Hablemos de libros
Recopilación de cinco columnas dedicadas a los libros
y publicadas en el portal colombiano El Unicornio durante los tiempos de
la pandemia (2020 y 2021), a excepción de la última que es del 2022.
Por Jorge Senior
Serie Buhografías
Entre las 167 columnas que
publiqué en El Unicornio desde
finales de 2019 a 2023, casi un 10% están dedicadas a libros con reseñas y
comentarios. Debido a sus temáticas, algunas aparecen en otras entradas de este
blog Buhografías
del Unicornio. Aquí recopilé cinco con temas variados, aunque tienen en
común que refieren a libros que no son de ficción. Hay libros colombianos y
extranjeros, unos escritos en español y otros en francés e inglés, pero
traducidos a nuestra lengua. Los artículos son hipertextos, pues incluyen
enlaces a otras columnas o entradas de blog.
Contenido:
·
Piketty vs. Pinker
o
Publicada el 17 de abril de 2020, enfrenta dos
textos por el título de “libro de la década”
·
El paisa de las emociones tristes
o
Publicada el 27 de junio de 2021, reseña una
obra de Mauricio García Villegas
·
Del junco al infinito
o
Publicada el 16 de agosto de 2021, reseña el bestseller de Irene Vallejo
·
Hablemos de libros del 2021
o
Publicada el 18 de diciembre de 2021, comenta
varios libros destacados del año
·
Los secretos de León Valencia
o
Publicada el 27 de noviembre de 2022 y de nuevo
el 23 de abril de 2023
Piketty vs Pinker
Publicada el 17 de
abril de 2020
Al hacer mi lista de los libros
más importantes de la segunda década del siglo XXI en el género de no-ficción,
me encuentro con la entretenida tarea de desempatar el primer lugar entre El
capital en el siglo XXI de Thomas Piketty y En defensa de la Ilustración
de Steven Pinker. Ambos textos abordan
la macrohistoria secular de la Modernidad, con diagnóstico y propuestas de soluciones
basadas en datos, todo ello producto de investigaciones sociales a gran escala. Éste es un signo esperanzador, pues muestra
que la crisis de las ciencias sociales tiene salida.
Un lector acucioso de este par de
obras maestras y fiel a El Unicornio,
notará que las dos lecciones que nos deja la pandemia, tema de mi pasada columna,
corresponden precisamente a sendas tesis muy cercanas a estos autores: la
defensa del estado social por Piketty y la defensa de la racionalidad por
Pinker. Tuvo que venir una pandemia para
recordarnos que tales ideas complementarias no son elucubraciones de
intelectuales sino exigencias políticas de la realidad imperante.
Si usted, amable lector, no ha
leído los dos volúmenes, tal vez querrá atender mi recomendación, pero sepa de
antemano que le esperan 1400 páginas…¡y eso que ambos son “resúmenes” de un
acopio de información mucho mayor! Y es
que ambos escritores cuentan con la facilidad de tener equipos que los
respaldan en la cosecha de datos y no escatiman extensión en los procesos
argumentativos que los llevan desde las evidencias hasta las tesis que
pretenden defender. Pero si usted quiere
ahorrarse tamaña maratón, puede leer Piketty esencial, el breve texto del
sueco Jesper Roine y mi reseña del libro
de Pinker aquí.
El capital en el siglo XXI es un verdadero tratado sobre la
desigualdad con base empírica (usa datos de 27 países). El economista francés muestra la dinámica de
la relación capital/ingreso a lo largo de siglos y cómo ha evolucionado la
distribución del ingreso y de la riqueza durante el siglo XX y la primera
década del presente. Luego detalla cómo
ha aumentado la concentración de ingreso y de riqueza en los últimos 40 años,
esto es, en la era neoliberal, con diferencias entre el modelo anglosajón y el
europeo continental, que reflejan la contradicción entre estado de bienestar y
fundamentalismo de mercado. Pero lo más importante es que a largo plazo la
dinámica de la desigualdad obedece fundamentalmente a un mecanismo intrínseco
del capitalismo mediante el cual el rendimiento del capital es superior a la
tasa de crecimiento, sin desconocer que también incide, a favor o en contra, la
dimensión política, lo cual explica las fluctuaciones históricas. Ahora bien, también hay mecanismos que
favorecen la igualdad. Los dos
principales son la difusión del conocimiento y la inversión en educación, los
cuales permiten eventualmente la convergencia de la racionalidad económica y la
racionalidad democrática.
En defensa de la Ilustración es un verdadero tratado sobre el
pensamiento crítico racional con base empírica.
El psicólogo canadiense defiende la razón, la ciencia, el humanismo y el
progreso contra el ataque incesante que en las últimas décadas han desatado
múltiples formas de irracionalismo y oscurantismo en todos los ámbitos: la
política, la economía, la academia, la escuela, la medicina, el periodismo, la
cultura, la religión, las redes sociales.
Pero el talante excesivamente optimista de Pinker le juega una mala
pasada en el capítulo 9 donde aborda el tema de la desigualdad. Precisamente en la página 135 cita a Piketty:
“La mitad más pobre de la población mundial es tan pobre en la actualidad como
lo era en el pasado, con apenas el 5% de la riqueza total en 2010, al igual que
en 1910”. Y luego lo despacha con el
peregrino argumento de que “la riqueza total actual es infinitamente mayor que
en 1910, por lo que si la mitad más pobre posee la misma proporción, es mucho
más rica, no ‘igual de pobre’”. Parece
que ni la desproporción entre 50% y 5%, ni el concepto de injusticia, le dicen
nada al autor. Y lo de “infinitamente”
es un mero recurso retórico, no un dato.
Pinker coquetea con la llamada “teoría del goteo” y la utopía neoliberal
del crecimiento ilimitado de la torta.
Parodiando el argumento diríamos: “no importa que recibas migajas, pues
gracias a los que reciben la mayor parte de la torta ésta es cada vez más
grande, y así mismo, aunque no en la misma proporción, crecen tus migajas”. Adicionalmente, Pinker, aunque alardea de
conciencia ambiental, no parece concebir los límites de la capacidad de carga
del sistema Tierra. Intuyo un sesgo ético/axiológico en el psicólogo cognitivo
experto en sesgos.
En este debate clave sobre la
desigualdad le doy la razón, tan preciada por Pinker, a Piketty. Y también a Harari
que vislumbra otros peligros en el presente siglo, por la disrupción
tecnológica que puede generar la convergencia de las tecnologías BIO e INFO, la
biología sintética y la Inteligencia Artificial. Una distopía en la cual la segregación
tradicional de ricos y pobres se transformaría y amplificaría en la
segmentación de castas tecnobiológicas.
Lo que era ciencia ficción en la película GATTACA, con la bella
Uma Thurman, ahora se encuentra en el horizonte de las posibilidades, como lo
reconoce el filósofo Jurgen Habermas en El
futuro de la naturaleza humana.
Sin ir tan lejos, la desigualdad
está impresa en el trágico drama del diario vivir para millones de personas que
aún sobreviven en medio de la miseria absoluta, como lo vemos en campos y ciudades
colombianas. En sintonía con Piketty,
aquí también, en nuestro país, la buena ciencia económica ha estudiado la Dinámica de las desigualdades en Colombia,
título del libro de Luis Jorge Garay y Jorge Espitia. Recomendado.
De vuelta al tinglado levanto la
mano del economista francés en su duelo con el canadiense por ocupar el primer
lugar en mi top ten personal de los
libros de la década, pasatiempo de cuarentena más divertido que los viernes de
siluetas. Y como corresponde a tiempos
de redes y pandemia, lo ratifico al comparar los trinos poco relevantes de
Steven Pinker frente a la emergencia mundial, con los pronunciamientos certeros
de Thomas Piketty, como el que sustenta en su columna
del 14 de abril en Le Monde: “Para
evitar la hecatombe, lo que se requiere es un estado social, no un estado
prisión. La reacción correcta a la
crisis debería ser reanudar el ascenso del estado social en el Norte y
especialmente acelerar su desarrollo en el Sur”.
Y ya puestos, ¿le gustaría
conocer mi listado de libros de la década?
Dele click.
El paisa de las
emociones tristes
Publicada el 27 de
junio de 2021
En la pasada columna reseñé el
libro de Rodrigo García Barcha sobre la muerte de su padre, el escritor Gabriel
García Márquez. Jugando con el apellido
García, mencioné otro libro reciente, El país de las emociones tristes,
del abogado y politólogo paisa Mauricio García Villegas, columnista de El
Espectador. Como lo prometí, en esta
ocasión voy a comentar ese texto que es, básicamente, un ensayo diletante que
intenta entender a Colombia desde las emociones. Así lo indica explícitamente desde el
subtítulo: Una explicación de los pesares de Colombia, desde las emociones, las
furias y los odios.
El libro, publicado por Editorial Planeta (Ariel) en 2020 y que este
año sacó su segunda edición, consta de tres partes en las cuales el autor
argumenta cinco ideas fundamentales que pretende concatenar.
La primera es que en el animal
humano las emociones y sentimientos tienen predominancia sobre la razón. Esta idea, que se sustenta en avances
recientes de lo que Steven Pinker llama “las ciencias de la naturaleza humana”,
es lo que podríamos considerar el marco teórico y la base científica de la propuesta
de García Villegas, aunque a veces le introduce un añejo tono vitalista. La primera parte del libro se dedica a
desplegar este punto.
La segunda idea no es científica,
pues proviene de las especulaciones del filósofo del siglo XVII Baruch Spinoza. Se trata de un esquema bipolar que clasifica
las emociones en tristes y plácidas.
Ejemplo de las tristes serían el odio, la ira, la indignación, el
resentimiento y de las plácidas la benevolencia, la empatía, la compasión, la
civilidad. El balance particular o
ecualización de las emociones en un individuo configura el “arreglo emocional”
que caracteriza su personalidad. El
autor intenta construir un puente y conectar esta idea con la primera,
incrustándola casi a la fuerza en el marco teórico. Una movida dudosa en mi
opinión.
La tercera idea es que, de modo
análogo a las personas, las naciones también tienen “arreglos
emocionales”. Es una resurrección del
viejo concepto del “carácter nacional”, con la novedad de soportarlo en las dos
ideas anteriores. Al menos eso es lo que
el autor intenta.
La cuarta idea es una aplicación
de la tercera al caso colombiano. En
este punto el autor argumenta que en nuestro país predominan las emociones
tristes como legado histórico español católico.
La segunda parte del libro se dedica al desarrollo de las ideas 2, 3 y
4.
La ética está presente a lo largo
de todo el libro. Podría decirse que es
un texto de ética aplicada a Colombia.
Pero es en la tercera y última parte del libro, titulada La representación del mal, donde el
autor profundiza en ello. Dice García:
“la idea central de la tercera parte es mostrar que el mal es, en buena medida,
una combinación de hechos e imágenes y que no siempre están sintonizados”. La quinta idea es el reconocimiento de que el
progreso moral es factible, no estamos totalmente determinados por los genes,
pues la cultura modula la conducta humana.
Si bien no es posible eliminar el mal, sí se puede “domesticar”, por
decirlo así. En esa dirección es clave
la educación sentimental que constituye una posible salida a nuestros ciclos de
violencia mediante la transformación del “arreglo emocional” del país.
El libro termina con un epílogo
que es un elogio exagerado a la temperancia, un alegato a favor de la
moderación y en contra de la radicalidad. El autor merodea una tibieza de la
cual él mismo es tan consciente que debe hacer una serie de aclaraciones y
matizaciones para no quedar como un pusilánime sin carácter. En su alegato
revuelve radicalidad, dogmatismo y emociones exaltadas, que son tres cosas
diferentes.
Como he descrito, el concepto
central del argumento es el de “arreglos emocionales”. Allí concentra el autor el poder explicativo
de su análisis de la realidad colombiana.
García Villegas aclara que esa no es la única explicación. Él reconoce
los problemas estructurales objetivos.
Lo que quiere indicar es que esos problemas estructurales objetivos se
podrían resolver mejor o de manera más pacífica, fructífera y eficaz si los
abordamos desde un “arreglo emocional” más balanceado hacia las emociones
plácidas que a las tristes.
El enfoque biopsicológico tiene base científica, pero se nota que el
autor no posee experticia en las disciplinas que sustentan ese enfoque, pues
utiliza de manera acrítica fuentes secundarias.
También es curioso que no mencione autores tan notorios como Daniel
Goleman, así sea para criticarlo, pues en últimas García está hablando de
“inteligencia emocional”.
No obstante, hay que valorar este esfuerzo que va en la dirección
correcta, esto es, hacia la biologización
de las ciencias sociales. Es una
tendencia insurgente en el siglo XXI que ojalá permita rescatar a las ciencias
de la sociedad, dominada por posmodernismos y construccionismos
anticientíficos.
Hernando Gómez Buendía acaba de publicar un libro de casi 800 páginas
que también intenta entender a Colombia pero descuida por completo el enfoque
biopsicológico. En contraste, García
Villegas descuida el aspecto geográfico ambiental, clave en un país de regiones. Un ejemplo es que ni siquiera tiene en cuenta
a Orlando Fals Borda, quien con su concepto de “ethos costeño” intenta explicar
por qué el Caribe colombiano ha experimentado la violencia de forma tan
diferente al interior del país. Este
regionalismo paisa, estrecho de miras, también está presente en autores como
Álvaro Tirado Mejía en su libro Los años sesenta (reseña)
y Jorge Orlando Melo en su Historia mínima de Colombia (reseña).
Finalmente, aunque pienso que el autor no logra su ambicioso
propósito, considero que vale la pena saborear este plato letrado, salpicado de
anécdotas autobiográficas y condimentado con exquisitas citas literarias.
Del junco al infinito
Publicada el 16 de
agosto de 2021
Por estos días se celebra uno de
los eventos culturales más importantes del año en Colombia, la Feria Internacional del Libro, con más de
400 invitados en cerca de 600 actividades, la gran mayoría virtuales dadas las
pandémicas circunstancias. El país
invitado este año es Suecia, sobre cuya literatura tengo todo por
aprender. Entre los invitados hay
algunos del campo de la ciencia y la filosofía, como el matemático de Oxford
Marcus du Sautoy, el filósofo de Harvard Michael Sandel y el bioperiodista
David Quammen, cuyo libro Contagio de
2012 anticipó la emergencia sanitaria que hoy vive el mundo. De Sandel tengo en
lista de espera La tiranía del mérito,
una crítica a la meritocracia. De
Colombia destaco a la escritora Pilar Quintana, autora de La perra, y el periodista científico Pablo Correa que hace un tiempo
publicó la biografía de Rodolfo Llinás.
No puedo dejar de mencionar a un invitado sui generis, mi amigo Jairo Rubio, protagonista principal de El Karina, uno de los mejores libros del
recientemente fallecido Germán Castro Caycedo, decano del periodismo colombiano.
Los nombres mencionados apenas
reflejan mi sesgo personal y no hacen honor a la variedad de nacionalidades y
géneros literarios presentes en la Feria.
Pero en la primera línea de invitados sobresale una joven autora
española, que de manera magistral es capaz de integrar en su obra la ciencia,
el arte, la filosofía, la literatura y la historia. La inacabable combinación de las letras del
alfabeto y una planta acuática de las orillas del río Nilo, el papiro, da
origen al título de un libro que bien puede aspirar a ser considerado una obra
maestra: El infinito en un junco.
Irene Vallejo es el nombre de su autora, una filóloga clásica nativa de
la tierra de Santiago Ramón y Cajal, Zaragoza, helada encrucijada de
caminos. Hasta hace poco, Vallejo era
prácticamente desconocida fuera de España y ahora su obra premiada está siendo
traducida a más de 30 idiomas.
Leer las 400 páginas de su texto
es un auténtico placer. En ellas
recorremos la historia antigua de un invento genial: el libro. El
infinito en un junco es un libro sobre el libro. Y no sólo eso: es una historia de la
escritura y la lectura, de sus sucesivos soportes materiales, de la educación,
de su contexto cultural y político en los orígenes mismos de la civilización
occidental. Está dividido en 135 breves
capítulos que se leen como viñetas llenas de emociones y sorpresas, 87
dedicados a los griegos y 48 a los romanos.
Y en cada capítulo se cuentan una o varias historias de modo que al
final hay tantas narraciones como páginas, cada una iluminando un fragmento de
la condición humana en una prosa poética que evoca y estremece, deleita y
conmueve.
Y es que esta obra es muchas
cosas a la vez.
Es un trabajo de investigación
histórica que refleja un esfuerzo metódico de muchos años en Oxford, Florencia,
Alejandría -entre otros lugares- husmeando en fuente primarias con dominio del
griego y el latín de los tiempos antiguos o haciendo un barrido sistemático en
fuentes secundarias, para obtener una visión de conjunto del objeto de estudio
que abarca casi mil quinientos años desde Homero o incluso antes, hasta la
caída del Imperio Romano. La magia de la
autora es que un trabajo erudito se convierte en una lectura agradable,
sencilla y accesible para una amplísima gama de lectores. No hay interrupciones
de notas a pie de página, ni referencias bibliográficas que vuelvan la lectura
farragosa, pero al final del libro hay 27 páginas de notas por capítulos y 9
páginas de bibliografía que muestran el fundamento de la exposición.
Es también un entretenido paseo
narrativo por Mesopotamia, Egipto, Fenicia, Grecia clásica, la magna aventura
bélica de Alejandro y la época helenística subsiguiente con Alejandría como
epicentro, para luego acompañar a los conquistadores romanos, que en vez de
arrasar con la cultura de los conquistados, la elevaron en un pedestal, la
admiraron e imitaron y en algún momento también le dieron su propio toque
original.
Es una historia de la técnica, de
la escritura en primer lugar, cuneiforme o jeroglífica. Del gran invento fenicio: el alfabeto. De los
soportes materiales: la piedra, la madera, la arcilla, el papiro, el pergamino,
la tablilla encerada. Es historia de los formatos, el rollo, el códice, la
encuadernación. De las formas de leer hasta que apareció la insólita lectura
silenciosa. De la escuela y la educación.
La escritura empezó con
inventarios, órdenes y leyes, pero luego aparece la narración y con ella los
géneros literarios, de la poesía, la epopeya y la lírica, a la prosa, la
historia y la fábula. Y detrás de los autores aparecen los copistas, los
amanuenses, los esclavos lectores, las bibliotecas y los bibliotecarios, las
librerías y los libreros.
A lo largo del hilo narrativo la
autora introduce comparaciones entre el pasado antiguo y nuestro presente, va y
viene, contrasta diferencias, subraya inesperados parecidos, sugiere analogías,
logrando eludir el sesgo del presentismo y evitando caer en anacronismos. En ese juego creativo enriquece el relato
conectando lo antiguo con literatura moderna o películas actuales -familiares
al lector- o a veces nos confiesa intimidades de su propia vida, pero siempre
con los libros como protagonistas.
Finalmente la obra es un ensayo,
riguroso pero personal, no un texto académico.
Por ello no extraña el tono de corrección política, sin estridencias ni
exageraciones. Igualdad, libertad, paz y
democracia, son valores que orientan la visión subjetiva que nos propone Irene
Vallejo en su diálogo con el pasado objetivo.
Desde mi óptica lamento que América Latina esté bastante ausente en el
escrito a pesar de que Jorge Luis Borges y César Vallejo aparecen como cerros
tutelares. Imperdonable, eso sí, que en
un capítulo sobre listas famosas en la literatura no contemple el increíble
testamento de la Mamá Grande.
Hablemos de libros del
2021
Publicada el 18 de
diciembre de 2021
Haciendo un recorrido por las 40
columnas de Buhografías que he
publicado este año en El Unicornio
sobre ciencia, política y cultura, encuentro varias sobre libros recomendables
recién salidos del horno editorial. En
un par de casos la reseña no cupo en El
Unicornio pero quedaron guardadas en el blog La mirada del Búho. Un buen
tema para diciembre es mostrar en panorámica esa producción editorial e hilarla
con los respectivos enlaces para que el lector que quiera ampliar mi comentario
sobre un libro pueda remitirse a la columna o entrada respectiva. Sobra decir que esta selección es subjetiva.
El primer libro es
estremecedor. Narra los últimos días de
vida de Gabriel García Márquez, el genio de las letras cuya mente prodigiosa se
fue deshojando de recuerdos como un árbol en otoño. Gabo y Mercedes: una despedida es
obra del hijo de ambos, Rodrigo García Barcha. Pocos meses antes de esta columna, para
la fecha del cumpleaños del Gabo, publiqué un hallazgo de dos gazapos
astronómicos en su etapa juvenil como periodista en Barranquilla que se pueden
pillar aquí. Hace poco tuve el placer de escuchar una
entrevista genial que en 1954 el poeta tolimense Arturo Camacho Ramírez le hizo
en la HJCK a García Márquez, un ejemplo sublime de mamagallismo (apuesto a que
nadie había imaginado que el mamagallismo podía ser sublime). Si el lector
quiere deleitarse con ella, puede escucharla en YouTube.
Mi lectura preferente es la que
llaman de “no ficción”. Y dentro de esa
categoría ambigua, la historia ocupa el primer lugar. En 2021 varios autores paisas se disputaron
la interpretación del pasado violento de nuestro país, todos ellos con
versiones centralistas: Mauricio García Villegas, Hernando Gómez Buendía y
Jorge Orlando Melo. Sólo leí y comenté
los dos primeros, pues la última obra de Melo, Las razones de la guerra,
la tengo aún en espera. Mauricio publicó
El
país de las emociones tristes y en esta
columna planteé mi crítica a su tesis psicológica que resulta ser
superficial así intente apoyarla en el filósofo Spinoza. Por su parte, Gómez Buendía sacó a la luz un
voluminoso tratado titulado Entre la independencia y la pandemia. De este texto hice un extenso análisis, así
que no lo publiqué en El Unicornio
sino en esta
entrada del blog. De García y Gómez
tomo distancia en esas reseñas críticas, pero aún así recomiendo ambas
lecturas.
En este mismo tema de la historia
política de Colombia y el rol de la violencia cabe el libro reciente de Gustavo
Petro, aunque éste tenga carácter autobiográfico y nada académico. Al respecto invito a leer mi pasada columna.
Otro libro colombiano se ocupa de
un pasado mucho menos explorado que el de la sangrienta historia
republicana. Antes de Colombia se
titula el volumen escrito por el arqueólogo Carl Henrik Langebaek, quien es
bogotano aunque parezca extranjero por el nombre. Creo que es la primera vez que un libro para
todo público se ocupa de la historia milenaria del territorio que hoy es
Colombia. Son catorce mil años de
poblamiento por diversos grupos indígenas presentado en lo que podría
considerarse un “estado del arte” de la arqueología colombiana y aquí está mi reseña. Abordé este texto apenas terminé 1491,
el libro de Charles Mann publicado en 2006 cuyo subtítulo es Nuevas revelaciones de las Américas antes de
Colón. La obra de Mann es muy buena,
pero no dice nada sobre el pasado del territorio colombiano. Ese vacío no lo llenó el historiador Jorge
Orlando Melo en el primer capítulo de Historia mínima de Colombia, como
analizo en su reseña,
pero sí lo llena la obra de Langebaek.
Salgamos ahora de Colombia, pero
sin dejar la órbita hispanoparlante. A
la feria del libro en Bogotá vino como invitada la española Irene Vallejo
(1979), lo que me sirvió de pretexto para escribir una columna elogiosa
sobre su exitoso libro El infinito en un junco. Otra mujer de similar edad, pero británica,
Violet Moller, publicó hace un par de años un libro que ya está en español: La
ruta del conocimiento. Es
interesante comparar las dos obras pues se ocupan del mismo tema: la historia
tricontinental de los libros desde la antigüedad clásica griega y latina hasta
los inicios de la modernidad, atravesando la alta y baja Edad Media
europea. El texto de Irene tiene mayor
altura literaria y es más entretenido, pues recurre al storytelling y variadas digresiones en deliciosas viñetas, pero el
de Violet se enfoca más en el contenido -las ideas- y profundiza en el gigantesco
aporte de la cultura árabe. Mientras la
Europa cristiana se hundía en el oscurantismo, en la gran franja árabe y
musulmana florecía la ilustración que bebía de los clásicos.
Ahora nos vamos a Harvard, pues
allí laboran los dos autores que siguen: el filósofo político Michael Sandel y
el psicólogo Steven Pinker. El primero
publicó La tiranía del mérito, una interesante crítica al concepto de
meritocracia, tema de gran actualidad.
En esta entrada
del blog escribí una breve reseña que es más un resumen que un análisis
crítico. El libro de Pinker, La
racionalidad, es un texto clave para la enseñanza de pensamiento
crítico como dije en columna de
noviembre. Sobre un anterior libro de este autor, En defensa de la Ilustración,
hay una reseña
crítica en el blog y en una ocasión lo enfrenté con Thomas Piketty en una columna de El
Unicornio.
La divulgación científica no
podía estar ausente en esta selección.
Me refiero a las ciencias naturales, pues libros como el de Langebaek o
Mann bien pueden considerarse divulgación de ciencias sociales, así como los de
historia si se hacen con rigor. El año
pasado hice aquí
en El Unicornio una predicción sobre
quién ganaría el Nobel. Y acerté. Pero
me equivoqué en algo: no le dieron el premio en medicina sino en química, lo
cual sirve para evidenciar la importancia cada vez mayor de la ciencia básica
en la medicina. Me refiero a Jennifer
Doudna y Emmanuelle Charpentier con su trabajo en el método de edición genómica
CRISPR que, sin duda, va a tener gran impacto social por sus aplicaciones
prácticas. Pues bien, Walter Isaacson
publicó este año El código de la vida, sobre la gesta científica de Doudna, que
se suma a la lista de bestsellers de
este autor, cuyos libros siempre recomiendo, en especial las biografías.
Los secretos de León
Valencia
Publicada el 27 de
noviembre de 2022 y el 23 de abril de 2023
León Valencia es el contertulio
más apetecido del país. Al menos esa es
la impresión que uno tiene cuando lee La izquierda al poder en Colombia,
su libro más reciente. A este león lo
persigue toda la fauna de famosos personajes protagónicos de la historia
político-militar de esa extraña nación suramericana: embajadores, presidentes
de la república, políticos de todos los pelambres. Lo consultan, le piden consejos o simplemente
porque quieren disfrutar de sus grandes dotes de conversador bohemio y experto
asador de carnes. Sin querer queriendo,
León se convirtió en un reportero de la gran conversación pública que es la
política. Y en esa trayectoria no sólo tuvo en frente a la farándula del
establecimiento, sino así mismo a otras criaturas allende la frontera de las
porosas instituciones republicanas: guerrilleros, paramilitares, mafiosos.
León no es sólo un exquisito
conversador, también tiene buena garra para escribir. Ya en una ocasión perpetró una novela con
título de tango arrabalero y ahora aprovecha la técnica narrativa para contar
la historia de las últimas décadas en clave autobiográfica. Lo mismo que hizo Petro en Una vida, muchas vidas. No recuerdo si Petro menciona a León, pero
León si menciona a Petro. Al menos en el subtítulo vendedor: “Petro y los secretos de la izquierda en su
camino a la presidencia”. Ya adentro
sólo aparece al principio y al final, como el alfa y el omega. Ni siquiera en el capítulo sobre parapolítica
el autor permite que el hoy presidente se robe el show. La Bogotá Humana es
despachada en un párrafo. El cambio climático, que vertebra el
pensamiento del líder del Pacto Histórico queda completamente excluido del
horizonte temático de la obra. Y en cuanto a los “secretos”, bueno pues, ¿qué
creían? En Colombia todo se sabe. Y lo que no se sabe, este texto tampoco lo
revela. Así que, estimado lector, si vas a leer el libro no esperes grandes
primicias, pero sí hay detalles interesantes que le ponen condimento a la
narración.
No había terminado su discurso de
posesión el actual presidente, cuando ya el libro que comento estaba en el
asador. Semejante oportunismo editorial
me puso escamoso. No hace mucho me llevé
un chasco con un libro de Patricia Lara (Adiós
a la guerra) que parece escrito en un mes, plagado de errores y armado con
pedazos disímiles como una colcha de retazos.
Pensé que éste sería un fiasco por el estilo. No lo fue. Desde luego que comparado con la
obra de Hernando Gómez Buendía (Entre la
independencia y la pandemia, ver reseña),
el breve libro de León Valencia se observa ligero y superficial, pues
sobrevuela tangencialmente por múltiples episodios de nuestra historia,
desperdiciando la oportunidad de profundizar.
Admito que ese defecto es una virtud para el típico lector colombiano y,
de seguro, acolitado por Editorial Planeta.
Pero Valencia supera a Gómez en equilibrio frente al tema de las
guerrillas, ya que el académico de Razón Pública tiene un sesgo notorio cuando
sobrevalora a las FARC y subvalora a las demás guerrillas.
Y hablando de lectores, creo que
este texto ‘leonino’ no es apto para jóvenes ni para extranjeros por la
cantidad de referencias que resultarían crípticas para ellos, pero no para un
lector colombiano politizado, mayor de 50 años, que sí ha vivido los avatares
de la escena política colombiana y conoce a sus personajes. He allí el perfil del lector ideal de este
libro.
La historia del
conflicto colombiano ha producido abundante literatura. Aún así tiene muchos
vacíos. Nuestros historiadores tienden a
ser centralistas, reflejando una característica del país. También tienden a ignorar la historia militar
y descuidan la variable tecnológica. Por
ejemplo, los aspectos tecnológicos ocupan un lugar central en la derrota de las
FARC. El libro de León Valencia, un viejo eleno paisa, no escapa del todo de
estos sesgos, pero aporta cierta perspectiva desde la historia del ELN y la
pequeña guerrilla del MIR-Patria Libre en Antioquia y algunas zonas de la Costa
Caribe. Se anota un punto al describir
una situación militar que sufren los elenos en 1989, producto de una innovación
tecnológica de las FFMM y que marca un punto de inflexión en el devenir de la
guerra. Algo que no recoge el libro de
María Elvira Samper dedicado por completo a ese año aciago (ver reseña de 1989 aquí).
León Valencia
no es un renegado. A pesar de su
evolución política personal, él no reniega de su pasado. Defiende la legitimidad del alzamiento en armas en su momento con la
narrativa del cierre excluyente de la democracia formal producido por el Frente
Nacional. Al llegar a la última
década del siglo, Valencia aborda lo que yo llamo “la paradoja de los 90”:
justo cuando hay la máxima apertura de la democracia colombiana, se dispara la
guerra. Una paradoja que las ciencias
sociales aún no han logrado explicar.
Creo que en este texto, León aporta algunos elementos que ayudarían a
explicar el fenómeno.
En general, el
libro adolece de contexto internacional. Una falla grave tratándose de un país
como el nuestro donde la izquierda y la derecha básicamente son imitadoras de
modas globales, casi siempre con años de retraso. Al abordar el ascenso de las izquierdas en el
nivel local, el autor reconoce el fenómeno en un marco latinoamericano, pero
cuando intenta estudiar casos de las grandes capitales, como Cali, Medellín y
Barranquilla, muestra un desconocimiento
fatal. El caso más patético es como le
lava la cara y los pies al Cura Hoyos, un personaje condenado por corrupción,
que fue desastroso para la historia de Barranquilla, destruyó el capital
político de la izquierda y allanó el camino para que el Clan Char apareciera
como el salvador y hegemonizara la política local desde entonces.
La tesis central del libro es la
transmutación de una “vieja izquierda” a una “nueva izquierda”, idea que nos
revela un problema conceptual de fondo. León confunde el concepto de
“izquierda” (proyecto político) con “alternativo” (proyecto ético). De ahí que mitifica a Mockus y le atribuye un
rol que está lejos de tener en la historia de la izquierda, a la cual ni
siquiera pertenece. No es casual que en esta historia de la izquierda, la “Ola
Verde” no sea mencionada. Lo bueno es que en todo el libro tampoco aparece el
concepto de “centro político”, tan
caro a ciertos analistas por facilismo geométrico. Lo cual ratifica mi tesis de
que en política el centro no existe.
Coletilla
teórica: coincido con Valencia en que China refuta a Acemoglu y Robinson
(teoría institucional).
Jorge
Senior