicos: Albert Einstein y Niels Bohr. Un rifirrafe de
alturas inusitadas que inició en el Congreso de Solvay de 1927 con la crítica
de Einstein a la mecánica cuántica que él mismo contribuyó a crear, a la cual
acusaba de “incompleta”. El primer round
lo ganó Bohr y el segundo en 1930 también.
Einstein ripostó en 1935 con uno de sus artículos más famosos, escrito
en inglés en conjunto con Boris Podolsky y Nathan Rosen, por lo que se le
conoce con la sigla de sus apellidos EPR y su contenido pasó a la historia como
la “paradoja EPR”. Lo que estaba en
juego era nada menos que la naturaleza de la realidad. Para Einstein y sus compañeros era imposible
la interacción instantánea a distancia como pareciera suceder en los
entrelazamientos cuánticos entre dos partículas. “Spooky
action” la llamaba el genial judío.
En el lenguaje de la física actual se le denomina “no localidad” (que
sólo ocurre en ciertos fenómenos cuánticos).
Dicho burdamente, con perdón de
los filósofos, Einstein defendía el realismo objetivo y determinista en el
marco de un programa de búsqueda de “variables ocultas”, mientras que Bohr se
alejaba de esa visión filosófica promulgando un metafísico “principio de
complementariedad” y lo que finalmente se conocería como “la interpretación de
Copenhague”, que tiene diversas versiones, unas más subjetivistas que
otras. El joven John von Neumann
aparentemente había “demostrado” en 1932 que no podía haber tales variables
ocultas.
Los físicos siguieron en lo suyo,
desarrollando nuevas teorías cuánticas y descubrimientos experimentales,
despreocupados de los fundamentos epistemológicos y ontológicos de lo que
hacían (a excepción de David Bohm), hasta que en 1964 un pelirrojo norirlandés,
John Stewart Bell, ingeniero
cuántico (como le gustaba etiquetearse), logró lo que Gary Zukav describió como
“el trabajo más importante en la historia de la física”…. ¡Nada menos!
En ese año Bell publicó en una
revista casi desconocida un artículo titulado “Sobre la paradoja EPR”, el cual permaneció desapercibido durante
años. Allí Bell cuantificó
matemáticamente las implicaciones teóricas de la paradoja EPR (la denominada
“desigualdad de Bell”) y sentó así las bases para un eventual diseño
experimental. Si el experimento violaba
la desigualdad de Bell, que es lo que predecía la mecánica cuántica, Einstein
estaría equivocado. Fue precisamente ese
diseño el que lograron materializar John Clauser y otros científicos, en los
años setenta. Finalmente fue Alain Aspect
quien en 1982 -en Francia- coronó el experimento definitivo que derrota la
tesis de Einstein, al menos en el sentido de darle base empírica rigurosamente
controlada a las interacciones no locales (“spooky
actions”).
La verdad es que el debate sobre la
naturaleza de la realidad ha dado un giro, pero no se ha cerrado, como suele
pasar en filosofía. Mientras tanto, las
aplicaciones tecnológicas del entrelazamiento cuántico se hacen cada día más
importantes. Es el caso de la
computación cuántica y la invulnerable criptografía cuántica. En ese contexto entra la teleportación
cuántica que ha trabajado Zeilinger con asombrosos experimentos de orilla a
orilla del Danubio (1997) o entre La Palma y Tenerife (2012). Un sistema entrelazado sigue comportándose
como una unidad independientemente de la distancia que luego separe a sus
componentes.
Todo esto se lo debemos a John
Stewart Bell. ¿Por qué Bell no ganó el
Nobel? Lamentablemente murió de una
hemorragia cerebral a los 62 años, poco después de darle una entrevista a
Jeremy Bernstein, publicada en el libro Perfiles
cuánticos (McGraw-Hill, 1991). Bell
no ganó el premio, pero hoy hay un premio que lleva su nombre, para trabajos
sobre fundamentos de la física cuántica.
Brindemos por el pelirrojo
genial, el ingeniero cuántico de Belfast que no ganó el Nobel. Que sea con cerveza irlandesa, Guinness. O si no con Carlsberg, la cerveza danesa de
Niels Bohr y Morten Meldal.
Un vistazo diferente a
los premios Nobel 2023
Publicado el 11 de
diciembre de 2023
En diciembre llegaban las brisas,
decía Marvel Moreno desde el título mismo de su famosa novela. Se refería,
claro, a los vientos alisios que azotan el Caribe colombiano cuando se aproxima
el solsticio de invierno en el hemisferio norte y baja hacia el sur la zona de
confluencia intertropical. Es un alivio frente a la canícula tropical para
quienes habitamos el terruño macondiano. Mientras tanto, allá en el lejano frío
nórdico, no llegan las brisas sino los premios Nobel como el que recibiera Gabo
en 1982. Cada 10 de diciembre, aniversario de la muerte de Alfred Nobel
acaecida en 1896, científicos y literatos reciben el famoso reconocimiento
acompañado de un puñado millonario de coronas suecas.
Aprovechemos que hace pocas horas
seis hombres y dos mujeres recibieron los galardones en física, química y
medicina para recrear nuestra mirada con las hazañas del intelecto humano. Te
invito a hacer un paneo.
Me gusta usar la expresión
“santísima trinidad” para referirme a la tríada que nos creó. La primera hazaña
del Pleistoceno fue la fabricación de rústicas herramientas de piedra que el Homo Habilis elaboró hace más de dos
millones de años. Por eso, ese período geológico se corresponde con el
Paleolítico en lo que se refiere a la especie humana y sus ancestros homininos.
La segunda hazaña fue aún más grandiosa, pues marcó la diferencia entre el
género Homo y el resto de la biosfera: la manipulación del fuego por el Homo Erectus y luego el aprendizaje de cómo producirlo
mediante fricción o chispa. Una revolución energética que transformó la anatomía
de estos simios bípedos que son nuestro antepasados. De la tercera hazaña no
hay huellas, pero tampoco dudas: el desarrollo de un lenguaje cada vez más sofísticado. No revolucionó el flujo de
energía sino el flujo de información y elevó la cultura al mismo nivel de
importancia que la genética.
Al lado de esos logros inmensos
que terminaron produciendo al Homo Sapiens, todos los avances posteriores se
empequeñecen: la domesticación de animales y plantas, la cerámica y la
metalurgia, la escritura y la construcción, el mercado y el Estado. Pero si nos
vamos a épocas más recientes, sin duda la invención de la ciencia, con sus
métodos y saberes acumulativos, fue el pilar fundamental para la civilización
moderna. Ya en este contexto, el ser humano abrió dos puertas a territorios
antaño inaccesibles: el micromundo y el macromundo del espacio sideral.
Habíamos vivido encerrados durante milenios en una reducida escala humana del
cosmos y de repente, en los siglos XVI y XVII, la naturaleza se nos amplificó
en muchos órdenes de magnitud con dos nuevas fronteras: lo muy grande y lo muy
pequeño.
Ambas exploraciones son
fascinantes, pero la de mayor impacto fue el descubrimiento del micromundo. La
física y la química nos permitieron adentrarnos en las intimidades de la materia:
moléculas, átomos, quarks, leptones y fotones. Ahí está la base de la
electrónica, la energía nuclear y la fotovoltaica, los nuevos materiales, la
nanotecnología, la computación miniaturizada. Por su parte, la biología
celular, microbiología, genética y biología molecular, tienen las claves de la
vida y constituyen la base de la medicina y la fisiología. Por ejemplo, las
causas de las enfermedades están principalmente en agentes patógenos
microscópicos (virus, bacterias, parásitos) o en moléculas tóxicas y en otros
casos pueden estar en los genes o en microestructuras del organismo humano. Y
los medicamentos suelen consistir en moléculas bien administradas. Aún la
ecología, que estudia la biota a gran escala y es tan importante en este siglo,
sólo se entiende a fondo desde los ciclos biogeoquímicos del Sistema Tierra, es
decir, los flujos de materia y energía a través de nosotros y nuestro entorno
natural y artificial.
Pues bien, los premios Nobel de 2023 fueron un reconocimiento a la exploración y
el entendimiento del micromundo.
El de física fue otorgado a los franceses Anne L’Huillier y Pierre
Agostini y al austríaco Ferenc
Krausz por desarrollar métodos experimentales capaces de generar pulsos de
luz extremadamente cortos para el estudio de la dinámica de los electrones en
la materia. Aquí lo pequeño no es sólo el espacio sino sobre todo el tiempo. Estos pulsos de luz duran apenas algunos
attosegundos. Un attosegundo es una trillonésima parte de un segundo. Un
simple latido de tu corazón, estimado lector, dura mil por mil por mil por mil
por mil por mil attosegundos. Ese número equivale a la cantidad de segundos que
han transcurrido desde el Big Bang. ¡Es asombroso! Y tendrá aplicaciones
prácticas en química y electrónica.
El de química fue otorgado al ruso Alexei
Ekimov, el francés Mongi Bawendi
y el estadounidense Louis Eugene Brus,
por producir mediante métodos químicos nanocristales llamados “puntos cuánticos”, predichos por la
mecánica cuántica hace casi un siglo. Estos fantásticos cristales, mil veces
más pequeños que el grosor de un cabello, tienen propiedades diversas que
dependen del tamaño, no de la composición. Se vislumbran aplicaciones para
estudiar el interior de las células, marcar tejido tumoral en intervenciones
quirúrgicas, mejorar las pantallas LED y las celdas solares, y otras
aplicaciones en electrónica y en tecnologías de comunicación cuántica.
Por último, el premio de medicina y fisiología fue entregado a la
bioquímica húngara Katalin Karikó y
el inmunólogo gringo Drew Weissman
por su trabajo de décadas en el ARN
mensajero y sus posibles aplicaciones clínicas. El descubrimiento clave se
dio en 2005 cuando encontraron la manera de evitar respuestas inflamatorias al
introducir ARN mensajero (ARNm) extraño en células humanas. Lo lograron
mediante el truco de modificar químicamente uno de los cuatro nucleótidos del
ARNm extraño para imitar nuestro propio ARNm. Este desarrollo sirvió para
producir un nuevo tipo de vacunas, muy diferente a las tradicionales hechas con
partículas virales. En este caso el ARNm introducido en nuestras células
codifica temporalmente una proteína de un determinado virus, estimulando así a
nuestro sistema inmune para que genere respuestas defensivas contra el virus y
esté preparado en caso de presentarse infección. Con un desarrollo de décadas,
la nueva tecnología ya estaba madura cuando se presentó la pandemia del
coronavirus que producía la enfermedad Covid-19 y fue la oportunidad para que
Pfizer y Moderna hicieran los ensayos clínicos pertinentes con máxima
eficiencia. Este premio es un merecido reconocimiento a los dos investigadores,
pero también es una bofetada a los conspiranoicos antivacunas y sus
irresponsables y peligrosas creencias sin fundamento.
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