lunes, 29 de enero de 2024

Hablemos de libros

 

Hablemos de libros

 

Recopilación de cinco columnas dedicadas a los libros y publicadas en el portal colombiano El Unicornio durante los tiempos de la pandemia (2020 y 2021), a excepción de la última que es del 2022.

 

 

Por Jorge Senior

Serie Buhografías

 

Entre las 167 columnas que publiqué en El Unicornio desde finales de 2019 a 2023, casi un 10% están dedicadas a libros con reseñas y comentarios. Debido a sus temáticas, algunas aparecen en otras entradas de este blog Buhografías del Unicornio. Aquí recopilé cinco con temas variados, aunque tienen en común que refieren a libros que no son de ficción. Hay libros colombianos y extranjeros, unos escritos en español y otros en francés e inglés, pero traducidos a nuestra lengua. Los artículos son hipertextos, pues incluyen enlaces a otras columnas o entradas de blog.

Contenido:

·         Piketty vs. Pinker

o   Publicada el 17 de abril de 2020, enfrenta dos textos por el título de “libro de la década”

·         El paisa de las emociones tristes

o   Publicada el 27 de junio de 2021, reseña una obra de Mauricio García Villegas

·         Del junco al infinito

o   Publicada el 16 de agosto de 2021, reseña el bestseller de Irene Vallejo

·         Hablemos de libros del 2021

o   Publicada el 18 de diciembre de 2021, comenta varios libros destacados del año

·         Los secretos de León Valencia

o   Publicada el 27 de noviembre de 2022 y de nuevo el 23 de abril de 2023

 


 

Piketty vs Pinker

Publicada el 17 de abril de 2020

Al hacer mi lista de los libros más importantes de la segunda década del siglo XXI en el género de no-ficción, me encuentro con la entretenida tarea de desempatar el primer lugar entre El capital en el siglo XXI de Thomas Piketty y En defensa de la Ilustración de Steven Pinker.  Ambos textos abordan la macrohistoria secular de la Modernidad, con diagnóstico y propuestas de soluciones basadas en datos, todo ello producto de investigaciones sociales a gran escala.  Éste es un signo esperanzador, pues muestra que la crisis de las ciencias sociales tiene salida.

Un lector acucioso de este par de obras maestras y fiel a El Unicornio, notará que las dos lecciones que nos deja la pandemia, tema de mi pasada columna, corresponden precisamente a sendas tesis muy cercanas a estos autores: la defensa del estado social por Piketty y la defensa de la racionalidad por Pinker.  Tuvo que venir una pandemia para recordarnos que tales ideas complementarias no son elucubraciones de intelectuales sino exigencias políticas de la realidad imperante. 

Si usted, amable lector, no ha leído los dos volúmenes, tal vez querrá atender mi recomendación, pero sepa de antemano que le esperan 1400 páginas…¡y eso que ambos son “resúmenes” de un acopio de información mucho mayor!  Y es que ambos escritores cuentan con la facilidad de tener equipos que los respaldan en la cosecha de datos y no escatiman extensión en los procesos argumentativos que los llevan desde las evidencias hasta las tesis que pretenden defender.  Pero si usted quiere ahorrarse tamaña maratón, puede leer Piketty esencial, el breve texto del sueco Jesper Roine  y mi reseña del libro de Pinker aquí.

El capital en el siglo XXI es un verdadero tratado sobre la desigualdad con base empírica (usa datos de 27 países).  El economista francés muestra la dinámica de la relación capital/ingreso a lo largo de siglos y cómo ha evolucionado la distribución del ingreso y de la riqueza durante el siglo XX y la primera década del presente.  Luego detalla cómo ha aumentado la concentración de ingreso y de riqueza en los últimos 40 años, esto es, en la era neoliberal, con diferencias entre el modelo anglosajón y el europeo continental, que reflejan la contradicción entre estado de bienestar y fundamentalismo de mercado. Pero lo más importante es que a largo plazo la dinámica de la desigualdad obedece fundamentalmente a un mecanismo intrínseco del capitalismo mediante el cual el rendimiento del capital es superior a la tasa de crecimiento, sin desconocer que también incide, a favor o en contra, la dimensión política, lo cual explica las fluctuaciones históricas.  Ahora bien, también hay mecanismos que favorecen la igualdad.  Los dos principales son la difusión del conocimiento y la inversión en educación, los cuales permiten eventualmente la convergencia de la racionalidad económica y la racionalidad democrática.

En defensa de la Ilustración es un verdadero tratado sobre el pensamiento crítico racional con base empírica.  El psicólogo canadiense defiende la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso contra el ataque incesante que en las últimas décadas han desatado múltiples formas de irracionalismo y oscurantismo en todos los ámbitos: la política, la economía, la academia, la escuela, la medicina, el periodismo, la cultura, la religión, las redes sociales.  Pero el talante excesivamente optimista de Pinker le juega una mala pasada en el capítulo 9 donde aborda el tema de la desigualdad.  Precisamente en la página 135 cita a Piketty: “La mitad más pobre de la población mundial es tan pobre en la actualidad como lo era en el pasado, con apenas el 5% de la riqueza total en 2010, al igual que en 1910”.  Y luego lo despacha con el peregrino argumento de que “la riqueza total actual es infinitamente mayor que en 1910, por lo que si la mitad más pobre posee la misma proporción, es mucho más rica, no ‘igual de pobre’”.  Parece que ni la desproporción entre 50% y 5%, ni el concepto de injusticia, le dicen nada al autor.  Y lo de “infinitamente” es un mero recurso retórico, no un dato.  Pinker coquetea con la llamada “teoría del goteo” y la utopía neoliberal del crecimiento ilimitado de la torta.  Parodiando el argumento diríamos: “no importa que recibas migajas, pues gracias a los que reciben la mayor parte de la torta ésta es cada vez más grande, y así mismo, aunque no en la misma proporción, crecen tus migajas”.  Adicionalmente, Pinker, aunque alardea de conciencia ambiental, no parece concebir los límites de la capacidad de carga del sistema Tierra. Intuyo un sesgo ético/axiológico en el psicólogo cognitivo experto en sesgos.

En este debate clave sobre la desigualdad le doy la razón, tan preciada por Pinker, a Piketty.  Y también a Harari que vislumbra otros peligros en el presente siglo, por la disrupción tecnológica que puede generar la convergencia de las tecnologías BIO e INFO, la biología sintética y la Inteligencia Artificial.  Una distopía en la cual la segregación tradicional de ricos y pobres se transformaría y amplificaría en la segmentación de castas tecnobiológicas.  Lo que era ciencia ficción en la película GATTACA, con la bella Uma Thurman, ahora se encuentra en el horizonte de las posibilidades, como lo reconoce el filósofo Jurgen Habermas en El futuro de la naturaleza humana.

Sin ir tan lejos, la desigualdad está impresa en el trágico drama del diario vivir para millones de personas que aún sobreviven en medio de la miseria absoluta, como lo vemos en campos y ciudades colombianas.  En sintonía con Piketty, aquí también, en nuestro país, la buena ciencia económica ha estudiado la Dinámica de las desigualdades en Colombia, título del libro de Luis Jorge Garay y Jorge Espitia.  Recomendado.

De vuelta al tinglado levanto la mano del economista francés en su duelo con el canadiense por ocupar el primer lugar en mi top ten personal de los libros de la década, pasatiempo de cuarentena más divertido que los viernes de siluetas.  Y como corresponde a tiempos de redes y pandemia, lo ratifico al comparar los trinos poco relevantes de Steven Pinker frente a la emergencia mundial, con los pronunciamientos certeros de Thomas Piketty, como el que sustenta en su columna del 14 de abril en Le Monde: “Para evitar la hecatombe, lo que se requiere es un estado social, no un estado prisión.  La reacción correcta a la crisis debería ser reanudar el ascenso del estado social en el Norte y especialmente acelerar su desarrollo en el Sur”.

Y ya puestos, ¿le gustaría conocer mi listado de libros de la década?  Dele click.


 

El paisa de las emociones tristes

Publicada el 27 de junio de 2021

 

En la pasada columna reseñé el libro de Rodrigo García Barcha sobre la muerte de su padre, el escritor Gabriel García Márquez.  Jugando con el apellido García, mencioné otro libro reciente, El país de las emociones tristes, del abogado y politólogo paisa Mauricio García Villegas, columnista de El Espectador.  Como lo prometí, en esta ocasión voy a comentar ese texto que es, básicamente, un ensayo diletante que intenta entender a Colombia desde las emociones.  Así lo indica explícitamente desde el subtítulo: Una explicación de los pesares de Colombia, desde las emociones, las furias y los odios.

El libro, publicado por Editorial Planeta (Ariel) en 2020 y que este año sacó su segunda edición, consta de tres partes en las cuales el autor argumenta cinco ideas fundamentales que pretende concatenar.

 

La primera es que en el animal humano las emociones y sentimientos tienen predominancia sobre la razón.  Esta idea, que se sustenta en avances recientes de lo que Steven Pinker llama “las ciencias de la naturaleza humana”, es lo que podríamos considerar el marco teórico y la base científica de la propuesta de García Villegas, aunque a veces le introduce un añejo tono vitalista.  La primera parte del libro se dedica a desplegar este punto.

La segunda idea no es científica, pues proviene de las especulaciones del filósofo del siglo XVII Baruch Spinoza.  Se trata de un esquema bipolar que clasifica las emociones en tristes y plácidas.  Ejemplo de las tristes serían el odio, la ira, la indignación, el resentimiento y de las plácidas la benevolencia, la empatía, la compasión, la civilidad.  El balance particular o ecualización de las emociones en un individuo configura el “arreglo emocional” que caracteriza su personalidad.  El autor intenta construir un puente y conectar esta idea con la primera, incrustándola casi a la fuerza en el marco teórico. Una movida dudosa en mi opinión.

La tercera idea es que, de modo análogo a las personas, las naciones también tienen “arreglos emocionales”.  Es una resurrección del viejo concepto del “carácter nacional”, con la novedad de soportarlo en las dos ideas anteriores.  Al menos eso es lo que el autor intenta.

La cuarta idea es una aplicación de la tercera al caso colombiano.  En este punto el autor argumenta que en nuestro país predominan las emociones tristes como legado histórico español católico.  La segunda parte del libro se dedica al desarrollo de las ideas 2, 3 y 4.

La ética está presente a lo largo de todo el libro.  Podría decirse que es un texto de ética aplicada a Colombia.  Pero es en la tercera y última parte del libro, titulada La representación del mal, donde el autor profundiza en ello.  Dice García: “la idea central de la tercera parte es mostrar que el mal es, en buena medida, una combinación de hechos e imágenes y que no siempre están sintonizados”.  La quinta idea es el reconocimiento de que el progreso moral es factible, no estamos totalmente determinados por los genes, pues la cultura modula la conducta humana.  Si bien no es posible eliminar el mal, sí se puede “domesticar”, por decirlo así.  En esa dirección es clave la educación sentimental que constituye una posible salida a nuestros ciclos de violencia mediante la transformación del “arreglo emocional” del país.

El libro termina con un epílogo que es un elogio exagerado a la temperancia, un alegato a favor de la moderación y en contra de la radicalidad. El autor merodea una tibieza de la cual él mismo es tan consciente que debe hacer una serie de aclaraciones y matizaciones para no quedar como un pusilánime sin carácter. En su alegato revuelve radicalidad, dogmatismo y emociones exaltadas, que son tres cosas diferentes.

Como he descrito, el concepto central del argumento es el de “arreglos emocionales”.  Allí concentra el autor el poder explicativo de su análisis de la realidad colombiana.  García Villegas aclara que esa no es la única explicación. Él reconoce los problemas estructurales objetivos.  Lo que quiere indicar es que esos problemas estructurales objetivos se podrían resolver mejor o de manera más pacífica, fructífera y eficaz si los abordamos desde un “arreglo emocional” más balanceado hacia las emociones plácidas que a las tristes.

El enfoque biopsicológico tiene base científica, pero se nota que el autor no posee experticia en las disciplinas que sustentan ese enfoque, pues utiliza de manera acrítica fuentes secundarias.  También es curioso que no mencione autores tan notorios como Daniel Goleman, así sea para criticarlo, pues en últimas García está hablando de “inteligencia emocional”. 

 

No obstante, hay que valorar este esfuerzo que va en la dirección correcta, esto es, hacia la biologización de las ciencias sociales.  Es una tendencia insurgente en el siglo XXI que ojalá permita rescatar a las ciencias de la sociedad, dominada por posmodernismos y construccionismos anticientíficos. 

 

Hernando Gómez Buendía acaba de publicar un libro de casi 800 páginas que también intenta entender a Colombia pero descuida por completo el enfoque biopsicológico.  En contraste, García Villegas descuida el aspecto geográfico ambiental, clave en un país de regiones.  Un ejemplo es que ni siquiera tiene en cuenta a Orlando Fals Borda, quien con su concepto de “ethos costeño” intenta explicar por qué el Caribe colombiano ha experimentado la violencia de forma tan diferente al interior del país.  Este regionalismo paisa, estrecho de miras, también está presente en autores como Álvaro Tirado Mejía en su libro Los años sesenta (reseña) y Jorge Orlando Melo en su Historia mínima de Colombia (reseña).

 

Finalmente, aunque pienso que el autor no logra su ambicioso propósito, considero que vale la pena saborear este plato letrado, salpicado de anécdotas autobiográficas y condimentado con exquisitas citas literarias.  

 


 

Del junco al infinito

Publicada el 16 de agosto de 2021

 

Por estos días se celebra uno de los eventos culturales más importantes del año en Colombia, la Feria Internacional del Libro, con más de 400 invitados en cerca de 600 actividades, la gran mayoría virtuales dadas las pandémicas circunstancias.  El país invitado este año es Suecia, sobre cuya literatura tengo todo por aprender.  Entre los invitados hay algunos del campo de la ciencia y la filosofía, como el matemático de Oxford Marcus du Sautoy, el filósofo de Harvard Michael Sandel y el bioperiodista David Quammen, cuyo libro Contagio de 2012 anticipó la emergencia sanitaria que hoy vive el mundo. De Sandel tengo en lista de espera La tiranía del mérito, una crítica a la meritocracia.  De Colombia destaco a la escritora Pilar Quintana, autora de La perra, y el periodista científico Pablo Correa que hace un tiempo publicó la biografía de Rodolfo Llinás.  No puedo dejar de mencionar a un invitado sui generis, mi amigo Jairo Rubio, protagonista principal de El Karina, uno de los mejores libros del recientemente fallecido Germán Castro Caycedo, decano del periodismo colombiano.

Los nombres mencionados apenas reflejan mi sesgo personal y no hacen honor a la variedad de nacionalidades y géneros literarios presentes en la Feria.  Pero en la primera línea de invitados sobresale una joven autora española, que de manera magistral es capaz de integrar en su obra la ciencia, el arte, la filosofía, la literatura y la historia.  La inacabable combinación de las letras del alfabeto y una planta acuática de las orillas del río Nilo, el papiro, da origen al título de un libro que bien puede aspirar a ser considerado una obra maestra: El infinito en un junco.  Irene Vallejo es el nombre de su autora, una filóloga clásica nativa de la tierra de Santiago Ramón y Cajal, Zaragoza, helada encrucijada de caminos.  Hasta hace poco, Vallejo era prácticamente desconocida fuera de España y ahora su obra premiada está siendo traducida a más de 30 idiomas. 

Leer las 400 páginas de su texto es un auténtico placer.  En ellas recorremos la historia antigua de un invento genial: el libro.  El infinito en un junco es un libro sobre el libro.  Y no sólo eso: es una historia de la escritura y la lectura, de sus sucesivos soportes materiales, de la educación, de su contexto cultural y político en los orígenes mismos de la civilización occidental.  Está dividido en 135 breves capítulos que se leen como viñetas llenas de emociones y sorpresas, 87 dedicados a los griegos y 48 a los romanos.  Y en cada capítulo se cuentan una o varias historias de modo que al final hay tantas narraciones como páginas, cada una iluminando un fragmento de la condición humana en una prosa poética que evoca y estremece, deleita y conmueve. 

Y es que esta obra es muchas cosas a la vez.

Es un trabajo de investigación histórica que refleja un esfuerzo metódico de muchos años en Oxford, Florencia, Alejandría -entre otros lugares- husmeando en fuente primarias con dominio del griego y el latín de los tiempos antiguos o haciendo un barrido sistemático en fuentes secundarias, para obtener una visión de conjunto del objeto de estudio que abarca casi mil quinientos años desde Homero o incluso antes, hasta la caída del Imperio Romano.  La magia de la autora es que un trabajo erudito se convierte en una lectura agradable, sencilla y accesible para una amplísima gama de lectores. No hay interrupciones de notas a pie de página, ni referencias bibliográficas que vuelvan la lectura farragosa, pero al final del libro hay 27 páginas de notas por capítulos y 9 páginas de bibliografía que muestran el fundamento de la exposición.

Es también un entretenido paseo narrativo por Mesopotamia, Egipto, Fenicia, Grecia clásica, la magna aventura bélica de Alejandro y la época helenística subsiguiente con Alejandría como epicentro, para luego acompañar a los conquistadores romanos, que en vez de arrasar con la cultura de los conquistados, la elevaron en un pedestal, la admiraron e imitaron y en algún momento también le dieron su propio toque original. 

Es una historia de la técnica, de la escritura en primer lugar, cuneiforme o jeroglífica.  Del gran invento fenicio: el alfabeto. De los soportes materiales: la piedra, la madera, la arcilla, el papiro, el pergamino, la tablilla encerada. Es historia de los formatos, el rollo, el códice, la encuadernación. De las formas de leer hasta que apareció la insólita lectura silenciosa. De la escuela y la educación.

La escritura empezó con inventarios, órdenes y leyes, pero luego aparece la narración y con ella los géneros literarios, de la poesía, la epopeya y la lírica, a la prosa, la historia y la fábula. Y detrás de los autores aparecen los copistas, los amanuenses, los esclavos lectores, las bibliotecas y los bibliotecarios, las librerías y los libreros. 

A lo largo del hilo narrativo la autora introduce comparaciones entre el pasado antiguo y nuestro presente, va y viene, contrasta diferencias, subraya inesperados parecidos, sugiere analogías, logrando eludir el sesgo del presentismo y evitando caer en anacronismos.  En ese juego creativo enriquece el relato conectando lo antiguo con literatura moderna o películas actuales -familiares al lector- o a veces nos confiesa intimidades de su propia vida, pero siempre con los libros como protagonistas.

Finalmente la obra es un ensayo, riguroso pero personal, no un texto académico.  Por ello no extraña el tono de corrección política, sin estridencias ni exageraciones.  Igualdad, libertad, paz y democracia, son valores que orientan la visión subjetiva que nos propone Irene Vallejo en su diálogo con el pasado objetivo.  Desde mi óptica lamento que América Latina esté bastante ausente en el escrito a pesar de que Jorge Luis Borges y César Vallejo aparecen como cerros tutelares.  Imperdonable, eso sí, que en un capítulo sobre listas famosas en la literatura no contemple el increíble testamento de la Mamá Grande.   

 


 

Hablemos de libros del 2021

Publicada el 18 de diciembre de 2021

 

Haciendo un recorrido por las 40 columnas de Buhografías que he publicado este año en El Unicornio sobre ciencia, política y cultura, encuentro varias sobre libros recomendables recién salidos del horno editorial.  En un par de casos la reseña no cupo en El Unicornio pero quedaron guardadas en el blog La mirada del Búho.  Un buen tema para diciembre es mostrar en panorámica esa producción editorial e hilarla con los respectivos enlaces para que el lector que quiera ampliar mi comentario sobre un libro pueda remitirse a la columna o entrada respectiva.  Sobra decir que esta selección es subjetiva.

El primer libro es estremecedor.  Narra los últimos días de vida de Gabriel García Márquez, el genio de las letras cuya mente prodigiosa se fue deshojando de recuerdos como un árbol en otoño.  Gabo y Mercedes: una despedida es obra del hijo de ambos, Rodrigo García Barcha. Pocos meses antes de esta columna, para la fecha del cumpleaños del Gabo, publiqué un hallazgo de dos gazapos astronómicos en su etapa juvenil como periodista en Barranquilla que se pueden pillar aquí.  Hace poco tuve el placer de escuchar una entrevista genial que en 1954 el poeta tolimense Arturo Camacho Ramírez le hizo en la HJCK a García Márquez, un ejemplo sublime de mamagallismo (apuesto a que nadie había imaginado que el mamagallismo podía ser sublime). Si el lector quiere deleitarse con ella, puede escucharla en YouTube.

Mi lectura preferente es la que llaman de “no ficción”.  Y dentro de esa categoría ambigua, la historia ocupa el primer lugar.  En 2021 varios autores paisas se disputaron la interpretación del pasado violento de nuestro país, todos ellos con versiones centralistas: Mauricio García Villegas, Hernando Gómez Buendía y Jorge Orlando Melo.  Sólo leí y comenté los dos primeros, pues la última obra de Melo, Las razones de la guerra, la tengo aún en espera.  Mauricio publicó El país de las emociones tristes y en esta columna planteé mi crítica a su tesis psicológica que resulta ser superficial así intente apoyarla en el filósofo Spinoza.  Por su parte, Gómez Buendía sacó a la luz un voluminoso tratado titulado Entre la independencia y la pandemia.  De este texto hice un extenso análisis, así que no lo publiqué en El Unicornio sino en esta entrada del blog.  De García y Gómez tomo distancia en esas reseñas críticas, pero aún así recomiendo ambas lecturas.

En este mismo tema de la historia política de Colombia y el rol de la violencia cabe el libro reciente de Gustavo Petro, aunque éste tenga carácter autobiográfico y nada académico.  Al respecto invito a leer mi pasada columna.

Otro libro colombiano se ocupa de un pasado mucho menos explorado que el de la sangrienta historia republicana.  Antes de Colombia se titula el volumen escrito por el arqueólogo Carl Henrik Langebaek, quien es bogotano aunque parezca extranjero por el nombre.  Creo que es la primera vez que un libro para todo público se ocupa de la historia milenaria del territorio que hoy es Colombia.  Son catorce mil años de poblamiento por diversos grupos indígenas presentado en lo que podría considerarse un “estado del arte” de la arqueología colombiana y aquí está mi reseña.  Abordé este texto apenas terminé 1491, el libro de Charles Mann publicado en 2006 cuyo subtítulo es Nuevas revelaciones de las Américas antes de Colón.  La obra de Mann es muy buena, pero no dice nada sobre el pasado del territorio colombiano.  Ese vacío no lo llenó el historiador Jorge Orlando Melo en el primer capítulo de Historia mínima de Colombia, como analizo en su reseña, pero sí lo llena la obra de Langebaek.

Salgamos ahora de Colombia, pero sin dejar la órbita hispanoparlante.  A la feria del libro en Bogotá vino como invitada la española Irene Vallejo (1979), lo que me sirvió de pretexto para escribir una columna elogiosa sobre su exitoso libro El infinito en un junco.  Otra mujer de similar edad, pero británica, Violet Moller, publicó hace un par de años un libro que ya está en español: La ruta del conocimiento.  Es interesante comparar las dos obras pues se ocupan del mismo tema: la historia tricontinental de los libros desde la antigüedad clásica griega y latina hasta los inicios de la modernidad, atravesando la alta y baja Edad Media europea.  El texto de Irene tiene mayor altura literaria y es más entretenido, pues recurre al storytelling y variadas digresiones en deliciosas viñetas, pero el de Violet se enfoca más en el contenido -las ideas- y profundiza en el gigantesco aporte de la cultura árabe.  Mientras la Europa cristiana se hundía en el oscurantismo, en la gran franja árabe y musulmana florecía la ilustración que bebía de los clásicos.

Ahora nos vamos a Harvard, pues allí laboran los dos autores que siguen: el filósofo político Michael Sandel y el psicólogo Steven Pinker.  El primero publicó La tiranía del mérito, una interesante crítica al concepto de meritocracia, tema de gran actualidad.  En esta entrada del blog escribí una breve reseña que es más un resumen que un análisis crítico.  El libro de Pinker, La racionalidad, es un texto clave para la enseñanza de pensamiento crítico como dije en columna de noviembre. Sobre un anterior libro de este autor, En defensa de la Ilustración, hay una reseña crítica en el blog y en una ocasión lo enfrenté con Thomas Piketty en una columna de El Unicornio.           

La divulgación científica no podía estar ausente en esta selección.  Me refiero a las ciencias naturales, pues libros como el de Langebaek o Mann bien pueden considerarse divulgación de ciencias sociales, así como los de historia si se hacen con rigor.  El año pasado hice aquí en El Unicornio una predicción sobre quién ganaría el Nobel. Y acerté.  Pero me equivoqué en algo: no le dieron el premio en medicina sino en química, lo cual sirve para evidenciar la importancia cada vez mayor de la ciencia básica en la medicina.  Me refiero a Jennifer Doudna y Emmanuelle Charpentier con su trabajo en el método de edición genómica CRISPR que, sin duda, va a tener gran impacto social por sus aplicaciones prácticas.  Pues bien, Walter Isaacson publicó este año El código de la vida, sobre la gesta científica de Doudna, que se suma a la lista de bestsellers de este autor, cuyos libros siempre recomiendo, en especial las biografías.

 


 

Los secretos de León Valencia

Publicada el 27 de noviembre de 2022 y el 23 de abril de 2023

 

León Valencia es el contertulio más apetecido del país.  Al menos esa es la impresión que uno tiene cuando lee La izquierda al poder en Colombia, su libro más reciente.  A este león lo persigue toda la fauna de famosos personajes protagónicos de la historia político-militar de esa extraña nación suramericana: embajadores, presidentes de la república, políticos de todos los pelambres.  Lo consultan, le piden consejos o simplemente porque quieren disfrutar de sus grandes dotes de conversador bohemio y experto asador de carnes.  Sin querer queriendo, León se convirtió en un reportero de la gran conversación pública que es la política. Y en esa trayectoria no sólo tuvo en frente a la farándula del establecimiento, sino así mismo a otras criaturas allende la frontera de las porosas instituciones republicanas: guerrilleros, paramilitares, mafiosos.

León no es sólo un exquisito conversador, también tiene buena garra para escribir.  Ya en una ocasión perpetró una novela con título de tango arrabalero y ahora aprovecha la técnica narrativa para contar la historia de las últimas décadas en clave autobiográfica.  Lo mismo que hizo Petro en Una vida, muchas vidas.  No recuerdo si Petro menciona a León, pero León si menciona a Petro. Al menos en el subtítulo vendedor: “Petro y los secretos de la izquierda en su camino a la presidencia”.  Ya adentro sólo aparece al principio y al final, como el alfa y el omega.  Ni siquiera en el capítulo sobre parapolítica el autor permite que el hoy presidente se robe el show. La Bogotá Humana es despachada en un párrafo.  El cambio climático, que vertebra el pensamiento del líder del Pacto Histórico queda completamente excluido del horizonte temático de la obra. Y en cuanto a los “secretos”, bueno pues, ¿qué creían? En Colombia todo se sabe. Y lo que no se sabe, este texto tampoco lo revela. Así que, estimado lector, si vas a leer el libro no esperes grandes primicias, pero sí hay detalles interesantes que le ponen condimento a la narración.

No había terminado su discurso de posesión el actual presidente, cuando ya el libro que comento estaba en el asador.  Semejante oportunismo editorial me puso escamoso.  No hace mucho me llevé un chasco con un libro de Patricia Lara (Adiós a la guerra) que parece escrito en un mes, plagado de errores y armado con pedazos disímiles como una colcha de retazos.  Pensé que éste sería un fiasco por el estilo.  No lo fue. Desde luego que comparado con la obra de Hernando Gómez Buendía (Entre la independencia y la pandemia, ver reseña), el breve libro de León Valencia se observa ligero y superficial, pues sobrevuela tangencialmente por múltiples episodios de nuestra historia, desperdiciando la oportunidad de profundizar.  Admito que ese defecto es una virtud para el típico lector colombiano y, de seguro, acolitado por Editorial Planeta.  Pero Valencia supera a Gómez en equilibrio frente al tema de las guerrillas, ya que el académico de Razón Pública tiene un sesgo notorio cuando sobrevalora a las FARC y subvalora a las demás guerrillas.   

Y hablando de lectores, creo que este texto ‘leonino’ no es apto para jóvenes ni para extranjeros por la cantidad de referencias que resultarían crípticas para ellos, pero no para un lector colombiano politizado, mayor de 50 años, que sí ha vivido los avatares de la escena política colombiana y conoce a sus personajes.  He allí el perfil del lector ideal de este libro.

La historia del conflicto colombiano ha producido abundante literatura. Aún así tiene muchos vacíos.  Nuestros historiadores tienden a ser centralistas, reflejando una característica del país.  También tienden a ignorar la historia militar y descuidan la variable tecnológica.  Por ejemplo, los aspectos tecnológicos ocupan un lugar central en la derrota de las FARC. El libro de León Valencia, un viejo eleno paisa, no escapa del todo de estos sesgos, pero aporta cierta perspectiva desde la historia del ELN y la pequeña guerrilla del MIR-Patria Libre en Antioquia y algunas zonas de la Costa Caribe.  Se anota un punto al describir una situación militar que sufren los elenos en 1989, producto de una innovación tecnológica de las FFMM y que marca un punto de inflexión en el devenir de la guerra.  Algo que no recoge el libro de María Elvira Samper dedicado por completo a ese año aciago (ver reseña de 1989 aquí).

León Valencia no es un renegado.  A pesar de su evolución política personal, él no reniega de su pasado. Defiende la legitimidad del alzamiento en armas en su momento con la narrativa del cierre excluyente de la democracia formal producido por el Frente Nacional.  Al llegar a la última década del siglo, Valencia aborda lo que yo llamo “la paradoja de los 90”: justo cuando hay la máxima apertura de la democracia colombiana, se dispara la guerra.  Una paradoja que las ciencias sociales aún no han logrado explicar.  Creo que en este texto, León aporta algunos elementos que ayudarían a explicar el fenómeno.

En general, el libro adolece de contexto internacional. Una falla grave tratándose de un país como el nuestro donde la izquierda y la derecha básicamente son imitadoras de modas globales, casi siempre con años de retraso.  Al abordar el ascenso de las izquierdas en el nivel local, el autor reconoce el fenómeno en un marco latinoamericano, pero cuando intenta estudiar casos de las grandes capitales, como Cali, Medellín y Barranquilla,  muestra un desconocimiento fatal.  El caso más patético es como le lava la cara y los pies al Cura Hoyos, un personaje condenado por corrupción, que fue desastroso para la historia de Barranquilla, destruyó el capital político de la izquierda y allanó el camino para que el Clan Char apareciera como el salvador y hegemonizara la política local desde entonces.

La tesis central del libro es la transmutación de una “vieja izquierda” a una “nueva izquierda”, idea que nos revela un problema conceptual de fondo. León confunde el concepto de “izquierda” (proyecto político) con “alternativo” (proyecto ético).  De ahí que mitifica a Mockus y le atribuye un rol que está lejos de tener en la historia de la izquierda, a la cual ni siquiera pertenece. No es casual que en esta historia de la izquierda, la “Ola Verde” no sea mencionada. Lo bueno es que en todo el libro tampoco aparece el concepto de “centro político”, tan caro a ciertos analistas por facilismo geométrico. Lo cual ratifica mi tesis de que en política el centro no existe.     

Coletilla teórica: coincido con Valencia en que China refuta a Acemoglu y Robinson (teoría institucional).    

Jorge Senior

jueves, 18 de enero de 2024

El choque biológico y cultural entre el Nuevo Mundo y el Viejo Mundo

 

El Nuevo Mundo y el Viejo Mundo: un choque biológico y cultural

Columnas selectas sobre la historia humana alrededor de 1492: desde los tiempos precolombinos hasta la invasión conquistadora europea, publicadas en el portal colombiano El Unicornio en 2020 y 2021.

 

Por Jorge Senior

De la serie Buhografías

 

En esta entrada del blog se recopilan cuatro columnas que coinciden con la época de la pandemia y del estallido social en Colombia. En otra entrada recopilaremos las columnas referentes a los denominados “saberes ancestrales” y también al “pensamiento decolonial”. Es claro que hay una conexión entre ambos temas.

Abordo la temática desde el enfoque científico y el pensamiento crítico en el marco de la Gran Historia o Big History. Esto implica priorizar la verdad objetiva sobre cualquier narrativa identitaria y tomar distancia frente al subjetivismo que se refleja en forma de romantizaciones o idealizaciones, así como de maniqueísmos y anacronismos.

Contenido de esta entrada:

·         Elogio de Cristóbal Colón (octubre 10/ 2020)

·         Ni leyenda rosa ni leyenda negra (julio 21/ 2021)

·         ¿Por qué fue tan débil la resistencia indígena? (octubre 12 de 2021 y 2022)

·         Historia milenaria en territorio colombiana (septiembre 13/ 2021)

 


Elogio de Cristóbal Colón

Publicado el 10 de octubre de 2020

 

El descubrimiento de América se produjo a finales de la edad de hielo, cuando pueblos del noreste asiático atravesaron Bering y se instalaron en Alaska sin perder contacto con su continente de origen.  Con el cambio climático pasaron dos cosas: quedaron aislados de Asia y se facilitó el paso de los obstáculos montañosos para avanzar hacia el sur.  Como sucedió en otros lugares, la llegada del Homo Sapiens coincidió con la extinción de la megafauna, motivo para una sospecha que no hemos podido probar: nuestra responsabilidad en tales extinciones.   

Desde hace unos 14 mil años la humanidad quedó partida en dos: el Viejo Mundo y el Nuevo Mundo.  La cultura humana evolucionó en forma paralela durante milenios en un extraordinario experimento natural. Asombra la similitud: de ambos lados surgieron grandes civilizaciones agrarias, se desarrollaron el comercio, la guerra y la esclavitud, se domesticaron animales y se contruyeron ciudades con edificaciones y calles.  También se organizaron sistemas hidráulicos, se aprendió el manejo de metales, matemática y astronomía de posición, se erigieron pirámides, se inventó la escritura, progresó la navegación y se forjaron grandes imperios.  Una diferencia fue la rueda, que en América sólo se usó en juguetes.  Hubo también desastres ambientales, epidemias, sacrificios humanos, canibalismo, homicidios, violaciones, división en clases sociales, dominación, chamanismo y creación de fantásticas narrativas imaginarias, mitologías religiosas. 

Era inevitable que los dos mundos se encontraran cuando la expansión del comercio llevara a un potente desarrollo de la navegación.  Hace tres mil años pueblos del sureste asiático lograron colonizar las islas del Pacífico sur, una hazaña de navegación asombrosa.  Y por esa misma época el Mediterráneo y el Índico ya empezaban a ser traficados por barcos comerciantes o guerreros.  No sorprende entonces que hace mil años los vikingos llegaran a América y se produjera el primer encuentro de los dos mundos.  En esas primeras escaramuzas los del viejo mundo perdieron y el intento abortó.  Fue cuestión de logística y medio ambiente. No había ímpetu comercial en juego.

A fines del siglo XV del calendario cristiano el encuentro sería a otro precio.  En los siglos inmediatamente anteriores la ruta de la seda se había convertido en el eje vertebral de un gran sistema comercial que abarcaba Eurasia de extremo a extremo y también incluía al norte y oriente de África.  El comercio alcanzaba máximos históricos y las técnicas de navegación se innovaban con múltiples tipos de embarcaciones y velámenes.  La selección natural había hecho su trabajo por medio de la peste bubónica.  Repúblicas urbanas, como Venecia, eran epicentro de un incipiente capitalismo comercial y bancario.

Portugal se lanzó a la exploración de la costa occidental africana desde 1430 y medio siglo después ya había llegado al Asia Oriental circunnavegando África y atravesando el Índico. Navegantes portugueses también intentaron la ruta occidental, pero fracasaron.  España se insinuaba como potencia al unificar sus reinos, expulsar a los moros, incursionar en el sur de Italia y norte de África.  Ambos países ibéricos tenían momentum económico, político y militar para la expansión.  Con Colón o sin Colón, la exploración de la mar Océana había comenzado con Las Canarias y otras islas y era indetenible. Sólo era cuestión de tiempo que se realizaran nuevas intentonas de exploración del globo hacia occidente, en cuyo caso, aunque ellos no lo supieran, el tropezón con ese continente desconocido en la mitad del camino era inevitable.

Colón no descubrió la redondez del mundo, ni fue el primero en pensar o intentar la ruta occidental.  No inventó el comercio de esclavos africanos (ya existía desde antes por desierto y por mar, con comerciantes africanos en primera instancia) ni visionó descubrir un nuevo mundo.  La historia no es el producto de individuos superdotados sino de procesos sociales colectivos.  El genovés no fue la causa de la exploración y la consiguiente invasión del nuevo mundo.  Su hazaña no fue la originalidad de la idea sino ser el primero, como líder expedicionario, en tener éxito en el reencuentro inevitable de dos mundos.  Un logro de dimensiones colosales que fue producto múltiples talentos y, como siempre en el contexto humano, del azar. 

Cristóbal Colón era un hombre de su época, con la mentalidad, las creencias y la cosmovisión de la sociedad que lo parió y lo crió.  Los que abordan el estudio del pasado con gafas ideológicas, politizando y moralizando la investigación histórica, hacen mala historia y mala política.  Y hacen pseudociencia.  La política y la moral son inseparables del contexto, no sobrevuelan por encima de la historia de manera anacrónica. Los juicios retroactivos carecen de sentido, sólo sirven para la manipulación de las pasiones.

No caemos en la hipérbole si decimos que el 12 de octubre de 1492 la historia de la humanidad se partió en dos, cuando lo que estaba partido en dos durante 14 milenios volvió a unificarse.  Esa reunificación de la especie humana fue trágica, dolorosa, ya lo sabemos, y también tremendamente dinamizadora del progreso humano.  Si conocemos la historia milenaria del Homo Sapiens no debe extrañarnos lo que sucedió en el siglo XVI.  Fue más de lo mismo, pero a mayor escala.  De ahí surgió el mundo moderno actual.  Y nosotros, los mestizos, no existiríamos sin ese crisol de pueblos.  Hace 528 años aconteció el hecho más importante de la historia humana que podamos fechar con total precisión.  ¿Podremos acaso olvidar a su protagonista principal?  Nuestro país honra su nombre y tú lo celebras en cada gol de la selección.

 


 

Ni leyenda rosa ni leyenda negra

Publicada el 21 de julio de 2021

 

El Paro Nacional ha dejado muchas experiencias y es importante que toda la ciudadanía que ha participado o apoyado la protesta desarrolle ejercicios colectivos de reflexión y evaluación, para que, como sociedad civil, avancemos en aprendizaje y organización.  Hace unos días me puse en esa tarea y esta columna surge de ese ejercicio. 

Unos de los acontecimientos producidos en el marco de la movilización social fue la destrucción de la centenaria estatua de Cristóbal Colón en Barranquilla, una ciudad comercial, portuaria y cosmopolita,  totalmente diferente a las ciudades coloniales, como Popayán –por ejemplo- cuya historia está ligada a la servidumbre y el esclavismo.  Este monumento era una obra artística en mármol de carrara, donada por inmigrantes en el siglo XIX y hacía parte de la ruta cultural del MAMB. 

Como escribí en este mismo espacio de El Unicornio, Barranquilla vive un boom del cemento, pero una debacle en la cultura bajo responsabilidad del gobierno local.  Así que este columnista mal podría apoyar la destrucción del patrimonio cultural de la ciudad en que nací y con la cual tengo un fuerte sentido de pertenencia.  Durante 130 años esta obra de arte fue parte del amoblamiento urbano sin que se desatara polémica alguna sobre su existencia o ubicación.  Su destrucción fue un acto impositivo de un pequeño grupo de jóvenes activistas que, como suele suceder, imitan las actuaciones que se ponen de moda en otras partes del mundo, sin cuestionarse las particularidades de cada caso.

En la consiguiente polémica que se desató después de los hechos, y no antes como ha debido ser, muchos tildaron de vándalos a los muchachos, sin mayor análisis ni investigación.  Por mi parte, a pesar de que el grupo no sacó ni siquiera un comunicado explicativo o justificatorio, considero con fundamento que fue un acto político –así fuese erróneo- alimentado por un discurso ideológico que viene circulando en la academia y en la izquierda.  Es decir, detrás del hecho hay ideas.  Y las ideas hay que debatirlas y confrontarlas con argumentos.  Una vez más invoco el llamado de Kant al uso público de la razón, médula de la democracia.  

En ese sano espíritu desafié a los muchachos a un debate público y lo llevamos a cabo justo en el lugar donde estaba la estatua, rodeados de atentos policías.  Mi objetivo era doble: por un lado escuchar de viva voz el pensamiento que cierto activismo juvenil viene interiorizando y, por el otro, sembrar la inquietud de un punto de vista diferente al que ellos viven cotidianamente expuestos dentro de su burbuja.  Hago la salvedad de que mi punto de vista histórico–crítico también sintoniza con la izquierda, pero con una visión progresista, no antimoderna ni decolonial.

De los argumentos que los activistas sustentaron hice una apretada síntesis que puede leerse aquí, pero ahora quiero concentrarme en la idea central que enfrenta a la leyenda rosa con la leyenda negra, un doble error garrafal.

La leyenda rosa cuenta la invasión como un “descubrimiento” que permitió llevar la civilización y la salvación cristiana a unos salvajes con taparrabo.  Pero esa historia acrítica, edulcorada, eurocéntrica y altamente ideologizada fue superada hace décadas por la historiografía científica desarrollada sobre todo en la segunda mitad del siglo XX.  En Colombia, por ejemplo, la Nueva Historia surgió con fuerza desde los años 70, generó abundante bibliografía sobre el pasado de nuestro país y el continente e impactó hasta los manuales escolares.  Se pasó de una historia de héroes y acontecimientos idealizados a una historia de procesos sociales objetivos con los pueblos de protagonistas.  Esto llevó al periódico El Tiempo a sacar un editorial sobre el “adoctrinamiento marxista” en el magisterio y en las escuelas.  Pero la Nueva Historia, que llegó hasta la producción bibliográfica de Colcultura y el Banco de la República, continúa su profundización hasta el día de hoy.  Lejos de ser un asunto parroquial, sindical o político, ese cambio refleja el desarrollo de la historia como ciencia en el mundo. 

El primer gran error, entonces, es creer que la leyenda rosa sigue vigente o es la versión oficial.  Creer tal cosa es desconocer e irrespetar el trabajo de los historiadores (y de otras ciencias sociales).  El segundo error, aún más grave, es oponerle una leyenda negra no menos mentirosa.  En esta versión de telenovela los indígenas son ángeles sabios que vivían en un paraíso, absolutamente idealizados, y los españoles son demonios, cuyas acciones atroces son producto de la pura  maldad, no de fuerzas sociales objetivas. Es una visión moralista y maniquea que oculta la realidad prehispánica del Nuevo Mundo, que era asombrosamente parecida a la de Eurasia, con todas las características de la especie humana.  También oculta el hecho de que muchos pueblos indígenas se aliaron con los invasores para combatir a los imperios, como el mexica o el inca, que los oprimían.  Y olvida que la mayor mortandad se produjo por los gérmenes traídos por los invasores. O se pasa por alto que en la luchas por la independencia, ya en el siglo XIX, los indígenas en el sur de la Nueva Granada pelearon del lado español.  He ahí una pequeña muestra de que la historia de esa invasión que partió en dos la historia de la humanidad (ver aquí por qué), si bien fue violenta y trágica, es mucho más compleja que la leyenda negra.  Y la mayoría de nosotros, los colombianos mestizos, somos su producto, sus descendientes.    

Se estudia la historia para comprender el pasado, no para justificarlo o hacer juicios morales extemporáneos insuflados de indignación virtuosa.  Aplicar la moral de hoy, los valores actuales o las categorías jurídicas actuales a las actuaciones humanas del siglo XV o XVI es caer en un grave error de anacronismo, un sesgo que impide entender el pasado, pero que es usado por algunos para encender pasiones con fines políticos.  Por muy nobles que sean esos fines, eso es manipulación demagógica.  ¿Será que el fin justifica los medios?


 

¿Por qué fue débil la resistencia indígena?

Publicada el 12 de octubre de 2021 y 2022

 

La historia del contacto en aquel lejano octubre entre los pueblos de lado y lado del Atlántico ha hecho correr tantos ríos de tinta como sangre irrigó las tierras del Nuevo Mundo hace cinco centurias.  Y aún hoy, desde las ideologías del presente, se mitifica el pasado, se idealizan o demonizan protagonistas, se distorsiona la historia, se inventan cifras y se fabrican relatos revisados a la luz de los pasionales intereses del momento en todo el espectro político y en los grupos de presión organizados.  Cambiar la verdad por la leyenda en aras de la justicia es una inconsecuencia total.  Y peor aún si se trata de una lente moral maniquea y anacrónica que convierte la historia en fábula.

Afortunadamente desde hace varias décadas, la historia como ciencia social ha madurado de manera acelerada con el apoyo de la arqueología, las ciencias naturales y las poderosas tecnologías que permiten conocer el pasado con una profundidad y un detalle inimaginable hace medio siglo.  Clima, flora, fauna, enfermedades, técnicas, agricultura, metalurgia, orfebrería y en general la cultura material, revelan desde el nivel molecular sus secretos ocultos durante siglos.  Los métodos y técnicas de investigación se han ampliado y perfeccionado.  Ya no se depende sólo de archivos para hacer investigación histórica.       

El resultado es que podemos conocer con rigor científico aspectos fundamentales del pasado anterior y posterior a 1492 basados en evidencias, arrinconando la especulación y limitando la interpretación subjetiva a los simples detalles.  A medida que avanza el conocimiento se va dilucidando el misterio de la enorme facilidad con que los invasores se impusieron en el continente que atraviesa el hemisferio occidental en forma vertical, casi de polo a polo.

La hipótesis tradicional se enfocaba en la superioridad militar: armas de fuego, espadas y armaduras de acero, caballos y perros mastines, barcos de velas y tácticas fogueadas en mil guerras.  Sin embargo, tal idea resultaba verdaderamente increíble dada la inmensa superioridad numérica de los indígenas que hace 530 años superaban los 50 millones según estimaciones conservadoras, mientras que las coronas europeas enviaron apenas unas cuantas decenas de miles de marinos y aventureros de las que podríamos llamar clases “medias y bajas” de la época. 

Cuando las proporciones rondan mil contra uno, no hay arma de fuego que valga.  Por cierto, esas armas eran primitivas todavía, engorrosas de recargar, vulnerables a la humedad, por lo que su mayor efecto fue psicológico, al comienzo.  Los españoles, por ejemplo, pronto abandonaron las incómodas armaduras en el calor del trópico y prefirieron pecheras gruesas de algodón para protegerse de flechas y lanzas. 

Sin duda, el arma principal de los ibéricos fue la política.  Explotaron a fondo la desunión, las pugnas y las contradicciones entre los pueblos dominantes y los oprimidos.  Y no sólo eso, también explotaron las rivalidades al interior de cada imperio dominante, caso de los incas y los mexicas.  De ahí que en las batallas, el grueso de las tropas que comandaban los jefes invasores estaban conformadas por miles y miles de indígenas aliados.  Los imperios centralizados de mesoamérica y los Andes no fueron atacados por sorpresa, pero se derrumbaron como un castillo de naipes, gracias a una táctica de gran audacia que los españoles supieron aprovechar: capturar la cabeza.  El centralismo los hizo vulnerables.  En contraste, pueblos menos organizados ofrecieron más resistencia –como los Karib- y eran más temidos por los españoles.  

No obstante, la política tampoco es suficiente para explicar el repetido patrón de colapso.  Y en el plano cultural no es que hubiese una clara superioridad europea, todavía premoderna, excepto quizás en la escala, en el cosmopolitismo, que les permitía entender mejor el hecho histórico que estaba aconteciendo.

Aquí es donde entra en escena la investigación científica para resolver el enigma.  Por ejemplo, con el seminal trabajo de Henry F. Dobyns publicado en 1963 con el título An Outline of Andean Epidemic History to 1720, fue posible empezar a dimensionar el brutal choque biológico del contacto entre dos mundos que estuvieron separados por más de 14.000 años y que inevitablemente tendrían que reencontrarse cuando las condiciones tecnológicas y socioeconómicas estuvieran dadas.  Esta línea de investigación iniciada por Dobyns ha sido ampliada y reforzada por numerosas investigaciones posteriores que muestran la inédita catástrofe epidemiológica que significó el contacto, en un patrón que se repite desde la Patagonia hasta Terranova.

A lo largo del siglo XVI la población indígena disminuyó vertiginosamente.  La viruela fue el principal asesino, pero no el único. Cuando Cortés y Pizarro llegaron al territorio de las civilizaciones mexica e inca, ya la viruela les había antecedido.  Luego, el Tahuantinsuyo tuvo epidemia de tifus en 1546, gripe en 1558 y segunda oleada de viruela, difteria en 1614, sarampión en 1618.  El 90% de la población fue arrasada en un siglo, ya sea por los gérmenes o por la hambruna y la crisis social que conlleva la peste. No hay civilización que resista esa mortandad.  La ofensiva político militar de los invasores tuvo a su favor una devastadora fuerza biológica que unos y otros interpretaban desde el pensamiento mágico religioso, un bucle sobrenatural que realimentaba el triunfalismo y el derrotismo en cada hueste.

Los españoles fueron más violentos que los ingleses que tenían otro modelo de asentamiento, pero el exterminio en Norteamérica fue mayor. ¿Por qué? Pues porque al sur del río Grande hubo más mestizaje, el cual brindó a la población la defensa inmunológica contra los gérmenes traídos del Viejo Mundo. 

La asimetría inmunológica es producto de la historia diferenciada de los dos sectores de la humanidad.  Se explica por diferencias en diversidad genética e interacción con animales domésticos, densidad demográfica, urbanización y epidemias.  Choques culturales, guerras y conquistas ha habido muchas, pero la colisión biológica de 1492 es un evento único en la historia de la especie humana. 


Una historia milenaria en el territorio colombiano

Publicada el 13 de septiembre de 2021

 

El antropólogo y arqueólogo bogotano, Carl Henrik Langebaek, acaba de publicar un extraordinario libro titulado Antes de Colombia: los primeros 14.000 años.  Es tal vez el único texto que intenta hacer una síntesis del conocimiento actual sobre la larga historia del Homo Sapiens en el territorio de lo que hoy es Colombia. 

A finales de la edad de hielo una corriente migratoria procedente de Asia nororiental ingresó al continente que hoy llamamos América y, tras el cambio climático que marca el fin del Pleistoceno y el inicio del Holoceno, quedó aislada del resto de la humanidad.  Fueron los primeros humanos en pisar este continente y venían acompañados de perros, descendientes de lobos que fueron domesticados en Asia hace más de 28.000 años. 

En los siguientes siglos, en forma relativamente rápida, se expandieron de Norte a Sur, se dispersaron y diversificaron, generando múltiples etnias, lenguas y culturas.  Este fenómeno coincide con la extinción de la megafauna en el Nuevo Mundo, pero no se sabe hasta dónde incidieron los humanos en ello.

Investigar la historia del poblamiento milenario del territorio colombiano es más difícil que hacerlo en Mesoamérica o en los Andes centrales, donde existieron grandes civilizaciones.  Primero, porque aquí no hubo ciudades ni poderosos Estados o Imperios con alta densidad demográfica y megaconstrucciones en piedra, al estilo de las pirámides mayas o mexicas, o las ciudades incas.  Lo más notorio fueron las estatuas de San Agustín en el Alto Magdalena, las terrazas y caminos de los Tayronas, los hipogeos de Tierradentro, los camellones de La Mojana y otras zonas, el observatorio solar de El Infiernito, el arte rupestre en La Lindosa y Chiribiquete.  Y segundo, porque el trópico rompe los paradigmas de la evolución social en el Viejo Mundo.  Las sociedades del norte de Suramérica se insertaron en un medio natural muy diferente a Eurasia y también distinto al de otras zonas de nuestro continente ubicadas fuera de la zona intertropical.

El conocimiento del pasado milenario del territorio sigue siendo bastante precario a pesar de los avances recientes.  Desde el holoceno temprano los pequeños grupos de cazadores – recolectores lograron ocupar la mayor parte del territorio pero con niveles bajos de densidad.  El trabajo antropológico con indígenas actuales nos muestra tres grandes familias lingüísticas: Karib, Arawak y Chibcha.  Por cierto, al parecer los chibchas no son de origen andino, sino centromericano, y los Karib no vienen del Caribe sino de los Llanos de la Orinoquia. Pero lo interesante es que el estudio lingüístico y genético muestra que los pueblos originarios ocuparon parches de territorios entremezclados, formando un complejo mosaico y no grandes zonas homogéneas.  Por tanto descubrir un pasado bajo tierra regado por todo el territorio es un reto gigantesco.  Y cuando se encuentran restos arqueológicos, se trata de muestras tan pequeñas y fragmentarias que sobre ellas no es posible hacer inferencias que nos brinden una síntesis generalizadora.

Langebaek es crítico de las interpretaciones simplistas de algunos colegas suyos, como la visión lineal del progreso y las explicaciones basadas de manera casi exclusiva en variaciones ambientales.  También evalúa negativamente la mirada anacrónica de sus colegas incapaces de quitarse las gafas modernas para entender a las sociedades diversas en sus propios términos.  Sin embargo, el panorama de 14.000 años sí nos muestra progreso, pero en rutas insospechadas y sin desembocar en el tipo de sociedad que llamamos “civilización”.

Las sociedades de cazadores – recolectores avanzaron en el conocimiento de centenares de plantas propias de un medio megadiverso y cambiante.  En contraste, los procesos civilizatorios “clásicos” en otras partes del mundo se concentraron en cada vez menos plantas y a veces en el monocultivo. En el holoceno medio, múltiples grupos intervinieron los bosques, transportando semillas y frutos, favoreciendo la multiplicación de ciertas plantas, luego domesticando algunas.  El territorio de lo que hoy es Colombia y Venezuela fue uno de los puntos del planeta donde se inventó la agricultura de manera autónoma, por ejemplo con la mandioca, pero fue un proceso lento, gradual, no lineal.  El maíz traído de Mesoamérica fue transformado y adaptado a los entornos andinos, amazónicos y del litoral norte.  Asimismo, la papa llegó del sur.  Algunos grupos llegarían a intensificar la agricultura y sedentarizarse relativamente en aldeas en los últimos tres mil años, pero nunca hubo una revolución agraria ni urbana.  Sin embargo, las enfermedades infecciosas –como la tuberculosis- se vieron favorecidas. La cerámica también apareció en el holoceno medio, quizás empezando en la Costa Norte y se diversificó por el territorio.

Este lento proceso de cultura agraria pero sin ganadería llevó en algunos pueblos a una mayor diferenciación social en el holoceno tardío, en contraste con las sociedades más igualitarias de los cazadores – recolectores.  Sin embargo, la jerarquización de las sociedades agrarias era más una cuestión simbólica que de acumulación de riquezas o apropiación de excedentes producidos por otros.  La lógica de acumulación y concentración de riqueza material y de tributación no se desarrolló en este territorio, ni siquiera en los cacicazgos, según Langebaek.  La circulación de objetos, ofrendas y alimentos obedecía a una lógica distinta al cálculo económico y tenía que ver más bien con costumbres y rituales propios de las cosmovisiones indígenas.  Esto incluye la metalurgia que también se desarrolla en el holoceno tardío. 

Todo esto era incomprensible para los españoles que en sus crónicas muestran perplejidad o equívocos en la interpretación de lo que veían.  Lo mismo aplica para fenómenos como violencia, esclavitud, sacrificios humanos, canibalismo, festividades y división sexual del trabajo. 

El contacto intercontinental hace poco más de 500 años fue un choque cultural inevitable, aun a pesar de que a ambos lados del océano predominaba el pensamiento mágico.  Los conquistadores no era modernos, eran europeos pobres que fueron lanzados como carne de cañón por una maquinaria de acumulación que ya se había consolidado culturalmente en Europa y que llevaría a un nuevo tipo de sociedad: el capitalismo.           

Jorge Senior

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